Que
trece mil personas acudan a la convocatoria realizada por el Ayuntamiento de
Sevilla, para cubrir ciento noventa y tres plazas de peón, es el sino
inequívoco de la precaria situación por la que atraviesan cientos de miles de
ciudadanos., el barómetro que mide con exactitud las necesidades de la
sociedad.
Todavía hay algunos que se niegan a
aceptar esta realidad, esta durísima realidad que está martirizando a más de
cinco millones de españoles que ven como cada día es un trance a vencer, un
nuevo hito que necesita de soluciones urgentes, tan inmediatas que a veces se
muestran en la desesperación de un padre de familia sisando, en un local de una
importante cadena de supermercados andaluces, una paquete de mortadela, dos
litros de leche y tres barras de pan. Tras subir y bajar la cola de la caja
varias veces, intentando vencer la terrible vergüenza que debía padecer e implorando
la atención, ya que nadie parecía querer oír sus lamentos, e incluso provocar
alguna que otra queja entre la concurrencia, decidió acortar por el camino más
corto, tomar impulso y salir corriendo con los productos alimenticios básicos con
los que se había aprovisionado. Observada las intenciones del desafortunado
ser, alguien le cogió por el antebrazo y situó delante suya. Cuando llegó la
hora de pagar, aquel improvisado samaritano abonó la cantidad, ridícula y más
aún si se hubieran implicado las personas presentes, y el hombre salió del
estable agradeciendo el gesto, manifestando su deseo de reembolsar ese débito
que adquiría. Antes de salir se volvió y aseguró que jamás olvidaría aquel
gesto. Apenas desapareció, engullido por la calima que mortifica las calles, la
cajera explicó al benefactor que aquel pobre hombre llevaba algunos días intentando
provisionarse con la caridad de los compradores, que era vecino de la zona y
que había caído en la desgracia del paro, que había sido cliente habitual, una
persona de orden, pero que la lacra del paro le hizo caer en desgracia y con
ella, a su familia. Que no era el único caso,
y por ello no podían atender su demanda, que de buena gana, explicaba la
empleada, le dejaba pasar, pero son tantos….
Lo terrible de toda esta historia fue la tremenda y
desconsiderada indiferencia que mostraban a quienes pedía auxilio en aquella
cola del supermercado, la indolencia emocional que manifestaron ante una
verdadera urgencia de necesidad que se les presentaba. No corren buenos
tiempos, a todos nos apremian los pagos, las hipotecas, las urgencias y las
necesidades pero no estaría de más alcanzar un estado de solidaridad entre los
propios necesitados, ante casos como el vivido, exentos de cualquier
interpretación y alejados de aquellos falsos discursos que imploran
misericordia por verdaderos profesionales de la piedad, que sé de algunos,
extranjeros por más señas, que están sacando verdaderas fortunas a sus países
de origen y hasta se construyen fabulosas viviendas gracias a los óbolos que
consiguen en puertas de importantes iglesias y templos de la ciudad, mientras
que a nuestros conciudadanos les negamos el pan y la sal. Y que nadie busque ni
entienda en mis palabras brotes de xenofobia, sino hechos constatables y
comprobables.
Que trece mil personas se presenten a una oposición
para cubrir las ciento noventa y tres plazas de peón, que ha sacado a concurso
el ayuntamiento de nuestra ciudad, significa que hay mucha, pero que mucha
necesidad de trabajar, para poder cubrir tanta penuria. Significa también que seguirán
en estado de supervivencia básica doce mil ochocientas siete ciudadanos, con el
lastre de sus historias, con el dolor que atraviesan sus familias, muchas sin
poder cubrir los regímenes alimenticios sucintos y tal vez, teniendo que
mendigar en las colas de los supermercados, como mal menor. En el peor de los
casos, correr con los productos alimenticios, salvar la frontera del pago,
intentar burlar la vigilancia privada y correr, intentado dejar la vergüenza
atrás, si la conciencia lo permite.
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