Desde
el desdén sólo se consigue continuar los desmanes que se enjuician. Claro que
hay a quién no le interesa saber la verdad. Prefieren vivir en la ignorancia de
las cosas que les rodean, menospreciando
a todo aquel que no piensa o cree como él. O lo que es peor aún, vivir sus
verdades, las suyas no las de todos. Así se dirigen al abismo.
Este
fanatismo absurdo por intentar recuperar la inquisitoria memez de vulgarizar
las tradiciones, por convertir las fiestas populares en agravios personales, es
también una falta de respeto a muchos, a la mayoría de los ciudadanos que
participan, de una u otra manera, en ellas. Sin contar con los beneficios
económicos que conllevan, que son muchos los negocios familiares, y pequeñas
empresas, que viven todo el año con estos menesteres, que parecen molesta.
Hace
unos días se ha publicado en las redes sociales un vídeo sobre un funeral civil.
En las imágenes se recoge la humillación de familiares y amigos del fallecido
porque tuvieron que realizar las exequias en el pasillo del tanatorio. Desde
luego es una situación inhóspita, cuando menos increíble. El edifico funerario
debería tener previsto un lugar para este tipo de celebraciones, para que el
túmulo guardase la dignidad que merece la despedida de un ser querido. Es un
derecho contraído por el yacente y un respeto debido a los familiares, que en
momentos de dolor pueden ver acrecentados sus sentimientos y expresar sus
razones de manera inadecuada. Es un derecho porque se pagan esos servicios
durante muchos años, en la mayoría de las ocasiones durante toda la vida.
Dinero enterrado, nunca mejor dicho. En cuanto al respeto a los familiares, tienen
derecho a honrar a sus muertos con la intimidad, el decoro y el retiro espiritual,
conforme a sus idearios personales, propia de la ocasión, máxime en esos
momentos en los que se brinda el homenaje a la entrega en la vida de un padre,
como era el caso.
Pero
las imágenes nos dan opción a recapacitar. Un funeral civil, desprendido de los
lazos religiosos, fue la decisión de los familiares, tal vez petición de última
voluntad del difunto. Hay algunos interrogantes que deberíamos considerar,
porque la escasez de imágenes y sonidos, dejan al socaire de la duda este
comportamiento. ¿Fueron los propios familiares los que se negaron a que las
exequias se celebraran en un lugar consagrado? Todo hace pensar que si, al hilo
de los comentarios que expresan los hijos cuando accede el arcón fúnebre y
recriminan a los empleados la existencia de una cruz en la tapa del ataúd, sin
hacer caso a las explicaciones de los trabajadores que les indican que ha sido
quitado el crucifijo y que lo que figura en el ataúd es la marca dejada.
Enseguida cubren el féretro con una bandera republicana.
No
se conforta más al difunto por estas muestras, aunque están en su derecho. Pero
no puede vilipendiarse la actuación de unos empleados de esta forma. Deben ser
los nervios del momento. Ignoro igualmente, si hubo ofrecimiento de otros
lugares donde poder realizar esta despedida, ni si sería acogido su cuerpo en
tierra o si optaron por la incineración. Pero bien podría haber realizado el
rito funerario, por lo civil, en las inmediaciones del cementerio o lugar donde
se procediera a la cremación, según el caso. En estos lugares suele habilitarse
un espacio para ello. Lo digo por la triste experiencia que tenido que vivir en
mis propias carnes, hace muy poco y ví cómo se realizaba, de manera emocionante
y muy conmovedoramente, este tipo de ritos de quienes no creen en la vida
posterior, en la existencia de un Dios bondadoso. Fuimos testigos de algo
enternecedor y las palabras pronunciadas fueron de una turbadora
sentimentalidad.
Estaban
en su derecho de no oficiar un túmulo religioso y fue una vergüenza que se
despidiera la vida de una persona en un lugar tan inadecuado. Pero estos
acontecimientos no pueden llevar anexados mensajes subliminales e
incriminatorios sobre la discriminación por valores religiosos, como se
desprende de los comentarios que luego se han vertido sobre este suceso y que
me da la impresión de que no han sido formulado por los familiares sino por esa
banda de infamadores que están al quite para cualquier circunstancia. No es
justa la generalización. En todas partes hay gente buena y gente mala. Y eso no
lo consiguen el pensamiento y el ideal de cada cual, sino la fanatización de
los mismos. Llevar a los extremos los pensamientos es lo que crea la
divergencia y la desunión. Las creencias de cada cual, si son respetadas, acrecientan
la convivencia y potencia la fraternidad. A ver si vamos aprendiendo de la
historia de una puñetera vez.
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