El patio del Monipodio sigue en pie.
Cervantes lo destacó ya como el lugar donde era posible cualquier bribonada, un
lugar donde el engaño, la falacia y el embeleco mantenían su reino y donde
Rinconete y Cortadillo encontraron su patria y asentaron y asintieron de su
nacionalidad. Mucho me temo que aun hoy, algunos sigan tomando a nuestra ciudad
como el espacio donde se cobijaba lo mejor y más selectos de los brabucones de
los siglos XVII y XVIII a la llamada de la entrada de riquezas que llegaban
desde las nuevas tierras, tergiversando la necesidad perentoria que mantienen
muchísimos sevillanos que se han visto desbordados por los efectos de esta
crisis que no solo no parece remitir sino que amenaza con desbocarse y arrasar
con todo aquello que se encuentre en su camino.
Muchas familias, sumidas en la
desesperación ante estas gravísimas circunstancias, ante la situación de
indefensión económica a la que se han visto abocados y absorbidos por la
espiral de la necesidad ante los despropósitos de las entidades bancarias, no
han encontrado otra opción –habría que ver en la realidad en la que han
efectuados sus acciones- que ocupar viviendas deshabitadas, sin uso, para poder
tener un techo en el que resguardarse, un lugar donde poder dormir sin tener
que vivir en constante alerta ante los hechos y sucesos que concita habitar en
la calle, sin dejar de tener en cuenta la humillación y la vergüenza que supone
para las personas encontrarse en unas condiciones hasta esos momentos
desconocidos.
Ayer uno de esos personajillos que
se han hecho un hueco entre la basura televisiva, que se viene prodigando con
demasiada frecuencia, especialmente en una cadena, a base de suplantar la
profesionalidad de periodistas y hurgar en la intimidad de las personas para
defestrarlas, calumniarlas y vilipendiarlas,una tal Aida Nízar, que no tiene mayor
mérito que haber participado en el programa de Gran Hermano, se permitió ayer
difamar a unos sevillanos que se encuentran en la precaria y humillante
situación –repito que la base jurídica de sus actuaciones habría que
estudiarlas- de tener que ocupar una vivienda para no tener que pasar las
noches al relente. Ignora esta señora que la dignidad personal está muy por
encima de sus oscuras ambiciones y que no se puede maltratar a los semejantes
por el mero hecho de haber caído en desgracia, por el mero hecho de ser pobres
y no tener el amparo que ella le prestan.
Para su conocimiento esta ciudad no
es la Sevilla del siglo XVII, a la que personas como usted nos quieren
trasladar, y que con toda seguridad mantendría más dignidad, más humanidad y
más caridad que la que demuestran usted y la cadena televisiva para la que trabaja
–utilizar un término tan hermoso para la labor que usted desempeña es maltratar
su significado y significación- y el derecho a la información pasa por el
adecuado respeto, por efectuar la actividad con la profesionalidad de la que
carece, de la preparación humana de la que está tan alejada de su condición y
por supuesto ofrecer con el mayor rigor y verisimilitud posible el desarrollo
de los hechos. No se puede avasallar, por el mero hecho de ser un personaje
televisivo, a la gente humilde que se ha visto en la necesidad de encontrar un
cobijo. Que sea la justicia quién califique los hechos y, si es el caso, que
aplique la pena según la ley. Pero llamar “sinvergüenzas” a los inquilinos y
tratar de acceder a la privacidad que se han tenido que buscar, ante el
desamparo y la injusticia, por la fuerza es actuar de manera barriobajera,
impropia de cualquier informador. Claro, que a lo peor usted, no conoce otros
métodos, ni sabe siquiera aplicar los mínimos y más básicos elementos de la
educación.
No quieran confundir al público con
estas manifestaciones de grandeza. Nadie es mejor a nadie por su condición
social o económica. La nobleza y la honestidad son patrimonios del alma y se
concede por la Providencia. Y por supuesto, no intenten trasladarnos sus formas
de entender la convivencia, ni el respeto al derecho de información. Quédense en
esos platós donde se dedican envilecerse con las maledicencias y las falsedades
que pregonan sobre otras personas. Quédense en su patio de Monipodio y sigan
jactándose con sus maldades y que Dios les juzguen.
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