Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 28 de junio de 2012

Los puntos sobre las íes


A veces nos tiramos a la piscina de la opinión, aunque en ésta rebose el agua, sin saber nadar, desconociendo las más estrictas normas para sostenerse sobre el líquido elemento y con dificultad y suerte alguien o algo, la eventualidad o la Providencia acudirá al socorro. Es fácil pronunciarse sobre lo que realmente no se conoce, porque fabular sobre hechos contrastados, desvirtuar su origen y fomentar la demagogia es fácil y en este país resulta gratis calumniar, ofrecer una imagen desvirtuada de la realidad, o al menos no se aplican con el rigor y contundencia suficiente.
            Desde que el Saturno de la crisis comenzó a devorar a sus hijos hemos comprobado cómo el ficticio mundo donde creíamos habernos hecho fuertes, edificado sobre cimientos de adobe, se ha desplomado y se ha llevado por delante la dignidad y hasta la integridad moral de muchos ciudadanos que creyeron en las promesas de una sociedad de bienestar que resultó ser falsa, personas que no han tenido más remedio que acudir a los diferentes organismos sociales y de caridad a solicitar ayuda para poder sobrevivir. Poco acostumbrados a estas situaciones han tenido que sortear el muro de la vergüenza, agachar en muchos casos la vista y elevar los clamores de sus desventuras a unos desconocidos que afortunadamente siempre tienen una sonrisa en la cara y la mano extendida para ofrecer socorro. Suerte es que haya personas en estos tiempos que escuchen tantos lamentos, tantas penas, tanta acuciante necesidad. Suerte es que se atiendan esos rosarios de pequeñas peticiones –el pago del recibo de la luz, del suministro de aguas, el alquiler de la vivienda donde todavía reposa algo de dignidad personal, la cancelación de la deuda en un establecimiento de comida, el apoyo a sostener la honorabilidad con la concesión de carnets para supermercados sociales, etcétera, etcétera, etcétera- y solventen tantos problemas que a la mayoría nos resultan nimios pero a quienes afectan les quita el sueño. Conozco el caso de algunos padres de familia que han esperado la llegada del asistente social en la puerta de una hermandad para que le posibilitara un vale con el poder adquirir un litro de leche y pan para dar un desayuno a sus hijos antes de enviarlos al colegio. Éstos son los extremos emocionales, porque todo afecta, a quienes se enfrentan DIARIAMENTE con estos problemas.
            Ya es hora de poner un punto sobre la i. Ya es hora de hacer llegar y concienciar a ese estrato de la sociedad sevillana, que se mueve entre la intolerancia y el despotismo ilustrado, que solo tiene palabras de reproche y discursos demagógicos sobre los procedimientos sociales y el reparto de los bienes de terceros –porque los suyos los salvaguardan para lo que creen oportuno-, que alimentan sus egos lanzando embaucadoras proclamas sobre lo que tienen que hacer “otros” cuando ellos no emprenden ninguna gestión con las que intentar paliar lo que critican a instituciones benéficas, corporaciones y especialmente a las hermandades, que gracias a ellas hay personas que pueden sacar sus vidas adelante. No conozco, en esta ciudad al menos, ningún sindicato ni partido político que haya ofrecido sus recursos, como lo hace Cáritas Diocesana, ni instalado en sus lujosas sedes corporativas comedores para atender al hambriento, como lo hacen los conventos de las Hermanas de la Caridad, ni hayan habilitado uno de sus decorados y amplios despachos para ofrecer siquiera palabras de consuelo, que también son necesarias cuando se aporta la ayuda material, como lo hacen las Hermanas de la Cruz, ni por supuesto haya recogido en sus presupuestos partidas económicas para aliviar la pena de las numerosas órdenes de desahucio que publican diariamente, como se hace en la Macarena, que destina presupuestariamente cerca de DOSCIENTOS MIL EUROS para la obra de su asistencia social, aunque en la actualidad esta cantidad se queda corta ante la constante y ascendente demanda de ayuda sin que hasta la fecha, y  a los que verdaderamente lo necesitan, nadie se ha quedado sin socorrer, sin habérsele abierto una puerta a la Esperanza.
            Pues todas éstas, y alguna que otra más, SÍ se han solventado diariamente por las Hermandades y Cofradías de Sevilla, por la Iglesia y Cáritas diocesana. Estoy orgulloso de pertenecer a una de ellas, de cooperar en ella, de ofrecer cada día, desde mi obligación y compromiso, con mi humilde colaboración, esa ayuda que tanto nos demandan desde algunos sectores de la sociedad. Sería interesante que se informaran, que se instruyeran, para poder emitir juicios de valor y no quedar con sus “progresistas” culos al aire, que además con lo que hay por ahí es peligrosísimo.
            Indicar lo que otros tienen que hacer con sus bienes o concesiones es muy fácil. Difícil es adquirir un compromiso con el que solventar los problemas que se pretenden subsanar porque además sirven de base para justificar, documentar y argumentar las opiniones que se viertan. Asesórense y lo mismo se llevan una gratísima sorpresa.

miércoles, 27 de junio de 2012

Elecciones cofrades y la caló


            Hay que tener muchas ganas de concebir y crear para ponerse a escribir en este mediodía, que ya comienza morder las calles con el fuego de la inmisericordia estival, a aguijonear con sopor las carnes, y desasirse de esta mandanga que se apodera del cuerpo y que nos incita a tomar un buen y frío tanque de cerveza refugiados en la sombra que procuran las velas o el trazado urbano que nos legaron nuestros ancestro árabes, allá por las inmediaciones de Santa Catalina, donde se erige templo a la figura de Gambrinus, en el Tremendo.
            Enfrentarnos a estas situaciones hasta que el cuerpo aguante, hasta que seamos vencidos por la batahola incandescente del sol y caigamos, en la dureza solariega de la media tarde, rendidos sobre la penumbra que nos aplica el bálsamo de la recuperación del sueño y firmemos el armisticio con el cansancio. Ya estamos a  merced de la caló, así en singular, porque habrá terribles secuelas y nos llegaremos a tener que pluralizar el término y convertirlo en las calores, esa sensación de desasosiego que inhibe y nos llevan a eludir cualquier actividad física, a enfrentarnos a las labores cotidiana con desgana, con la mayor de las apatías. ¡Ay qué me acuerdo de mi amigo Oleguer!*
            Por eso me extraño mucho que en plena vorágine canicular, cuando más calienta el sol, que dirían los Hermanos Rigual, muchas hermandades y cofradías celebren y convoquen a sus hermanos a cabildo de elecciones. ¿No hay meses en el año donde las temperaturas son más clementes y benévolas? Creo, en mi modesto entender, que de obrar de esta manera hasta se ampliaría el número de votantes. ¡Con lo que cuesta levantarse de una siesta! ¡Si se pierde hasta el sentido de la orientación! Por no decir, las ganas de ejercer el derecho a elección de quienes regirán los destinos de la Corporación pertinente en los próximos años, tal y como se nos presentan en la actualidad, que más parece una confrontación política que un plebiscito fraternal.
            Cuando se piensa en conformar una candidatura, lo primero que busca el aspirante a hermano mayor, no es una persona que le acompañe y le sigua en la responsabilidad del mando, movido por los años de amistad y convivencia en el seno de la Hermandad, que sería lo natural, sino a un director de la candidatura, una persona que sepa orientar el proyecto y cuya misión primordial será la canalización de la información, la elaboración de un plan estratégico, la concreción de un equipo para la mayor difusión de las habilidades y méritos del aspirante, presentar ante la opinión pública las benevolencias y magníficas cualidades que se reúnen en el futuro hermano mayor. Lo de crear el grupo de personas que conformarán el grueso de la Junta viene después. Imagen, sobre todo buena imagen. El director de campaña es primordial porque tiene que coordinar la página web, la fecebook y la twiter, desde donde se lanzarán las proclamas y los mensajes del programa electoral, y desde las cuales se fomentarán los enfrentamientos entre seguidores de las diferentes candidaturas que se presenten. En sus espacios se vierten calumnias, infamias, libelos. Eso sí, bajo la sutileza del manto del anonimato, y ante la permisividad de quienes dirigen los foros.
Estamos politizando y burocratizando en demasía los comicios en nuestras hermandades, estamos propiciando conductas no propias de la fraternidad que debe regir y primar entre quienes componen las cofradías. Hay que unir, de eso se trata, no de disgregar y descomponer, no de encasillar en la animadversión. Hay que ejemplarizar y hacer realidad los valores cristianos de los que se presumen. Saber perdonar y conciliar al grupo que no consigue sus propósitos. Hay que saber ganar pero primordial y principalmente, hay que saber perder. Y a veces –quizás con la mejor intención- la legitimidad y el amparo al derecho de igualdad en la presentación de diferentes candidaturas lo que promueve es la atomización y la dispersión del mensaje de Cristo, eje principal de la hermandad, la desnuclearización del sentido de la fraternidad y solidaridad, de la humildad, la entrega y el servicio a los hermanos con la que constituyeron, en muchos casos hace siglos, nuestros antepasados las Hermandades y Cofradías de Sevilla.
            Qué caló hace para tener además que ponerse en una cola.

martes, 26 de junio de 2012

¡Qué Dios nos libre!


Hay siempre que tener en cuenta las circunstancias que rodean los hechos, aquellas que pudieran dotar de sentido los execrables sucesos. Circunscribirse a las impresiones sin ahondar en ellas, sin bucear en las cuestiones por las que se acometen acciones punibles, puede desembocar en la equivocación más rotunda. Evaluar las pruebas sin constatar los fundamentos ascendentes del móvil -legítima defensa, ofuscación por enfrentamiento, causalidad de  la obra cometida, pérdida de razón, enajenación mental- puede llevar a conclusiones erróneas, a la ejecución de una verdad a medias cuando no a la terrible concisión de la mentira con el fin de penalizar algunos de los sucesos más notorios acaecidos en los últimos tiempos. En el caso contrario basta con ojear cualquier ejemplar de la prensa diaria para constatar los más sanguinarios y bárbaros acontecimientos y mostrar la repulsa hacia quienes cometen asesinatos, ultrajan la libertad con la violencia o arremeten contra personas indefensas o acobardadas por su condición en el género.
            Todavía mantengo en mi mente, retenida en esa cueva donde se alojan los más tristes recuerdos, donde se quedó impregnada para siempre porque fue absorbida por el papel secante que es la infancia, la figura de aquel joven esposado, custodiado por la guardia civil, con la mirada perdida y el rostro demudado por la vergüenza tras la inconsciencia de un hecho que le llevó al tormento del homicidio y Manuela, mi vecina exclamando “Dios nos libre”. Nadie halló explicación a su comportamiento. Un hombre sencillo, bueno como el pan recién salido de la tahona que regentaba por la reciente jubilación de su padre, siempre en la casa junto a su mujer y su hija, dedicándoles todo el tiempo libre del que disponía, no se le conocía más hábito que la de derramar miel para su familia y su Betis, ni momentos de mala bebida porque siempre fue muy comedido con los vicios. Pero un mal momento lo tiene cualquiera o cae de improviso la última gota que provoca el desbordamiento del agua en el vaso de la paciencia.
            Fueron muchos los años de silencio, de morderse el labio, de intentar huir de la realidad tapándose la cabeza con la almohada para ahogar los gemidos de dolor de la madre cuando era forzada y amortiguaba su voz para que no trascendiera el suplicio por los golpes que recibía, por el maltrato a que era sometida por el hombre de su vida, por la persona a la que se había entregado con la esperanza de ser correspondida en el amor y la dulzura que ofrecía. Los alegatos a un mal momento, a una situación que no se volvería a repetir, porque se había juramentado en reconvertir su condición, incluso con lágrimas, no bastaban para excusar ni las justificar los signos de la violencia que se le mostraban.
Fueron congregándose en el arca de la paciencia los fragmentos dolorosos de un puzle que se conformó aquella mañana cuando, sin miramientos por la presencia del hijo, la emprendió a golpes por la simpleza de un café frío, y el niño hasta entonces se convirtió en el lobo que actúa para proteger al ser que le dio la vida, y en un momento, en un segundo, desató la furia que había intentado mantener aislada en el fondo de su alma. Un certero movimiento de muñeca y la afilada hoja de un cuchillo -¡ay el destino que lo manejó hasta aquel lugar!- que secciona la arteria principal. El espanto y el dolor debieron concitarse en el pequeño comedor y aún mantuvo en su retina la sorprendida mirada del progenitor escapándose de la vida con cada brote que surgía de la fontana de su corazón. Decían, quienes acudieron al auxilio por los gritos, que el hijo sólo, desolado y mustio, solo pronunciaba el nombre el nombre del padre y que había perdido la mirada, que en las cuencas de sus ojos orbitaban dos piedras negras que cercenaban los brillos de una vida.
            Recuerdo aquellos infaustos momentos de un verano de mi infancia, el revoloteo curioso de niños en rededor de la vivienda de los hechos, cuando leo lo acaecido en un pueblo de la sierra sevillana, donde un padre, harto soportar años de maltrato, de hacerle la vida imposible con sus adicciones y vicios ha matado y descuartizado a su hijo. ¡Qué tormenta de sufrimientos habrá desatado el desalojo de su ira! ¡Cuánta desesperación habrá hecho presa en su corazón para apuñalar el propio velo de sus sentimientos, para desasirse de parte del alma que prendió en el propio ser que alguna vez acariciara! ¿Donde vencerán sus miradas, donde podrá huir del dolor? Como mi recordada Manuela enunciara al paso de la comitiva de la contrición y el desconsuelo, “Dios nos libre, Dios nos libre”.

lunes, 25 de junio de 2012

Trece mil opositores y la necesidad


Que trece mil personas acudan a la convocatoria realizada por el Ayuntamiento de Sevilla, para cubrir ciento noventa y tres plazas de peón, es el sino inequívoco de la precaria situación por la que atraviesan cientos de miles de ciudadanos., el barómetro que mide con exactitud las necesidades de la sociedad.
            Todavía hay algunos que se niegan a aceptar esta realidad, esta durísima realidad que está martirizando a más de cinco millones de españoles que ven como cada día es un trance a vencer, un nuevo hito que necesita de soluciones urgentes, tan inmediatas que a veces se muestran en la desesperación de un padre de familia sisando, en un local de una importante cadena de supermercados andaluces, una paquete de mortadela, dos litros de leche y tres barras de pan. Tras subir y bajar la cola de la caja varias veces, intentando vencer la terrible vergüenza que debía padecer e implorando la atención, ya que nadie parecía querer oír sus lamentos, e incluso provocar alguna que otra queja entre la concurrencia, decidió acortar por el camino más corto, tomar impulso y salir corriendo con los productos alimenticios básicos con los que se había aprovisionado. Observada las intenciones del desafortunado ser, alguien le cogió por el antebrazo y situó delante suya. Cuando llegó la hora de pagar, aquel improvisado samaritano abonó la cantidad, ridícula y más aún si se hubieran implicado las personas presentes, y el hombre salió del estable agradeciendo el gesto, manifestando su deseo de reembolsar ese débito que adquiría. Antes de salir se volvió y aseguró que jamás olvidaría aquel gesto. Apenas desapareció, engullido por la calima que mortifica las calles, la cajera explicó al benefactor que aquel pobre hombre llevaba algunos días intentando provisionarse con la caridad de los compradores, que era vecino de la zona y que había caído en la desgracia del paro, que había sido cliente habitual, una persona de orden, pero que la lacra del paro le hizo caer en desgracia y con ella, a su familia. Que no era el único caso,  y por ello no podían atender su demanda, que de buena gana, explicaba la empleada, le dejaba pasar, pero son tantos….
Lo terrible de toda esta historia fue la tremenda y desconsiderada indiferencia que mostraban a quienes pedía auxilio en aquella cola del supermercado, la indolencia emocional que manifestaron ante una verdadera urgencia de necesidad que se les presentaba. No corren buenos tiempos, a todos nos apremian los pagos, las hipotecas, las urgencias y las necesidades pero no estaría de más alcanzar un estado de solidaridad entre los propios necesitados, ante casos como el vivido, exentos de cualquier interpretación y alejados de aquellos falsos discursos que imploran misericordia por verdaderos profesionales de la piedad, que sé de algunos, extranjeros por más señas, que están sacando verdaderas fortunas a sus países de origen y hasta se construyen fabulosas viviendas gracias a los óbolos que consiguen en puertas de importantes iglesias y templos de la ciudad, mientras que a nuestros conciudadanos les negamos el pan y la sal. Y que nadie busque ni entienda en mis palabras brotes de xenofobia, sino hechos constatables y comprobables.
Que trece mil personas se presenten a una oposición para cubrir las ciento noventa y tres plazas de peón, que ha sacado a concurso el ayuntamiento de nuestra ciudad, significa que hay mucha, pero que mucha necesidad de trabajar, para poder cubrir tanta penuria. Significa también que seguirán en estado de supervivencia básica doce mil ochocientas siete ciudadanos, con el lastre de sus historias, con el dolor que atraviesan sus familias, muchas sin poder cubrir los regímenes alimenticios sucintos y tal vez, teniendo que mendigar en las colas de los supermercados, como mal menor. En el peor de los casos, correr con los productos alimenticios, salvar la frontera del pago, intentar burlar la vigilancia privada y correr, intentado dejar la vergüenza atrás, si la conciencia lo permite.

viernes, 22 de junio de 2012

Los niños de la Esperanza


Anoche volvió a suceder, Salió la Esperanza a las calles de Sevilla, a inundar la Resolana con toda la armonía de la devoción popular, con toda la energía sinergética que mana de su rostro para concitar las más excelsa emociones, para reunir a aquéllos que proclaman la grandeza de Dios con sus acciones, con sus gestos. Ayer toda la fuerza de la inmensidad de su rostro, el poder de su admirada y añorada mirada volvió a discurrir por la antesala del centro devocional que La arropa y protege. Un halo de expectación se había asentado frente a la gran puerta que permite la entrada de todos aquellos que se ahogan en la desazón y no encuentran más medicina a su padecer que la contemplación de sus ojos. Un esplendor recorrió las espesuras de la memoria para discernir los ecos de la felicidad que todavía vagaban por las viejas calles del arrabal macareno incapaces de desunirse de la gloria que vivieron en la mañana del viernes santo, esas horas en las que sol duda de su existencia cósmica porque la luz se irradia desde la vericueta geografía donde se asentaba las antiguas huertas de los Mambrús y los Ortega y es capaz de cegar toda la luminosidad del universo.
Ayer, cuando las campanas de la Basílica advertían de la proximidad de la medianoche, se iniciaba la procesión de los afectos y los besos, de los abrazos y de las emociones, del reencuentro con el hijo pródigo, el que viene desde la fatalidad para advertirnos con la dádiva de su presencia que todo es posible desde el amor y el cariño, que no hay límites ni fronteras capaces de alejarnos de los sentimientos que nos unen, de las vidas que tienen como única premisa la supervivencia y que tienen en la memoria el arma más efectiva y hermosa contra la distancia.
Llegaron con ilusión reflejada en sus rostros, con una alegría que todavía es inmensa porque las horas nos acercan al encuentro, a la explosión de la primera alegría, y todavía quedan muchas para la despedida. Vienen con el ánimo enhiesto, porque están habituados a la lucha diaria, al contumaz empuje de la necesidad y la supervivencia, aunque se advierten los primeros síntomas del resuello balsámico que toman apenas pisan esta tierra que sigue bendecida y bajo el protector manto, gracias a Dios, de María Santísima. Saben que durante estos cuarenta y dos días son hijos predilectos, hijos que auguran, con su presencia, momentos de felicidad y que acopian esta dicha desconociendo que son gran e importante parte del júbilo que anega nuestros espíritus.
Ayer diecinueve familias macarenas se ciñeron la faja para la dureza de esta procesión que acaba de iniciarse, del trabajo que les queda para no sucumbir ante tanta euforia, se ajustaron el costal para soportar, en las trabajaderas del paso donde se asila y cobija la mejor labor para con nuestros hermanos necesitados, el peso de amor que traen nuestros niños, hijos paridos desde el dolor de la prepotencia del hombre, de la inoperancia que lleva aparejada la tiranía de querer superar la obra de Dios. Niños nacidos en las entrañas de la desgracia que se cebó con su tierra y, como en las viejas plagas bíblicas, convirtió en infierno el edén que el Todopoderoso tuvo a bien con obsequiarles. Niños que vienen a mantener esa salud de las que otros muchos han sido víctimas por aquel desgraciado hecho, por aquel desastre de la explosión de la central nuclear de Chernobil que llenó de cieno y miseria el espacio donde habitaban.
Ayer regresaron nuestros niños para completar la familia, para reponernos de la nostalgia, para acercarnos el conocimiento y la apreciación por esas cosas minúsculas que a veces no prestamos la debida importancia, para hacernos ver que la vida es menos complicada de lo que creemos y que en las cosas sencillas habita la verdadera felicidad.
Muchos lo desconocen. Es preferible así. Pero cuando llegan estos niños de Bielorrusia, sale la Virgen de la Esperanza. Quienes quieran Verla solo tienen que acercarse, dar un beso a cualquiera de ellos y contemplar cómo se transfigura la Madre de Dios, la que habita en San Gil, en la sonrisa y la felicidad que les nace en la cara.

jueves, 21 de junio de 2012

De no ser por Margarita, de no ser por ella


            De no haber sido por ella, la vida no habría sido la misma. Al menos la mía. Es difícil comprender lo que significa la llegada de un hijo, cómo altera la existencia y cómo engrandece el alma. La tienes en los brazos, tan frágil, tan indefensa, tan delicada, con los ojos abiertos y mirándote, y ya encuentras una razón para seguir viviendo. Quieres detener el tiempo cuando día llegas del trabajo y la ves gateando por el pasillo, presurosa porque ha descubierto que puede acercar su cariño sin tener que esperar a que llegues, ondeando la pequeñez de su cuerpo y parándose en el lugar exacto, no hay física ni matemática más efectiva, donde se conjuga su mirada buscando la mía, sus manos alzándose al cielo y las mías taladrando el aire, muro que se derriba de inmediato, para alzarla y posar en su mejilla un beso que sabe a canela mientras sus brazos se aferran a mi cuello.
            De no haber sido por ella no habríamos descubierto unas emociones que se encuentran latentes, en todo ser humano, en el poso de las misma entrañas, que se levan de improviso y súbitamente hasta la garganta donde provoca una convulsión y un estremecimiento y una congoja que hace estallar el muro que contiene el caudal de las lágrimas, y habría pasado tristemente inadvertida aquel primer sonido, ecos de de  una voz soñada, que parece deletrear, primera deleitación y certidumbre básica de la comunicación, para recrearse en los fonemas que conforman la palabra que descubre la esencia de la paternidad, una exclamación de dificultad que abrirá las puertas al entendimiento, que servirá para expresar sus sentimientos, para descubrirnos sus emociones.
            De no haber sido por ella, la monotonía habría abatido nuestra existencia, no habríamos descubierto los extremos de los sentidos, ni habríamos participado de sus ilusiones, ni recuperado el ancestral estremecimiento de una sonrisa que nos es tuya pero revoca el presente y nos traslada a la infancia, reconociéndonos en aquella misma alegría que nos perforó los sentidos hasta vencernos en la nostalgia y asentar el espíritu en la inmensidad de la ternura.
            De no haber sido por ella habríamos sido abatidos por el desconocimiento de la luz que proviene de las miradas de esos ojos que son el ámbito sobre el que se nuclea el universo, donde se anclan nuestras aspiraciones terrenales y de donde proviene la claridad que nos despeja el horizonte.  Es en el azabache de sus ojos, en la profundidad oceánica de su mirada, donde descubrimos el dulzor de las cosas, donde recala y se ancla la nave que transporta los solsticios que van regulando el amor y el cariño, donde se regulariza la armonía y nos atrae a la debilidad que va intrínseca con el afecto y la consideración.
            De no haber sido por ella nos hubieran desposeído de la sabiduría que se va adquiriendo con el paso de los años, de la enseñanza natural y esencial que se alcanza en los momentos en los que la nimiedad de una banal enfermedad nos pone en la más exagerada situación de alerta, ni hubiéramos recibido la instrucción en la formación anímica que nos recuerda el instinto sobre protección y la supervivencia.
            De no haber sido por ella nuestros valores, los nos fueron implantados y los que conseguimos retener con el esfuerzo, hubieran carecido de sentido, se habrían diluido en la espesura cósmica y la eternidad se suplantaría con los excesos de comodidad.
            De no haber sido por Margarita, por su llegada en una mañana de un día tal como la de hoy, hace veintiséis años, con el trasfondo musical del trino de una bandada de vencejos celebrando su nacimiento, mi vida, nuestra vida, la de todos los que la queremos, hubiera sido distinta, algo vacía y desheredada de todos estos sentimientos que nos han ido haciendo mejor, que nos han marcado un  camino fundamentado en la dicha  y en la alegría.
            Como Rubén Darío, hoy siento en mi alma una alondra cantar, y advierto en mi ser el aliento de una voz que sigue reclamándome poderte escribir un cuento. Margarita, princesa, el mundo esperándote está.   

miércoles, 20 de junio de 2012

El patio de Monipodio y Aída Nizar


            El patio del Monipodio sigue en pie. Cervantes lo destacó ya como el lugar donde era posible cualquier bribonada, un lugar donde el engaño, la falacia y el embeleco mantenían su reino y donde Rinconete y Cortadillo encontraron su patria y asentaron y asintieron de su nacionalidad. Mucho me temo que aun hoy, algunos sigan tomando a nuestra ciudad como el espacio donde se cobijaba lo mejor y más selectos de los brabucones de los siglos XVII y XVIII a la llamada de la entrada de riquezas que llegaban desde las nuevas tierras, tergiversando la necesidad perentoria que mantienen muchísimos sevillanos que se han visto desbordados por los efectos de esta crisis que no solo no parece remitir sino que amenaza con desbocarse y arrasar con todo aquello que se encuentre en su camino.
            Muchas familias, sumidas en la desesperación ante estas gravísimas circunstancias, ante la situación de indefensión económica a la que se han visto abocados y absorbidos por la espiral de la necesidad ante los despropósitos de las entidades bancarias, no han encontrado otra opción –habría que ver en la realidad en la que han efectuados sus acciones- que ocupar viviendas deshabitadas, sin uso, para poder tener un techo en el que resguardarse, un lugar donde poder dormir sin tener que vivir en constante alerta ante los hechos y sucesos que concita habitar en la calle, sin dejar de tener en cuenta la humillación y la vergüenza que supone para las personas encontrarse en unas condiciones hasta esos momentos desconocidos.
            Ayer uno de esos personajillos que se han hecho un hueco entre la basura televisiva, que se viene prodigando con demasiada frecuencia, especialmente en una cadena, a base de suplantar la profesionalidad de periodistas y hurgar en la intimidad de las personas para defestrarlas, calumniarlas y vilipendiarlas,una tal Aida Nízar, que no tiene mayor mérito que haber participado en el programa de Gran Hermano, se permitió ayer difamar a unos sevillanos que se encuentran en la precaria y humillante situación –repito que la base jurídica de sus actuaciones habría que estudiarlas- de tener que ocupar una vivienda para no tener que pasar las noches al relente. Ignora esta señora que la dignidad personal está muy por encima de sus oscuras ambiciones y que no se puede maltratar a los semejantes por el mero hecho de haber caído en desgracia, por el mero hecho de ser pobres y no tener el amparo que ella le prestan.
            Para su conocimiento esta ciudad no es la Sevilla del siglo XVII, a la que personas como usted nos quieren trasladar, y que con toda seguridad mantendría más dignidad, más humanidad y más caridad que la que demuestran usted y la cadena televisiva para la que trabaja –utilizar un término tan hermoso para la labor que usted desempeña es maltratar su significado y significación- y el derecho a la información pasa por el adecuado respeto, por efectuar la actividad con la profesionalidad de la que carece, de la preparación humana de la que está tan alejada de su condición y por supuesto ofrecer con el mayor rigor y verisimilitud posible el desarrollo de los hechos. No se puede avasallar, por el mero hecho de ser un personaje televisivo, a la gente humilde que se ha visto en la necesidad de encontrar un cobijo. Que sea la justicia quién califique los hechos y, si es el caso, que aplique la pena según la ley. Pero llamar “sinvergüenzas” a los inquilinos y tratar de acceder a la privacidad que se han tenido que buscar, ante el desamparo y la injusticia, por la fuerza es actuar de manera barriobajera, impropia de cualquier informador. Claro, que a lo peor usted, no conoce otros métodos, ni sabe siquiera aplicar los mínimos y más básicos elementos de la educación.
            No quieran confundir al público con estas manifestaciones de grandeza. Nadie es mejor a nadie por su condición social o económica. La nobleza y la honestidad son patrimonios del alma y se concede por la Providencia. Y por supuesto, no intenten trasladarnos sus formas de entender la convivencia, ni el respeto al derecho de información. Quédense en esos platós donde se dedican envilecerse con las maledicencias y las falsedades que pregonan sobre otras personas. Quédense en su patio de Monipodio y sigan jactándose con sus maldades y que Dios les juzguen.

martes, 19 de junio de 2012

Calor y sombras de Sevilla


            Estos descensos térmicos, en los últimos días de la primavera, que en nuestra ciudad suelen coincidir con las primeras calores, un presagio de lo que acontecerá durante los próximos meses, son bálsamos que alivian el desasosiego que se implanta en el cuerpo cuando el mercurio de los termómetros sube vertiginosamente en la escala y a veces se quedan sin graduación con la que poder indicarnos el sufrimiento y el tormento al que nos somete el dios sol, que más que dios simula convertirse en diablo por el infierno en el que convierte las calles de esta ciudad. Claro que tampoco hay que culpabilizarlo de todos estos males soporíferos, ni demonizar sus efectos caloríficos. Sol siempre ha existido y verano también. El primero además es fuente de vida, energía que bien tratada revitaliza y da esplendor al mundo. El segundo, es la época del esplendor, de los amaneceres cortos y dorados, de los días que se prolongan, de las noches disminuidas, es el ciclo de la pompa cereal, cuando las espigas de los trigos inician a dorar los campos y las amapolas esmaltan los viejos senderos rurales demarcados por frondosas chumberas. Cosas de la rutina natural que nos revela la sincronía existencia y ejecuta el sentido de la vida.
            Siempre, desde que el hombre es hombre, y desde que el primer sevillano estableciera y asentara su hogar en las orillas del Guadalquivir, se han buscado fórmulas con las que combatir el calor. La mengua de la actividad laboral en las horas del mediodía, cuando la canícula asfixia, y solo las cigarras son capaces de conmemorar su calor, es una premisa para sucumbir al sofoco. Retirarse al espacio más recóndito del hogar, donde las sombras atenúan el calor, dejarse caer en brazos de Morfeo, reduce la lasitud y nos repone para continuar con las tareas laborales con cierto ánimo. Ésto, incluso, llegó a comprenderlo mi amigo Oleguer, al que ya cité en un artículo hace algunos meses, un catalán tan obstinado y pertinaz en la producción que venía una pérdida de tiempo echar una cabezadita tras el almuerzo, hasta que él mismo padeció los rigores del verano en sus propias carnes y no sólo se echó su siesta durante aquel verano sino que ahora, en su Lérida natal, sigue realizando este ejercicio que aumenta los índices productivos.
            Los sevillanos buscamos, dentro de nuestros ámbitos y limitaciones, poder reducir los sofocos y los sudores del alza de la temperatura. Pero cierto es también que la clase gobernante debiera poner de su parte para hacer más llevadero a los ciudadanos el asfixiante calor con el que nos castigan estos meses estivales.
            Hay zonas de Sevilla tan desoladas, demasiadas y muy extensas, tan expuestas a la impiedad del sol, tan desprovistas del adecuado acondicionamiento para combatir el azote canicular, tan  carentes de lugares sombreados, que más parecen espacios del desierto del Sahara que trazado urbano de una ciudad del sur de Europa, claro que a veces, por mucho que se esfuerce Joan Manuel Serrat por defender y poner en alza, el sur no existe más que para quienes tenemos la suerte de vivir en ellas.
            Sevilla ha sido desforestada, particularmente por esos arquitectos y diseñadores a los que se les ha consentido la construcción de grandes espacios minimalistas sin tener en cuenta las altas temperaturas que se registran por estos páramos –nunca mejor dicho- así las calendas marquen las medianías de abril. ¿Tan difícil es provisionar o prever en los proyectos, que se aprueben en el consistorio, con la colocación de árboles, las nuevas avenidas, plazas y calles que se proyecten en esta ciudad? ¿Tan complicado es repoblar esas travesías de los árboles que la falsa modernidad retiró, en un claro atentado al medio ambiente y al respeto de los ciudadanos, para intentar convencernos de que había que abrir los espacios para el disfrute de la sociedad? Malamente podremos deleitarnos con ellos si nos abrasamos. Difícilmente podrán recogerse frutos con la convivencia si hay lugar donde resguardarse, donde buscar el frescor de una sombra que posibilite la conversación porque los espacios actuales lo que sugieren es una huída en estampida a la cervecería más cercana, un local con aire acondicionado donde al menos poder desasirnos de la sed engullendo ese zumo de cebada que tan bien saben tirar por estos lares. O recluirnos en los hogares, tumbarnos en el sillón de turno y poner al alcance de nuestras manos un búcaro para refrescarnos el gaznate. De la ciudad desolada y abrasada no podemos disfrutar porque hay menos árboles y sombra que en el mar de la tranquilidad de la luna. 

lunes, 18 de junio de 2012

DIOS, EL ESPLENDOR Y LA HUMILDAD


Ahí se encuentra toda la grandeza, toda la magnificencia teologal que mana de la sabiduría popular, de la sentimentalidad y la humildad que se preconiza en el viejo testamento, en los versículos de ese evangelio que van escribiendo con trazos a veces indescifrables, con grafismos irreconciliables con la razón, quienes se manifiestan creyentes y se proyectan al mundo gestionando sus pensamientos y oraciones con usos y hábitos cotidianos, tan mundanos que para los ortodoxos excretas, para aquellos que no ven posible la comunicación con la deidad si no es más que con los extremos litúrgicos, y que pudiera significar solo banalización de lo sacro, la profanación de las prácticas y los conocimientos de los que se creen poseedores únicos.
            Ahí está, mostrándose tal como es, tal como lo vieron los primeros que se arrodillaron en el taller del imaginero cordobés, vencidos por la suntuosidad del rostro  del Hijo del Hombre, sometidos a la incomprensión de aquella visión del Todopoderoso frente a ellos, tal como lo vieron los descendientes de aquéllos, tal como lo contemplaron nuestros abuelos, tal como nos lo legaron en una vinculación sentimental desasida de palabras, ungidos de los silencios y las miradas, y rubricado a base de besos, de caricias al talón donde se apoya el mundo, donde se sostiene cualquier razón y donde descansa la bondad de Dios, la misericordia que nos hace grandes y libres, que nos confiere la posibilidad de encontrar la luz cuando las tinieblas amenazan con cubrirnos, donde gravita la esperanza y el consuelo a las lágrimas que fluyen cuando el dolor nos aprieta el alma.
            Ahí está, reposando en una esquina, guardando el equilibrio para no verse vencido por la fuerza gravitatoria que nos hace caer y que nos provoca la herida que llega envainada en la miseria de la que quieren desprendernos, sosteniéndose en el aire y gritando con sus vaivenes, al compás de las salmodias que llegan desde un claustro perfumado con violetas, que no hay poder más inmenso ni mayor gloria que la de Dios, oscilando y venciendo a las fuerzas telúricas que emergen de la profundidad del alma y que amenazan con resquebrajar los cimientos, con derribar la consistencia de la verdad que se advierte y se enuncia en cada cuenta, mostrándonos esa sencillez que es signo de la existencia y que con ella se alcanza la felicidad, haciéndonos ver que la pobreza nos es un síntoma de debilidad sino que es el vestigio, la indicación concisa y extraordinaria de ser elegido de Dios, un invitado a la gran dicha y a la fiesta eterna.
            Ahí está, sabiéndose privilegiada, porque descansa sobre el hombro del Hombre que la escuchaba en la intimidad de aquella capilla de San Lorenzo, en la inmensidad de la gran basílica o al socaire del retablo que siempre está de guardia para quienes necesitan el auxilio con inminencia, que trasmutaba sus penas en un inmensa seguridad apenas cruzaba el umbral y se le aceleraba el pulso conforme ella empequeñecía y Él parecía agigantarse, sujeta al lugar donde quiere permanecer, donde la puso la mujer que lleva su sangre, la misma que galopa por mis venas y que nos surte de amor y alegría, de dicha y felicidad, que alimenta la memoria y nutre la existencia. Ahí está, con la tímida sonrisa con la que era capaz de socorrer cualquier necesidad, con los años deshechos por la entrega y la dedicación a los suyos y a cuántos se le acercaban, sin importarle compartir lo poco, el gesto donde radica la verdadera caridad, la esencia del mandato evangélico que nos hace verdaderamente buenos. Ahí está mi abuela, arropada por las oraciones que cada noche salen de los labios de mi madre, homenaje y recuerdo a quién tanto dio y tan poco esperó, pues su recompensa era la misma entrega a sus hijos, a sus nietos en una espiral que siempre terminaba en un beso, resguarda por el Gran Poder de Dios y la humilde dádiva de las hijas de Santa Ángela. Y toda la historia, todos los pensamientos, todos los afectos que prodigó hasta la partida, se recogen en la sencillez de este retablo de madera y que cuelga en una de las  paredes del dormitorio de mi madre.

domingo, 17 de junio de 2012

Aspirante a la mejor gloria macarena.


             No existen mejores acuartelamientos, ni hay espacios mayores, ni patio de reclutamiento más sobresaliente que esos mármoles que anteceden al cofre donde se deposita, se guarda y protege al mejor los tesoros celestiales. No hay cielos que detengan tantos ímpetus ni fuerza natural capaz desmantelar tantas ilusiones, tantos sentimientos, tantas emociones. No hay noche con suficiente oscuridad arrebatar tantos sueños, los esplendores que refulgen en los ojos cuando se cruzan miradas entre el Sentenciado y ellos, ni luna que contenga tan esplendor áureo en torno a la argéntea vestimenta. No hay suprema violencia que sirva para vencer los anhelos que nacen de la sangre, tintada en morado, y que corre por sus venas en trepidante trasiego tiñendo el presagio de las dudas en feliz armonía. No hay tribunal terreno con suficiente capacidad jurídica para sancionar el inmenso amor que fluye por las cuencas de sus ojos cuando otros marchan marciales  y francos a implantar la gran dicha, a esparcir en los lugares del dolor esa dicha de la que son heraldos, ni diáspora con suficiente fuerza para diseminar las quimeras que se guardan en el corazón de estos macarenos.
            Solo el tiempo, la espera y la paciencia, el servicio y el amor los arrebatarán de esas listas donde yacen sus ilusiones, donde se inscriben sus sueños, donde permanecen en constante aprendizaje, donde se han modelado sus formas, sus sentidos. Velan armas con las ansias al descubierto, desprovistos de las miserias de este mundo para adquirir el adiestramiento en la pureza sentimental que les ha sido entregada.
            Han firmado en blanco el enganche a esta milicia que desarrolla su actividad en los fondos de los corazones, en estas tropas que alimentan sus vanaglorias con la certidumbre del sabor de la victoria que les ha sido preconizada, de la dulce delectación que se advierte en la llegada de la gloria. Son éstos mílites, estos reclutas que rubrican con sus aspiraciones el enorme orgullo del sentimiento macareno, los que salvaguardarán la esencia de los viejos guardianes de la Esperanza, aquéllos que ya reposan y forman parte en las filas celestiales, aquéllos que césares que se acuartelaban en casa Silva, en Umbrete, que pasaban lista de los reclutas punteando en una pizarra los presentes con el blancor de una tiza y agrupaban sus tropas el patio de banderas instaurado en las puertas de Mariano y ante la atenta y curiosa mirada de la chavalería, que luego se iban desfilando calle San Luis abajo, emulando la marcialidad de la que habían sido testigos.
            Son esos niños que alimentaron su corazón contemplando el paso ordinario de aquellos recios hombres, que sucumbían a la emoción con una cascada de lágrimas en el medio día del viernes santo, los que se curten hoy en la espera, los que se jactan con el aprendizaje sobre el honor, el amor, el sentir y el orgullo de la mejor estirpe nacida para servir al Señor, para difundir la gracia de la Esperanza. Y no dudan, como aquellos que les precedieron en las quintas de esta bendita expectación, en lustrar y sacar el relumbre de las argénteas corazas donde se espejan los sueños de los sevillanos apenas la primera luna de la primavera alcance el cenit del universo, que ese día tiene su centro de radiación en la Macarena, ni restan esfuerzos en férrea formación sentimental a la que son sometidos, ni dudan en aferrarse a la voluntad para en el futuro ser merecedores y orgullosos testigos de la mejor sentencia, dignos relevos en las milicias que escoltan al Señor en la proclamación de la Esperanza como hito salvífico de los humanidad, íntegros y nobles centuriones del anuncio de la alegría.
            Estos reclutas vienen forjados, asumiendo su destino, en el amor que les ha sido transmitido por consanguinidad; estos futuros armaos de la Macarena profieren sus edictos en los pergaminos que laminan, con la delicadeza de la devoción al Bendito Sentenciado, en las espesuras del alma; estos son el mejor futuro para la mejor guardia sentimental del orbe católico; éstos son la estirpe rejuvenecida y rediviva de las legiones de Tiberio, conversos al amor y a la gloria y que se siguen adiestrando en la ilusión y la alegría en los atrios marmóreos que retienen y proyectan al mundo el poder de la Esperanza. Son aspirantes a ocupar un lugar en la gloria, de participar del inmenso y valeroso honor y llegar un día a ser armao de la Macarena.

jueves, 14 de junio de 2012

Un cofre para la memoria de Carmen


            Hay momentos en los que le sorprende la nostalgia, en los que se ve envuelto en una espiral de sentimientos encontrados, de situaciones e imágenes que retornan del pasado para inmiscuirse en la placidez que debiera ser ahora su existencia, una vida de tranquilidad y sosiego tras años de fatigosa labor, de ir de un lado a otro del país hasta asentar su hogar en esta tierra, en esta ciudad que le viera nacer, crecer y cegar su juventud con vicisitudes y horrores que marcarían en negro la crónica de su existencia, que se ve alterada con demasiada frecuencia con aquellos episodios dramáticos, tan crueles. Subsistir a tantas derrotas, alzarse tras las caídas, debe ser tarea difícil de asimilar por el espíritu pero también debe servir para robustecer el carácter y a veces hasta agriarlo.
            Todo el vigor de la juventud, aquella fuerza que le habilitó para las más duras tareas, para consecución de los trabajos que nadie quería, de los que huían incluso por la peligrosidad, se ha ido difuminando con el transcurso de los años, con el paso de las décadas. Aquel brío que debió servirle de coraza, de fortaleza donde resistir los asedios y avatares de los mismos que le privaron de la paternidad tan temprano,  se ha diluido en la nebulosa del cansancio, en el trasiego de la cotidianidad, de esta rutina que se le aparece cada mañana para mortificar su alma con una dosis de pesadumbre, una cuota que paga arrastrando su figura menuda por los límites de la patria que se ha construido por San Bernardo y sus alrededores, un territorio que conoce y del que es capaz de desligarse. Aquí vió la primera y sueña con despedir a la última.
            Intima con la soledad desde que el amor de sus amores huyera de este mundo, desde que experimentara aquella primera sensación de vacío que le atormentó las entrañas y le cosió los sentimientos al lienzo del dolor, con la fatalidad que arrastraban las palabras de los médicos, con aquel diagnóstico atroz que le condenaba a un futuro sin pasado, a un pasado sin futuro, a la carencia del cualquier signo del presente. Vivió en soledad aunque Carmen, esa mujer con la que compartió casi medio siglo de alegrías, de penas, de júbilos y silencios, estuviera a su lado. Cinco años observando el deterioro mental de quien fue luz, de quién no conocía más doctrina que los menesteres de su casa, que el cuido de los hijos. Cinco años contemplando la desfiguración de la realidad asentándose en su mente, subyugándola con el olvido, alterando los tiempos y privándola de la lucidez, anegándola de irracionalidad y violencia, renegando de su presencia, y que él solía atenuar con todo el amor del mundo, con gestos y caricias tan entrañables que a veces se sorprendía con el discurrir de una lágrima por el cauce de sus arrugas.
            Cuando aparece, con una sonrisa que guarda reminiscencias de antiguas alegrías, arrastrando sus pies y provocando con sus palabras cierta irascibilidad en quienes le escuchan, sabemos que llega el último bastión de los viejos luchadores, el último fervoroso creyente de una ideología que han matado quienes se aprovecharon de sus esfuerzos para endiosarse e incrementar sus patrimonios sin tener en cuenta que había gente que padecieron el escarnio y la tortura, y que abatieron las consecuciones que costaron sangre, sudor y lágrimas a personas como este Churchill sevillano, de la manera incruenta, despojando los ideales para convertirlos idearios mercantiles.
            Sentado a la sombra, inspirando el aire fresco de esta mañana de junio que es bálsamo para calmar los rigores del primer tormento del sol, vuelve a  recuperar el tiempo, a reforestar el alma con los recuerdos mientras los vencejos planean muy cerca de él. Quienes pasan por su lado ignoran que guarda un gran secreto, que atesora una historia de dolor y amor que le ha fortalecido, que le ha procurado una calma espiritual de la que nosotros carecemos. Son los años, comenta. No está vencido aún. Sabe que le queda por disputar una última batalla, una última lid, una cruzada de la que siempre saldrá victorioso. Aguarda el momento sin crispaciones, con serenidad. Solo pide poder reconocer el momento para exclamar, con el último aliento, el nombre de la mujer que no olvida, Carmen.

miércoles, 13 de junio de 2012

La generación perdida


            ¡Lo que cambian los tiempos! Y eso que aún uno sigue siendo joven, al menos en espíritu y en sentimientos. Sigo emocionándome con la música, con las letras de las canciones que quedaron depositadas en el pozo de los recuerdos y que allí se han mantenido latentes, en una hibernación no premeditada y si conferida por la memoria como símbolo inequívoco del paso de los años, una muesca en el alma que nos señala la vida que se puede contar, un tránsito que ya no me mortifica ni me asola porque es señal de haber recibido el premio de llegar hasta aquí.
            Pero sí es cierto que en poco menos de tres décadas, en apenas unos años, las condiciones sociales han variado bastante, se han instaurado unos valores existenciales, anclados en el consumo y las banalidades que prevalecen ante otros que, considero al menos, han sido sustituidos por el mercantilismo y un ego ultra personal, que carece de solidaridad y por tanto ha dinamitado el verdadero sentido de la amistad, pues se basa, en la mayoría de las ocasiones, en la figuración, en la simulación de unos poderes mundanos y en la apariencia, en el culto al cuerpo. ¡Si hasta le han realizado un lifting, una reducción de estómago y han esbeltilizado la figura de Gambrinus! ¡Han transformado al hombretón en un ser asexuado! Eso sí, se ríe más que el muñeco del Netol.
            Pero no era éste el motivo de la entrada de hoy, sino la dificultad con la que nos encontramos cuando nos ponemos a comparar la juventud nuestra con la de nuestros hijos, una generación magnífica, responsable y, en casi todos los casos, con preparación académica extraordinaria, pero que ha sido instruida en la facilidad y en la falta de valor de las cosas minúsculas. ¿Quién le compra hoy un caramelo a un niño, quién como premio a sus méritos, como galardón concreto por actuaciones especiales, le regala un libro Emilio Salgari, Charles Dickens o Blasco Ibáñez a un joven? ¿Conocen a alguien que no se halla endeudado para comprar un coche al hijo que recién cumple los dieciocho años?
Esta materialidad en los comportamientos y en las más básicas actuaciones, este excesivo celo en conceder a nuestros vástagos el menor de los caprichos apenas se separan sus labios nos ha llevado a una situación de precariedad en la familia, que inevitablemente ha trascendido núcleo de la sociedad. Ni siquiera se castigan a los hijos con recluirlos en sus cuartos, qué más quieren ellos pues allí les hemos construido un mundo a su medida, con la nueva tecnología, donde evadirse y congratularse con su aislamiento, un confinamiento que les reconforta porque son animales que pacen solos en la soledad.
¡Qué distintos mis tiempos de mocedad! Nos congratulábamos con poder reunirnos cada día, con conferir y hacer partícipes de nuestros secretos a los amigos, con reír con ellos cuando compartíamos la alegría intrascendente de un sobresaliente o hundíamos en la pesadumbre de unos suspensos en química y cómo se agradecía esa mano que echada sobe tu hombre era bálsamo que sanaba la primera tristeza, ese contacto directo, el roce de la mano sobre la piel, que era un grito de comprensión y amistad.
Vernos cada tarde, hablar pausadamente sobre los inmensos problemas de haber sido seleccionado para jugar un partido de fútbol, acordar la sala cinematográfica a dónde acudir aquella tarde y donde proyectaban el musical capaz de solucionar cualquier eventualidad con una coreografía o solventar los dislates de amor con baladas melosas o compartir la afición por la música, emocionarnos oyendo una composición que siempre asumíamos como nuestra, como un fiel retrato del estado emocional en el nos sumíamos por los desaires amorosos de la niña de nuestros ojos, y aquella voz la recogía, la melodiaba y la ponía en el universo a través de las ondas.
Vernos cada tarde aunque solo fuera para departir sobre los hechos cotidianos, sobre las consecuencias de la jornada laboral, era un fin primordial. No había redes sociales que nos anclara al sillón de nuestro escritorio; la única red era la presencia y la constancia de una amistad de cercanías, de un compañerismo tejido a base de miradas, de palabras y de sensaciones compartidas. No había móviles que nos condenaran al ostracismo y a la inmovilidad, sí teníamos unos lazos invisibles que nos procuraba la sapiencia de conocernos, de compartir y hasta de necesitarnos en algunos momentos. Y cuando nos sentábamos en uno de los veladores de la Bodega Los Modiles, que este local tiene una historia, saboreábamos aquella cerveza del gordo Gambrinus apoyado en un barril para crear nuestros propios mundos, nuestras propias redes, con palabras, con sentimientos, con miradas, con alegrías y desengaños. Y nos acostábamos sin renunciar a ningún ideal, con la certeza de no necesitar más que ser querido por quiénes nos rodeaban, y sin más frustración que la de no haber sentido los labios de esa niña que nos quitaba el sueño.

martes, 12 de junio de 2012

La Venganza de Fu Manchú y otros desastres (y II)


            Los hechos fortuitos a veces vienen precedidos por una negligencia, por la pereza en el quehacer encomendado o por desinterés -que no le gusta a uno la labor que viene desarrollando, asunto éste muy estudiado en los tratados de conductas laborales. Ninguna de estas tres acciones fueron las que incitaron al destino a jugar una mala pasada y sí el desconocimiento en la manipulación de elementos que a uno le son extraños, aunque a él, a mi padre que era más lanzado que el tirachinas de Guillermo, el travieso, fue motivo de orgullo que le encomendaran una tarea por digna de un hombre comprometido, como él lo estaba, en aquella tarea mágica y prodigiosa de aunar los sentimientos de los espectadores que se asentaban en el solar para contemplar las malas artes de Fu Manchú y sus inevitables derrotas de la mano de su oponente, el privilegiado investigador inglés Sir Denis Nayland Smith.
            Los aplausos, la inmensa alegría sobrevolando aquel espacio cuando las tropas inglesas desasían el asedio de las huestes del maldito chino a una fortificación defendida heroicamente por tropas occidentales, y hasta la recuperación del resuello contagiaban su ánimo, la exaltación del patriotismo y la exultación de los valores se manifestaban en él erizando todos los poros capilares de su cuerpo y, hasta alguna vez, una lágrima henchida de emoción recorriendo esa estepa blanquecina que eran sus mejillas. Escapaba a su entendimiento aquella apatía del operador, aquel frío y maquinal comportamiento ante el júbilo que se colaba a tropel, atenuadas por la distancia, por las cuadriculadas aperturas por las que se hilvanaban los haces luminotécnicos en los que caminaba la ilusión y la magia hasta tomar cuerpo, hasta densificar las imágenes y convertirlas en seres que desafiaban las leyes físicas en el blancor de la pantalla. El hombre se limitaba a ejercer su ocupación sin el más mínimo interés por cuánto sucedía a su alrededor. Quitaba y ponía los rollos, encuadraba la imagen y solo mostraba alguna inquietud cuando claqueaba la señal sonora que le avisaba del final del rollo y tenía que poner en marcha el segundo proyector.
            Por eso cuando le encomendó aquella tarea, que tantas veces había visto concretar con pericia por aquel hombre que siempre estaba en camisetas de tirantas, sintió como el orgullo le corría por las venas alimentando su ego, depositando en su cerebro una sobredosis . Manolito, voy a fumarme un cigarro, cuando oigas el cartón chocar con este saliente, pulsas este interruptor y se conecta el segundo proyector. Nada más.
            Je je, nada más, vamos hombre, pensó Manolito. Esto lo cambio yo, vamos ni que tuviera que estudiar ingeniería para quitar un rollo, rebobinarlo y ponerlo en su estuche para protegerlo de cualquier eventualidad. Y efectivamente, cuando aquel sonido, que le recordaba el soniquete del rodar de su bicicleta, pues había colocado una carta en los radios de la rueda trasera para hacer notar su presencia entre los transeúntes, comenzó su graznido, oprimió el botoncito del segundo proyector y enseguida, y casi sin intervalos, las huestes del flemático antihéroe chino siguieron hostigando a las tropas inglesas y henchido de satisfacción mi padre, se dispuso a rebobinar el segundo rollo de la película. Todo perfecto, pensó. Y en aquel momento llegó la tragedia. Tal vez fuera el roce excesivo del tamiz de la película con las varillas metálicas, o simplemente que los duendes de las desdichas se confabulaban contra él para hundirle en la miseria. Saltó la chispa y enseguida se prendió el inflamable rollo. Mi padre, en un último intento por deshacer aquella fatalidad del destino, tiró de la efervescente rueda, se quemó las manos y, en un acto reflejo de natural protección, y tras lanzar un grito de dolor que hizo revolverse en sus asientos a los espectadores de la zona de los veladores de la nevería, tiró el rollo al aire, el cual tras describir una parábola inverosímil –asegura y perjura mi padre que lo lanzó hacia arriba- fue a caer sobre los otros rollos que reposaban en la mesa auxiliar en espera a ser empaquetados para su devolución a la distribuidora cinematográfica, prendiéndose de inmediato dado el alto grado de combustión del material y ocasionando una pequeña explosión. Los resplandores se avistaban desde el patio de butacas, por lo que al grito de fuego, se originó una estampida. Insistió el hombre en intentar en deshacer este lamentable entuerto y, asiendo y vadeando la camisa del operador, entabló una feroz batalla contra el fuego no ocurriéndosele otra cosa, ya que comenzaba a notar síntomas de asfixia, en abrir de par en par, y de golpe, la puerta de acceso a la cabina. La ínfula de oxigeno alimenta a la fiera, que enseguida amplió, y de qué forma, sus hambrientas fauces consumiendo cuanto se encontraba a su alrededor. No conforme con ello, y en sus desaforados intentos por reducir las llamas, quiso abrir las dos ventanas –tal vez si entra aire, lo reduzca, pensó- contrapuestas, hecho evitado por el operador que apareció, como las tropas inglesas de refresco, y evitó con su actuación una catástrofe mayor, gritando: ¡¡¡¡No hagas nada más, Manolito, que quemas la Alameda!!!!! Y por fin obedeció. Salió corriendo y no paró hasta casa Silva, donde se tomó dos tintos para recuperar el resuello.
            Por supuesto que a partir de aquel día perdió cualquier oportunidad de ingresar en el fabuloso mundo del cine, con lo que a mí me gustaba, dijo terminando su relato.
Así fue como mi padre nos dejó a las generaciones futuras sin poder gozar de las maldades y desventuras del pobre de Fu Manchú, al menos en esta versión, pues se perdió esta cinta original, única copia que existía en Andalucía, y me temo que en España.

lunes, 11 de junio de 2012

La venganza de Fu Manchú y otros desastres (I)


            La intrascendencia que tiene hoy en día en ir al cine, esas pequeñísimas salas idénticas, sin personalidad, que confieren tan poca privacidad para desatar los sentimientos que se transfiguran en las pantallas, se revuelve en la memoria de muchos que aprendimos a amar el séptimo arte en los cines de verano, tan prolíficos en tiempos pasadas y hoy una especie en peligro de desaparición –cuando no extinta en nuestra ciudad-, pues aún se mantienen en algunos pueblos, por el romanticismos de algunos locos amantes de esta tradición que les hemos sustraído impunemente a las nuestros hijos, a las nuevas generaciones.
            Hubo un tiempo en el todos los barrios tenían uno. Eran salas hermosas y grandes, con una gran pantalla que permitía el disfrute de las imágenes, donde los héroes se erigían en vencedores, donde la magia se reflejaba y nos infectaba con la emoción. No importaba ver reiteradamente Fort Apache para que una atronadora ovación recorriese el espacio cuando el séptimo de caballería acudía al rescate y terminaba con el asedio de los indios, casi siempre maléficos seres, con las ideas de un cable. Curiosamente siempre morían los mismos. O regocijarnos, hasta la extenuación, con las peripecias de aquellos locos y dispares personajes que se lanzaban a la imprevista aventura persiguiendo, y enfrentados entre sí, el tesoro escondido, producto de un atraco, por un mafioso en las playas de Malibú, en aquella desternillante película, con un elenco de actores extraordinario, como es “El mundo está loco, loco, loco”.  Pero aún así, pese a la reiteración de la cartelera cada año –yo creo que esperábamos algunos títulos hasta con impaciencia- disfrutábamos del cine, de la cultura del séptimo arte y que posibilitaba la convivencia y la participación de todos los miembros de la familia.
            Hace unos días mi padre, octogenario ya pero con vitalidad y una memoria extraordinaria, cuando él quiere, hacía referencia a aquellos cines de su juventud, especialmente a aquellas salas que se situaban en la zona de la Alameda, el ámbito donde discurrió su infancia y juventud, dónde descubrió la vida y la vida se le echó encima precipitadamente. He decir que mi padre, como todos los progenitores, es un ser especial, digno de un profundo estudio antropológico, en el que descubriríamos facetas interesantísimas sobre las conductas y comportamientos de los seres humanos ante el interés particular y su influencia entre quienes le rodean.
            Como digo, la reunión familiar derivó en recuerdos y nostalgias, en tiempos que no hacían faltas ocasiones especiales para estar todos juntos porque la cotidianidad y la rotundidad de la rutina familiar nos conciliaba en torno a la mesa. Surgió, de pronto el título de varias películas recientes y algo se removió en su mente, algún botoncillo nigromántico impulso su memoria. Y fluyeron las palabras en un relato tan entrañable como apasionado. “Ustedes no habéis visto Fu Manchú, eso sí que eran películas”. Un gesto de extrañeza se reflejó en todos nuestros rostros, hecho que no pasó inadvertido en él, que enseguida se hizo con la situación y empezó a narrarnos las desventuras –más adelante lo comprenderán- sobre esta saga de películas que debió embelesar al muchacherío de la época.
             Ante todo hay que poner en situación a quienes ignoren, como lo desconocía yo hasta hace unos días, quién era ese personaje exótico y excéntrico, que con tanto énfasis y vehemencia nos presentaba mi padre. Pues este señor, Fu Manchú, es un personaje ficticio creado por el escritor de misterio y novelas policíacas Sax Rohmer, haciendo su primera aparición en 1913. Es un villano chino que odia la civilización occidental y a la raza blanca. En todas las novelas en las que aparece es perseguido, derrotado y sus planes son desbaratados por el investigador inglés Sir Denis Nayland Smith junto a su acompañante, el doctor Petrie. Esto no lo contó mi padre, lo he buscado en internet.
            En sus tiempos mozos, y a falta de una ocupación profesional mejor que llegaría con el trascurso de los años, durante el verano trabajaba de ayudante de cabina de proyección en los cines cuya propiedad correspondía a don Ildefonso Cuesta, entre los que se encontraban el Capitol, en la Alameda, el Capuchinos y el Trinidad –ambos en la Ronda, dándose la peculiaridad, nada extrañan en aquellos años, de programarse la misma película en las tres salas, el mismo día pero en diferente horario,  y ello le posibilitaba presenciar todos los reestrenos que se proyectaban en la referida cadena de cines de verano. “Fu Manchú”, “La venganza de Fu Manchú”, “Los tambores de Fu Manchú” y “Fu Manchú ataca”. Estas son las versiones que protagonizó Boris Karloff, según el relato de mi padre, y que conmovían el espíritu patrio de los jóvenes de la época. Nos detalló, les aseguro que pormenorizadamente, cada una de ellas como si hubiera participado en la elaboración de sus guiones, y lo hacía con tanto ímpetu que nos arrastro a la magia y vimos sus aventuras proyectadas en nuestras mentes. Emocionado le referí que nos hubiera gustado a nosotros poder haber disfrutado de aquellas películas y fue entonces cuando, una serenidad pasmosa y sorprendente tranquilidad, poniendo cara de ingenuo, nos respondió que iba a ser una empresa imposible porque las copias se destruyeron en un incendio en las que él tuvo algo ver. (continuará)

sábado, 9 de junio de 2012

Macondo, el Reino de García Márquez


Tiene perdida la mirada, tan alejada de este mundo como su conciencia del propio cuerpo, arrebatada la memoria y desposeída de la razón y la coordinación. No son los años perdidos en los quehaceres creativos, la entrega en la manutención del espíritu de los otros, sino a injusticia de la naturaleza que se manifestado en él con su más absoluta crueldad. Vencido por la vejez, socavadas sus ideas por la insensatez de la maliciosa enfermedad, ha naufragado en ese mismo mar que se tragó a sus personajes. Sus conversaciones, antes tan hermosas, tan excelsas, tan locuaces y tan bellas, circunscritas a la grandeza de la lengua heredada, se ido difuminando en la espesura del olvido. Esos mundos que ideó, que creó para que lo habitaran la imaginación y la alegría, para que cohabitaran el amor y la venganza en el mismo espacio convirtiendo los sentimientos en algaradas de júbilos, que nos conmovió y convulsionó los cimientos de la razón descubriéndonos unos universos que creíamos inexistentes, que nos abrió las puertas de la fabulación adentrándonos en el realismo mágico, empiezan a orbitar en su cosmos, un lugar donde gravitan sus pensamientos, a donde sólo tiene acceso él y en dónde la sorpresa y la razón pueden presentarse de improviso en una sonrisa a destiempo para el acompañante, un girar la cabeza inexplicable para responder a la pregunta que le llega de los innominados personajes de El Coronel no tiene quién le escriba, que se presentan reclamando su personalidad, apelando a la caridad del escritor, que se ha sublevado y erigido, siguiendo el unamuniano pensamiento, en la niebla que es capaz de tergiversar el sentido de las cosas, en Dios que los crea y los destruye por capricho o por amor, y ahora se soliviantan en el sufrimiento intentado, inútilmente, someter a quien creen hundido en el lodazal del olvido y la incoherencia. Sufren y pierden porque aun mantiene la fuerza impresa en el papel, que no podrán huir más que cuando el lector les promulgue la amnistía después de terminar la obra.
            Explican sus amigos más cercanos que Gabo tiene lapsus en la memoria, en el reconocimiento de las personas, que demora sus respuesta y que a veces lucha contra sí mismo para entablar conversaciones coherentes, que esta alteración, que estos trastornos, le vuelven cascarrabias y apesadumbrado, que cuando el cuelga el teléfono pregunta quién era su interlocutor, incapaz de reconocer la amistad que le hablaba al otro lado del hilo. ¿Quién le ha arrebatado la razón a Gabriel García Márquez? ¿Quién osa con desposeer al universo de su genio? ¿Qué sombras se han confabulado para cubrir de noche y oscuridad la luz de su imaginación? ¿Dónde habitarán ahora los Buendía, dónde procrearán para hacer de su tierra un mundo libre, donde absolverse de su condena?
            Pero hay una gran quimera en todas estas informaciones, porque Gabriel García Márquez ha retomado el libro de su vida, ahora sí, se ha instalado en su Macondo, ha construido una fortificación donde refugiarse, donde habitar en la eternidad, donde desprenderse de las miserias de este mundo, un lugar donde sólo tengan acceso sus seres queridos. Por eso escribió Cien años de Soledad, por eso edificó el mundo donde reposar tras el duro bregar, donde descansar de la batalla y donde poder disfrutar de la compañía de Mercedes. Qué suerte tiene Gabo por haber podido construir su propio mundo, un lugar que nos enseñó para que tuviéramos constancia de su futuro, de presente, de su pasado. Y a lo profetizó en sus comentarios y dijo una vez “la peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”. Éste es su giño a la vida.
            Ahora, cuando la sublimación de la verdad es presa de la enajenación, es cuando se presenta la realidad fantástica de la mejor locura, de la enajenación de la mentira para convertirla en figura principal de la novela que está escribiendo, una redacción para los ausentes, para los que ya esperan más allá de la línea de la existencia, y aunque no veamos los grafitos ocupando la blancura de los folios, aunque los demás nos seamos consciente de ello, de este trabajo que nos legará lo mejor de él, está terminando la obra cumbre de su prolífica producción, Cien años de soledad

viernes, 8 de junio de 2012

Las cadenas, de Rué del Percebe a Londres


En esta ciudad lo imposible siempre es superable. Hasta los hechos más insólitos son producto de la chanza y la burla pública, cuando no se toma a broma, aunque ello implique la sedante permisividad de un delito. No hay nada que preocupe en demasía a no ser que tenga que ver con el fútbol, la semana santa, el Rocío o la cerveza que nos tomamos en el bar que estratégicamente se sitúa en las proximidades del trabajo. Cualquiera de estos eventos, y otros que por numerosos no nombro pues no habría páginas suficientes para incluir esta nómina, puede conducir a la desesperación o al drama como el día que cerraron Carlitos, un pequeño cubículo que mantenía denominación de origen como taberna, intramuros de la Macarena, el lugar más cutre del mundo y parte de Oceanía, pero donde ponían el mejor café de toda la ciudad, tiraban la cerveza con arte especial y servían las mejores pavías de bacalao que se hayan consumido en esta tierra.
El pasado lunes, las cámaras de seguridad del edificio del Servicio Andaluz de Salud, situado en la avenida de la Constitución, grababan unas imágenes dignas del mejor teatro del esperpento: individuos desmontaban los eslabones principales, los que se sustentaban entre dos columnas, y se llevaban un tramo de la cadena que delimita perimetralmente las gradas de la Catedral. ¿Cuánto pueden pesar estos engarces, Dios mío? Pues a trompicones, arrastrando como dos galeotes el drama de su condena, cayéndose un par de veces, lograron burlar el dispositivo policial que pusieron en marcha tras el aviso de los vigilantes del referido y mayestático edificio. Éste será otro de los grande misterios que quedarán sin resolver, cómo lograron desplazar el objeto del hurto sin más aparato logístico que sus propios pies y manos, ni dónde se habrán deshecho de este bien. Aunque bueno, ya nada puede sorprendernos, después del desvalijamiento de la tumba del mítico matador de toros, Manuel García, el Espartero, donde lograron levantar la pesada lápida de bronce, más de doscientos kilos, desplazarla por el camposanto y sacarla sin que nadie se percatara de su robo, porque no creo que la lanzaran por encima de la tapia, porque de haber sido así habrá que ir pensando en detener esta banda, no ya para enchirolarlos, sino para convocarlos para las próximas olimpiadas de Londres donde no nos quitan las medalla de oro en lanzamiento de martillo nadie.
No es la primera vez que desaparecen cadenas de las gradas del templo metropolitano, que suelen reponerse después con otras piezas similares que se encargan al puerto. Estas cadenas son utilizadas por los marinos para anclar los barcos a tierra o cortar el acceso por mar a una zona. En la Catedral las cadenas se colocaron en el año 1565 para evitar que los mercaderes que se colocaban en las gradas entraran con cabalgaduras en el templo para refugiarse cuando llovía. Desde entonces, también simbolizan el límite de la jurisdicción ordinaria, ya que eran muchos los delincuentes que se refugiaban en la Iglesia ante la dureza de las leyes civiles.
La permisividad jurídica hacía temas como éstos, consiente el impune mercadeo de piezas urbanas metálicas. La policía debiera centrar sus investigaciones en las viejas páginas del Tío Vivo -¿hay algo más rancio que los tebeos?- o rebuscar en las librerías de viejos los ejemplares de esta mítica publicación del comic nacional que resten y se vayan directamente al ruinoso edificio donde pernocta la gente más carismática del país, esa comunidad de vecinos que reflejaba fielmente la condición de la sociedad española, desplieguen todas sus fuerzas entorno ruinoso inmueble, no vaya a ser que se fuguen también, y subir a la tercera planta izquierda, donde tiene su guarida el ladrón de lo imposible, que no tiene pérdida porque lleva antifaz, la rubia y enlutada es la mujer que no se confundan. Tal vez allí puedan localizar la pesadísima cadena, porque está visto que en los almacenes de chatarra de la ciudad no lo haya.
De localizar a los chorizos, lo dicho, a las olimpiadas de Londres.