Hay
que tener malas entrañas y hundirse en el pantano de la miseria más nauseabunda
para actuar de una manera tan vil, tan despreciable. Los más bajos instintos de
los animales no llegan a este estadio de la condición humana. Vejar, herir y
maltratar una persona con sus facultades físicas y mentales en perfecto orden
ya es reprochable, digna de justa condena. Pero si el ensañamiento se comete
contra quien no tiene defensa, contra quien mantiene la ingenuidad de la
infancia retenida en un cuerpo de mujer porque sus facultades mentales y
físicas conservan altos grados de deficiencia, es mostrar la vileza de la
condición humana en el peor de sus extremos.
La
noticia ha saltado a los medios de comunicación locales y se ha hundido en el corazón
de los sevillanos como la punta de una lanza candente, zahiriendo los
sentimientos y levantando las ampollas de la incredulidad. Otro caso que nos
sorprende cuando creíamos que esta capacidad había llenado el receptáculo de
nuestro escepticismo. Ana María, una joven de veintiséis años y discapacitada
mental, que había sido dejada al cuidado de unos familiares directos, ha sido
martirizada por estos depravados, que no tenían mayor ni mejor diversión que
practicar torturas sobre el cuerpo de la infortunada joven, tales como verter
cera candente, golpearla incesantemente hasta provocarle fracturas y lesiones
que hacían peligrar su vida y apagar cigarrillos sobre su piel. Una manada de
salvajes que además se mantenían de la paga de invalidez que sisaban a la pobre
mujer. Para colmo, no atendían sus necesidades alimentarias, casi no le
procuraban ropa de abrigo y no sanaban las heridas que les producían sus
agresiones, dejando al aire la masa muscular en sus muñecas y pies como
consecuencia de las ataduras con las que la reducían. Un acto más para
demostrar sus valientes comportamientos, machacándola en la más
absoluta indefensión, sin opción a la defensa.
Este
tormento, digno de las crónicas de un campo de concentración nazi, se practicaban
en un piso de nuestra ciudad, rodeado de vecinos que ignoraban la situación de
pavor que estaba consumiendo a esta pobre niña, quien según su padre necesita
tratos de infancia, pues su mente no se ha desarrollado más allá de la niñez,
un mente de apenas nueve años que ya conoce el horror del maltrato, que se
alarma cuando se acerca alguien a quien no reconoce. Natural, que diría mi
amigo Pepe Boza.
A
estos degenerados, su tía carnal, su prima carnal y su novio, y la madre de
éste, se habían apoderado de la paga y ni siquiera se molestaban en alimentarla
convenientemente. A éstos se le sumaron otros dos salvajes que, durante el
verano, también la pegaban y vejaron, cuando les dejaron al cuidado de ella
durante unos días de vacaciones.
Pues
bien. Estos seis ejecutores, estos seis malnacidos, se encuentran en la calle,
porque el juzgado que lleva la instrucción del caso los ha puesto en libertad,
con cargos, pero en libertad. Si el padre, a quien le tenían retirada la
custodia, no se hubiese preocupado, no se hubiese alertado cuando no le dejaron
ver a su hija, un derecho que le asistía jurídicamente, tal vez el fin de esta
inocente hubiese sido otro, quizás fatal. Y estos sucesores de los guardines de
Treblinka paseándose por las calles de esta ciudad, mostrando el palmito de su
criminalidad mientras las jaulas, donde debían permanecer aislados del resto de
la humanidad, son ocupadas por el vacío que produce el miedo. No hay que buscar
celdas de campos de exterminios en el pasado. A veces las tenemos tan cerca que
no logramos visualizarlas. Un bosque oculto por los propios árboles.
La razón nos
conduce a sopesar que el horror que procura el hombre al propio hombre quedó
anclado en la historia. Pero no es así. Siempre hay un miserable, un villano,
que se procura notoriedad pisoteando los derechos de sus congéneres, que
utiliza la fuerza y la violencia para establecer el estado del terror, para
terminar con la inocencia de esta niña de veintiséis años a las que le quitaron
la muñecas para soterrarla en el horror de la violencia y la vejación. No lo
sabíamos, pero teníamos Treblinka a nuestro lado.
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