El
Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla hizo público, en la noche
de ayer, las catorce imágenes que compondrán la comitiva para el solemne y
magno Vía Crucis, a celebrar el próximo mes de febrero, como principal acto,
con motivo del Año de la Fe que celebra universalmente la Iglesia.
Hay
que destacar la presencia también, amén de las catorce designadas, otras dos
hermandades más que participarán con dos su más importantes insignias. La Vera
Cruz, con el Santo Lignum Crucis, que curiosamente salió este año presidiendo
la estación de penitencia de la cofradía, el lunes santo, debido a la
inclemencias meteorológicas que obligaron a la hermandad su salida procesional
de manera tan sui generis. La otra es la hermandad del Silencio que aportará su
cruz de guía para ir señalando el comienzo de cada una de las estaciones que
conformarán este piadoso acto.
Hay
un hecho, a referir, que descubre la idoneidad de la elección de las imágenes.
El Consejo, auspiciado por las recomendaciones de la Iglesia Diocesana, ha apostado
a caballo ganador designando a dos devociones que traspasan el umbral de la
capitalidad; más aún, me atrevo a decir que sus figuras se elevan en la
querencia universal. Al Dios de Sevilla y de Triana. El mismo hombre que
apacigua nuestros espíritus desde San Lorenzo y el que nos eleva, desde el
tormento del último instante, a la mejor condición de la humanidad.
Las
trascendentales figuras surcarán las calles de la ciudad entre el palpito
emocional de decenas de miles de devotos. Dios caminando para repartir sus
bendiciones; Dios que exhala el aliento que da fuerza a quienes lo asumen. El
Señor camina al encuentro desde San Lorenzo para hacer fuertes a los que
constantemente decaemos por los avatares de la mundana existencia. El Poder del
Misericordioso anegando el alma, El que es dueño y señor de la Bondad rasgará
las entrañas de esta tierra, con el arado de su cruz, para inocular la semilla
de la Gran verdad en la aridez de nuestras almas. El Señor del Turruñuelo,
abarcando toda la grandiosidad de la oración, que es la mirada perdida de los
trianeros, en ese arco que delimitan sus brazos abiertos, como un horizonte
donde se adivina el horizonte salvífico de los hombres y que transforma la angustia de su último aliento en
el bálsamo redentor que mitiga el constante ahogo del hombre.
Concitar
estas dos grandes devociones, en el mismo acto, es un hecho extraordinario que
quedará prendido en el mejor recuerdo de los sevillanos. Un hito imborrable y
un acierto de quienes han tenido la responsabilidad de la nominación, por más que
se mantuviera la certeza de su participación en el mismo.
Si
hay algo que reseñar en contra es el modo en el que se trasladarán, pues se
portaran en las andas en las que procesionan en la Semana Santa, con todos lo
personajes secundarios, algo que gravará, a las ya de por sí sufridas mayordomías
de las Hermandades participantes, en unos tiempos en los que priman la escasez
y la necesidad. Cierto es que se habrá intentado acercar la iconografía al
misterio que se presente en cada estación del Vía Crucis, pero cierto es
también que el acto podría haberse restringido al traslado en andas, sin tener
que efectuar grandes trabajos de tramoya, sin magnificentes altares que
cobijaran a las Sagradas Imágenes, sin la parafernalia estridente con la que a
veces nos jactamos. Hubiera bastado delimitar los espacios donde situar las
Imágenes, y hubiéramos dado ejemplo de la austeridad que se nos requiere desde cualquier
instancia política, social o eclesiástica. Hemos perdido una oportunidad extraordinaria
de predicar con el ejemplo, de evitar las censuras que se verterán, por mucha
austeridad que podamos o queramos rodear los traslados, desde los foros de los descreídos.
No recrimino, no soy nadie, ni los fastos no los esfuerzos delos hombres que
procuran ofrecer mayor gloria a Dios y a su Bendita Madre.
Ni
al Señor ni al Cachorro le hacen falta más oropeles que la intimidad y el bisbiseo
de unas oraciones que resbalan de unos labios o la sonoridad de unas lágrimas
que se despeñan por las laderas de unas mejillas. Son Dios Hombre sencillamente
y no necesitan nada. Su virtud radica en el mensaje que transmiten, en las
sensaciones espirituales que provocan solo con poder estar cercar, observando
como el Ser Supremo, hacedor de todas las cosas, se transfigura en sus cuerpos, como se nos
presentan con la cruz a cuesta o con las órbitas de sus ojos enseñándonos el paraíso.
Ellos nos enseñaron y guiaron el camino por donde se llega a la Fe.
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