Hay situaciones
en las que hay que revestirse con una coraza de valentía para tomar decisiones.
Las condiciones peculiares del sevillano, su forma de entender las cosas, las
moratorias que se toman para efectuar acciones propias de la conservación o
mantenimiento de algunas de sus principales iconos, religiosos o sociales, con
un fin salvífico, hace imposible, en demasiadas ocasiones, dar el paso al
frente ante el temor de enfrentarse a una opinión pública condicionada por el
alto ego de la propia sociedad sevillana.
Sentenció una
vez el carismático y grandioso jugador verdiblanco Rogelio, cuando un
entrenador le confería a centrarse en el esfuerzo, a redoblarlo con
generosidad, a mostrar mayor ímpetu en sus acciones físicas, a que corriera más
quien guardaba en su pierna izquierda el gran secreto del fútbol, contestando
con la misma rapidez con la ejecutaba sus acciones en el campo de fútbol, que correr era de cobardes, dejando
cariacontecido y desubicado, ante tan grande verdad, al entrenador. Aquella
ingeniosa y contundente salida ha quedado grabada en mi mente. La aseveración
no puede entrañar mayor verdad y es aplicable a todos los órdenes de la vida,
muy especialmente al de las cofradías, donde ha reinado durante décadas el
inmovilismo, en cuanto a toma de decisiones sobre materia patrimonial. Gracias
a Dios la sociedad ha evolucionado, por ende las hermandades, hasta comprender
que hay momentos en los que tomar ciertas decisiones resultan vitales para el
mantenimiento, no solo de las Sagradas Imágenes, sino del valioso y extenso
patrimonio que mantienen.
Las juntas de
gobierno tienen la obligación de gobernar, y este deber comprende también la
toma de decisiones, competencias que muchas veces nos son entendidas por los
miembros de las cofradías, que suponen que cuando el prioste tiene una
necesidad fisiológica, mayormente de carácter escatológico, han de convocar al
cabildo general de hermanos para que éstos decidan si tiene que tomar el camino
de la izquierda o de la derecha. Normalmente las reglas definen y explican
detalladamente estas competencias, concretan los límites a los que deben acotar
sus actuaciones. No todo se debe ni se puede consultar, pues retrasarían
extraordinariamente el normal discurrir de las instituciones, ralentizarían el
progreso y la adaptación natural a los tiempos y a los nuevos órdenes que
imprime constantemente la sociedad.
Uno de los
principales referentes devocionales de la ciudad, más aún fuera de ella, tenía
urgente necesidad de recuperar la salud que los años, los efectos y efluvios de
las velas, las demostraciones del amor del pueblo, habían dejado en todos las
partes de su cuerpo. Éste Señor que todo lo puede tuvo que ser intervenido y
sus hermanos aceptaron la propuesta de la junta de gobierno. Era necesaria la
actuación para no perderlo. Y efectuaron la sanación. Y algunos mostraron su
desencanto porque decían no reconocer al que sus padres vieron. ¿Y sus abuelos,
más aún, sus bisabuelos, los ancestros que lo vieron salir por las puertas del
taller de Juan de Mesa, lo hubieran reconocido? ¿Sabrían que aquel era el Dios
que todo lo puede o se hubieran perdido en la languidez de no poder reconocerlo?
Enrique Esquivias de la Cruz, hermano mayor da la Hermandad del Gran Poder, y
su junta de gobierno, tomaron la decisión y nos retrotrajeron a la hermosura de
la contemplación más cabal del más Cabal de los hombres, del que siendo Dios se
humilló ante los que salvaba. Una decisión extraordinaria y que algunos
quisieron polemizar. Un gesto de valentía que sirvió para que algunos
descubrieran la Verdad que se ocultaba tras los velos devocionales que el
tiempo intentaba imponer.
El pasado
viernes concluía su ciclo al frente de la Hermandad del Gran Poder. Tiene en su
haber los grandes hitos, las grandes obras de los últimos tiempos. Todos
afrontados desde la valentía, sabiendo que en las esquinas se afilaban
cuchillos. Pero tenía la responsabilidad, y lo sabía, y lo aceptó, de llevar a
cabo estas empresas porque su Hermandad lo necesitaba. Cumplió sobradamente con
lo que ordenado por Quién preside el orden de sus cosas, por Quién dispone el
orden de su vida. Y lo hizo sin dudas porque era la obligación. Sin miedos
porque tenía la seguridad de la honradez, por la integridad y la entrega sin
condición al servicio del Señor. Enrique Esquivias tiene las cosas tan claras
como tiene el corazón. Y eso que en la última Venía que presidió como Hermano
Mayo, “erró” cuando al presentar a su
Hermandad concluyó el titulo de la mima diciendo “…de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza
Macarena…María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso”. Un caballero que se
marcha con el deber cumplido.
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