No es fácil creer en Dios, a pesar de
que algunos consideren un hecho trivial poner en sus manos el destino, la
propia vida. La superficialidad de este pensamiento entraña desconocimiento, tal
vez profusión de absentismos en el desarrollo espiritual, o simplemente no
aceptar la existencia de un Ser Supremo que todo lo rige en la creencia de la nucleada
posición del hombre en el universo, del ser que puede instrumentalizar las
sensaciones sin el respaldo del Creador. Es cuestión de creer o no. Permanecer a
un lado u otro es potestad de cada uno, de incluir en su razón la posibilidad
de la Salvación o asumir la negritud del vacío, en sus suposiciones
espirituales. Una vez, un afamado escritor, agnóstico, al que la vida ha sonreído
y favorecido con justicia, me comentó que los católicos que teníamos una gran
suerte. Poseemos la figura de Dios, un instrumento donde nos asíamos en los
momentos en los que el dolor nos lacera, una válvula de escape que nos induce a
la comprensión.
No es fácil
comprender los designios que nos tiene reservado, ni por qué tenemos que sufrir
o ver sufrir a los que nos rodean. Alguien dijo una vez que Dios escribe con
renglones torcidos. No es cuestión adocenar los sentimientos ni asentir a
cuanto mal nos llegue, porque fue el mismo Dios quien nos dotó de razón y
sentimientos y no podemos disociarlos de nuestros afectos. Sentir y llorar,
gozar y reír todo nos ha sido concedido. Pero es cierto que ante las
adversidades, con el respaldo de su condición divina, podemos posicionarnos en
un estadio que nos reconforta, que alisa el dolor y nos hace soportable el
sufrimiento. Cuanto mayor es el dolor más aferramos a la idea de causalidad de
los hechos, de encontrar una respuesta a todas las preguntas. Es una necesidad y
solo en Dios hallamos la solución.
Entiendo que no
a todos les ha sido revelado este gran misterio, que no todos pueden resolver
el enigma ni entender que la existencia de Dios es un instrumento de
liberación, ante la errónea suposición de algunos de intentar extender la idea
de ente esclavizador y dominante, incluso llegamos a comprender, desde la
tolerancia y la inteligencia, que haya personas que vivan felices en su
descreimiento. Es una opción vital unipersonal, un dilema que solo atañe al ser
humano.
Lo que no es lícito
ni oportuno es lanzar infamias e intentar socializar el pensamiento de que los
católicos somos seres cautivos, dominados y rendidos a una supremacía terrenal,
que no tenemos condición intelectual y que nos sometemos, sumisos y dóciles, a
los dictámenes que nos imponen. Me parece inadecuada esta suposición. Y es más.
Estos pronunciamientos públicos, exaltaciones violentas, proceden de la
frustración, de la negatividad que suele producir el vacío espiritual.
Hace unos días,
en una red social, que inmediatamente retiró el comentario, un individuo, que
debe tener el mismo nivel intelectual que el oso Yogui, atacaba ferozmente al
pensamiento católico, insultando a quienes profesamos el cristianismo, tachándonos
de intolerantes, de fanáticos y adoradores de becerros, que estábamos tirando
nuestras vidas a un cubo de basura, ultrajando las devociones marianas de
nuestra ciudad, maldiciendo a los rectores de la Iglesia, calificándonos de insolidarios
con el prójimo, aduciendo los pobres argumentos sobre los gastos de las
Hermandades en sus cultos, en el mantenimiento de su patrimonio. Indignante. Él
mismo se califica, se autodetermina en su condición. Cualquier consideración que
pudiéramos reprocharle ya ha sido vertido por sus propios comentarios.
Es una lástima
que no dedique sus esfuerzos a otros menesteres, a escribir sobre la vida del
orangután asiático, una especie a la que debe conocer ben por su semejanza intelectual.
No me cansaré,
sin prepotencia ni complejo de superioridad, simplemente ateniéndome a la
veracidad de los hechos, de exponer los datos sobre la solidaridad de la
Iglesia, Cáritas diocesana, y muy especialmente de las Hermandades en estos tiempos
de tantas dificultades, prestando más ayuda y cubriendo las carencias alimenticias
de tantísimas familias que se ven desasistidas por las instituciones
gubernamentales y que solo la Hermandad de la Macarena destina cerca de
doscientos mil euros a este tipo de ayudas. No debemos ser tan malos.
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