En esta ciudad todo parece
desnaturalizarse conforme nos dirigen hacia una extraña modernidad. Hay
conceptos naturales que la gente comienza a alterar. La libertad de actuación se
mal entiende y muchos pasan a formular el tremendo y cuestionable pensamiento
de que todo vale. Es una corriente que se extiende peligrosamente entre un sector
de la población que no está capacitado para alberga mayores logros que florear
y airear, sin escrúpulos, la superficialidad de los valores.
De
un tiempo a esta parte se minimiza la esencia de las cosas, las entrañas que
debieran forjar la identidad de lo sevillano. Cada vez quedan menos críticos
que asuman la condición de la verdad de nuestras cosas, tal vez porque temen
ser vilipendiados por un sector “vanguardista” que no ve más allá de los
primeros árboles del bosque, que se quedan en la frivolidad de las estructuras
banales, en la mera intrascendencia, por el simple hecho de no conocer el
verdadero significado de lo contemplan u oyen. Hay quienes han halagado la
estructura mamotrética que el gobierno municipal anterior se obstinó en situar
en pleno casco antiguo de la ciudad, dejando al libre albedrío de la más pura
desidia, y a muy pocos metros, un edificio religioso –entiéndase Santa
Catalina- del siglo catorce, cayéndose para vergüenza de la propia ciudad, y
cuya restauración y recuperación arquitectónica no hubiera supuesto ni una
décima parte de lo que ha supuesto la construcción de las setas de la
Encarnación, un lugar maldecido por los “intelectuales” del tardo franquismo,
los “modernos” preconstitucionales y los “vanguardistas” democráticos que no
dudaron en cargarse uno de los espacios más entrañables de la ciudad, demoliendo
el antiguo mercado, ampliando monstruosamente los espacios adyacentes y
culminando con la obra faraónica que la preside en la actualidad. De aquellos
lodos, estos barros.
Estas
innovadoras tendencias han alimentado
el frikismo autóctono, rayano en tontura y en la liviandad desmesurada. Una
nueva concepción de la tradición, pregonan sin ningún tipo de vergüenzas. La
tradición se respeta y se asume. Algunas incluso soportan la modificación
propia del discurso del tiempo. Pero intentar justificar actitudes y
manifestaciones como nuevos conceptos tradicionales no deja de ser una mera insolencia,
una falta de respeto al buen gusto, a la inteligencia.
Veo
con asombro, y no poca estupefacción, como en las redes sociales,
principalmente, se publican imágenes de estatuas de madera, emulando a las Sagradas
Imágenes de las hermandades sevillanas, y que retienen tanta devoción, vestidas
inadecuadamente, con un mal gusto que sorprendería al propio Vicente el del
canasto, con la graciosa particularidad de presentarlas como verdaderos
ejemplos de originalidad, cuando en realidad no demuestran más que
chabacanismo, cuando no irrespetuosidad si es que pretenden dotarlas de algún
carácter sagrado. Y lo peor, no sé si por congraciarse con el autor, por
granjearse la invisible amistad, o simplemente participan del mismo gusto, son ensalzadas
con numerosos comentarios, sobre la exquisitez y la belleza de sus atuendos, que en la
mayoría de la ocasiones se reduce a una mera toquilla de encajes tirada sobre
la cabeza de la pobre imagen. Si tanto respeto le confieren, sin tanta pleitesía
devocional intentan transmitir, hasta el punto de igualarse al sentimiento
maternal, ¿sacarían a sus madres medio desnudas, medio vestidas, en sus
portales de las redes sociales?
Hay
que saber distinguir entre lo verdadero, lo importante y trascendental para no
caer en falsos modernismos, para no transgredir el sentido y la medida de las
cosas que nos fueron legados y que, con estos extraños comportamientos, no
hacemos más que destruir la identidad propia para sucumbir en nuevas tendencias
que no enriquecen sino vienen a empobrecer la cultura y la religiosidad popular.
Y eso por no
entrar a valorar la compostura ante los pasos, la falta absoluta de respeto al
nazareno, invocando el derecho a contemplar, y menospreciando el de la
penitencia, que no a rezar en la mayoría de las ocasiones o la suplantación de
la espiritualidad y la fe por admiración al espectáculo, por no entrar en
criticas las nuevas composiciones musicales. Por eso, para combatir este mal
gusto y la zafiedad, prefiero oír el tesoro musical que la Hermandad de la
Macarena está entregando a sus hermanos junto al nuevo número de la publicación
Esperanza Nuestra, un facsímil de la primera grabación de la Centuria Macarena
con cinco marchas que recuperan el clasicismo que algunos se obstinan en
describir como antiguo y desfasado pero que guardan la mejor esencia de la
Semana Santa de siempre, ésa que nos superará a nosotros y pervivirá otros
pocos de siglos más porque no depende de nosotros sino de Ellos.
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