Siempre se nos presentan las grandes
cosas en minúsculos frascos instándonos a la dosificación sentimental que
atrapa en sus contenidos, en las melifluas y frescas lociones que nos preparan
en los laboratorios del alma, donde se instaura sentimentalidad y se formalizan
los afectos. Es la esencia que se esparce por los confines del alma de la
ciudad para embellecer, con sus aromáticos efluvios, los recovecos que hurgan
en sus esquinas hasta construir el paisaje onírico que refresca el corazón y
conmueve la razón.
Son las circunstancias fortuitas las
que van construyendo las aposturas, las que van armonizando las sensaciones y
alzando las estructuras de las mejores historias, las que el tiempo convierte
en leyenda y el aire de la memoria, cuando rasga los velos de la
intemporalidad, los transmuta en sustancia misma de la tradición, si es que
ésta puede medirse en años o es la implantación misma de un hecho es ya hábito
impregnado en la entrañas de la nostalgia.
¿Es acaso necesario imponer el paso
de los siglos, o de los años, para considerar una actuación como tradición?
¿Han de confluir acaeceres extraordinarios, lides y confrontaciones sorprendentes, que trastornan
los impasibles quehaceres domésticos, para sostener el imponente peso del encantamiento
de los sucesos que se impregnan en las historias monumentales de una población
o simplemente basta con superar esta arrogancia y situar los hechos en un momento
concreto, en hacer de la costumbre una abnegada condición?
Lo insólito toma fuerza y se
agiganta por una actuación minúscula, por el desprendimiento del amor que se mantiene
en la contingencia de la fe, en la eventualidad que toma cuerpo de eternidad en
un segundo, en el impulso coactivo de a la devoción transmitida, a la devoción incoada
en el supremo ejercicio de la piedad, en la hilaridad de la religiosidad
popular encapsulada en la obra del hombre.
Vino a convertirse la calle en un
lugar lleno de sombras, aunque en su entorno siempre resplandece la luz eterna
de La que es Estrella de la Mañana, ante la falta de previsión de los hombres.
Se cubrió la calle de oscuridad imponiendo su rigor y sus aprensiones, sus
turbaciones y dudas, y surgió en él inusual desasosiego ante la imposibilidad
de otear el paisaje, conocido y entrañable, el lugar que sus ojos contemplan a
diario, casi desde el amanecer, cuando se abren las puertas del negocio para
servir a las necesidades perentorias de los hombres, para ofrecer las delicias
que degustan sus clientes con verdadera devoción y que se muestran tras el pequeño
mostrador que sirve de mesa y aparador para los contertulios y amigos, porque
en aquel lugar, la clientela es familia y como tal es tratada, con afinidad de consanguinidad,
donde no existe la confrontación porque se diluye con la concordia que mana de
un grifo de cerveza y el arte de saber tirarla.
A tientas, sorteando los obstáculos que
intentaban entorpecer sus propósitos, y buceando entre los útiles del pequeño
almacén del bar, identificó el pequeño cubículo que mantenía presa la cera y el
pabilo. La oscuridad es un muro que obstruye los caminos, que somete al valor
ante lo imprevisible, que ciega las puertas y ventanas, que cercena y delimita
la actuación coherente, y aún así podía divisar el rostro imperturbable,
refulgente cerámica que incauta la razón a quién La observa, donde reside toda
alegría. En el pequeño alfeizar, que sirve de altar donde se depositan las
ofrendas, siempre flores que guardan secretos, que profieren oraciones, que
retiene la serenidad espiritual por el tránsito, colocó la vela y la encendió y
el resplandor engrandeció su visión, mostrándole las manos que acunaron al Hijo
en un pesebre, y por eso transmiten tanta ternura, que les cuidaron también en
su niñez, y por eso son sendas que llevan a la salvación, y que Lo sostuvieron
tras el martirio, y por eso son siempre
consuelo, mostrándole los ojos que de por sí son dos luceros que alumbran las
almas de los macarenos.
Se fue la luz artificial que
alumbraba la calle San Luis erigiéndose la suya, esa que es innata porque
procede del mismo corazón en el que confluyen los mejores sentimientos, y
sirvió para instituir la antiquísima tradición de dar luz a Quién su luz nos
entrega, de señalar el camino a los que se encuentran perdidos. Israel ofrendó
la gracia que nos entregó cada viernes santo cuando fuimos costaleros del Señor
de la Sentencia- Luz para Quien al mundo ilumina, deshaciendo telones de
sombras y otorgando resplandores de Esperanza, ¿verdad mi querido amigo Isra?
No hay comentarios:
Publicar un comentario