Estamos como estábamos
por lo que estábamos. En temas de cofradías, ni pleitos ni porfías. Cuando se
intenta manipular la naturalidad, cuando la sencillez se pretende suplantar con
la burocratización excesiva, en dejar en meros trámites económicos lo que
debiera cernirse a la orientación religiosa y piadosa de la persona, suceden
estas cosas. Los temas de las hermandades no requieren más que dedicación
humilde y mucho amor. Así se han ido desarrollando y presentándose durante
siglos a la sociedad, hasta convertirse en núcleo y columna vertebral de la fe.
Poder llegar a Dios a través de la imagen, descubrir los inmensos dolores de
María Santísima, era el fin primordial.
Esta
desacralización, que se viene acentuando
en los últimos años, no es un problema reciente y tiene su ascendencia en la
banalización de la celebración litúrgica más importe de la cristiandad: la pasión,
muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, aunque por aquí se le nomine
y reconozca como Gran Poder. Los cofrades que mantenemos, al menos de momento,
la sana intención de rendir cultos a nuestras sagradas imágenes, de profesar y
compartir la fe desde el interior de una hermandad, nos vemos supeditados a
cumplir con normas y dictámenes, ideas que manan del supra órgano seglar, en el
que se ha convertido el Consejo de Cofradías, que dirime y maneja cuestiones
que no debiera y que se postula como representativa de todas, que a veces le
van al pairo. Una organización, que debe significarse únicamente en la representación,
debiera regirla personas sin ambición, sin más interés que la entrega en el
servicio. Pero en esta ciudad nuestra, en esta Sevilla donde predomina el
nepotismo por encima de cualquier otro valor, donde una palmada en la espalda
se convierte en aviesa y afilada daga, lo que gusta es saberse con poder, mirar
de reojo en accesos de superioridad, despojar el complejo de inferioridad en
suposiciones de dominio.
Mucho ha tardado
en salir, oficialmente y a la luz pública lo que era de conocimiento común, lo
que se largaba en la barras de los bares, entre croqueta y montadito, que de
esto saben mucho algunos consejeros. Que en el Consejo General de Hermandades y
Cofradías priman los intereses particulares de los Reinos de Taifas constituidos
por encima del bien colectivo, esto es, las Hermandades que dicen representar. El
supuesto máximo órgano de las cofradías convertido en patio de colegio, para vergüenza
y escarnio de los cientos de miles de sevillanos que deciden profesar la fe
desde las hermandades. Y la chispa que ha provocado el desaguisado, que ha
terminado con la dimisión del presidente de la institución, ha sido la
designación del pregonero de la semana santa del próximo año (quién nada de
culpa tiene en este increíble pasillo de comedias). Los partidarios de unos
amenazando a los del otro con hacer pública los entresijos y diferencias de la
sesión en la que se elige al pregonero. ¿Pero no será ésto una excusa para
afilar cuchillos por otro tipo de diferencias?
Muy poca
personalidad tienen que tener estos personajillos, más dados a la prepotencia y
al aparentar, y muy pocos argumentos para defender sus tesis, cuando profieren
este tipo de amenazas. Muy poco cerebro e identidad democrática cuando no
aceptan un veredicto. La rabieta de un niño puede mantener más consideraciones
y premisas que los de estos exacerbados.
Lo lamentable es
que este tipo de chantajes se vienen produciendo desde hace años. ¿Por qué,
quienes si no éstos voceros enrabietados, sacan a la luz pública las decisiones
que se toman en la calle San Gregorio, mucho antes de que se hagan públicas, y
lo que es peor, los entresijos y discusiones que se producen durante estas
sesiones, dejando en ridículo a sus compañeros?
¿Por qué utilizan, maquiavélicamente, nombres de posibles pregoneros o artistas
para pintar el cartel, sino para dejarlos en la cuneta y poder poner sobre el
tapete a sus amiguetes o familiares?
Hay que empezar
a barrer para que la suciedad no se fije en los rincones y se eternice esta asepsia
que amenaza con consumir al órgano que debiera representar a las Hermandades y
Cofradías de Sevilla, que son quienes les legitiman para la toma de cualquier
decisión y no para que sean utilizados como medios con los que promocionarse
socialmente. Hay que saber llevar el cargo, con sus responsabilidades y
obligaciones y hacer honor a la dignidad conferida. De otro modo, lo que
sugieren estas actuaciones, hoy puestas en boca de muchos que no dudarán en utilizarlas
a su favor, para poner en un brete la propia identidad religiosa, es que vienen
a deshacerse de sus frustraciones personales.
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