Lo
hermoso de la composición no es ella en sí, que también lo es porque nos ofrece
lo mejor. Lo hermoso es el amor, la devoción y el cariño que hay en la disposición
de cada una de las piezas. El ornato es algo consustancial, algo inherente a la
propia condición del afecto. Si no hubiese aflorado el sentimiento difícilmente
podríamos haber sido testigos del sueño que nos hace vivir, de la ofrenda de la
mano que es capaz de sostener al mundo, que nos vincula a Dios y nos procura la
condición de lo humano trasgrediendo los límites de la cordura. Si no hubiese
tanto amor cuando se toman las piezas no podríamos sentir el tránsito de los
siglos embelleciéndose en su rostro, no hubiéramos sido testigos de la
recuperación del tiempo, de la lasitud que anega el espíritu cuando nos
acercamos a relatarle nuestras confidencias, a hacerla partícipe de las hechos
mundanos que nos atosigaban. De no ser por la candidez de las manos, esas que
guardan la memoria de saber que La toman para aproximarnos a la gloria, no
disfrutaríamos de la esencia gratificante del perfume que anega el espacio
cuando perforamos la distancia, cuando la comprimimos, para acercarnos a la
dulzura del resplandor de sus ojos y descubrir la profundidad de la Verdad que
sostiene.
Este paraje que nos instala en el cielo del cielo,
que nos eleva a la condición sublime, es el trozo del paraíso que asoma a la
tierra por unos días, es la transposición hortelana que navega por los cielos
hasta conformar calles anegadas de árboles frutales, raíles metafóricos del subconsciente
que nos conducen al páramo para que lo reguemos con las lágrimas hasta hacer
florecer un campo de amapolas. Este disponer en la perfección los recuerdos, que se nos ofrece
con la nitidez precisa de los sueños que siempre ansiamos alcanzar, viene
condicionado por la pasión generosa y nunca pagada, porque no hay bolsa de
moneda capaz de corresponder a tanta entrega, del hombre que aun se siente
niño, que aún goza de la espontaneidad y la candidez que se aferra en su alma,
de la franqueza de espíritu que lo hace vulnerable a las emociones y por ende,
es incapaz de negarse a la llamada de la Madre, en quien confía y asienta su
vida.
Este
campo abierto a la ilusión es el fruto, no del trabajo, sino del goce, de la
alegría que funde el corazón y lo remueve al estado donde habita la Esperanza,
donde se asienta la melancolía y se destierra la tristeza, donde se instaura el
esplendor. No es el boato lo que se
presenta y se ofrece, no es la ostentación ni el aparatoso lujo lo que La
rodea. Es cuestión de fijar la mirada, de perforar la muralla de lo visible
para encontrar la huella de lo intangible, auscultar en los confines del
universo, presente ante nosotros, para localizar, en los requiebros de los
cinceles que levantaron la plata, que enaltecieron los brazos de los
candelabros, que dotaron de gracia los alabastros que sustenta la grandeza de
su hermosura, que abrieron senderos de filigranas en las panzadas de los
jarrones, ese amor que hace posible el milagro, esa devoción que construye un
cielo para que sea visitado por la nostalgia y hace posible enaltecer los
sentimientos.
Este
vergel de la alegría es la consecuencia de una bendita locura. Obstinarnos en
buscar explicación a la belleza es abrir la puerta a la demencia, es negar la evidencia
del sueño de amor que se presenta, es participar del canto de la oración a la
Madre, retahíla de emoción que va prendiendo en la ráfaga, a la que da luz Ella.
Este ser parte del sueño de un Niño que nos redime es convertirnos en dueños de
la nada, porque en Ella queda todo. Este Rosario es un broche que se prende al
corazón, es una cadena de mimos que nos ata a la galera de la vida, es
converger en un mundo donde hay más razón que el resplandor de sus ojos, el dulzor
de su mirada, el candor del brazo donde acuna al Redentor, el silencio del
espacio por no querer despertarlo. Y todo tiene el origen en el amor de unas
manos, del hombre que La sueña y vela, que La dispone para poder disfrutar de
sus gracias. Nos La acerca y nos La deja en frontispicio a la vida. Fiel
servidor, heraldo de sus mandatos, prioste de la alegría, celoso vigía que alza
la grandeza del Rosario para procurarnos la dicha que va promoviendo alabanzas.
para asentarnos en el ánimo un mensaje de Esperanza.
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