¡Qué
magnífica presentación la realizada por la comparsa “Los del piso de abajo”, de Jesús Bienvenido! No puede ser más
adecuada y representativa de la situación que viven casi seis millones de
personas, que son muchos millones de familias. El infierno. Quienes padecemos
estos desagradable y convivimos con estos desagradables avatares, los efectos
de una crisis que consume en el fuego sus ilusiones y escasos recursos, nos
identificamos con el paisaje que se reproduce sobre la escena del teatro Falla.
Los
datos ofrecidos por la última encuesta de población activa, que a este paso
tendrá que cambiar su denominación por la de encuesta de población inactiva, sitúan a nuestro país en la cabeza
de la desgracia del paro en la comunidad europea, un triste y sangrante honor. Los
parados ya no sólo se preocupan por intentar rehacer su vida laboral sino que
pierden cualquier atisbo de ilusión, porque las repercusiones sociales y
familiares son extremas. Los desahucios aumentan en la misma proporcionalidad
que lo hacen los índices de la paralización de la situación laboral, mientras esos
comedores sociales, y no me refiero a las instituciones benéficas que están
sosteniendo y paralizando el levantamiento popular, algo que debía de ser
reconocido a instancias gubernamentales, siguen inmolando a trabajadores en sus
nefastas actuaciones. No hay ni siquiera fuerzas para la protesta. La vida
sindical se ha limitado, en lo últimos años, a vivir de la sopa boba. Las
innumerables aportaciones económicas, que hace que sus principales dirigentes
vivan en condiciones extraordinarias y excepcionales, posibilitando el disfrute
viajes de lujo y cruceros de ensueño, han adormecido a la clase obrera. Estas
inyecciones monetarias, y millonarias, solo han servido para narcotizar la
verdadera esencia de los dirigentes de las clases obreras que además ha sido
engañada con alucinaciones llamada sociedad de bienestar, enunciación repetida
hasta la saciedad por los políticos que han venido gobernando durante los
últimos quince años, unas gestiones políticas y económicas que sustentaban solo
mentiras, que nos procuraron una situación ficticia y que a la postre, se saldó
con el endeudamiento excesivo de las clases menos pudientes, a las que
vendieron la utopía de creernos europeos, para que el tiempo nos ratificara
como ciudadanos del norte de África.
Esta
situación de emergencia requiere medidas de emergencias, decisiones que no sólo
afecten a los ciudadanos de a pié, que no lacere tan sólo a esa parte de la sociedad
que comienza necrolizarse. Ayer se presentaron ochocientas mil firmas en el
congreso de los ineptos, perdón, de los diputados para que se iniciara el
trámite de la creación de una nueva ley que obligue a los bancos, cuando
ejecutan los desahucios, a cancelar la deuda con la vivienda requisada. Eso
sería lo justo. Solo hay que redactar el papelito, con sus términos jurídicos
bien explicitados, y presentarlo a la consideración y votación para que sus
señorías convirtieran sus palabras, fuera del hemiciclo, en una ley que
vertiera justicia sobre la iniquidad con la actúan las entidades financieras.
Claro que se me olvidaba que estos mismos bancos, sobre los que habría que
actuar de inmediato, son los que les financian sus partidos y, por ende, sus
lujosas vidas, mientras el resto de la sociedad se hunde en lodazal de pobreza.
¡Qué razón tenía Víctor Hugo! Los pobres siempre serán pisoteados y
considerados como miserables.
Sin
duda alguna, al tiempo y quiero equivocarme, esta proposición de ley que ha
solicitado una gran parte de la ciudadanía de este país, a los estos señores
dicen representar, y a los que no se cansan de engañar y hasta maltratar con
sus falsas promesas, en los periodos electorales, o cuando se encuentran en la
oposición, tardará mucho tiempo en ser considerada, eso si no cae en el mayor
de los olvidos, ninguneando unan vez más a quienes les procuran su majestuosa
forma de vida.
Por
eso me parece extraordinaria la presentación de la comparsa de Jesús Bienvenido.
Se lo han puesto a güevo. Unos viven
en piso de arriba, con confort y seguridad, con platos calientes que les son
servidos por un séquito de criados y otros, la mayoría, en el infernal sótano
donde toda escasez tiene asiento, donde las penurias van cubriendo la
existencia, pagando con sus deudas el enriquecimiento de una parte de la banca
desvalijada por ellos mismo. Así estamos. Ésta es la sociedad del bienestar que
nos prometían. Por lo menos calentitos estaremos siempre que a Pedro Botero no
le dé por imponer un impuesto para poder vivir en el infierno.
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