Es
la familia que siente la ausencia, la que se reúne. Hay una festividad para
cada ocasión y no hay mayor alegría, ni más grande celebración que poder estar
todos juntos compartiendo sonrisas, anegando el espíritu con abrazos y besos.
Es el aire que viene rozando las aristas de la memoria quien susurra el vacío,
que acaricia la piel y la eriza cuando manifiesta y despliega esa presunción de
belleza que siempre trae el recuerdo de un nombre, cuando recuperemos las
figuras que soñaron nuestros sueños y los gestos que nos fueron encomendados
por quienes nos antecedieron en este placer de soñar despierto. Es el cielo
abierto a la mañana, cubierto de rocío aún el lienzo inmaculado y los tejados
por donde resbalan la evocación y el misterio de una mirada, donde se espejan
las ilusiones que transitan por la febril imaginación de un niño, donde se
policroma el alma con las emociones y se tiñe el corazón de verde mientras se
esparcen, por el adoquinado acharolado de una calle abierta de parte de parte
para acoger el sonido que preconiza la grandeza, las hilaturas que se
desprenden de un hábito merino, de un cordel de sedas y oros que custodian la
elegancia del ensueño de una capa pregonando el señorío. Es el tiempo acortando
las distancias de la vida, es la mano del Orfebre celestial que cincela la
materia, que la mueve y la maneja al donaire de un antojo, al trasluz de una
quimera, para dotar al espíritu de la gracia y gallardía de la guardia que se
rinde al poder de una sentencia que cuestiona la razón, que sostiene el
equilibrio del amor y la tristeza, y ninguna de las dos es capaz emanciparse
sin que la otra se venza y se presente en el rostro como lágrima, como mueca de
la pena, como el guiño que entrevela la quimera de una lucha que provoca
duermevelas.
Viene
el aire removiendo las conciencias, invocando una presencia que se escapa, que
se presenta etérea, traslucida como la luz que le niega. Diálogo con las
estrellas que encandilan el tapiz azabachado, que relumbran las candelas que se
van deslizando por la línea de la vida, que va tamizando el ocaso con el
resplandor que provoca la ceguera del amor. ¡Ay diálogo que encierra el
sentido! ¡Ay palabras que se ocultan en la trinchera del aíre, que deslizan sus
vocablos en las lindes del afecto! Frases que huyen del tiempo, que se esquivan
y se tronchan en los campos que se van extinguiendo, que se empeñan en la vida,
que se obstinan en revocar la ciencia porque su fuerza reside en la mayor de
las grandezas, en saberse portador de la gracia y el manejo del garbo. Lleva a
gala la sapiencia del donaire. Es la reciprocidad por los servicios prestados. ¿Qué
se dicen al oído, qué se cuentan, qué comentan, por qué ríen? No es tu hora,
fiel sirviente. Y se remueve la aurora. Y se cimbrean los juncos que mantienen
el vaivén al socaire de la gracia, que estremece los sentidos y conmueve la
elegancia. No es tu hora, compañero, que aún te quedan cien batallas por
librar, que aún mil desfiles por las calles donde vas esparciendo la gala de
escoltar al Redentor. ¿Qué motiva este encuentro si aún no empapa el rocío la
tersura de la plata, si aún no resbalan los guiños de cariño que se espejan y
se plasman en el oval de tu rodela, si aún no se embravece el aire con la
espuma de las plumas que marean la mañana? No te obstines en buscarle. Hazle
caso, compañero, no es tu hora. Obedece su mandato. No es esta guardia la tuya.
Hay requiebros en un manto que requiere tu presencia, hay sonidos de alegrías,
tintineos que recuerdan madrugadas, cobijados en el metal repujado que se ensalzan
brocal de una fuente donde brota la Esperanza. Aférrate a la manigueta. No la
sueltes. No es tu hora, es el tiempo del valiente que se aloja tras la coraza,
en el ímpetu del corazón que late y te señala el camino que te lleva hasta la
casa donde se está relatando la necesidad de tenerte, de abrazarte, de
sentirte. No queremos añorarte. Levántate y toma las armas de la vida y cuéntanos
que un día soñaste que estuviste junto Él, guardia pretoriana del arte que nace
en la Macarena, que se esparce por los cielos que evocamos, por los suelos que
pisamos derrochando marcialidad. No es tu hora, fiel guardián, fiel escolta que
amparaste su figura, la dulzura de su porte, que anulaste la sentencia de su
muerte con tu garbo y tu alegría. No es tu hora, portador de la Esperanza, de encontrarte
en los cielos con el Dios de la ventura, con el Cristo que te augura larga
vida. No es la hora de tu ocaso, es el tiempo de la aurora. Honor a ti, fiel
armao, vencedor de madrugadas, invicto luchador de amaneceres. No es tu hora
para la marcha, no es tu hora.
*A Carre, para que nos siga
alegrando la existencia con su presencia.
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