Uno
no deja de recibir y encajar sustos. En esta vida hay cosas que, por muy
repetidas que sean, por mucho que se rijan por las leyes de la madre naturaleza,
no dejan de sorprendernos, de asombrarnos, y la mayoría de las veces para
adentrar en las cavernas del dolor y extraer las más penosas y dramáticas emociones.
Me sublevan aquellas que nos intentan sustraer la mejor época, la niñez que nos
marca y define para la eternidad. Se obstinan en intentar oscurecer los pasajes
más hermosos de la existencia. Todos llevamos dentro el niño que fuimos, esa
ingenuidad y timidez que nos descubre al mundo. Me desperté la otra mañana con
la increíble y nada probable noticia de
que había fallecido MiliKi. ¡Valiente falacia! A estas alturas de la vida
intentan desposeernos de las únicas verdades que nos sostiene, de la fantasía
que nos defiende de la realidad y nos aporta las suficientes argumentos para
sobrevivir en esta vorágine de mercantilismo y somnolente mediocridad. Los
genios no mueren, se transforman en materia imperecedera y pasan a habitar en los
fértiles valles de la imaginación, en la memoria clara y azulada que procura la
pervivencia de los niños, que nos mantiene asidos en la inocencia.
Hay
que destronar la alevosía que intenta perturbar los recuerdos, colorear la
primera imagen que nos restituye al tiempo feliz, a las horas muertas de una
sobremesa, de silencios y estupor, de esquivar la canícula que nos atormenta
embelesados con e grito que nos convocaba a la librar la batalla contra el
aburrimiento, contra la desidia y el espesor de los bostezos. Eran cuatro, como
émulos de la canción que alteraba nuestra serenidad y nos convocaba a
canturrear los encuentros de don Pepito y don José, estos payasos que continúan
alegrándonos la existencia, aun en la diáspora de la conciencia y el tiempo,
aún cuando los años nos certifique en la alegría de la vida. Eran cuatro estos
mosqueteros que blandían las armas de la ilusión y nos alejaban de
cotidianidad, cuatro payasos –cuando este término engloba y atiende la mejor de
sus acepciones y no a la paupérrima que habría que adjuntar a la personalidad
de algunos que yo me sé - que nos convocaban frente a la vieja pantalla del
Vanguard, el televisor que nos abría visiones del mundo en blanco y negro y
reflotaba nuestra imaginación hasta límites insospechados, y el suelo del salón
transformado en tribuna de un circo eventual, atentos a la pregunta que respondíamos
coralmente. ¿Cómo están ustedeeeeees? Y
un estruendo infantil anegaba la estancia revelando, en el grito, la inocencia
y el sentimiento de la infancia. Como si nos escucharan contestábamos, casi
desgañitándonos, desfondando todo el caudal de la voz, ¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeeenn!!!! Y la alegría y la mejor diversión se
asentaban en el ambiente, y las risas eran epílogo a las payasadas de los
artistas. Nos crearon un mundo de diversión y canciones que marcaron,
musicalmente y con parodias inolvidables, aquel tiempo donde, y a pesar de las
tonalidades grises, descubrimos la felicidad. Gaby, Fofo, Miliki y Fofito. Ahí
están, erguidos en los pedestales de la historia que nos envuelve, retornando y
asiendo sus instrumentos musicales, la trompeta, el acordeón, el piano, concitando
la atención de millones de miradas resplandecientes, estrellas de un firmamento
donde se diluyen las leyes cuánticas para instaurar el cosmos de la alegría,
mientras una gallina, flemática y famélica, no cesaba de poner huevos, o
Susanita tenía un ratón campeón de ajedrez, o promulgaban y enseñaban los
principales valores del hombre: la familia, la amistad y la educación, la
belleza de la vida frente al horror de la incapacidad del ser humano para ser
bueno con sus semejantes.
¿Cómo
va morir aquel artífice de la alegría, aquel mago capaz de sacar de la gorra la
mejor de las sonrisas y tallarla en nuestros semblantes? ¿Cómo se pueden
escanciar las sonrisas que se grabaron en las marmóreas paredes de la memoria?
Ayer se confabularon los hados de las noticias para pregonar una verdad a
medias, para divagar en las erróneas percepciones de los intereses del mundo. Ha
muerto Miliki, proclamaban los titulares de los principales tabloides del país,
vociferaban los altavoces de las radios. ¡Pero cómo va a morir Miliki, miarma!
El fallecido es Emilio Aragón Bermúdez. Miliki, el payaso de una generación de
españoles, de sus niños de cuarenta años, sigue vivo, o no escuchan ustedes su
voz preguntando ¿¿¿¿¿Cómo están ustedeeeeeeeeees???
No hay comentarios:
Publicar un comentario