Debo
ser un tipo extraño porque me gusta, y sustrae mi razón, esta no luz de
noviembre, esta remembranza del sentido de la vida que vendrá a manifestarse el
primer día de la cuaresma, cuando nos impongan el símbolo que nos reconoce como
seres mortales y nos verifica en la creencia de una existencia superior, de la
constatación de la inmortalidad prometida. Me gustan estas pausadas caídas de
la tarde invitándonos al sosiego de un paseo, al retiro en el umbral del salón donde
se habilita la quietud y todo nos parece sereno. Me gustan esos amaneceres
cenicientos que parecen lienzos donde puede reposar el alma, donde calma se manifiesta
y transmite la sensación de paz que se nos escapa con el trasiego incesante de
las jornadas.
Es
este remanso solariego de grises que pugnan por fortalecer su policromía, por
hacerse fuertes en la tersura de la tarde, por devaluar la agresividad de los bermellones
que se asomarán en las lindes del horizonte, es el que nos prepara para la
nostalgia, para recuperar los hálitos de sosiego que necesitamos para vencer la
pereza.
Esta
no luz de noviembre, que atraviesa la gran cristalera del salón, restituyendo
la serenidad y la calma en el interior de la estancia, separándola del mundo
donde el trasiego es constante y atosigador, me invita a la lectura, a perderme
en la belleza de las palabras de otros, en los universos que concibieron para
ampliar la visión del sentimiento. Las melodías flotan en el ambiente, se
deslizan por el aire, atravesando la oscuridad, ignorando la felicidad que
implantan, la tranquilidad que transmiten. Oigo, tras de mí la gran voz de Bryn
Christopher, buscando una respuestas a las esencias de la vida, de nom plus
ultra que se arraiga en el corazón, y la relajación ha tomado asiento en mí. Me
conmueve esta canción que acompaña y destrona los ruidos que pretenden establecer
el caos. La música reblandece la coraza que deja al descubierto la
sensibilidad, que nos hace vulnerable y hasta llega a doblegar la voluntad.
Esta
no luz de noviembre llega preñada de presentimientos, de hermosas advertencias
que se consumarán así que pasen unos días, así que las tardes sigan menguando
hasta convertirse en despropósito de la tristeza y nos muestre que el declive
de la luz llega a su fin. Viene con el añadido del confort en la cercanía de
los amigos, en la amortización de la sinceridad de la amistad, en ese refugio
que siempre tiene las puertas abiertas para que penetremos con la desolación y
nos devuelvan al consuelo con una mirada, con una palabra, con una caricia que nos
sorprende y subyuga, un gesto que es capaz de demoler las más altas murallas de
la desazón.
Esta
no luz de noviembre, que embriaga mis sentidos, que emborracha y anega de
emociones el alma, que amortaja y parece detener el tiempo, se abre a la
esperanza, a devaluación de la fortaleza con la que se manifiesta la amargura,
porque despliega la hermosura de la memoria y nos trae el calor de los
recuerdos, deshace la angustia porque transmite tranquilidad y nos acoge en la
solariega estancia donde toda figuración tiene su proyección. Este compendio de
sensaciones –el libro abierto entre mis manos, la música, ahora The Story y Sara
Ramírez narrando la fuerza y de la necesidad de los sueños, el vigor ineludible
de la lucha interior para convertirlos en realidad- que me rodean establecen
las normas para conseguir la tranquilidad espiritual.
Me
gusta esta no luz de noviembre y me gusta recluirme en el calor del hogar, en
este claustro por el que pasean, sin prisas, sin celeridad, con parsimoniosa
lentitud, las horas que debo a mi soledad, los instantes que nunca me reclaman
quienes me quieren y les pertenecen, las miradas que apelan a la justicia de
ser devueltas y que vagan, en las ansias del encuentro, por las campiñas del
corazón esperando la resolución de este pleito de afecto.
Me gusta esta no luz de noviembre porque convoca mis
mejores recuerdos y brillan aún más los ojos de una niña que decidió compartir
conmigo su vida, que regocija mi existencia y soporta mis extravagancias y que
ayer descumplió un año. Me gusta esta no luz de noviembre porque en su
monocorde tranquilidad sobresale la suya y eso calma mi vida.
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