Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 29 de noviembre de 2012

Vivir en la esperanza


Hay momentos en la vida en los que hay que tomar decisiones importantes, dar el paso para cambiar el rumbo. A veces nos quedamos ateridos por el miedo al cambio, por las circunstancias que nos puedan alterar la normalidad, cuando la normalidad no se convierte en constante drama, en angustia o en ansiedad. Pesan muchos los años al frente de una actividad, conviviendo con cientos de personas, conociendo amaneceres de pesadumbre, soportando el frío hiriente de mañanas entoldadas con grisácea nubosidad que hacían aún menos soportables esas agujas que se clavaban en la piel, soportando las ventiscas y las lluvias o la canícula de los meses de verano, abrasado por la mortificante calor de esta tierra. Pesan los años cuando recuerdas los días en los que sufrimos algún asalto y la tremenda e insoportables sensación de impotencia ante los destrozos o la mercancía sustraída. Vienen los recuerdos a desarmarme en esta mañana, tan igual a otras y tan distinta. Está el mismo sol asomando por viejos muros de la fábrica, donde han quedado preso los fantasmas de la juventud; está la quietud magnifica del mediodía asombrado a los jardines cercanos, rodeando el antiguo barrio y sembrando de tranquilidad las calles ancestrales, los accesos con nombres fernandinos que nos recuerdan el logro y la hazaña de la recuperación de la ciudad por las huestes del rey de Castilla y León, las calles que mantienen todavía la memoria de los campamentos y de los enseres de la batalla que se fundieron en las piedras, que iniciaron una nueva era. Pesan los años cuando pasan las primeras y ya lejanas  imágenes de los trabajadores saliendo en aluvión para tomar el bocadillo, para deshacerse de la rutina del trabajo, del ruido de los talleres donde se forjaron los mejores cañones, las mejores armas, donde se fundieron los leones que presiden la entrada de la cámara nacional, y que han sido incapaces de contener el acceso a la mayor sinvergonzonería.
            Todo en la vida tiene su ciclo. Y cada ciclo mantiene recluida en su ser la ambivalencia de la tristeza y la alegría. Estos periodos de tiempo pueden ser asombros para muchos y menos precios para algunos. No es fácil asimilar la desazón ni ver cómo nos sorprende la magnitud de un desastre, por muy anunciado que lo tengamos. Pero también es cierto que el ser humano se fortalece con las adversidades. Caer no tiene importancia siempre que mantengas el espíritu fuerte para poder levantarte, erguirte sobre la hecatombe y adivinar en el horizonte un resplandor de esperanza.
            Pesa bastante la toma de la decisión. Darle vueltas, sopesar alternativas, lograr adquirir cierta tranquilidad cuando sientes el apoyo de los que te quieren, de los que siempre tienden esa mano a la que sujetarte, ese cabo de auxilio que aparece en ese momento en el que la aguas comienzan a devorarte.
            Hay mucho sosiego en este día. Se han liberado las dudas y vienen, sin aturdimientos, sin perturbaciones, nuevas sensaciones que confieren momentos de serenidad, que inyectan en el espíritu la tranquilidad necesaria para poder afrontar el trance de un nuevo camino, de una senda desconocida por la que nunca se transita voluntariamente, una cañada que no tiene más dirección que la marcada por el futuro, que a cada paso se va deshaciendo el camino, convirtiendo cada uno de ellos en irrevocable.
            Hay momentos en la vida en las que las decisiones son trascendentales porque se abren nuevos ámbitos, nuevas expectativas,  se establecen nuevas metas y se convocan nuevas ilusiones. Hay instantes en los que el tiempo se para y retorna al segundo con nuevas e inusitadas esperanzas. El tiempo me debe tiempo. Y quiero confirmar en mis propias posibilidades este adeudo, recuperar el hito en la confianza que muchos ponen en mí, en solventar un tributo que me impongo para rehabilitar la serenidad, la tranquilidad y el estado emocional. Trabajamos para vivir pero me ha dado cuenta que muchas veces somos esclavos de la necesidad y cuando se sucumbe a esto comienzas a no vivir.

martes, 27 de noviembre de 2012

En el caos del frikismo


En esta ciudad todo parece desnaturalizarse conforme nos dirigen hacia una extraña modernidad. Hay conceptos naturales que la gente comienza a alterar. La libertad de actuación se mal entiende y muchos pasan a formular el tremendo y cuestionable pensamiento de que todo vale. Es una corriente que se extiende peligrosamente entre un sector de la población que no está capacitado para alberga mayores logros que florear y airear, sin escrúpulos, la superficialidad de los valores.
            De un tiempo a esta parte se minimiza la esencia de las cosas, las entrañas que debieran forjar la identidad de lo sevillano. Cada vez quedan menos críticos que asuman la condición de la verdad de nuestras cosas, tal vez porque temen ser vilipendiados por un sector “vanguardista” que no ve más allá de los primeros árboles del bosque, que se quedan en la frivolidad de las estructuras banales, en la mera intrascendencia, por el simple hecho de no conocer el verdadero significado de lo contemplan u oyen. Hay quienes han halagado la estructura mamotrética que el gobierno municipal anterior se obstinó en situar en pleno casco antiguo de la ciudad, dejando al libre albedrío de la más pura desidia, y a muy pocos metros, un edificio religioso –entiéndase Santa Catalina- del siglo catorce, cayéndose para vergüenza de la propia ciudad, y cuya restauración y recuperación arquitectónica no hubiera supuesto ni una décima parte de lo que ha supuesto la construcción de las setas de la Encarnación, un lugar maldecido por los “intelectuales” del tardo franquismo, los “modernos” preconstitucionales y los “vanguardistas” democráticos que no dudaron en cargarse uno de los espacios más entrañables de la ciudad, demoliendo el antiguo mercado, ampliando monstruosamente los espacios adyacentes y culminando con la obra faraónica que la preside en la actualidad. De aquellos lodos, estos barros.
            Estas innovadoras tendencias han alimentado el frikismo autóctono, rayano en tontura y en la liviandad desmesurada. Una nueva concepción de la tradición, pregonan sin ningún tipo de vergüenzas. La tradición se respeta y se asume. Algunas incluso soportan la modificación propia del discurso del tiempo. Pero intentar justificar actitudes y manifestaciones como nuevos conceptos tradicionales no deja de ser una mera insolencia, una falta de respeto al buen gusto, a la inteligencia.
            Veo con asombro, y no poca estupefacción, como en las redes sociales, principalmente, se publican imágenes de estatuas de madera, emulando a las Sagradas Imágenes de las hermandades sevillanas, y que retienen tanta devoción, vestidas inadecuadamente, con un mal gusto que sorprendería al propio Vicente el del canasto, con la graciosa particularidad de presentarlas como verdaderos ejemplos de originalidad, cuando en realidad no demuestran más que chabacanismo, cuando no irrespetuosidad si es que pretenden dotarlas de algún carácter sagrado. Y lo peor, no sé si por congraciarse con el autor, por granjearse la invisible amistad, o simplemente participan del mismo gusto, son ensalzadas con numerosos comentarios, sobre la exquisitez  y la belleza de sus atuendos, que en la mayoría de la ocasiones se reduce a una mera toquilla de encajes tirada sobre la cabeza de la pobre imagen. Si tanto respeto le confieren, sin tanta pleitesía devocional intentan transmitir, hasta el punto de igualarse al sentimiento maternal, ¿sacarían a sus madres medio desnudas, medio vestidas, en sus portales de las redes sociales?
            Hay que saber distinguir entre lo verdadero, lo importante y trascendental para no caer en falsos modernismos, para no transgredir el sentido y la medida de las cosas que nos fueron legados y que, con estos extraños comportamientos, no hacemos más que destruir la identidad propia para sucumbir en nuevas tendencias que no enriquecen sino vienen a empobrecer la cultura y la religiosidad popular.
Y eso por no entrar a valorar la compostura ante los pasos, la falta absoluta de respeto al nazareno, invocando el derecho a contemplar, y menospreciando el de la penitencia, que no a rezar en la mayoría de las ocasiones o la suplantación de la espiritualidad y la fe por admiración al espectáculo, por no entrar en criticas las nuevas composiciones musicales. Por eso, para combatir este mal gusto y la zafiedad, prefiero oír el tesoro musical que la Hermandad de la Macarena está entregando a sus hermanos junto al nuevo número de la publicación Esperanza Nuestra, un facsímil de la primera grabación de la Centuria Macarena con cinco marchas que recuperan el clasicismo que algunos se obstinan en describir como antiguo y desfasado pero que guardan la mejor esencia de la Semana Santa de siempre, ésa que nos superará a nosotros y pervivirá otros pocos de siglos más porque no depende de nosotros sino de Ellos.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Al servicio del Señor


Hay situaciones en las que hay que revestirse con una coraza de valentía para tomar decisiones. Las condiciones peculiares del sevillano, su forma de entender las cosas, las moratorias que se toman para efectuar acciones propias de la conservación o mantenimiento de algunas de sus principales iconos, religiosos o sociales, con un fin salvífico, hace imposible, en demasiadas ocasiones, dar el paso al frente ante el temor de enfrentarse a una opinión pública condicionada por el alto ego de la propia sociedad sevillana.
Sentenció una vez el carismático y grandioso jugador verdiblanco Rogelio, cuando un entrenador le confería a centrarse en el esfuerzo, a redoblarlo con generosidad, a mostrar mayor ímpetu en sus acciones físicas, a que corriera más quien guardaba en su pierna izquierda el gran secreto del fútbol, contestando con la misma rapidez con la ejecutaba sus acciones en el campo de fútbol, que correr era de cobardes, dejando cariacontecido y desubicado, ante tan grande verdad, al entrenador. Aquella ingeniosa y contundente salida ha quedado grabada en mi mente. La aseveración no puede entrañar mayor verdad y es aplicable a todos los órdenes de la vida, muy especialmente al de las cofradías, donde ha reinado durante décadas el inmovilismo, en cuanto a toma de decisiones sobre materia patrimonial. Gracias a Dios la sociedad ha evolucionado, por ende las hermandades, hasta comprender que hay momentos en los que tomar ciertas decisiones resultan vitales para el mantenimiento, no solo de las Sagradas Imágenes, sino del valioso y extenso patrimonio que mantienen.
Las juntas de gobierno tienen la obligación de gobernar, y este deber comprende también la toma de decisiones, competencias que muchas veces nos son entendidas por los miembros de las cofradías, que suponen que cuando el prioste tiene una necesidad fisiológica, mayormente de carácter escatológico, han de convocar al cabildo general de hermanos para que éstos decidan si tiene que tomar el camino de la izquierda o de la derecha. Normalmente las reglas definen y explican detalladamente estas competencias, concretan los límites a los que deben acotar sus actuaciones. No todo se debe ni se puede consultar, pues retrasarían extraordinariamente el normal discurrir de las instituciones, ralentizarían el progreso y la adaptación natural a los tiempos y a los nuevos órdenes que imprime constantemente la sociedad.
Uno de los principales referentes devocionales de la ciudad, más aún fuera de ella, tenía urgente necesidad de recuperar la salud que los años, los efectos y efluvios de las velas, las demostraciones del amor del pueblo, habían dejado en todos las partes de su cuerpo. Éste Señor que todo lo puede tuvo que ser intervenido y sus hermanos aceptaron la propuesta de la junta de gobierno. Era necesaria la actuación para no perderlo. Y efectuaron la sanación. Y algunos mostraron su desencanto porque decían no reconocer al que sus padres vieron. ¿Y sus abuelos, más aún, sus bisabuelos, los ancestros que lo vieron salir por las puertas del taller de Juan de Mesa, lo hubieran reconocido? ¿Sabrían que aquel era el Dios que todo lo puede o se hubieran perdido en la languidez de no poder reconocerlo? Enrique Esquivias de la Cruz, hermano mayor da la Hermandad del Gran Poder, y su junta de gobierno, tomaron la decisión y nos retrotrajeron a la hermosura de la contemplación más cabal del más Cabal de los hombres, del que siendo Dios se humilló ante los que salvaba. Una decisión extraordinaria y que algunos quisieron polemizar. Un gesto de valentía que sirvió para que algunos descubrieran la Verdad que se ocultaba tras los velos devocionales que el tiempo intentaba imponer.
El pasado viernes concluía su ciclo al frente de la Hermandad del Gran Poder. Tiene en su haber los grandes hitos, las grandes obras de los últimos tiempos. Todos afrontados desde la valentía, sabiendo que en las esquinas se afilaban cuchillos. Pero tenía la responsabilidad, y lo sabía, y lo aceptó, de llevar a cabo estas empresas porque su Hermandad lo necesitaba. Cumplió sobradamente con lo que ordenado por Quién preside el orden de sus cosas, por Quién dispone el orden de su vida. Y lo hizo sin dudas porque era la obligación. Sin miedos porque tenía la seguridad de la honradez, por la integridad y la entrega sin condición al servicio del Señor. Enrique Esquivias tiene las cosas tan claras como tiene el corazón. Y eso que en la última Venía que presidió como Hermano Mayo, “erró” cuando al presentar a su Hermandad concluyó el titulo de la mima diciendo “…de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena…María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso”. Un caballero que se marcha con el deber cumplido.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Esta no luz de noviembre...


            Debo ser un tipo extraño porque me gusta, y sustrae mi razón, esta no luz de noviembre, esta remembranza del sentido de la vida que vendrá a manifestarse el primer día de la cuaresma, cuando nos impongan el símbolo que nos reconoce como seres mortales y nos verifica en la creencia de una existencia superior, de la constatación de la inmortalidad prometida. Me gustan estas pausadas caídas de la tarde invitándonos al sosiego de un paseo, al retiro en el umbral del salón donde se habilita la quietud y todo nos parece sereno. Me gustan esos amaneceres cenicientos que parecen lienzos donde puede reposar el alma, donde calma se manifiesta y transmite la sensación de paz que se nos escapa con el trasiego incesante de las jornadas.
            Es este remanso solariego de grises que pugnan por fortalecer su policromía, por hacerse fuertes en la tersura de la tarde, por devaluar la agresividad de los bermellones que se asomarán en las lindes del horizonte, es el que nos prepara para la nostalgia, para recuperar los hálitos de sosiego que necesitamos para vencer la pereza.
            Esta no luz de noviembre, que atraviesa la gran cristalera del salón, restituyendo la serenidad y la calma en el interior de la estancia, separándola del mundo donde el trasiego es constante y atosigador, me invita a la lectura, a perderme en la belleza de las palabras de otros, en los universos que concibieron para ampliar la visión del sentimiento. Las melodías flotan en el ambiente, se deslizan por el aire, atravesando la oscuridad, ignorando la felicidad que implantan, la tranquilidad que transmiten. Oigo, tras de mí la gran voz de Bryn Christopher, buscando una respuestas a las esencias de la vida, de nom plus ultra que se arraiga en el corazón, y la relajación ha tomado asiento en mí. Me conmueve esta canción que acompaña y destrona los ruidos que pretenden establecer el caos. La música reblandece la coraza que deja al descubierto la sensibilidad, que nos hace vulnerable y hasta llega a doblegar la voluntad.
            Esta no luz de noviembre llega preñada de presentimientos, de hermosas advertencias que se consumarán así que pasen unos días, así que las tardes sigan menguando hasta convertirse en despropósito de la tristeza y nos muestre que el declive de la luz llega a su fin. Viene con el añadido del confort en la cercanía de los amigos, en la amortización de la sinceridad de la amistad, en ese refugio que siempre tiene las puertas abiertas para que penetremos con la desolación y nos devuelvan al consuelo con una mirada, con una palabra, con una caricia que nos sorprende y subyuga, un gesto que es capaz de demoler las más altas murallas de la desazón.
            Esta no luz de noviembre, que embriaga mis sentidos, que emborracha y anega de emociones el alma, que amortaja y parece detener el tiempo, se abre a la esperanza, a devaluación de la fortaleza con la que se manifiesta la amargura, porque despliega la hermosura de la memoria y nos trae el calor de los recuerdos, deshace la angustia porque transmite tranquilidad y nos acoge en la solariega estancia donde toda figuración tiene su proyección. Este compendio de sensaciones –el libro abierto entre mis manos, la música, ahora The Story y Sara Ramírez narrando la fuerza y de la necesidad de los sueños, el vigor ineludible de la lucha interior para convertirlos en realidad- que me rodean establecen las normas para conseguir la tranquilidad espiritual.
            Me gusta esta no luz de noviembre y me gusta recluirme en el calor del hogar, en este claustro por el que pasean, sin prisas, sin celeridad, con parsimoniosa lentitud, las horas que debo a mi soledad, los instantes que nunca me reclaman quienes me quieren y les pertenecen, las miradas que apelan a la justicia de ser devueltas y que vagan, en las ansias del encuentro, por las campiñas del corazón esperando la resolución de este pleito de afecto.
            Me gusta esta no luz de noviembre porque convoca mis mejores recuerdos y brillan aún más los ojos de una niña que decidió compartir conmigo su vida, que regocija mi existencia y soporta mis extravagancias y que ayer descumplió un año. Me gusta esta no luz de noviembre porque en su monocorde tranquilidad sobresale la suya y eso calma mi vida.

jueves, 22 de noviembre de 2012

¿¿¿Cómo están ustedeeeeeeeeee???


            Uno no deja de recibir y encajar sustos. En esta vida hay cosas que, por muy repetidas que sean, por mucho que se rijan por las leyes de la madre naturaleza, no dejan de sorprendernos, de asombrarnos, y la mayoría de las veces para adentrar en las cavernas del dolor y extraer las más penosas y dramáticas emociones. Me sublevan aquellas que nos intentan sustraer la mejor época, la niñez que nos marca y define para la eternidad. Se obstinan en intentar oscurecer los pasajes más hermosos de la existencia. Todos llevamos dentro el niño que fuimos, esa ingenuidad y timidez que nos descubre al mundo. Me desperté la otra mañana con la increíble y nada probable  noticia de que había fallecido MiliKi. ¡Valiente falacia! A estas alturas de la vida intentan desposeernos de las únicas verdades que nos sostiene, de la fantasía que nos defiende de la realidad y nos aporta las suficientes argumentos para sobrevivir en esta vorágine de mercantilismo y somnolente mediocridad. Los genios no mueren, se transforman en materia imperecedera y pasan a habitar en los fértiles valles de la imaginación, en la memoria clara y azulada que procura la pervivencia de los niños, que nos mantiene asidos en la inocencia.
            Hay que destronar la alevosía que intenta perturbar los recuerdos, colorear la primera imagen que nos restituye al tiempo feliz, a las horas muertas de una sobremesa, de silencios y estupor, de esquivar la canícula que nos atormenta embelesados con e grito que nos convocaba a la librar la batalla contra el aburrimiento, contra la desidia y el espesor de los bostezos. Eran cuatro, como émulos de la canción que alteraba nuestra serenidad y nos convocaba a canturrear los encuentros de don Pepito y don José, estos payasos que continúan alegrándonos la existencia, aun en la diáspora de la conciencia y el tiempo, aún cuando los años nos certifique en la alegría de la vida. Eran cuatro estos mosqueteros que blandían las armas de la ilusión y nos alejaban de cotidianidad, cuatro payasos –cuando este término engloba y atiende la mejor de sus acepciones y no a la paupérrima que habría que adjuntar a la personalidad de algunos que yo me sé - que nos convocaban frente a la vieja pantalla del Vanguard, el televisor que nos abría visiones del mundo en blanco y negro y reflotaba nuestra imaginación hasta límites insospechados, y el suelo del salón transformado en tribuna de un circo eventual, atentos a la pregunta que respondíamos coralmente. ¿Cómo están ustedeeeeees? Y un estruendo infantil anegaba la estancia revelando, en el grito, la inocencia y el sentimiento de la infancia. Como si nos escucharan contestábamos, casi desgañitándonos, desfondando todo el caudal de la voz, ¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeeenn!!!! Y la alegría y la mejor diversión se asentaban en el ambiente, y las risas eran epílogo a las payasadas de los artistas. Nos crearon un mundo de diversión y canciones que marcaron, musicalmente y con parodias inolvidables, aquel tiempo donde, y a pesar de las tonalidades grises, descubrimos la felicidad. Gaby, Fofo, Miliki y Fofito. Ahí están, erguidos en los pedestales de la historia que nos envuelve, retornando y asiendo sus instrumentos musicales, la trompeta, el acordeón, el piano, concitando la atención de millones de miradas resplandecientes, estrellas de un firmamento donde se diluyen las leyes cuánticas para instaurar el cosmos de la alegría, mientras una gallina, flemática y famélica, no cesaba de poner huevos, o Susanita tenía un ratón campeón de ajedrez, o promulgaban y enseñaban los principales valores del hombre: la familia, la amistad y la educación, la belleza de la vida frente al horror de la incapacidad del ser humano para ser bueno con sus semejantes.
            ¿Cómo va morir aquel artífice de la alegría, aquel mago capaz de sacar de la gorra la mejor de las sonrisas y tallarla en nuestros semblantes? ¿Cómo se pueden escanciar las sonrisas que se grabaron en las marmóreas paredes de la memoria? Ayer se confabularon los hados de las noticias para pregonar una verdad a medias, para divagar en las erróneas percepciones de los intereses del mundo. Ha muerto Miliki, proclamaban los titulares de los principales tabloides del país, vociferaban los altavoces de las radios. ¡Pero cómo va a morir Miliki, miarma! El fallecido es Emilio Aragón Bermúdez. Miliki, el payaso de una generación de españoles, de sus niños de cuarenta años, sigue vivo, o no escuchan ustedes su voz preguntando ¿¿¿¿¿Cómo están ustedeeeeeeeeees???

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El magno Vía Crucis y la Mirada del Gran Poder de Dios


            El Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla hizo público, en la noche de ayer, las catorce imágenes que compondrán la comitiva para el solemne y magno Vía Crucis, a celebrar el próximo mes de febrero, como principal acto, con motivo del Año de la Fe que celebra universalmente la Iglesia.
            Hay que destacar la presencia también, amén de las catorce designadas, otras dos hermandades más que participarán con dos su más importantes insignias. La Vera Cruz, con el Santo Lignum Crucis, que curiosamente salió este año presidiendo la estación de penitencia de la cofradía, el lunes santo, debido a la inclemencias meteorológicas que obligaron a la hermandad su salida procesional de manera tan sui generis. La otra es la hermandad del Silencio que aportará su cruz de guía para ir señalando el comienzo de cada una de las estaciones que conformarán este piadoso acto.
            Hay un hecho, a referir, que descubre la idoneidad de la elección de las imágenes. El Consejo, auspiciado por las recomendaciones de la Iglesia Diocesana, ha apostado a caballo ganador designando a dos devociones que traspasan el umbral de la capitalidad; más aún, me atrevo a decir que sus figuras se elevan en la querencia universal. Al Dios de Sevilla y de Triana. El mismo hombre que apacigua nuestros espíritus desde San Lorenzo y el que nos eleva, desde el tormento del último instante, a la mejor condición de la humanidad.
            Las trascendentales figuras surcarán las calles de la ciudad entre el palpito emocional de decenas de miles de devotos. Dios caminando para repartir sus bendiciones; Dios que exhala el aliento que da fuerza a quienes lo asumen. El Señor camina al encuentro desde San Lorenzo para hacer fuertes a los que constantemente decaemos por los avatares de la mundana existencia. El Poder del Misericordioso anegando el alma, El que es dueño y señor de la Bondad rasgará las entrañas de esta tierra, con el arado de su cruz, para inocular la semilla de la Gran verdad en la aridez de nuestras almas. El Señor del Turruñuelo, abarcando toda la grandiosidad de la oración, que es la mirada perdida de los trianeros, en ese arco que delimitan sus brazos abiertos, como un horizonte donde se adivina el horizonte salvífico de los hombres y que  transforma la angustia de su último aliento en el bálsamo redentor que mitiga el constante ahogo del hombre.
            Concitar estas dos grandes devociones, en el mismo acto, es un hecho extraordinario que quedará prendido en el mejor recuerdo de los sevillanos. Un hito imborrable y un acierto de quienes han tenido la responsabilidad de la nominación, por más que se mantuviera la certeza de su participación en el mismo.
            Si hay algo que reseñar en contra es el modo en el que se trasladarán, pues se portaran en las andas en las que procesionan en la Semana Santa, con todos lo personajes secundarios, algo que gravará, a las ya de por sí sufridas mayordomías de las Hermandades participantes, en unos tiempos en los que priman la escasez y la necesidad. Cierto es que se habrá intentado acercar la iconografía al misterio que se presente en cada estación del Vía Crucis, pero cierto es también que el acto podría haberse restringido al traslado en andas, sin tener que efectuar grandes trabajos de tramoya, sin magnificentes altares que cobijaran a las Sagradas Imágenes, sin la parafernalia estridente con la que a veces nos jactamos. Hubiera bastado delimitar los espacios donde situar las Imágenes, y hubiéramos dado ejemplo de la austeridad que se nos requiere desde cualquier instancia política, social o eclesiástica. Hemos perdido una oportunidad extraordinaria de predicar con el ejemplo, de evitar las censuras que se verterán, por mucha austeridad que podamos o queramos rodear los traslados, desde los foros de los descreídos. No recrimino, no soy nadie, ni los fastos no los esfuerzos delos hombres que procuran ofrecer mayor gloria a Dios y a su Bendita Madre.
            Ni al Señor ni al Cachorro le hacen falta más oropeles que la intimidad y el bisbiseo de unas oraciones que resbalan de unos labios o la sonoridad de unas lágrimas que se despeñan por las laderas de unas mejillas. Son Dios Hombre sencillamente y no necesitan nada. Su virtud radica en el mensaje que transmiten, en las sensaciones espirituales que provocan solo con poder estar cercar, observando como el Ser Supremo, hacedor de todas las cosas,  se transfigura en sus cuerpos, como se nos presentan con la cruz a cuesta o con las órbitas de sus ojos enseñándonos el paraíso. Ellos nos enseñaron y guiaron el camino por donde se llega a la Fe.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La fortaleza del manque pierda


            Son demasiados años de idilio, demasiados unidos en esta relación. Hemos sufrido tanto que hemos aprendido a querernos y no somos capaces de vivir el uno sin el otro. Hemos glorificado los días hermosos en los que la dicha y la fortuna nos sonreían. Son demasiados momentos los que hemos compartido, los que hemos disfrutado, para que ahora, a la menor adversidad, nos mostremos rencores. Ni tu ni yo somos seres resentidos, muy al contrario, nos han fortalecido todas estas experiencias. No es preciso resaltar que estamos fundidos por una pasión trascendental, que los lazos que nos atan son las cadenas del amor y que  a veces, como en toda relación, nos hemos visto sorprendidos por reacciones inesperadas de ruptura, pero solo eran rabias propias en el desahogo de la pasión.
            Demasiados años, ¿verdad? Y sin embargo continuamos acrecentado esta unión. Y eso que han intentado romper nuestras cadenas en muchas ocasiones. Pero somos indestructibles porque hemos fundido el más valioso metal en la fragua del corazón para construir grilletes de emociones, eslabones que han ido configurando un cordón de sensaciones únicas, turbaciones que nos hacía enloquecer de alegría o enturbiar la sinrazón en los peores momentos de tu existencia.
            Desde que nos conocimos, yo era una intuición en dos miradas que se cruzaron  y ya fluía en el éter el sentimiento que me esclavizó a tu querencia, nos hemos cuidado mutuamente, correspondiéndonos en el amor, sin divagaciones, con la certeza de sabernos ungidos por la verdad y la emoción. Nunca, nunca nos hemos engañado. Yo sabía de las dificultades que comprenden las travesías por los desiertos, esa diáspora por los campos donde solo es posible la desesperación, las montañas que se interponían en la visión y alargaban las sombras. Pero también sabía que las columnas que fundamentaban y sustentaban tu razón de ser, se levantaron en el albor de la ilusión y la esperanza y que siempre hay una luz, para enseñarnos el camino, al final de cada trayecto. Siempre hemos coincidido en la aseveración de esta dificultad por eso el cariño no nos ha relegado a la incredulidad de otros muchos que no pueden comprender como, aún en la peor de las derrotas y tras los primeros momentos de desconcierto, podemos alzar el galardón de una sonrisa, atravesar los espacios donde habitan las peores miserias y elevar el galardón de la alegría.
            No nos importan ni las malas palabras ni los gestos groseros. Nos han hundido y nos hemos levantado, hemos sanado las heridas y nos hemos enfrentado al destino con valentía, siempre mirando al horizonte, como los guerreros de Esparta, sin miedo porque sabíamos que nos esperaba la ventura, el reconocimiento a la gloria en el Olimpo donde reinan los dioses que nos avalaron, que nos concedieron la gracia y la protección de un escudo fundido por el sol en donde los tartesos ya proferían, como un grito de guerra, su amor a la tierra que observaban, al río que les daba la vida, tu nombre dulcificado y transmitido por las generaciones. Trece columnas para sostener nuestro corazón, la devoción ultra filial que nos aturde y nos alegra. La alternancia del albor y la esperanza, siempre la esperanza como hito salvífico.
            Será locura de amor, pérdida de la razón en el vaivén de las emociones. Este vértigo de la condición bética es el mejor certificado, la mejor y más clara constancia, de sentir la vida en toda su grandeza. Sufrir y gozar y volver sufrir. ¡Qué nos va a importar llorar! Los sentimientos ennoblecen a los seres humanos y hasta nos fortalecen el espíritu. Hemos perdido una batalla, hemos caído en el fragor de la contienda. Nos han herido. Seguimos viviendo y nos quedan fuerzas para continuar enarbolando el pendón verdiblanco, para retomar el escudo y reforzar esta magnificencia, esta idiosincrasia única. Aquí estamos. Seguiremos alentándote, llenando los espacios con tu nombre, sin ruborizarnos por haber caído. Alzaremos las banderas, ondearemos lábaros para pregonar la leyenda que recorre el mundo entero, para refrendar que todo lo grande viene precedido por lo menor y reanudaremos el camino con nuestra frase en los labios, la que nos hizo grandes, la que no lograron disolver ni los peores vientos. Vengo a refrendar mi idilio, a darte las gracias “viejo amigo”, a sentir cómo el aire se enorgullece cuando lo taladra con el grito de “viva el Betis manque pierda”.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Soy un hombre afortunado


             Me siento un hombre afortunado. No tengo mayor riqueza que mis ideas, mis vivencias y la gente que me rodea. No tengo más caudales que la pasión y el amor. Me sigo sintiendo un hombre afortunado aunque la tristeza anegue estos días mi corazón, aunque la nostalgia se manifieste ante el más pequeño de los gestos se me presentan y remueva mi sangre hasta reconvertirse en dolor. Sigo adelante en mi diaria lucha contra los elementos económicos y aunque me ahoguen, aunque intenten sepultarme tengo la dicha de saberme afortunado.
            He comprendido, de golpe pero sin traumas, que hay momentos en la vida en las que tomar decisiones, verter todo lo que ennegrece el espíritu en el lodazal del olvido e intentar comenzar empresas nuevas. Hay siempre un sol resplandeciendo en el horizonte, una luz que alumbra nuestro camino, que lo ensancha o lo ajusta a nuestras necesidades de felicidad. No puedo separar estos sentimientos que manan con tanta fuerza de la fuente del alma. Soy incapaz de contener estas emociones que oscilan entre el dolor y la alegría. Uno quisiera que la vida fuera un sueño y despertar en los momentos de aflicción, tal vez una secuencia cinematográfica o un capítulo de una novela, ser Unamuno para poder determinar, en la sujeción de la conciencia, el desenlace de la vida de los personajes, Los recuerdos a veces afilan las hojas de sus cuchillos para perforar el sentimiento y blanden sus incisivas armas para detener la gloria y la dicha, para hacernos desistir del olvido.
Este dolor que atraviesa los sentidos nos hace también sentirnos vivos. Este dolor nos curte y nos fortalece, ahonda en la sensación vital y nos comprender mejor la felicidad. Soy afortunado porque tengo un enorme bastión donde apoyarme: en la fe. Estoy convencido, plenamente convencido, de la existencia de una vida superior, de un lugar donde acuden las almas buenas, los seres queridos. Tengo la enorme suerte de plantearme la existencia desde la Esperanza, una fuerza que me sustenta y me procura felicidad. Suerte de mantener mis recuerdos con todo su vigor.
Fue un jueves santo, en esas horas en el que el aire comienza cortejar las murallas, esas que pegan dentelladas en el cielo, a acariciar con inusitado primor las arboledas que sirven de escarpias para fijar las emociones que acontecerían en pocas horas. Los presagios de la felicidad corrían para aposentarse en los confines de un templo donde todo esplendor, donde toda magnificencia se concentra en una mirada. Mi padre, mi hermano y yo nos dirigíamos al lugar donde se resguardan las vivencias de nuestros ancestros, de los antepasados que inocularon el rito que nos hace fuertes, aunque entonces aun no mantenía ninguna certidumbre de aquella constancia. Los tres con nuestros hábitos penitenciales. Los tres con una ilusión inquebrantable para cumplir con la lealtad de nuestros sentimientos, a fijar toda la religiosidad popular que nos confiere pertenecer a la hermandad de la Macarena. Mi padre y mi hermano preconizando la ventura que se extendería por las barreduelas y calles como una inmensa marea, altaneros y jactándose de la elegancia de sus merinos y terciopelos, esas catedrales de telas que figurara el genio de Rodríguez Ojeda y que nos aíslan en las meditaciones durante la estación de penitencia, y yo con el mío, con mi camiseta, el costal y mi faja. Sería mi primera madrugada como costalero en el paso del Cristo de la Sentencia. No cabía en mí, ignorando lo que en el futuro significaría, la importancia con la que dotaría mi vida. Pasaron las horas y pronto la mañana vino a remozar las oscuridades, tornando el lienzo universal en turquesa y luego un radiante y magnífico azul inmaculado. La experiencia me iba engrandeciendo el alma. Mi Cristo fue confiriendo y grabando en mi alma unas emociones desconocidas. Compartir el trabajo, aunar el esfuerzo, coordinar las mecidas, un inmenso compañerismo que refrendaba el mejor titulo de hermandad, fue anegando mi ser, fue abriendo nuevas perspectivas, nuevos conocimientos sobre el amor. Bajo las trabajaderas adquirí la fuerza de la fe. Este preludio de desbocadas sensaciones, esta cascada de satisfacciones, transgredió los límites de la razón y fortificó mi ser con el poder de la Fe, esos cimientos que nos abren la mente para comprender la necesidad de acercarnos a Dios. Durante diecisiete años fui sus pies para guiarle por las calles de esta Jerusalén occidental. En aquellas hermosas galeras, que nos encadenaban a la mirada del Hombre que asumió la Sentencia de toda la humanidad, descubrí la fraternidad, surgieron amistades que transformamos en familiaridad y el Señor de la Sentencia pasó a formar parte esencial de mi vida. Ante Él, del brazo de mi madre, me casé, a Él me encomendé en los momentos de dificultad y nunca me falló. Sus ojos tienen perpetuada la primera visión de mi hija, a Él  acudo para agradecerle cuanto de me sucede y ante Él me postro para que fortalezca mi alma en los peores momentos. Sin Él mi vida sería otra. Y ahora es el sustento que me mantiene en esta aceptación de las leyes vitales. Él me conduce a la Esperanza y ahí deposito mi legado. En aquella enraicé mi devoción y ésta ha sustentado mi Fe. Fui su costalero. Y ese sueño, mi Señor de la Sentencia, me permite seguir en pie. Soy un hombre afortunado.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Es tu hora


            Mantengo una duda, una asombrosa incertidumbre, que sigue rondando mi cabeza. ¿Cuál es ese secreto que se asoma a tu socarrona sonrisa cuando se habla de la Virgen de la Esperanza? Cuando supimos que la vida se te iba, que buscaba salidas para dejarte en la frontera de la inmortalidad, aquella que  los héroes griegos presentían se encontraba en el Olimpo, nos perforó el alma un sentimiento extraño, que no conocíamos, arietes que fragmentaban las barreras que nos salvaguardaban del dolor y las noticias nos auguraban que te harías inolvidable, que tu figura se agigantaría en la memoria de quienes tenemos la dicha de conocerte. Los galenos que te cuidaban, que no cesaban de proporcionarte fármacos y técnicas para evitar el destino final, que no abandonaban el enfrentamiento ni se resistían a dejarte ir, nos predisponían a lo peor. Claro que ellos no sabían de ti, no te conocían, no alcanzaban ni adivinaban de lejos, tu fortaleza curtida en miles de batallas cotidianas, enfrentándote a gigantes que sucumbían a la honda que transforma cualquier pesadumbre en ilusión, ni sabían de los Aliados que te procuraban cobertura, en estas lides, si acaso era precisa una retirada. Esos médicos, a los que tanto debemos, a los que tanto tenemos que agradecer, dicen que se extrañaban cuando emitían un comunicado, alertando sobre las posibilidades de supervivencia, y se quedaban perplejos observando los rostros de familiares y amigos, que nunca faltaron a la cabecera de tu cama, aunque ésta solo se pudiera advertir a través de una puerta, y veían un resplandor en los ojos, un hito de confianza en la recuperación. Era la fe, el rezo unánime de muchos que nos oponíamos a doblegar las rodillas, a soltar la rodela y el machete, y darnos por vencido ante la dama oscura.
            Ellos no sabían que tu sueño era premeditado, una ocasión para recibir las consignas que transmitirías a los que seguimos empeñados en blandir la enseña de la esperanza. Ignoraban este artificio, esta guasa que mantienes con todos, esta ida y vuelta a los confines del universo, para refrendar que la verdad, la ventura y el futuro se reúnen en la faz de la Niña de San Gil, en un entrecejo capaz de acopiar la más grande desventura y convertirla en felicidad. Fuiste a corroborar que la vida no tiene sentido, carece de valor intrínseco, si su presencia, sin Poderla ver cada día, sin poder Soñarla cada noche, que el tiempo es una mentira cuando La miras, y no sabes si los minutos van o vienen, si ha transcurrido un siglo o se nos va en un suspiro. Tu sueño, Carre, es la experiencia divina que a muy pocos les ha sido concedida. Tener junto a ti al Señor, fiel escudero, velando por ti, contándote esas anécdotas que solo tú y el conocéis, compartiendo una amalgama de recuerdos, apoyados en la barra del Mariano que hay en cielo, justifica este dolor que nos hiciste padecer. Nunca nos dirás de qué hablasteis, de qué os reísteis. Es una cosa entre tú y Él, secretos del corazón, axiomas que permanecerán en vilo hasta que dentro de cien años os volváis a ver.
            Ésta sí que es tu hora, Carre. Ahora es el turno de tu vida, de gozar, de sonreír socarronamente, de darle vueltas a tu ingenio para sorprender a un niño que impávido permanece, con una estampita de Biosca en la mano, mientras la más noble tropa lo sortea con marcialidad, inocente que no sabe de tu guasa, de la sutileza del humor que gastas, que para éso formas parte de la escolta del Hijo de la siempre Bienaventurada.
            Y es nuestra hora también, amigo. La de compartir tus sonrisas, tus recuerdos, tus vivencias, tus alegrías y tus penas. ¡Qué hubiera sido de nosotros sin saberte al lado nuestra! Estás ungido por una Gracia especial, honrado por la vida, laureado porque venciste a la dama negra, que huye despavorida cada vez que te presiente, cada que advierte de tu presencia. Como cada tarde de jueves santo, cuando llevaste tan dicha a las camas de un hospital donde se acuna el dolor en los brazos de una madre hasta que el niño, acogido en el confort maternal, alzó su cabeza y sonrió cuando tu egregia figura, doncel del primor que se despoja del casco y las plumas, traspasó el umbral de la habitación y sus labios exhalaron el más hermoso de los salmos. “Mamá, ya están aquí los armaos”, y adivinaste, porque se enturbia la visión, como en su rostro se aparecía la Virgen, la misma que advertiste en tus sueños, la misma que encamina tus pasos, la misma es pródiga en bendiciones, la misma que te guió por la oscuridad y te llevó donde alumbra su Esperanza. Ya es tu hora, Carre, ahora tienes toda la vida por delante. Y un secreto que asoma a tu socarrona sonrisa. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Te quiero, mamá.


    Dicen que este dolor es un mero tránsito hasta que la realidad cubra el primer estrato del sentimiento, ese que se aferra al corazón para demoler la alegría de la presencia, el júbilo de un beso. Dicen que en donde yace el consuelo hay un lugar reservado para nosotros, un espacio roto y que no se recompondrá hasta que las lágrimas solidifiquen y sedimenten las entrañas y conformen un prado donde se amortigüe la pena, donde florecerán la nostalgia y el recuerdo, flores que se riegan con suspiros y que irán repoblando la desértica estepa del sufrimiento hasta convertirla en vergel de sonrisas y sueños. Esta sensación de vacío sideral, esta  sacudida emocional que mortifica el alma, que la estrangula y la comprime para extraer la congoja gota a gota, prescribirá y volverán la rutina y la cotidianidad a difuminar las ausencias, que no los recuerdos, cuando una mirada nos eleve en el tiempo y aparezca entre nosotros su figura, la menudez de su cuerpo, aquella inmensa alegría que encubría tantos sufrimientos, tanta escasez, la penuria de la infancia arrancada por la necesidad. Por eso seguía siendo una niña, por eso añoraba las muñecas que se le negaron cuando trocó los juegos por el trabajo, cuando la vida seccionó los sueños de la infancia y desangró toda la crudeza que subyace en la vida.
            Se fue en busca de sus recuerdos, a reencontrarse con su nostalgia, con los ojos que fueron espejos para sus actos, con los labios que le enseñaron a besar, con las manos que tantas caricias le procuraron, a reencontrarse con los suyos que habitan en el mismo lugar donde ocurrían sus sueños. Se marchó con un hatillo repleto del cariño y el amor que le profesamos, con un arrullo, con una serenata de besos.
Y nos quedamos sobreviviendo en el vacío, levitando sobre la nada, confundidos todavía por una extraña realidad, por unas vivencias que suponíamos correspondían a otros, por un dolor que creíamos ajeno pero que nos descubre a la verdad y nos desgaja el corazón. Nos quedamos ahítos de su presencia, añorando sus palabras, luchando para que el olvido no se imponga en nuestras almas, para que no nos robe sus rostro, para que sus ojos sigan iluminando nuestras vidas con aquel resplandor que solo es capaz de manar de los ojos de una madre, para sus risas sigan confiriendo momentos de felicidad, para que sus silencios perpetúen los secretos que compartimos, aquellas ilusiones primeras que nos ahogaban.
Se marchó y con su marcha se rompió el tiempo. Sigo pensando en ti como si estuvieras, como si fueras a llegar en cualquier momento, profiriendo mi nombre y dotando mi existencia de sentido. Sigo enfrentándome a esta realidad inamovible que me martiriza, a este clamor de la razón que dices que te fuiste. Continúo en esta resistencia inútil por no dejarte partir, por huir de la tristeza, por no poder contener las lágrimas que brotan de las profundidades de mi ser, por no saber controlar la pena, por aférrame a ti y sentir cómo se espesa la sangre cuando traigo tus recuerdos.
La historia de tu vida removiendo los cimientos de la mía. Busco tu pasado, ahondo en tus vivencias, en los relatos sobre tu infancia, en los hitos que ahora corren al encuentro de otros días, de otros sueños, de otros momentos. Pienso en ti y apago mi sufrimiento. No me importa llorar porque el llanto libera mis sentimientos, porque logro fugarme de esta cárcel de tormento. Pienso en ti y te siento cerca. Noto tu presencia fundiéndose en el alma porque hubo un tiempo que fuimos uno, que compartimos el agua y el alimento, que me dotaste del amor y me hiciste comprender que si fe no hay camino que recorrer. Pienso en ti y veo el cielo, el inmenso azul del mar que se refleja en el espejo del firmamento, rompiéndose al saberse que estás en sus adentros. Pienso en ti y rasgo los lamentos hasta convertirlos en una secuencia de besos. Pienso en ti, mamá, y cuanto más pienso menos solo me siento. Aunque llore, aunque pene, aunque lamente tu ausencia, aunque se fundan mis fueros por la impotencia que sufro, no dejo de pensar en ti y sentir cuánto te quiero. Aunque te fuiste no te perdí porque vives en el centro de mi alma, en la ilusión del recuerdo de una noche de reyes, de una madrugada de sueños, de una mañana de gloria, siendo yo costalero del Señor del que siempre aprendo, oír tu voz pronunciando mi nombre, palabras surcando el aire para remozar mi esfuerzo, del brazo que me condujo al altar donde reside la Vida, para poder casarme. No puedo seguir, anega mi ser esta extrañeza que mezcla dolor y felicidad, la suerte de haber sido tu hijo. Siempre, por mucho que pase la vida y marque mi corazón, siempre te querré, mamá.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Pendiente de su Esperanza


            No es fácil captar lo que esconden las imágenes, y solo a unos pocos es ha sido concedido el don traspasar las lindes del tiempo y vagar por esos senderos que nos llevan al descubrimiento de una historia o vernos perdidos en el laberinto de las dudas. Nos era fácil, en aquellos tiempos, sin los avances tecnológicos de hoy, cuando las cámaras de fotografías apenas eran más una caja negra dotada de una placa con virutas de plata. Obtener la fidelidad de una Imagen Sagrada era construir una obra de arte. Y Serrano sí que tenía los mimbres para realizar la mejor. A las pruebas me remito. No hay más que profundizar en su obra para descubrir y reflotar el gran artista que era. La Hermandad de la Macarena publica, amén ofrecerle un merecido homenaje, como portada del número dos de Esperanza Nuestra, una fotografía de la Virgen donde se recoge la verdadera esencia de la Reina de los Cielos, de esos que verdean cuando la madrugada se troca en mañana y los clamores nacen en las aceras para alabar la suerte de su presencia.
Uno se pone a observar y no encuentra que más verdades. La disposición de la toca que impermeabiliza del dolor y de la pena; los oropeles de un manto que se muestra orgulloso de poder caer sobre los hombros de quien es capaz de soportarlo todo, de resistir la más grande tragedia que ha padecido el género humano, y aún así es capaz de esbozar una sonrisa; el oro de la corona que refleja el esplendor de las sienes sobre las que descansa; la devoción y el amor prendidos en los pétalos de unas mariquillas que se estremecen de saberse tan cerca del corazón; los brillos de los anillos que resuelven los secretos de los besos que quedaron presos de la misericordia de sus dedos. Todo queda ínfimamente en un segundo plano ante el rostro de la Moza de San Gil, todo queda eclipsado por esa mirada que retiene el dolor y expande la Gracia de la Esperanza. Pero pasada la primera conmoción, esa turbación de enfrentarse a la divinidad, la vista pasea en la curiosidad innata que nos hace esclavos de los instintos y descubre matices que permanecen pendientes de la revelación, de que los ojos instiguen en los vericuetos ropajes, recorra los paisajes que han captado un juego de lentes, y aparezcan fantasmas del pasado. Y nos planteamos los interrogantes más inverosímiles, misterios insondable que nos presenta la presencia de un ser en un lugar tan bello como inapropiado, o tal vez nos lleve a esta conclusión la insensatez de la envidia. Es un instante que queda retenido para la eternidad, en una mezcla química, aleada con las emociones que brotan por la presencia cercana de Quien todo lo puede, de Quién todo concede. Nos consumen estos fuegos que se manifiestan por el descubrimiento.
Allí está, acompañante perenne inmortal, sonriente, alejado de cualquier pesadumbre, ofreciéndonos sus alegrías, como si ya nos hubiera advertido en el futuro, adelantándose a nuestros años, sabedor de que sería descubierto, preso de la emoción de quien le retuvo o tal vez cautivo ante la irrelevante ignorancia del artista que centra su atención en Ella, incapaz de apartar su objetivo de este centro universal de la virtud más hermosa.
Allí está Ella, como la ideara Juan Manuel, como la cantara Muñoz Pabón, como ya la soñaba Juan Miguel Sánchez, como la versara García Lorca. ¿Quién era este afortunado ser que pendía de las gracias de la Virgen de la Esperanza? ¿Qué extraña casualidad posibilitó su presencia junto a la Madre de Dios? ¿Por qué pendía de esa alacena de sueños que son las manos de la Niña que pone en alerta la madrugada y aviva las emociones apenas se asoma por el horizonte la primera luz? ¿Quién éste hombre, este mortal bendecido por los hados del destino, que goza de grande privilegio?
            ¿Suerte o confabulación de la casuística? Nunca lo sabremos. Solo podremos mantener la certidumbre de que duerme cerca de la Virgen y que un día mantuvo la suerte de pender de la mano de la Madre de los macarenos, de saberse parte y obra de los sueños que se explanan en las huertas celestiales donde se siembra, y se recoge constantemente, la ESPERANZA.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La soledad y la memoria


            Este cielo plomizo, sin más contraste cromático que la aspereza de la escala de grises fotografiándose en un charco, donde la lluvia golpea su propia luz, el que viene a consolidar la tristeza que anega espíritus y potencia zozobras anímicas. Es esta luminosidad apagada, casi fluorescente, carente de fuerza, la que trasmite la certidumbre de la ceniza que confirma el final del hombre. Viene rasgando la memoria, descubriendo la pequeñez de la razón humana, enfrentándose a la certidumbre de una conclusión común. Es el otoño mostrándose, invitándonos a la reclusión del salón, convertido en claustro para la contemplación de la cotidianidad, de la rutina que nos convierte al sosiego y la paz, al aislamiento en la lectura pausada mientras gorgorean, en llaneza del alfeizar de la ventana, las gotas de lluvia que pugnan por compartir la musicalidad, estridente y majestuosa, del maestro Rodrigo.
            Son estas tardes, confinados en los recuerdos, en esos que nos subyugan a la tristeza o nos sublevan a la alegría, mientras vemos caer la luz y llegan las abstracciones de las sombras inundando los espacios, acaparando los lugares donde se vigorizan durante unas horas, las que formalizan los sentimientos, las que nos seducen y atrapan con la melancolía. El ritmo de la lluvia amplificada en el silencio depura el alma. Hay una conversión mística mientras nos confesamos con la evocación y hay imágenes que asoman al pretil de nuestra memoria, que se van materializando, mostrándonos edificios opacos, grises, relucientes, como recién bañados, desbocando el perfume de la tierra mojada y produce una inquietud en los sentidos mientras se difuminan los paisajes que construimos cuando el cielo se tiñe de azul inmaculado.
            Es la hora de Valdés Leal repintando las sombras en sus lienzos, desde donde emerge la fuerza indomable de la muerte, los pinceles que van recitando imágenes, transcribiendo los versos de Manrique, las coplas que recuerdan los límites y las limitaciones que conlleva poder vivir, residir en este mundo que nos va mostrando la belleza y el dolor, la alegría y la pena para que podamos discernir en los valores verdaderos de la vida, de este viaje por el cosmos y que nos lleva inevitablemente, sin remisión, a morar en la eternidad. Es la hora de la comitiva espectral que vaga en busca de los Mañaras que son incapaces de advertir el futuro que se les muestra y prefieren ignorar la evidencia; es la procesión que llega para inocular la razón del sentimiento, la voracidad de las horas que nos conducen irremediablemente a la serenidad.
            Frente a la vieja fotografía se ha encendido una minúscula luz, con un gesto de candor ha eclosionado una irradiación de vida y un levísimo resplandor que va sorteando las sombras, confiriendo un halo de misterio a la mujer que aparece en el retrato. Una suave brisa hace mecer la llama y provoca un balanceo contraluces que consume horas y guarda secretos. Sobre el óleo, que santifica y retiene las oraciones, se magnifican los poderes y la gloria de las sonrisas que se adivinan en la figura que se asoma a los perfiles de la fotografía, tan gris como el cielo que se asoma al salón por la ventana. Este rito que retiene vivo a los muertos, esta tradición de procurar la inmortalidad al natural destino único del hombre, despierta las emociones y deja traslucida el alma, vulnerable a cualquier asalto de la nostalgia.
            Vencido por el sopor, trastocado por el cansancio, por la somnolencia, descabeza el sueño en el sillón, en las vísperas de la tarde que enrola la melancolía, mientras se deslizan y se enredan las horas en la filigrana de la cancela. Mil novecientos treinta y siete, ostenta en el arco superior. Una proclamación de la victoria sobre el tiempo. Ya no hay claridades invadiendo los espacios de la estancia, han huido de este paraninfo que me reúne con la soledad y la memoria. La humilde mariposa que da lustre al rostro de la mujer continúa consumiéndose, estampando la belleza perdida en las profundidades de la emoción, que confunde la realidad, en ese vaivén que muestra la mirada que siempre ofrece ayuda y esperanza, que nunca rehuyó del amor y el cariño fraterno. Los labios de la memoria acaban de posar un beso en mi frente.

martes, 6 de noviembre de 2012

Treblinka estaba ahí


                        Hay que tener malas entrañas y hundirse en el pantano de la miseria más nauseabunda para actuar de una manera tan vil, tan despreciable. Los más bajos instintos de los animales no llegan a este estadio de la condición humana. Vejar, herir y maltratar una persona con sus facultades físicas y mentales en perfecto orden ya es reprochable, digna de justa condena. Pero si el ensañamiento se comete contra quien no tiene defensa, contra quien mantiene la ingenuidad de la infancia retenida en un cuerpo de mujer porque sus facultades mentales y físicas conservan altos grados de deficiencia, es mostrar la vileza de la condición humana en el peor de sus extremos.
            La noticia ha saltado a los medios de comunicación locales y se ha hundido en el corazón de los sevillanos como la punta de una lanza candente, zahiriendo los sentimientos y levantando las ampollas de la incredulidad. Otro caso que nos sorprende cuando creíamos que esta capacidad había llenado el receptáculo de nuestro escepticismo. Ana María, una joven de veintiséis años y discapacitada mental, que había sido dejada al cuidado de unos familiares directos, ha sido martirizada por estos depravados, que no tenían mayor ni mejor diversión que practicar torturas sobre el cuerpo de la infortunada joven, tales como verter cera candente, golpearla incesantemente hasta provocarle fracturas y lesiones que hacían peligrar su vida y apagar cigarrillos sobre su piel. Una manada de salvajes que además se mantenían de la paga de invalidez que sisaban a la pobre mujer. Para colmo, no atendían sus necesidades alimentarias, casi no le procuraban ropa de abrigo y no sanaban las heridas que les producían sus agresiones, dejando al aire la masa muscular en sus muñecas y pies como consecuencia de las ataduras con las que la reducían. Un acto más para demostrar sus valientes comportamientos, machacándola en la más absoluta indefensión, sin opción a la defensa.
            Este tormento, digno de las crónicas de un campo de concentración nazi, se practicaban en un piso de nuestra ciudad, rodeado de vecinos que ignoraban la situación de pavor que estaba consumiendo a esta pobre niña, quien según su padre necesita tratos de infancia, pues su mente no se ha desarrollado más allá de la niñez, un mente de apenas nueve años que ya conoce el horror del maltrato, que se alarma cuando se acerca alguien a quien no reconoce. Natural, que diría mi amigo Pepe Boza.
            A estos degenerados, su tía carnal, su prima carnal y su novio, y la madre de éste, se habían apoderado de la paga y ni siquiera se molestaban en alimentarla convenientemente. A éstos se le sumaron otros dos salvajes que, durante el verano, también la pegaban y vejaron, cuando les dejaron al cuidado de ella durante unos días de vacaciones.
            Pues bien. Estos seis ejecutores, estos seis malnacidos, se encuentran en la calle, porque el juzgado que lleva la instrucción del caso los ha puesto en libertad, con cargos, pero en libertad. Si el padre, a quien le tenían retirada la custodia, no se hubiese preocupado, no se hubiese alertado cuando no le dejaron ver a su hija, un derecho que le asistía jurídicamente, tal vez el fin de esta inocente hubiese sido otro, quizás fatal. Y estos sucesores de los guardines de Treblinka paseándose por las calles de esta ciudad, mostrando el palmito de su criminalidad mientras las jaulas, donde debían permanecer aislados del resto de la humanidad, son ocupadas por el vacío que produce el miedo. No hay que buscar celdas de campos de exterminios en el pasado. A veces las tenemos tan cerca que no logramos visualizarlas. Un bosque oculto por los propios árboles.
La razón nos conduce a sopesar que el horror que procura el hombre al propio hombre quedó anclado en la historia. Pero no es así. Siempre hay un miserable, un villano, que se procura notoriedad pisoteando los derechos de sus congéneres, que utiliza la fuerza y la violencia para establecer el estado del terror, para terminar con la inocencia de esta niña de veintiséis años a las que le quitaron la muñecas para soterrarla en el horror de la violencia y la vejación. No lo sabíamos, pero teníamos Treblinka a nuestro lado.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Don Juan Tenorio y halloween


            No había más que darse una vuelta, a primeras horas de la mañana de ayer, por cualquier calle o avenida de la ciudad para constatar el infortunio cultural y la pérdida de valores ancestrales que está azotando a la juventud, y muy preocupantemente a la sevillana. Jóvenes con mascarillas de maquillaje desvaídas, consumidas por el tiempo y la humedad de la madrugada, como extraídos de una película de terror de clase B, aquellas que llenaban las pantallas con salsa de tomate, emulando  manchas de sangre deambulando con las primeras luces del día, con la macilenta claridad que comenzaba a torna el gris por los azules que abren paso por los Alcores.
            Jóvenes que se pierden en el desconocimiento, en la necedad de importar tradiciones de lugares a los que critican, contra los que se rebelan, a veces quemando sus símbolos y banderas, por considerarlos el origen de todos los males que nos aquejan, que nos corroen, inductores de una crisis que azota a nuestra particular sociedad y que la tiene sumergida en la devastación y en la pobreza. Jóvenes incongruentes que no quieren reconocer sus tradiciones, que las ignoran porque las consideran desfasas y arcaicas. Jóvenes que militan en el gran partido de la ociosidad, que no tienen más horizonte que la diversión extraña, que agotan su tiempo en la necedad del consumismo exacerbado. Dejan de lado la vasta cultura que nos abriga para inmiscuirse en el vacio de una tradición anglosajona, que se ha adueñado del tiempo de nuestros difuntos.
            Desconocen la verdadera magnitud de esta decisión. Sus almas libres, que tanto claman contra las instituciones norteamericanas, se están ligando a las galeras de las que pretenden huir. Prefieren convertirse en siervos de los dictámenes comerciales que llegan desde el otro lado del océano antes que perderse en los campos y las sendas de las tradiciones españolas. Son producto de la multiculturalidad, que en demasiadas ocasiones torna y se convierte en incultura.
            Y cuán gritan esos malditos[1]. Pasan la noche entera dando saltos y gritos, ataviados con ropajes extraños, de orígenes foráneos, y disfrazando sus rostros con pinturas que simulan descarnes y heridas, monstruos y seres infernales. No saben que las bregas que se esconden en la poesía o en la novela romántica, que nos descubre a Don Juan Tenorio, son la esencia de la cultura sevillana, referente de heroicidad frente al amor y la muerte. Que don Miguel de Mañara ya obraba como pendenciero y mujeriego galán algunos siglos antes de que se estancara la normanda tradición en la sociedad civil estadounidense, y que tras contemplar su propio entierro decidió entregarse al servicio de los pobres. Debieran preocuparse por mantener sus tradiciones y dejarse embaucar por éstas que les esclavizan a otras. Debieran ser consecuentes, como lo son aquellos a los que pretenden emular, y dejarse colonizar por estas escenificaciones que conllevan siempre al consumo de sus productos. Debieran ser más consecuentes, incluso, con sus creencias religiosas. No debemos obviar que la celebración de hallowen es una tradición pagana, que elude los compromisos cristianos y que se manifiesta abiertamente contra la fe, de la que luego presumen viendo un paso de palio o un Nazareno que se recoge con el trino de los pájaros.
             La belleza de nuestras tradiciones, que siempre guardan un componente romántico, por mucho drama, por mucha muerte que mantengan, no pueden verse ahogadas por estas celebraciones importadas, banales y paganizadas. Esperemos que éstos que ahora se jactan, movidos por sus efluvios de juventud, recapaciten y mediten sobre la idoneidad de mantener nuestras costumbres y no caigan en la servidumbre anglosajona que tanto daño hace a nuestras tradiciones.
            Y no olvidemos que honrar a nuestros difuntos es conservar nuestra memoria.


[1] Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, acto primero, escena primera.