Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

miércoles, 31 de octubre de 2012

¿Por qué estamos como estamos?


Estamos como estábamos por lo que estábamos. En temas de cofradías, ni pleitos ni porfías. Cuando se intenta manipular la naturalidad, cuando la sencillez se pretende suplantar con la burocratización excesiva, en dejar en meros trámites económicos lo que debiera cernirse a la orientación religiosa y piadosa de la persona, suceden estas cosas. Los temas de las hermandades no requieren más que dedicación humilde y mucho amor. Así se han ido desarrollando y presentándose durante siglos a la sociedad, hasta convertirse en núcleo y columna vertebral de la fe. Poder llegar a Dios a través de la imagen, descubrir los inmensos dolores de María Santísima, era el fin primordial.
Esta desacralización,  que se viene acentuando en los últimos años, no es un problema reciente y tiene su ascendencia en la banalización de la celebración litúrgica más importe de la cristiandad: la pasión, muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, aunque por aquí se le nomine y reconozca como Gran Poder. Los cofrades que mantenemos, al menos de momento, la sana intención de rendir cultos a nuestras sagradas imágenes, de profesar y compartir la fe desde el interior de una hermandad, nos vemos supeditados a cumplir con normas y dictámenes, ideas que manan del supra órgano seglar, en el que se ha convertido el Consejo de Cofradías, que dirime y maneja cuestiones que no debiera y que se postula como representativa de todas, que a veces le van al pairo. Una organización, que debe significarse únicamente en la representación, debiera regirla personas sin ambición, sin más interés que la entrega en el servicio. Pero en esta ciudad nuestra, en esta Sevilla donde predomina el nepotismo por encima de cualquier otro valor, donde una palmada en la espalda se convierte en aviesa y afilada daga, lo que gusta es saberse con poder, mirar de reojo en accesos de superioridad, despojar el complejo de inferioridad en suposiciones de dominio.
Mucho ha tardado en salir, oficialmente y a la luz pública lo que era de conocimiento común, lo que se largaba en la barras de los bares, entre croqueta y montadito, que de esto saben mucho algunos consejeros. Que en el Consejo General de Hermandades y Cofradías priman los intereses particulares de los Reinos de Taifas constituidos por encima del bien colectivo, esto es, las Hermandades que dicen representar. El supuesto máximo órgano de las cofradías convertido en patio de colegio, para vergüenza y escarnio de los cientos de miles de sevillanos que deciden profesar la fe desde las hermandades. Y la chispa que ha provocado el desaguisado, que ha terminado con la dimisión del presidente de la institución, ha sido la designación del pregonero de la semana santa del próximo año (quién nada de culpa tiene en este increíble pasillo de comedias). Los partidarios de unos amenazando a los del otro con hacer pública los entresijos y diferencias de la sesión en la que se elige al pregonero. ¿Pero no será ésto una excusa para afilar cuchillos por otro tipo de diferencias?
Muy poca personalidad tienen que tener estos personajillos, más dados a la prepotencia y al aparentar, y muy pocos argumentos para defender sus tesis, cuando profieren este tipo de amenazas. Muy poco cerebro e identidad democrática cuando no aceptan un veredicto. La rabieta de un niño puede mantener más consideraciones y premisas que los de estos exacerbados.
Lo lamentable es que este tipo de chantajes se vienen produciendo desde hace años. ¿Por qué, quienes si no éstos voceros enrabietados, sacan a la luz pública las decisiones que se toman en la calle San Gregorio, mucho antes de que se hagan públicas, y lo que es peor, los entresijos y discusiones que se producen durante estas sesiones, dejando en ridículo a sus compañeros? ¿Por qué utilizan, maquiavélicamente, nombres de posibles pregoneros o artistas para pintar el cartel, sino para dejarlos en la cuneta y poder poner sobre el tapete a sus amiguetes o familiares?
Hay que empezar a barrer para que la suciedad no se fije en los rincones y se eternice esta asepsia que amenaza con consumir al órgano que debiera representar a las Hermandades y Cofradías de Sevilla, que son quienes les legitiman para la toma de cualquier decisión y no para que sean utilizados como medios con los que promocionarse socialmente. Hay que saber llevar el cargo, con sus responsabilidades y obligaciones y hacer honor a la dignidad conferida. De otro modo, lo que sugieren estas actuaciones, hoy puestas en boca de muchos que no dudarán en utilizarlas a su favor, para poner en un brete la propia identidad religiosa, es que vienen a deshacerse de sus frustraciones personales.

viernes, 26 de octubre de 2012

Al Amor, de la mano de mi madre


            Hay lugar en el espíritu donde poder huir del dolor. Con el Amor.
No hay forma de cavar trincheras donde parapetarse contra los violentos ataques de la vida. Hay una parcela en el corazón donde se le rinde tributo, donde permanece oculta, donde desarrolla sibilinamente sus planes. Inverna el sufrimiento mientras creemos que estamos inmunizados contra él porque no se ha levantado sus armas, ni ha sublevado a sus ejércitos, ni da muestras de su presencia hasta que no mantiene la certidumbre de hacer sangre, de provocar la desazón y el desconcierto. Siempre se presenta taciturno, en una suave levedad aranera, envuelto en un halo de misterio. Es una presencia vaporosa, incorpórea, que se diluye en el espacio para retornar, candente y con ferocidad, a rasgar los velos de la mansedumbre. La sorpresa es su principal arma, el vehículo con el embiste contra el muro de la confianza. No es cuestión banal, ni baladí, su manifestación porque arranca, a gajos y jirones, el alma.
            Aliado con los recuerdos, se sabe vencedor. Lo que contemplamos en el lecho del dolor, es una imagen demoledora. Lo que se ofrece a la visión, en el frontispicio claro y profundo de la habitación, es el ser que procura la vida abatida por el dolor, el ser que ofreció sin esperar ninguna compensación a cambio. Somos hijos de la desesperación cuando somos testigos impotentes de la victoria del sufrimiento. Paraliza nuestro sistema neurológico porque vagamos por el desierto del desconocimiento, en las espesuras de la ignorancia que se ceba con su poder. Este atraso del conocimiento mortifica aún más, porque nos inhabilita para la acción. Extraemos de la profundidad de sus ojos un hito de resplandor, de la viveza que mantenían cuando aún el tiempo no había arado los perfiles de su rostro y brillaban, como soles en las últimas horas del día, las mejillas. No podemos reconocerla y nos angustia esta situación de extrañeza, esta incongruencia que nos relega a la inquietud.
            Hay sonrisas que siempre permanecen en la memoria, que se atan a los recuerdos y reverdecen nuestros mejores sentimientos. Hay imágenes vagando por el éter de la inconsciencia, ángeles de la misericordia que se alían con nuestros mejores pensamientos para blandir las picas que se revuelven contra la grey del sufrimiento, contra los ejércitos que nos hicieron huir, en primera instancia, y contra los que nos revolvemos cuando logramos reunificar y vigorizar el espíritu, para alzarnos en armas contra el dolor que intenta subyugarnos. Nos sublevamos contra esta imposición dictatorial, contra esta incursión que nos desarboló y nos separó de la mejor remembranza durante unos instantes. Nos resarcimos porque tenemos la capacidad y las armas para vencer las argucias de la desolación que intentan sitiarnos. Es  la sonrisa y la tersura de su piel, la candidez de la mano que me asía camino del primer día del colegio, la alegría desbordante por saberme feliz montado en aquella bicicleta que los Reyes Magos me habían dejado, que fue posible gracias a un gran esfuerzo y muchas privaciones. Son las caricias que sofocaban mi angustia cuando la fiebre y la enfermedad se presentaban, las palabras, brotando de sus labios, escenificando los cuentos de las tardes de invierno, al calor de las brasas del carbón. Es el primor que se mostraba en la primera noche de primavera, cuando las horas rozaban la madrugada, alisando el albor de una túnica de nazareno, la plancha sorteando la cruz de Santiago que se mostraba en el frontal del capirote y la delicadeza con la que colocaba, en el frontal del ropero de mi dormitorio, el hábito que nos descubre a la ilusión del domingo de ramos.
            Es fuerte este dolor que nos trae la enfermedad. Pero aún más poderoso y contundente es este ejército, que se inviste en la gloria de los recuerdos, que nos vigoriza con las emociones, con las mejores sensaciones, de quien nos dio el ser, la persona que nos entregó a la sapiencia y al conocimiento, que nos inculcó en sentir por las cosas nuestras, de la que heredamos la devoción por la Moza de San Gil, que siempre cumple diecinueve años y que me besa cuando termino alguno de mis relatos, mis charlas, a mis conferencias y especialmente a los pocos pregones de semana santa que he aceptado pronunciar. Un beso y una sonrisa, me llevaron al Amor que abre sus brazos a los hijos que se le presentan. Llegar al Amor por el amor de la madre es un sueño. Por eso, le pido a mi Señor crucificado que siga soñando conmigo, que no desatienda mis ruegos, que quiero volver a vivir aquella tarde de ensueño, la de aquel domingo de ramos, en el que se me reveló su Amor, al llegar al Salvador con mi madre de la mano.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Visión de otoño


Llueve con fuerza, en este mediodía otoñal. Cae el agua y hay carreras de estudiantes que buscan el resguardo de los aleros de los edificios, de los salientes de los balcones y terrazas que sirven de improvisados refugios. Esta grisácea luz que enceniza el ambiente, que lo dota de un velo de melancolía, de reminiscencias juveniles, de recuerdos que traen imágenes imposibles, pues nos desplaza a la infancia. Aceras barnizadas por el agua, humedades que descubrían figuras en las fachadas y nuestras fantasías. El rumor cadencioso del aguacero colándose por la ventana que daba al patio, una sinfonía que nos adormecía, que nos descubrían sonidos y la gran acústica que resultó tener el canalón que se fijaba a los ángulos de las paredes y por el que discurría el caudal invisible que procedía de la azotea.
Los charcos se hacen dueños de la fisonomía urbana, las aceras se empantanan con estas primeras lluvias. Un pequeño, con una mochila que sobresale por sus hombros y traspasa las lindes de las rodillas, acaba de provocar el desbordamiento de un charco, introduciéndose en él con ímpetu inusitado, con una fuerza extraordinaria, ante el estupor de su madre. La agilidad del infante ha provocado una sarta de improperios de la mujer, que acaba de recordarle las tareas escolares que habrá de realizar por la tarde y el cumplimiento de un castigo. El niño sonríe con aviesa maldad, como si no le importara el correctivo por el que habrá de pasar, o tal vez adivina ya, que la condición maternal, lo suplirá con alguna sanción menor.
Arrecia con fuerza la lluvia. Se advierten los primeros síntomas de la nueva estación. Empieza a afianzarse el frío, encadenado a esta humedad que asciende vertiginosamente. Los jardines reciben con algarabía este riego natural. Se espejan y aclaran los espacios. Asciende el aroma a tierra mojada, impregnando el ambiente de su dulzor. La ciudad comienza a abrirse a las nuevas sensaciones,  mostrar las claridades que se ofrecen con la lluvia, esta agua que lustra y embriaga, que nos conmueve y nos revela el paisaje nuevo, que hace explotar el verdor de los árboles, aún repletos de hojas, y los dota de un brillo especial, que resana las raíces que se esparcen en las profundidades. De vez en cuando se trasvela y aparece la luz, un resplandor casi imperceptible que lucha por abrirse paso entre las nubes, que se parcela según avanza este tul gris que nos oculta la hermosura turquesa del cielo.
No hay prisas entre quienes transitan, entre quienes regresan del trabajo o quienes tienen que acudir a sus laborales. Esta primeras horas vespertinas, con el rumor de la lluvia, con esta dulcificante cantinela, alienta al sosiego en el hogar, nos adormece en los bucólicos pensamientos que nos traen esta lluvias que nos introducen en el nuevo tiempo, en la estación otoñal. La mortecina luz de una lámpara embriaga la estancia, donde una gran mesa acoge y sustenta una columna de libros que esperan a ser leídos.
El bucólico paisaje, la lluvia, los árboles de los jardines de la Buhaira, el martilleo con reminiscencias melódicas resonando en los cristales de una ventana, invitan  a la recuperación del orden y el sosiego. Una papelera pública surca, cual hermoso bergantín, forzado velero por mor de los gamberros que se ceban con el mobiliario público, el gran charco que acaba de formarse con estas cuatro gotas que han caído. Un ciclista, que logra esquivarlo, acaba de empotrarse con el cierro que protege los jardines. Mientras, la improvisada lancha, ha quedado a merced de los elementos. Una estela de desperdicios, de basuras menudas, roñas cívicamente depositadas en el receptáculo, se desperdigan por el mar que se forma, cada vez que caen cuatro gotas en esta avenida de Eduardo Dato. Todo muy bucólico y hermoso. Comienza el otoño, comienzan a emerger las carencias urbanísticas.

martes, 23 de octubre de 2012

Y muestran la Esperanza


Son como esas nubes de agosto a las que nadie presta demasiada atención si no es para buscar semejanzas físicas, para enaltecer su algodonosa belleza. Esos cirros que, pasan a veces desapercibidos, dan esplendor al azul inmaculado y dotan al firmamento de dimensión con sus caprichosos volúmenes. Nadie en el estío fija su atención en ellas, en su deambular atmosférico, en ese tránsito gaseoso solitario.
            Ellos son los aportan belleza a la torpeza de la palabra, los que dotan de singularidad y fondo argumentativo de los sucesos que se narran, los que detallan y explicitan la noticia que se ofrece con asiduidad en la página web de la hermandad de la Macarena. Pero nadie los ve. Son como fantasmas que solo toman cuerpo cuando se les necesita. Y nunca exponen excusas a la demanda. Siempre disponibles para cuanto se les solicite. Sin su presencia no serían posibles los efectos visuales, sin su denodado y desinteresado trabajo, no se podrían ilustrar las noticias. Y no es fácil el trabajo que desempeñan. Profesan esta singular labor desde el sentimiento, de otra forma sería imposible. Es entrega en la devoción que profesan. Eso les otorga más valor, les define como personas, como buenas personas.
            Un médico, un estudiante y dos empresarios. Tres ocupaciones tan dispares unidas por el fervor a la fotografía, vinculados por la devoción universal de la Esperanza. Cuatro macarenos que nunca han proferido más que palabras de agradecimientos por el trabajo que desarrollan por su Hermandad. Dos costaleros, un acólito y un diputado, muchos años en las filas de nazareno les contemplan y atestiguan como fieles cumplidores de las reglas que marcan los comportamientos corporativos. Muchos años de pertenencia a la Hermandad donde se han formado como cristianos. Y nunca han pedido un reconocimiento, muy al contrario, se muestran orgullos de este trabajo que realizan altruistamente e incluso dan gracias por haber sido elegidos para el hermoso fin de plasmar, en sus imágenes, la vida cotidiana de la Hermandad de la Hermandad de la Macarena.
            Se reparten el trabajo, cuando no lo comparten. Siempre hay un objetivo en la Basílica dispuesto a captar la emoción, a transferir la religiosidad que estalla en la mirada de un joven, a referir la Palabra del Señor; siempre hay una cámara para recoger la visita de un cardenal, que se presenta inesperadamente, para postrar sus rodillas ante la Madre de Dios; siempre están estos macarenos, émulos de los viejos duendes que trastabillaban por la torre blanca, que se silueta en los perfiles de la muralla, dispuestos a compartir las emociones que captan con sus hermanos en el sentimiento. Tal es la entrega, ante la petición de la Hermandad, que cambiaron sus hábitos de merino, el rutilante brillo de los terciopelos, el orgullo de saberse nazarenos del Señor o de la Virgen participación en la estación de penitencia, para realizar su estación de penitencia con una cámara y mostrar luego al mundo, desde este balcón que es la página web de la Hermandad de la Macarena, todo el esplendor de la cofradía en la calle. Un denodado trabajo, no exento de esfuerzo físico, que cumplen con total obediencia y discreción, sin entorpecer la comitiva, sin buscar privilegios para posicionarse en los lugares de relevancia o frente al paso. Y esta humildad, esta fidelidad a cuanto se dispone para ellos, este acatamiento para el buen discurrir de la cofradía, les hace importantes, aunque ellos se nieguen a reconocerlo.
            Ser macareno es un compromiso de difícil cumplimiento, aunque pudiera parecer todo lo contrario. Estos especiales mensajeros de la Esperanza son macarenos, y lo demuestran constantemente. Con hechos y con emociones, que muchas veces les es imposible reprimir, sin más pretensión que servir a su Hermandad. Estos artistas de la imagen -Fran Narbona, Fernando García, Antonio Tirado y Arturo Candau- en su tiempo de asueto, restándole instantes a su familia, se dedican a difundir la Esperanza entre quienes más lo necesitan, entre quienes están más lejos y no tienen el privilegio, que tenemos los sevillanos, de abrazarnos al ancla que nos da la vida.

lunes, 22 de octubre de 2012

XXV Años sintiendo la Esperanza


                       Igual que dicen que hay niñas que se duermen escuchando Coronación de la Macarena -¿verdad Santi Milla?- y Pasa la Macarena, hay padres que nos quedamos dormidos en los sueños de los ojos de nuestras niñas, azabaches que retienen en su retina la memoria y la vida que ya nos vence y nos pasa para perpetuarse en las suyas. Igual que hay tiempo capaz de marcar y definir nuestro discurrir, que va arañando las entrañas de nuestra existencia hasta esculpir en el corazón la leyenda que nos inmortaliza, que va abriendo veredas por las que vemos pasar los instantes que nos sorprenden de otros, nos vemos atrapados en la mallas juanmanuelinas de los años, advirtiendo cómo se escancian los minutos sobre el cáliz de la vida para ir depositando s los mejores y más puros sentimientos en las barricas del alma, las mejores esencias, y convertirnos en esclavos del amor fraterno. Igual que hay amaneceres que se abren a la consumación de la presencia de una Mocita que siempre cumple diecinueve primavera y que deslumbra al mismísimo sol, que es capaz de apaciguar la furia de los elementos y transformarlos en mansos corderos y finas veladuras para engarzarse al desfiladero del amor de los macarenos, hay sonrisas que son capaces de descorrer los cerrojos de la emoción y taladrar las espesuras del dolor para instaurar el reino de la alegría. Igual que hay ríos que comunican las altas montañas con los valles más hermosos, que nos acarrean la fórmula para descubrir la hermosura de la gran obra de Dios y que procuran el pan y el vino, cuando anegan las vegas las aguas de la mansedumbre, para igualarnos en el amor del Padre, hay instantes que nos sublevan en la emoción, que nos alteran los pulsos y nos convocan a la sublevación contra la tristeza.
            Es la herencia del natural transcurso del tiempo, de la sucesión de momentos que nos hirieron en el alma conforme aquella niña iba convirtiéndose en mujer, modelando la dulzura de sus comportamientos, adecuando sus ideales a la belleza que surgía de ella, metamorfosis de la niña a doncella que galantea el aire cuando la roza, que piropean las trémulas flores de los naranjos cuando mayea marzo y las columnas del incienso van formando, aromatizando los espacios que delimita, las efímeras catedrales donde se enaltece y glorifica al Amor de los Amores, y en un retablo se escenifica, en el entrecejo de la Gran Dama, la mejor proclamación de la fe de nuestros mayores
Un enjambre de emociones llega por el centro del templo. Una voz ha pronunciado su nombre y sonado cargado de evocaciones, de recuerdos y hasta de ausencias que hubieran sentido la misma ternura afectiva que iba subiendo por mi cuerpo conforme se acercaba. Y la vino la memoria a sangrar mis vivencias, el día del bautizo cuando te posamos sobre el manto que habría de protegerte para siempre, la estampa cuando la desgracia quiso hacer presa en tí, en vano porque estabas bajo el amparo del que todo lo puede, y aquella mañana de Viernes Santo cuando apareciste bajo las trabajaderas, el cuerpo menudo acaparando todo el universo que se somete al Señor Sentencia, o esos otros amaneceres que te posicionabas junto al merino de mi hábito y caminábamos, anclados por las manos, durante un largo trecho de la calle Feria. Apareces por el centro de Basílica con la misma elegancia de aquel mediodía, cuando ya todo son ansias por Verla, en el que las mujeres hicisteis la primera estación y relucía tanto tu cara como el verde terciopelo que acunabas en tus manos.
Todo el tiempo abatido viene junto a ti, sumiso y resignado a la firmeza del paso que impones sobre el mármol que escucha las plegarias y es cómplice de las confidencias entre las madres y la Madre, en este tiempo de otoño que empieza a acomodarse y aposentarse por los alminares de la muralla. Todo el poderío de nuestra memoria recorriendo el breve espacio para perpetuarse en el abrazo. Todo el esplendor del sentimiento macareno que anida en ti mostrándoseme de improviso, fundiéndose en esta conmemoración que te afianza en el destino, en la mejor de las providencias. Y yo, dándote –siempre estaré agradecido a quién me concedió esta gracia- el testigo de nuestra ancestral devoción. Veinticinco años, toda tu vida, de pertenencia a la Hermandad de la Macarena, a esta familia que lleva como mejor y única gala ser hijos de la Esperanza.

sábado, 20 de octubre de 2012

Rosario, flor de la Macarena


            Cuando avisan, las viejas voces, de la gloria por llegar, truenan las alegrías en las solerías de barro y adobe, que forzaban el firme en los patios de las corralas, y se alza un revuelo de mandiles y moñas de jazmín que aventuran la llegada de la Dama que sueña con el Sueño de la humanidad. Una danza de astros va anunciándola, un retahíla de estrellas comienzan a asomarse a la ventana del firmamento para proclamar alabanzas y loas a la que asentó, sin dudas, a la Verdad ofrecida por el Todopoderoso. Y te llamarán bendita todas las generaciones y proclamarán tu nombre con sones de trompetas y tu Gracia recorrerá la tierra.
            Panes de oro que se injertan en la madera y espejan el esplendor que alienta su mirada en la mirada del orante, del hombre que pide por quién más ama, que busca el auxilio en la bendición del candor y la alegría. Golpes de gubia que explotan en el tronco hasta convertir en arabesco y taracea la originalidad de la naturaleza y acaparar la tibieza del aire que va buscando el cobijo en la celosía repujada para quedarse y ser parte de la festividad que conlleva contemplarte.
            Es la fragancia del limonero que anegaba las huertas y fomentaba, en el candor de una noche de verano, luna y pozo de agua fresca para calmar el sofoco, el recuerdo de la tarde de otoño y la gran Dama recorriendo el entresijo y vericueto laberinto de calles de un barrio que se engalanaba con gallardetes y cadenetas que recorrían el aire de balcón a balcón, asomándose a los portales, a los zaguanes, visitando las sembrados plagados de hortalizas, de sendas rústicas donde se erguían los naranjos que, descentrados por la regia visita, eclosionan en perfumes y brotaba espontáneo el azahar. Es la nostalgia investida en oropeles que viene buscando el hito que se esconde en la memoria, en la suerte de quienes nos antecedieron en este gozo de la contemplación, de la devoción que lleva adjunto tu advocación, que proferían oraciones envueltos en cantos para dar esplendor a tu nombre, que glorificaban el encuentro con salmos y loores al macareno modo. Es el origen de todo, lo que llega. Es la mansedumbre del Cordero que viene dispuesto a ungirse con el hermano, a compartir la gran promesa del Padre, el ofertorio de la Madre que ya conoce el fin.
            Resuenan los ecos de las voces por los alminares de las murallas, frontón donde han prendido los recuerdos, donde se han incrustado las virtudes y los valores que hicieron posible la exaltación de la manifestación de amor más hermosa, de la belleza de una oración que sale exaltada y veloz desde la palma de una mano que se eleve sobre el gentío y que glorifica y exulta el magníficat que fue desarrollándose, para perpetuarse en la memoria de los viejos hortelanos, de los ancestrales donceles, y que ahora retornan para recuperar el tiempo y la emoción.
            Es la síntesis, el compendio de la fe y la caridad, lo que llega. Viene envuelta en la aureola que fortifica su esencia. Llega con el cetro del candor para reinar en los corazones de la gente sencilla que no cesa en la reivindicación de su reinado. Viste con el hábito del amor, que no es más que la respuesta esplendorosa de quienes no cesan de alabarla, de bendecirla, de proclamarla Madre y Señora. No es cuestión banal, ni entraña razones baladíes estas manifestaciones de cariño. Es la consagración de la Verdad de un sueño que rige nuestras vidas, de un cúmulo de ilusiones que se concretan cuando se alza la vista y perfora los sentidos el candor de la mirada, la serenidad del semblante de esta Mujer que acuna y acaricia al Niño que trae y ofrece al mundo la Esperanza.
            Se cierran los portones de los viejos caseríos y las casas de vecinos se despueblan. Peregrinan con el sentido fijado al sentimiento. Marca el camino la dicha por el encuentro con la Virgen. Hay flamear de fragancias que arropan y dan vida. Vuelven las imágenes de siempre para perpetuarse en esta eternidad que es el presente. La bienaventurada, la que está de gracia llena, la que llena de gracia el barrio cuando sale, tiene el nombre que resuelve misterios y provoca alegrías, retahíla de emociones que se forman al decirlo. Vive y cuida el sueño de los justos, retira angustias de los corazones, sol que emerge en la tarde cuando las sombras acechan. Pronunciarlo es saber protegido. Es esta Virgen del Rosario verdadera flor de la Macarena.

viernes, 19 de octubre de 2012

Hasta que la intolerancia nos lleve al desastre


            Cualquier manifestación de fe es digna de encomio dado los tiempos que corren. Cualquier declaración pública del amor a Dios ha de ser alabada. Vivimos tiempos de vacío espiritual, de desequilibrios emocionales. No somos capaces de controlar nuestro ego y lo superponemos a la condición divina que controla y rige nuestra existencia, que determina el futuro y controla nuestro destino.
            Vivimos tiempos de desinhibición en las conductas morales y negamos la existencia del Ser Supremo pues nos consideramos el eje de la creación. Manifestar las creencias religiosas es poco menos que un hecho de heroicidad. La secularización de la sociedad, esta sociedad donde prima la materia insustancial sobre la trascendencia espiritual, de reglamentos que coartan la libertad del hombre hasta convertirlo en meros instrumentos numéricos, está provocando el resurgimiento de viejos rencores, resentimientos que convocan al enfrentamiento.
            Lo sucedido hace unos días en Mérida, cuando unos descerebrados, la mayoría menores de edad y adoctrinados por el comisario político de turno, decidieron atacar las instalaciones de un colegio religioso, regentado por la orden salesiana, viene a corroborar la progresiva supresión del estado de convivencia, de la implantación de nuevas conductas intolerantes que remueven el pasado y levantan la tierra que debiera cubrir los desastres de nuestros antepasados. Al grito de “Dónde están los curas que los vamos a quemar”, estos vándalos y sus acciones, pues no tienen otra posible denominación, son consecuencia de la tolerante actitud que siempre han mostrado los  gobiernos de anteriores legislaturas con los grupos que presumían de su anti religiosidad,  a los amparaban y protegían, propagando la confusión y alentado sus alegatos anticlericales, vendiendo los valores de muchos españoles por un puñado de votos.
            Porque aquí no se trata, ni se mantiene la misma consideración, con quienes se muestran a favor de los desmanes, ni se protegen las mismas virtudes con la contundencia debida. Si el otro día, en vez de atacar el estamento católico, la manifestación dirige sus pasos a una mezquita, otro gallo hubiera cantado. Pero fijan sus objetivos en donde saben, a ciencia cierta, que no encontrarán fuerzas de choque, ni posteriormente serán represaliados con ferocidad. Atacar a los débiles les descubre en su condición. Asaltar un lugar donde se imparte la educación y la enseñanza, con alumnos en su interior, con profesores que están en el  legítimo derecho de trabajar, es un hecho que desvela el índice de tolerancia que retienen estos “libertadores” de la sociedad.
            No es bueno alentar rencores, ni mantener abierta heridas por las que supuran revanchismos caducos. A las nuevas generaciones no se las puede intoxicar con los errores del pasado, ni convertirlos en vehículos para el resarcimiento. Lo que sucedió hace casi un siglo ya es historia, negra historia, un lunar que ensombrece las luces que se establecieron antes y que s e construyeron después. No es bueno olvidar porque podemos volver a caer en el mismo pozo, pero hay que saber extraer la lectura adecuada para evitar confrontaciones y, sobre todo, poder seguir manteniendo un hálito de esperanza con la convivencia de todos, sea cual sea su pensamiento o doctrina.
            La tolerancia es un bastión principal para seguir disfrutando de la vida. Sin ella perdemos una condición principal y necesaria para poder distinguirnos de la irracionalidad. Con el respeto y la voluntad de comprensión se llega a la felicidad. Si no hay respeto, ni tolerancia, volveremos a las cavernas, a las oscuridades, al miedo.
            Solo hay que reflexionar sobre el cólera y animadversión que les provoca la religión a algunos, especialmente el catolicismo, al que consideran el mal de todas las cosas, provocando estos furibundos y constantes ataques. Religión es también el islam. Pero con éstos son más tolerantes. O debiéramos decir menos valientes.
            Las figuras más importantes de la historia, los revolucionarios más significados, han ido cayendo vencidos por la justicia y la verdad. En cambio, Jesucristo, sigue vigente porque en su figura y en su mensaje hay mucho de verdad y justicia. Y la vigencia de estos valores continua molestando a algunos.

jueves, 18 de octubre de 2012

El redil de los torpes e intolerantes


            No saben lo que es una oveja, y un lirón careto suponen que es un tío que se lleva durmiendo todo el día por la cara. Y no digo que no los reconozcan sobre una ilustración impresa en algún libro de ciencias de la naturaleza, que no sé si se sigue denominando así al estudio del medio, o es de esta manera como se denomina el conocimiento y aprendizaje de las ciencias naturales. Vamos un lío. Esto de que cambien con asiduidad los programas de estudios, según los intereses políticos de quien gobierne o de las grandes distribuidoras, se convierte en un laberinto, sin salida, para los que ya peinamos canas. Lo que digo, es que no tienen base cultural, ni conocimientos históricos, muchos de los niños que ayer se manifestaban, con banderas tricolores, en la segunda jornada de huelga en Educación Secundaria y Bachillerato, en contra las medidas de recorte que ha adoptado el gobierno central. Jóvenes recién estrenados en la pubertad,  que son manejables, que se les instruye en las conveniencias de quienes convocan y dirigen las manifestaciones. Ovejas de un rebaño que se limitan a seguir las directrices de los aspirantes al mangoneo interesado. Y digo que no tienen cultura, ni poseen conocimientos históricos porque ayer, aleccionados por unos pocos manipuladores, gritaban consignas impropias de la razón y de la tolerancia, dos estados del pensamiento liberal imprescindibles para la convivencia. Muchos de los que ayer alzaban sus proclamas desconocen que están siendo manipulados y que sus ideas y reivindicaciones nada tienen que ver con los gritos que les hicieron entonar.
            Este país se ha convertido en un corral de borregos que acuden y actúan según le marcan sus pastores. Nos han educado en la sandez, en la comodidad, en el escaso esfuerzo porque nos han ido enseñando una vereda que conducía a unos privilegios que no nos correspondían. Y no por justicia social, si no porque nos la ofrecían sin prestar ningún esfuerzo, porque nos habilitaron comederos, dentro del corral, donde nos hartábamos sin que tuviéramos que realizar trabajo alguno. Lo que no sabíamos era el precio que habríamos de pagar, el diezmo que nos tenían preparados. Esta ficticia facilidad, este encubrimiento del sometimiento, nos ha llevado a esta situación. Personas poco preparadas, poco ilustradas, casi sin conocimientos generales, que se convierten en fiel infantería para ser lanzados al desastre. ¿Por qué gritaban ayer? ¿Cuáles eran sus verdaderas reivindicaciones? ¿Solicitaban acaso el retorno a los planes de estudios en los que se exigían verdaderos esfuerzos para poder aprobar o la tibieza institucional que les permitía acabar cursos sin saber quién era Viriato o el Cid, sin tener conocimientos de los orígenes de la lengua española o de la geografía nacional?
Ayer volvieron a manifestarse los más oscuros presagios de la historia moderna de este país. Al grito de “¿Dónde están los curas que los vamos a quemar?” un grupo de estudiantes restituyó la leyenda negra de la Inquisición. Hostigaron a estudiantes, profesores y hasta empleados de un colegio religioso, en Mérida. Y sabemos que la mayoría de los participantes en estas manifestaciones son jóvenes que repelen la violencia, que no necesitan las amenazas para concretar sus reivindicaciones. Pero hay un pequeño porcentaje que se dejan manipular, adolescentes a los que se les alteran sus ideales con ideas caducas y paraísos inexistentes, con figuras políticas que son repudiadas en sus propios lugares de origen, donde implantaron, a sangre y fuego, sus doctrinas. ¿Qué tiene que ver Lenin con la educación en nuestro país, con los planes de estudios de nuestros institutos y universidades? ¿Es qué sus caducos pensamientos sociales son válidos en nuestro país cuando hace ya treinta años que fueron demolidos, erradicados de raíz, donde los establecieron?
Este retorno de panfletos y gritos incendiarios convierten en ineficaz cualquier esfuerzo que realicen, cualquier protesta para reivindicar fundamentos de justicia. Que unos niños eleven, ondeen y justifiquen la violencia, con proclamas y gritos de otras épocas me parece una salvajada, porque creo que están alentando actitudes que en nada benefician a la convivencia, a la resolución de los problemas que plantean. Más bien, alientan y escardan las brasas de la irreconciliacion. Pero todo es producto de la mala educación, de la ignorancia, de la incultura que les ha sido transmitida. Ovejas de un rebaño que obedecen, viven y mueren al son que les marcan.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Protocolos y más protocolos


            Hace ya muchos años, tantos que los recuerdos se presentan en blanco y negro, como esas películas de ahora, que se revisten de antigüedad para recuperar la gloria y la heroicidad de aquellas primeros films que cimentaron la grandeza del cine. ¡Lo que es la vida! Tantos prodigios técnicos, tantas elucubraciones informáticas para recrear mundos virtuales, para entorpecer y engañar la mente con figuras y figurantes que no existen y los grandes acontecimientos cinematográficos de los últimos años vienen desde la nostalgia, en blanco y negro y mudas, donde la expresividad y las artes dramáticas priman sobre la espectacularidad de  los efectos especiales.
Uno iba al médico cuando realmente lo necesitaba y, en algunos casos, cuando la sintomatología era tan clara y precisa, ni siquiera hacía falta acudir al ambulatorio, bastaba algún remedio casero y guardar cama durante unos días para reponerse.  Pero si el caso necesitaba de la supervisión médica, se dirigía uno al consultorio donde te daban un número e inmediatamente, bueno algunas veces nos veíamos sometidos a la espera, nos atendían. A mí, particularmente me aterraba y me sigue aterrando, el sillón del dentista. Era un potro de tortura medieval, o al menos así lo sentía yo. No hacía falta cita para que te trataran un resfriado, ni tener que pedir fecha, poco menos que audiencia papal, para que el médico de cabecera te reconociese, y entiéndase el término en sus acepciones médicas y familiares.
Hoy todo se fundamenta en protocolos, en regular las acciones y los servicios que han de prestarse. La atención prioritaria no tiene mayor relevancia porque una otitis puede desaparecer, por esa acción natural del cuerpo y la recreación inmunológica que procura el mismo organismo como instrumento de defensa, durante el tiempo que transcurre desde que solicitas la cita y se es atendido por el galeno de turno, de familia que nominan ahora, nunca por el especialista, porque así se dictamina en el protocolo de actuación primaria. El sistema vencido por el sistema. Estas formalidades burocráticas parece que las haya escrito Ionescu. Y si no presten atención a la conversación real que transcribo, cambiando los nombres del centro y los actuantes. Buenos días. Centro de salud Jaimito Pérez. Buenos días. Llamaba para coger cita con el Dr. Milonga Gordo. Es que tengo un dolor en el oído y… Dígame su número de afiliación a Seguridad Social. Tal, pero verá usted. Es que es un dolor intenso… Sí, si pero eso se lo dictaminará ¿? el doctor cuando lo reconozca (sic). ¿Para cuándo quiere la cita? A ser posible para esta misma mañana. Uy, imposible. El doctor Milonga tiene todas las horas de la consulta de hoy cogidas. ¿Y no me puede atender otro doctor? No, porque su médico de familia es el doctor Milonga. A no ser que presente usted una solicitud para atención de urgencias, personalmente en la recepción de este centro de salud. ¿Y mañana? Tampoco, tiene todas las horas cogidas. Vaya por Dios. ¿Y pasado mañana? No, porque es festivo y hacemos puente hasta el lunes, que ya si podría usted, coger su cita. Señorita, con todo el respeto, el lunes ya no harán falta que me atiendan, seguramente pasaré por la ONCE para integrarme como discapacitado auditivo. Pues buenos días, caballero. Si podemos ayudarle en algo más estamos a su completa disposición. “Si podemos ayudarle en algo más”. Pero corazón mío, ¿qué clase de ayuda es ésa? Más correcto hubiera sido guardar silencio y no hurgar en la herida.
Con lo fácil que era llegar, pedir número –que también tenían su limitación-, esperar, compartir las dolencias con el resto de pacientes, y que el médico te atendiera, te recetara tu jarabito y te quedabas tranquilo sabiendo que habías sido atendido y procurado algún remedio. No. Hay que rizar el rizo. Protocolos de actuación para todos. Protocolos para los protocolos. Burocratizar, deshumanizar y mecanizar los tratamientos. Menos mal que todavía la comunicación médico-paciente es una relación afable, siempre que se contemplen y se ajusten a las normas y medidas que dictaminan los protocolos de actuación. ¡Viva el cine en blanco y negro!

lunes, 15 de octubre de 2012

¡Ay, Dios mío, que me quede como estaba!


            Viendo al paracaidista austriaco Félix Maumgartner descendiendo, poco menos que de la luna, a cuerpo limpio, con sus atavíos de astronauta, enviado del espacio que retorna del futuro, no pude uno por menos que asombrarse. Hoy que todo se mecaniza, que para realizar cualquier evento es necesaria la participación de instrumentos, sorprende que el hombre no haga uso de ellos y priorice su condición humana para sortear las dificultades de la naturaleza. El hombre frente a los elementos, desafiando a la gran obra de Dios y solventar las dudas sobre qué y quién es realmente importante en este medio. La mayor revolución técnica sólo ha servido, en esta ocasión, para solventar el problema del transporte porque el gran reto, el hecho de valentía extreman viene por la condición de superación constante del ser humano, que desde el remoto estado de semi humanidad, con el homo sapiens convirtiéndose en dominador del resto de las especies, siempre ha ido solventado los peligros, acrecentándose en la sabiduría para mejorar su calidad de vida y sus hábitos domésticos.
            Hay que tener valor, y carecer de vértigo, para situarse en el borde de la campanita, mirar hacia abajo y ver sólo vacío, aire entre el cuerpo y la tierra, que te espera a treinta y nueve kilómetros más abajo, y no sentir la menor duda en lanzarse a la inmensidad. Nada más pensarlo y ya me sudan las manos. A un servidor, que ya empieza a angustiarse en la segunda rampa de la Giralda, le parece digno de encomio, y del mayor de los reconocimientos, este hecho legendario. Vencer los miedos intrínsecos del hombre, ése ha sido el gran reto. Simular las virtudes y hábitos de otras especies, fue siempre el gran sueño de la humanidad. De no haber sido por quienes quisieron emular el vuelo de los pájaros, desde los legendarios Ícaro y Dédalo hasta los hermanos Wright, habríamos permanecido anclados en nuestros limitados hábitos y jamás nos hubiéramos acercado a las estrellas de una manera tan extraordinaria.
            Conforme Félix descendía, lo vimos en una perfecta retransmisión televisiva y por internet en directo, como cualquier espectáculo que se precie, cumpliendo escrupulosamente las leyes de Newton, ascendía por mi piel un cosquilleo que iba acrecentando mi inquietud y la angustia comenzaba a adueñarse de mi ser. ¡Qué miedo, Dios! No sé el austriaco lo que iría pensando conforme la corteza adquiría la dimensión que posee cuando la pisamos, agigantándose por segundos, pero poniéndome en su lugar se me plantearían ciertas dudas. ¿Me habrán puestos, estos gachós, el paracaídas? ¿Funcionará correctamente? ¿Que se abra, Dios mío de mi arma, que se abra? El lote de reír que se van a meter, los de la peña, como esto falle. ¿Firmé el seguro o no lo firmé? Como digo, ignoro lo que el deportista de extremo riesgo iría fabulando, si es que le dío tiempo a pensar. Pero el tío, cuando puso los pies en la tierra, cuando certificó el hito y la hazaña, se puso de rodillas, seguramente no se podía sostener, por la emoción, no sean ustedes mal pensados, y poco le faltó para besarla. ¿Muestra triunfal o satisfacción por saberse seguro? Porque el hecho no entrañaba poco riesgo. Reconozco la heroicidad, el gesto de superación del hombre, la valentía insuperable de esta persona, que pasará a la historia de la humanidad, como Gutenberg, como Cervantes, como Fleming, como Cristóbal Colón, como Magallanes o como el propio Neil Armstrong y tantos otros que han ido configurando este mundo, tal como lo vemos y lo entendemos hoy. No se haría justicia negando el hecho.
            Por eso, me acuerdo ahora, de los cinco millones y medio de españoles que fueron lanzados al vacío, sin piedad ni reconocimientos, y que siguen en caída libre esperando el milagro,  rezando durante su periplo, para que alguien les coloque un paracaídas, antes de estrellarse y ciegue de improviso todas las ilusiones con las que fue construyendo su vida y su familia. ¡Ay, Dios mío, que me quede como estaba!

sábado, 13 de octubre de 2012

¡Sé Tú nuestra Esperanza!


            Este silencio que se disfraza de sosegada quietud es una puerta abierta a la desolación. No hay sigilo más demoledor. Por los pasillos transitan los sonidos del dolor. Un teclear que discurre arriba abajo, una voz que quiere romper la demoledora soledad que nos ronda, que nos acecha, que nos vigila como lobos hambrientos en la sierra, una luz que lucha por blanquear estos muros que esconden tanto sufrimiento. Estas salas atiborradas de dolencias quieren disimular su ascendencia con silencio.
            Hemos cruzado el meridiano del día y una tregua de somnolencias visita las estancias, arrulla los cuerpos que solo desean desprenderse de los males que les han llevado a la postración. Mientras los pacientes complacen el cuerpo con el descanso hay familiares que leen, que oyen la radio, que quieren vencer el espesor de este tiempo que les mortifica. Simulan descansar, relajarse, apartarse del ajetreo inusual que les galopa por el cuerpo hasta derribarlos en los arcenes del cansancio. No lo aprecian porque son dueños de la situación. No pueden evitar este sufrimiento que es tan suyo como del ser querido que vigilan. Es la llamada de la sangre que viene a despertar los recuerdos. Ese tiempo cuando nos rondaban el sueño y nos procuraban la paz tan solo con su presencia, con un asomarse a la oscuridad de la habitación, iluminándola con la sonrisa complacida de saberse veladores de nuestro sino, y confirmaban el reposo sereno. Ese tiempo abierto a disposición de los sentimientos y a la entrega sin más respuesta que la que orden precisa que mana de la maternidad.
            Hay un universo de años surcando su rostro, un dédalo de surcos que confluyen en la memoria que refleja su frente. No somos conscientes de la importancia que se ofrece a nosotros, que nos limita en la voluntad por intentar atrasar las manillas de un reloj que no es imposible manipular, que se muestre indolente y juega con los sentidos porque se sabe invencible, inexpugnable a los deseos. Somos instrumentos que maneja a su antojo, que nos recupera a la verdad, al tránsito de la vida, que presurosa nos va asomando al precipicio. Esta inconsciencia se ha presentado esta tarde para revelarnos el sentido y el poder de su acción, a regular la visión onírica del poder las prerrogativas de las que nos creemos dueños. Esta inconsciencia de la evidencia se nos muestra con la rotundidad inequívoca de su presencia, del tránsito de los años en los que el amor maternal ha ido volcándose en la cantera de nuestras vidas, sin darle la relevancia que merecía, porque la teníamos siempre cerca, con la sonrisa iluminando su rostro, dando valor a nuestra existencia, y la predisposición a enfrentarse a cualquier eventualidad que pudiéramos presentarle.
            En esta inmensa soledad de la habitación del hospital veo los años pasando frente a mí, la infancia hermosa que viví porque ella se desvivía por nosotros; la juventud plácida y afable porque ella se preocupaba de contravenir cualquier carencia con su esfuerzo, desvelo y entrega; la madurez serena porque sonreía con mis alegrías y acompañaba mis penas con su consuelo y positividad.
            Ahora espero a que pase el tiempo, que las horas se deshagan de esta cadencia maliciosa con la se jacta en el dolor, espero que la ventura nos posicione otra vez en la luz de las calles, en el brillo de las aceras tras un aguacero de primavera, en los caminos sintiendo el peso de sus pasos, que nos prolongue y nos alargue esa sensación, que promueve el contacto y que sellan los besos, de sentir el calor de su mirada, el dulzor de sus ojos, advirtiéndonos de la dicha enorme de tenerla junto a nosotros.
            Como sé que el tiempo y el destino, causalidad de los años, no rendirá sus armas en este beligerante campaña, en esta afrenta al amor maternal, que seguimos necesitando como el mismo agua, hemos alzado el pendón verde que nos reviste de la mejor coraza, que levanta murallas y eleva alminares para que nos cobijemos en su don, donde poner las ofrendas y solicitar sus gracias. Hemos instalado, como la mejor y más grande protección, en la cabecera de la cama del hospital, a la gran Señora, la que esparce el hito de su nombre, a la Virgen, y su proclama: “Sé Tú nuestra Esperanza”

viernes, 12 de octubre de 2012

No debemos ser tan malos


            No es fácil creer en Dios, a pesar de que algunos consideren un hecho trivial poner en sus manos el destino, la propia vida. La superficialidad de este pensamiento entraña desconocimiento, tal vez profusión de absentismos en el desarrollo espiritual, o simplemente no aceptar la existencia de un Ser Supremo que todo lo rige en la creencia de la nucleada posición del hombre en el universo, del ser que puede instrumentalizar las sensaciones sin el respaldo del Creador. Es cuestión de creer o no. Permanecer a un lado u otro es potestad de cada uno, de incluir en su razón la posibilidad de la Salvación o asumir la negritud del vacío, en sus suposiciones espirituales. Una vez, un afamado escritor, agnóstico, al que la vida ha sonreído y favorecido con justicia, me comentó que los católicos que teníamos una gran suerte. Poseemos la figura de Dios, un instrumento donde nos asíamos en los momentos en los que el dolor nos lacera, una válvula de escape que nos induce a la comprensión.
No es fácil comprender los designios que nos tiene reservado, ni por qué tenemos que sufrir o ver sufrir a los que nos rodean. Alguien dijo una vez que Dios escribe con renglones torcidos. No es cuestión adocenar los sentimientos ni asentir a cuanto mal nos llegue, porque fue el mismo Dios quien nos dotó de razón y sentimientos y no podemos disociarlos de nuestros afectos. Sentir y llorar, gozar y reír todo nos ha sido concedido. Pero es cierto que ante las adversidades, con el respaldo de su condición divina, podemos posicionarnos en un estadio que nos reconforta, que alisa el dolor y nos hace soportable el sufrimiento. Cuanto mayor es el dolor más aferramos a la idea de causalidad de los hechos, de encontrar una respuesta a todas las preguntas. Es una necesidad y solo en Dios hallamos la solución.
Entiendo que no a todos les ha sido revelado este gran misterio, que no todos pueden resolver el enigma ni entender que la existencia de Dios es un instrumento de liberación, ante la errónea suposición de algunos de intentar extender la idea de ente esclavizador y dominante, incluso llegamos a comprender, desde la tolerancia y la inteligencia, que haya personas que vivan felices en su descreimiento. Es una opción vital unipersonal, un dilema que solo atañe al ser humano.
Lo que no es lícito ni oportuno es lanzar infamias e intentar socializar el pensamiento de que los católicos somos seres cautivos, dominados y rendidos a una supremacía terrenal, que no tenemos condición intelectual y que nos sometemos, sumisos y dóciles, a los dictámenes que nos imponen. Me parece inadecuada esta suposición. Y es más. Estos pronunciamientos públicos, exaltaciones violentas, proceden de la frustración, de la negatividad que suele producir el vacío espiritual.
Hace unos días, en una red social, que inmediatamente retiró el comentario, un individuo, que debe tener el mismo nivel intelectual que el oso Yogui, atacaba ferozmente al pensamiento católico, insultando a quienes profesamos el cristianismo, tachándonos de intolerantes, de fanáticos y adoradores de becerros, que estábamos tirando nuestras vidas a un cubo de basura, ultrajando las devociones marianas de nuestra ciudad, maldiciendo a los rectores de la Iglesia, calificándonos de insolidarios con el prójimo, aduciendo los pobres argumentos sobre los gastos de las Hermandades en sus cultos, en el mantenimiento de su patrimonio. Indignante. Él mismo se califica, se autodetermina en su condición. Cualquier consideración que pudiéramos reprocharle ya ha sido vertido por sus propios comentarios.
Es una lástima que no dedique sus esfuerzos a otros menesteres, a escribir sobre la vida del orangután asiático, una especie a la que debe conocer ben por su semejanza intelectual.
No me cansaré, sin prepotencia ni complejo de superioridad, simplemente ateniéndome a la veracidad de los hechos, de exponer los datos sobre la solidaridad de la Iglesia, Cáritas diocesana, y muy especialmente de las Hermandades en estos tiempos de tantas dificultades, prestando más ayuda y cubriendo las carencias alimenticias de tantísimas familias que se ven desasistidas por las instituciones gubernamentales y que solo la Hermandad de la Macarena destina cerca de doscientos mil euros a este tipo de ayudas. No debemos ser tan malos.  

jueves, 11 de octubre de 2012

Las urgencias del SAS


            No sé lo que entenderán en la Consejería de Salud de nuestra Junta de Andalucía, al reiterarse la máxima autoridad sobre los servicios que se prestan en los hospitales de la comunidad, cuando hacen referencia al alto nivel de calidad que ofrecen en sus servicios de urgencias a los pacientes que acuden a él, con las más diversas y variedad tipologías dolorosas, ni si se habrán molestado alguna vez en consultar el diccionario de la Real, Academia de la Lengua para saber cual es la verdadera acepción del término, que creo recordar es la quinta cuando se refiere a la atención de enfermos, que luce en gran tamaño en el acceso principal de este servicio hospitalario
Es inaudito que, dados los excelentes datos que suele ofrecer el Sr. Griñán sobre el estado del Servicio Andaluz de Salud, en sus pronunciamientos sobre la fortaleza y el vigor de los centros hospitalarios andaluces, que un enfermo, con un cuadro de accidente cardiovascular, con pérdida del conocimiento cuando fue atendido por los servicios del 112, hay de permanecer ¡¡¡ocho horas!!! tumbada en una camilla mientras se le asigna una cama en el servicio de observación. Al debe fallar en el protocolo de atención primaria y reconocimiento cuando, a este tipo de enfermos, no se les ingresa de inmediato para comprobar la gravedad de su estado. No dudo, ni pondré nunca en evidencia, de la profesionalidad del grupo humano que tiene que atender, en la primera línea del campo de batalla, pero tras pasar por la consulta y ratificar el doctor los hechos que motivaron la pérdida de consciencia, solicitan una camilla, para alegría del familiar que le acompaña, y le dicen que espere un momento que enseguida será llamada para su ingreso en observación. Sitúan la camilla junto a otras treinta, apartando dos sillas de ruedas y allí queda esperando la inminente llamada. Son las once horas y cuarenta minutos de la mañana. El familiar que la acompaña, que no ha tenido ni tiempo de avisar al resto de la familia, para no molestar a los enfermos que se agolpan en la sala de recepción, sale un momento a efectuar una llamada a sus hermanos. Cuando regresa, cinco minutos después, la enferma ha sido desplazada hacía el centro del espacio, un pasillo de tránsito, y que debiera permanecer libre, porque por él se accede a una salida de emergencias, y en su lugar han colocado a una pobre señora, en silla de ruedas, con un cuadro de gripe. Poco después ingresa en observación, no sin que algún familiar se rebele. A las catorce horas, reclama a los profesionales de enfermería, que dan a bastos, que la acompañen al servicio, pues necesita miccionar, aduciendo aquellos que no puede emprender esa tarea ante las evidentes muestras del exceso de trabajo. Solución: poner una cuña, taparla con una sábana y que el familiar se las habie como pueda, y perdón por el palabro. Un familiar de otro paciente, que desde luego no tenía la nacionalidad española, y aparentaba tener menos papeles que una liebre, forma un alboroto y enseguida es trasladada a otras dependencias del hospital. ¿Es la ley de la intimidación, o simple casualidad?
A las diecinueve y veinte horas, y tras las denodadas y reiteradas peticiones, es ingresada para su observación y tratamiento. Ocho horas para recibir las atenciones. Ocho horas de sufrimiento de quienes le acompañaban y veían como pacientes, con diagnósticos de dolencias menores se debatían, en su desesperación, en las dudas de abandonar aquella sala donde la amnesia copaba todos los rincones.
¿Es éste el magnífico servicio que se presta desde el Servicio Andaluz de Salud en las urgencias de sus centros hospitalarios? ¿Es éste el trato de calidad que reciben los ciudadanos, donde ni siquiera se ofrece un vaso de agua para mitigar la sed, cuando no el hambre en la sala de tránsito de urgencias? Estoy seguro, y me reitero en lo dicho en un párrafo anterior, que la responsabilidad no debe recaer en los funcionarios, que se ven desbordados por los servicios que tienen que prestar, sino por los políticos que pregonan las beneficencias de un sistema y ocultan la realidad a los ciudadanos. Algo tan evidente, y fácilmente comprobable –no hay más que darse una vuelta por los servicios de urgencias-, no puede permanecer escondido a la opinión pública. Es una vergüenza que un paciente, con accidente cardiovascular y setenta y cinco años de edad, permanezca ocho horas sin tratamiento adecuado porque las líneas de protocolo y actuación no consideren grave la dolencia. ¿Era acaso más urgente la atención de una ciudadana rumana con un proceso gripal? Creo que estos dirigentes andaluces solo conocen la acepción de “urgencias” cuando se trata de bonificar eres o el calendario marca el inicio de un proceso electoral.

El vía crucis de Sevilla


            Esta ciudad continúa, a pesar de los sevillanos, como enjuició un poeta, siendo hermosa. Aún, estas primeras mañanas del primer otoño, se presentan con cristalina serenidad, con cielos que relucen en su tamiz inmaculado, que proyectan la viveza y añoranza de los senderos de niños camino del colegio, que deslizan sus brillantez por las copas de las arboledas y se cuela, esta luz añorada, por las rendijas de las celosías que guardan los secretos y las historias de los viejos conventos sevillanos, donde se establece un repelús enfrentado entre la cal, que adoba y protege  los muros, y esas obras de arte que no conocen más esplendor que las voces angelicales que entonan maitines.
            Esta ciudad continúa vertiendo su voz en el arrullo flameado del discurrir del agua por el cauce del río. Un discurso de amor imposible que siempre va a morir en las mismas orillas, que no es capaz de traspasar las arenas donde fondean, siempre en la memoria, la falúas que procedían a la captura de sábalos y barbos para que pudieran ser adobados en las corralas de vecinos, que los transformaban en suculento manjar, primor de manteles humildes, para celebración de bodas y bautizos.
            Esta ciudad mantiene vivo el discurso de los mejores poetas gracias a viajantes, a lectores extranjeros, que supieron captar la grandeza de sus obras, que las divulgaron, aun no siendo coetáneos, aun desconociendo que existen senderos en la memoria por los que jamás podrán transitar, calles ocultas en sus vivencias porque era el mejor y único tesoro, la única hacienda en la lejanía, con la que recordar su origen, el único que lograron esconder para no verse desprovistos del alma, porque la vida terrena les fue yendo sustraída.
            Esta ciudad es el canto de la grandeza desvaída, de la gloria arrebatada por la inconsciencia y los intereses del hombre, el mismo que le otorga el desmerecimiento y vende sus brillos a la grisácea materia de la miseria que pende en los intereses económicos, antes de velar por su cuidado y mantenerla alejada de iniquidad y la injusticia.
            Esta ciudad es tan poderosa, tan vigorosa y enérgica, que ha vencido los envites del tiempo, las acometidas de los siglos, las agresiones de tempestuosas personalidades que siempre velaban por transgredir las tradiciones que la hicieron importante a los ojos de otros, que lucharon por aniquilar su fisonomía más agradable, más entrañable y provinciana, porque entendían que el progreso era un rodillo que debía devastar cualquier vestigio de las costumbres urbanas y suplantarlas por mamotretos inhóspitos y desaforados, por engendros que vinieron deslucir la lozanía innata de su fisonomía, la mocedad hermosa de siglos.
            Esta ciudad está tan llena de encantos, tan atiborrada de historias, tan profusa en leyendas y guarda el dédalo de sus calles tanta épica, que es capaz de alterar las emociones de quienes la conocen, de quienes se enamoran de su luz y gozan con el baño del sol del mediodía, en el inicio del otoño, o surcan las calurosas aguas de sus avenidas en las mañanas de verano, o se estremece con el primer asomo del frío que viene anunciando la epifanía del Señor. Es tan grande su espíritu y tan hermosa alma, que es capaz ofrece mucho aunque no se corresponda con lo que recibe. Es el amor de la madre.
Esta ciudad es tan noble que sigue sonriendo a pesar de los desmanes que comenten con ella. Esta ciudad es tan leal que continúa abrigando a sus hijos por mucho que la olviden. Esta ciudad es tan heroica que defiende, a ultranza y con todos sus medios, el espíritu de la amalgama de de culturas que configuraron su ser. Esta ciudad continúa invicta de las legiones que se obstinan en asediarla con el olvido y la despreocupación. Esta ciudad es tan mariana porque en ella reside La que dio vida al Dios que se hizo macareno, por un arrabal de huertas y sueños.
Y seguro que seguirá siendo Sevilla, mal que le pese alguno, cuando se celebre el Vía Crucis extraordinario con motivo de la celebración del año de la Fe.

lunes, 8 de octubre de 2012

Una Esperanza en las Tres Mil Viviendas


            Las distintas actuaciones que se vienen llevando a cabo en el sevillano barrio de Las Tres Mil Viviendas, principalmente por parte de congregaciones y asociaciones de carácter religioso, están motivando una reactivación de la conciencia sobre la problemática social que se desarrolla en este distrito de la ciudad y la recuperación de la dignidad que algunos, en décadas pasadas, quisieron implantar creando un suburbio donde cualquier apego al civismo era castigado por el desmán y el miedo.
            Desde hace unos años, las distintas corporaciones municipales, de todos los signos y órdenes políticos, han intentando establecer unos planes de intervención con los que recuperar la fisonomía primitiva de sus viviendas y sus núcleos residenciales, restaurar jardines inutilizados para el disfrute por su toma indiscriminada por delincuentes que acotaban sus espacios para el trapicheo y el desorden, sin obtener más resultados que la recuperación estética de algunos de sus bloques –que ya de por sí es un signo de avance para el logro de la convivencia- con la que fueron diseñados, tras los devastadores ataques y desvalijamientos a los que fueron sometidos por una turba de enfermos y maleantes, desestructurados víctimas de las drogas y las mafias que entorno a su consumo, y las desgracias que provocan, se hacen millonarias.
            En este barrio, y durante unos años, la convivencia se tornó casi imposible. Luchas entre quienes querían imponer el caos y el desorden frente a una gran mayoría de la vecindad que reclamaba una vida digna, humilde y sencilla tal vez, donde poder disfrutar de sus espacios lúdicos y recreativos, de sus zonas verdes, sin verse atosigados por la constante presencia de las fuerzas del orden, cuando no de las pandillas de delincuentes que comenzaban a campar a sus anchas intentado imponer la ley del miedo. Y a fe que lo fueron consiguiendo gracias a la predisposición y valentía de algunos líderes vecinales que no dudaron en poner en peligro su integridad física para conseguir el estado de paz de sus hijos.
            Y entre tanto, en medio de las luchas, las instituciones ligadas a la Iglesia comenzaban a establecer sus bases donde se las necesitaba. Congregaciones de monjas que instauraban guarderías para acoger a los niños más pequeños mientras sus padres acudían a cumplir sus compromisos laborales. Asociaciones adjuntas a los núcleos parroquiales que preparaban actividades lúdicos deportivas con las que retirar a los niños de las calles, alejándolos de una situación de constante peligro, evitando su exclusión social con la instauración de escuelas talleres, donde de impartir los conocimientos precisos con los que poder abrirse paso en el mercado laboral, se les instruye en las normas fundamentales de la educación cívica. Este establecimiento de Iglesia en zonas de alta conflictividad se ha visto acompañada por otras instituciones que se han sumado a la iniciativa para la reintegración de un espacio que habitan sevillanos, erigiendo escuelas de adultos donde se alfabetiza a quienes no han tenido la oportunidad de hacerlo en su momento, dándose la hermosa paradoja de unos padres que fueron instados a inscribirse en estos cursos por sus propios hijos. Gracias a este trabajo, que la mayoría veces pasa en el más absoluto desconocido para el conjunto de la sociedad, se han podido concebir nuevas expectativas para la consecución definitiva de erradicación de la marginalidad y posibilitar una zona normal convivencia y respeto. Asentarse en la normalidad.
            El último peldaño de esta escalera que pretende salvar la pendiente más escarpada, es el reconocimiento como agrupación parroquial de la asociación de fieles “Bendición y Esperanza”, una cofradía que tiene su origen en el año mil novecientos noventa y dos y que se erige al amparo de la comunidad salesiana que regenta espiritualmente la parroquia, dándose la peculiaridad de la mayoría de los enseres, así como la manufactura de los pasos donde procesionan las imágenes del Cristo de Bendición y María Santísima de la Esperanza en su Soledad, están confeccionados en las escuelas talleres que mantiene la citada comunidad religiosa.
            Es un motivo para alegría que -desde la solidaridad con quienes menos y más necesitan del apoyo moral y formacional, no se puede basar todo en hechos de beneficencia ocasionales y soluciones muy puntuales, en la ocasionalidad del momento- estas asociaciones prodiguen su efectivo y moderno servicio a la comunidad con algo tan extraordinario como es crear ilusiones para el día de mañana. 

sábado, 6 de octubre de 2012

Rosario en el más bello jardín


            Lo hermoso de la composición no es ella en sí, que también lo es porque nos ofrece lo mejor. Lo hermoso es el amor, la devoción y el cariño que hay en la disposición de cada una de las piezas. El ornato es algo consustancial, algo inherente a la propia condición del afecto. Si no hubiese aflorado el sentimiento difícilmente podríamos haber sido testigos del sueño que nos hace vivir, de la ofrenda de la mano que es capaz de sostener al mundo, que nos vincula a Dios y nos procura la condición de lo humano trasgrediendo los límites de la cordura. Si no hubiese tanto amor cuando se toman las piezas no podríamos sentir el tránsito de los siglos embelleciéndose en su rostro, no hubiéramos sido testigos de la recuperación del tiempo, de la lasitud que anega el espíritu cuando nos acercamos a relatarle nuestras confidencias, a hacerla partícipe de las hechos mundanos que nos atosigaban. De no ser por la candidez de las manos, esas que guardan la memoria de saber que La toman para aproximarnos a la gloria, no disfrutaríamos de la esencia gratificante del perfume que anega el espacio cuando perforamos la distancia, cuando la comprimimos, para acercarnos a la dulzura del resplandor de sus ojos y descubrir la profundidad de la Verdad que sostiene.
             Este paraje que nos instala en el cielo del cielo, que nos eleva a la condición sublime, es el trozo del paraíso que asoma a la tierra por unos días, es la transposición hortelana que navega por los cielos hasta conformar calles anegadas de árboles frutales, raíles metafóricos del subconsciente que nos conducen al páramo para que lo reguemos con las lágrimas hasta hacer florecer un campo de amapolas. Este disponer en la  perfección los recuerdos, que se nos ofrece con la nitidez precisa de los sueños que siempre ansiamos alcanzar, viene condicionado por la pasión generosa y nunca pagada, porque no hay bolsa de moneda capaz de corresponder a tanta entrega, del hombre que aun se siente niño, que aún goza de la espontaneidad y la candidez que se aferra en su alma, de la franqueza de espíritu que lo hace vulnerable a las emociones y por ende, es incapaz de negarse a la llamada de la Madre, en quien confía y asienta su vida.
            Este campo abierto a la ilusión es el fruto, no del trabajo, sino del goce, de la alegría que funde el corazón y lo remueve al estado donde habita la Esperanza, donde se asienta la melancolía y se destierra la tristeza, donde se instaura el esplendor. No  es el boato lo que se presenta y se ofrece, no es la ostentación ni el aparatoso lujo lo que La rodea. Es cuestión de fijar la mirada, de perforar la muralla de lo visible para encontrar la huella de lo intangible, auscultar en los confines del universo, presente ante nosotros, para localizar, en los requiebros de los cinceles que levantaron la plata, que enaltecieron los brazos de los candelabros, que dotaron de gracia los alabastros que sustenta la grandeza de su hermosura, que abrieron senderos de filigranas en las panzadas de los jarrones, ese amor que hace posible el milagro, esa devoción que construye un cielo para que sea visitado por la nostalgia y hace posible enaltecer los sentimientos.
            Este vergel de la alegría es la consecuencia de una bendita locura. Obstinarnos en buscar explicación a la belleza es abrir la puerta a la demencia, es negar la evidencia del sueño de amor que se presenta, es participar del canto de la oración a la Madre, retahíla de emoción que va prendiendo en la ráfaga, a la que da luz Ella. Este ser parte del sueño de un Niño que nos redime es convertirnos en dueños de la nada, porque en Ella queda todo. Este Rosario es un broche que se prende al corazón, es una cadena de mimos que nos ata a la galera de la vida, es converger en un mundo donde hay más razón que el resplandor de sus ojos, el dulzor de su mirada, el candor del brazo donde acuna al Redentor, el silencio del espacio por no querer despertarlo. Y todo tiene el origen en el amor de unas manos, del hombre que La sueña y vela, que La dispone para poder disfrutar de sus gracias. Nos La acerca y nos La deja en frontispicio a la vida. Fiel servidor, heraldo de sus mandatos, prioste de la alegría, celoso vigía que alza la grandeza del Rosario para procurarnos la dicha que va promoviendo alabanzas. para asentarnos en el ánimo un mensaje de Esperanza.

viernes, 5 de octubre de 2012

Calvario. Cuatro siglos de devoción


                Salimos de la sala Chicarreros con la sensación de haber sido testigos de un hecho histórico, con la gratísima impresión de haber sobrevivido al tiempo para visualizar a su gran vencedor, al Cristo que se nos mostraba ayer como único responsable de la fe que atesoran quienes comparten su devoción y reúnen sus sentimientos espirituales para acercarse al gran misterio. Cuatro siglos que se fueron acrecentando en la gnosis de las generaciones. Cuatro siglos significándose como referencia devocional. Cuatro siglos de la hechura del Hombre que convoca a la oración y a la meditación sobre la vida, pero muy especialmente sobre la trascendencia de la inmortalidad que tuvo su culmen en la Cruz que se elevó, para convertirse en la primera enseña del cristianismo, en la cima del monte Calvario.
            Esta es la apuesta visual, la nueva creación de Carlos Colón, como guionista y director, y de Carlos Varela, como realizador, que se nos presentó anoche como eje fundamental de la celebración del cuatrocientos aniversario de la hechura del Cristo del Calvario, por Francisco de Ocampos. Cien minutos de imágenes extraordinarias. Cien minutos que son capaces de retener cuatro siglos. Cien minutos de belleza gracias al trabajo de Carlos Colón que, desde la devoción al Cristo que muerto abre sus brazos a la Esperanza de la vida, ha desplegado su saber para hilar un argumento en torno a la imagen, pero también en torno a los afectos y emocione que convoca su observación.
            Una obra de esta envergadura no debiera pasar desapercibida. No sería bueno para la ciudad ni para el arte de la cinematografía ni para las propias hermandades. Y estoy seguro que el tiempo confirmará la excelencia de una película que huye, premeditadamente, de la exacerbación de los tópicos, tan frecuentes en otras. Nos muestra Carlos a Cristo abriéndose en desolación del monte, del que toma el nombre, para mostrar el mensaje, sencillo pero profundo, de la redención del hombre, del sacrificio del Cordero confundiéndose con el devastador paisaje desalado y rocoso. El Hijo de Dios triunfante, ungido a la Cruz, formando un todo en el universo de la Salvación. Dios Hombre, Cruz y Monte Calvario.
            No es una película que pretenda sublevar las emociones, aunque hay pasajes que conmueven, como el traslado a su paso para procesionar en la madrugada del Viernes Santo, e imágenes de una majestuosa sobriedad, la procesión abriéndose paso en la noche, perforando el silencio con esa cuña de la mejor iconografía que es la Cruz de Guía hasta zaherirlo, hasta convertirlo en oración, o el tránsito por la catedral, siguiendo la estela de la Alegría y la Esperanza, para de inmediato sucumbir a las sombras y rosario de cirios se convierten en la única iluminación, mientras la voz en off pregona uno de los mejores textos, que sobre cofradías se hayan escrito, de Juan Sierra.
            Todo es hermoso y conmovedor en esta película. Todo está perfectamente engranado para convocar a la emoción, aún mostrando la crudeza del Calvario. La música es esplendor y los textos escogidos refrendan toda la composición. Todo es hermandad en el interior del templo y enorme cofradía discurriendo en la noche. La grandeza de la realización radica en la sobrecogedora sobriedad que transmite pero que en absoluto resta emoción. Muy al contrario, se subraya con ella y eleva al espectador a una especie de trance que tiene el culmen en su epílogo, cuando el soneto de Santa Teresa va confundiendo y conjugando los tiempos, enhebrando los años, para resarcir la profundidad teológica de los brazos abiertos al amor y los pies unidos a la madera, y obra el milagro de identificar la verdadera esencia de la Hermandad, el sentimiento que no huye sino que corre al encuentro, al dulzor de los ojos que se abren a la vida.
            Cuatro siglos recogidos en imágenes con la maestría y la sensibilidad de Carlos Colón. Cuatro siglos del Cristo del Calvario arrullando su canción de amor en la madrugada, dictando la gran lección de la entrega sin pedir. Como Santa Teresa, los hermanos, revestidos de áspero ruán, con el trino de los pájaros anunciando la la mañana del Viernes, proclaman la mejor protestación de fe.
No me mueve, mi Dios, para quererte,/
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

            Obra maestra, porque está concebida desde el amor, desde la devoción. Obra maestra porque es una oración que brota desde la sinceridad fervorosa de quien la concibió. Y yo fui testigo de su estreno.

jueves, 4 de octubre de 2012

Una deuda de amistad*


Me acaban de dar la noticia y es como el si el tiempo se hubiera desprendido del universo y hubiese caído de improviso sobre mis hombros con la contundencia de un muro de hormigón. Los recuerdos empiezan desenredarse de la madeja del olvido. Transitan por la mente emociones que compartimos, sensaciones que nos unieron, que manejan y desbocan la voluntad en un galopar de estridencias, que hace aflorar sentimientos. Esta sorpresa, esta espesura en la conciencia que nos provoca dolor, extenuación  y ansias, ganas de quebrar la memoria, arranca la raíz de mi niñez y me muestra, con toda su crudeza, la párvula discusión sobre vida, sobre la amistad primera que se cimenta en los mejores y blandos de estratos de la condición humana, sobre la hermosura de una sonrisa aflorando en unos labios que ya no volverán a proferir palabras, ni a galantear a las niñas que asomaban la piel a la adolescencia, esa metamorfosis que las hermoseaba, que las ungía en la madurez prematura reclamar.
Aun con el transcurso del tiempo marcando las distancias siempre nos queda un recuerdo de los primeros amigos, la figura jovial que retenemos e inmortalizamos en la memoria, compañeros con los que compartimos los juegos, los secretos de la infancia, descubriendo los avatares de una vida que se nos mostraba entonces plácida y alejada de las preocupaciones que nos asaltan para intranquilizarnos en estos días y nos permitía fantasear sobre los asuntos más nimios, sobre circunstancias que no  lográbamos entender porque nos la trababa la frontera de la edad. No es este apartamiento de años un motivo para el olvido ni una excusa para no expresar dolor. Un racimo de afiladas agujas se ha clavado en el centro del pecho para zaherir la nostalgia, que deambulaba por el desconocimiento y la amparaba frente al dolor. La constancia de los hechos ha certificado el discurso del tiempo, la fragilidad de la vida que se ennegrece en el momento menos apropiado.
Cuando conseguimos el título de graduado escolar, que se conseguía finalizando el ciclo de la Educación General Básica, nos comprometimos a volver a vernos con cierta periodicidad, no dejar que el tiempo sitiase nuestras comunes vivencias en la comodidad. Y fuimos, con los años, venciéndola. Hasta hace un lustro no faltamos a nuestra cita anual, en torno a las fechas navideñas. Lográbamos esquivar nuestros compromisos familiares y profesionales para hacer un hueco a la infancia, para recuperar el tiempo mejor del hombre. No había efusividad en los saludos porque estábamos convencidos de la indisolubilidad de la amistad. Primero fueron las consecuencias de esta crisis sangrienta  que se cebó sobre algunos de los componentes de aquella pandilla que compartimos estudios en el colegio público Sor Ángela de la Cruz, desde el mismo día que abriera sus puertas a la docencia. Creo que aquel hecho nos marcó para siempre, nos signo en el alma con el hierro de la amistad. Luego los compromisos laborales de otros que fueron trasladados lejos de la ciudad, fuera de nuestro país incluso. Lo cierto es que dejamos de vernos rompiendo aquella promesa. No debo exonerarme de mis culpas por esa desidia. Por eso me duele en extremo esta noticia que ha martilleado mis sentimientos. Me la trae, como heraldo de la tristeza, en esta mañana llena de luz que debiera abrir el corazón a la alegría, en la casualidad de un encuentro, Jorge García Narváez. Me dice con la resignación de la acepción de la pena, con tranquilidad, sin apenas amargura porque el tiempo ha ido puliendo la abrupta corteza que se forma cuando aparece el dolor de improviso. Hace unos meses, que una cruel enfermedad, de rapidísima evolución, se llevó por delante a Manolo Cruz, el Tapia en los años de la infancia.
Me dice Jorge que te fuiste con la misma serenidad que viviste, que ni siquiera la crueldad de tu verdugo logró separarte de la razón, Que no te dejaste desmembrar los sentimientos en la lucha fratricida y que llegaste a despedirte de los tuyos con una fortaleza digna de encomio, en los que la emoción de se esparció por la blancura de la habitación del hospital donde viste la última luz.
Estoy seguro, Manolo -compañero de pupitre durante tantos años, torpe delantero que lograba los goles siempre en fuera de juego, cofrade con el que descubrí que hay tanta grandeza en la Semana Santa como las lágrimas que fluían de ti cuando te acercabas al  paso de la Virgen de las Angustias, cuando se merodeaba a San Román-, que habitas en el cielo, que quizás se asemeje al aula del colegio, desde donde divisábamos la Giralda, y las espadañas de los conventos de Santa Inés y Santa Paula, y aquella palmera enorme, balanceada por el viento en las tardes de lluvia, que se erigía en el patio de la casa del doctor Murga, en la calle Alcántara, que era el icono que nos trasportaba, aupados en el barco de nuestra febril imaginación, a las blanca arenas de una playa tropical.
Compañero del alma, como si fuera ayer cuando quedamos para vernos y tomarnos esa cerveza en el Tremendo, descansa y procura por nosotros, ante Jesús de la Salud, serenidad y fortaleza para nuestras almas. Lo necesitamos.

*A la memoria de Manuel Cruz Rivera