Cuando
avisan, las viejas voces, de la gloria por llegar, truenan las alegrías en las
solerías de barro y adobe, que forzaban el firme en los patios de las corralas,
y se alza un revuelo de mandiles y moñas de jazmín que aventuran la llegada de
la Dama que sueña con el Sueño de la humanidad. Una danza de astros va anunciándola,
un retahíla de estrellas comienzan a asomarse a la ventana del firmamento para
proclamar alabanzas y loas a la que asentó, sin dudas, a la Verdad ofrecida por
el Todopoderoso. Y te llamarán bendita todas las generaciones y proclamarán tu
nombre con sones de trompetas y tu Gracia recorrerá la tierra.
Panes
de oro que se injertan en la madera y espejan el esplendor que alienta su
mirada en la mirada del orante, del hombre que pide por quién más ama, que busca
el auxilio en la bendición del candor y la alegría. Golpes de gubia que explotan
en el tronco hasta convertir en arabesco y taracea la originalidad de la
naturaleza y acaparar la tibieza del aire que va buscando el cobijo en la
celosía repujada para quedarse y ser parte de la festividad que conlleva
contemplarte.
Es
la fragancia del limonero que anegaba las huertas y fomentaba, en el candor de
una noche de verano, luna y pozo de agua fresca para calmar el sofoco, el
recuerdo de la tarde de otoño y la gran Dama recorriendo el entresijo y
vericueto laberinto de calles de un barrio que se engalanaba con gallardetes y
cadenetas que recorrían el aire de balcón a balcón, asomándose a los portales,
a los zaguanes, visitando las sembrados plagados de hortalizas, de sendas
rústicas donde se erguían los naranjos que, descentrados por la regia visita,
eclosionan en perfumes y brotaba espontáneo el azahar. Es la nostalgia
investida en oropeles que viene buscando el hito que se esconde en la memoria,
en la suerte de quienes nos antecedieron en este gozo de la contemplación, de
la devoción que lleva adjunto tu advocación, que proferían oraciones envueltos
en cantos para dar esplendor a tu nombre, que glorificaban el encuentro con
salmos y loores al macareno modo. Es el origen de todo, lo que llega. Es la
mansedumbre del Cordero que viene dispuesto a ungirse con el hermano, a
compartir la gran promesa del Padre, el ofertorio de la Madre que ya conoce el
fin.
Resuenan
los ecos de las voces por los alminares de las murallas, frontón donde han
prendido los recuerdos, donde se han incrustado las virtudes y los valores que
hicieron posible la exaltación de la manifestación de amor más hermosa, de la
belleza de una oración que sale exaltada y veloz desde la palma de una mano que
se eleve sobre el gentío y que glorifica y exulta el magníficat que fue
desarrollándose, para perpetuarse en la memoria de los viejos hortelanos, de
los ancestrales donceles, y que ahora retornan para recuperar el tiempo y la
emoción.
Es
la síntesis, el compendio de la fe y la caridad, lo que llega. Viene envuelta
en la aureola que fortifica su esencia. Llega con el cetro del candor para
reinar en los corazones de la gente sencilla que no cesa en la reivindicación
de su reinado. Viste con el hábito del amor, que no es más que la respuesta
esplendorosa de quienes no cesan de alabarla, de bendecirla, de proclamarla
Madre y Señora. No es cuestión banal, ni entraña razones baladíes estas
manifestaciones de cariño. Es la consagración de la Verdad de un sueño que rige
nuestras vidas, de un cúmulo de ilusiones que se concretan cuando se alza la
vista y perfora los sentidos el candor de la mirada, la serenidad del semblante
de esta Mujer que acuna y acaricia al Niño que trae y ofrece al mundo la
Esperanza.
Se
cierran los portones de los viejos caseríos y las casas de vecinos se despueblan.
Peregrinan con el sentido fijado al sentimiento. Marca el camino la dicha por
el encuentro con la Virgen. Hay flamear de fragancias que arropan y dan vida.
Vuelven las imágenes de siempre para perpetuarse en esta eternidad que es el
presente. La bienaventurada, la que está de gracia llena, la que llena de
gracia el barrio cuando sale, tiene el nombre que resuelve misterios y provoca
alegrías, retahíla de emociones que se forman al decirlo. Vive y cuida el sueño
de los justos, retira angustias de los corazones, sol que emerge en la tarde
cuando las sombras acechan. Pronunciarlo es saber protegido. Es esta Virgen del
Rosario verdadera flor de la Macarena.
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