No
existen mejores acuartelamientos, ni hay espacios mayores, ni patio de
reclutamiento más sobresaliente que esos mármoles que anteceden al cofre donde
se deposita, se guarda y protege al mejor los tesoros celestiales. No hay
cielos que detengan tantos ímpetus ni fuerza natural capaz desmantelar tantas
ilusiones, tantos sentimientos, tantas emociones. No hay noche con suficiente
oscuridad arrebatar tantos sueños, los esplendores que refulgen en los ojos
cuando se cruzan miradas entre el Sentenciado y ellos, ni luna que contenga tan
esplendor áureo en torno a la argéntea vestimenta. No hay suprema violencia que
sirva para vencer los anhelos que nacen de la sangre, tintada en morado, y que
corre por sus venas en trepidante trasiego tiñendo el presagio de las dudas en
feliz armonía. No hay tribunal terreno con suficiente capacidad jurídica para sancionar
el inmenso amor que fluye por las cuencas de sus ojos cuando otros marchan
marciales y francos a implantar la gran
dicha, a esparcir en los lugares del dolor esa dicha de la que son heraldos, ni
diáspora con suficiente fuerza para diseminar las quimeras que se guardan en el
corazón de estos macarenos.
Solo el tiempo, la espera y la
paciencia, el servicio y el amor los arrebatarán de esas listas donde yacen sus
ilusiones, donde se inscriben sus sueños, donde permanecen en constante
aprendizaje, donde se han modelado sus formas, sus sentidos. Velan armas con
las ansias al descubierto, desprovistos de las miserias de este mundo para
adquirir el adiestramiento en la pureza sentimental que les ha sido entregada.
Han firmado en blanco el enganche a
esta milicia que desarrolla su actividad en los fondos de los corazones, en
estas tropas que alimentan sus vanaglorias con la certidumbre del sabor de la
victoria que les ha sido preconizada, de la dulce delectación que se advierte
en la llegada de la gloria. Son éstos mílites, estos reclutas que rubrican con
sus aspiraciones el enorme orgullo del sentimiento macareno, los que salvaguardarán
la esencia de los viejos guardianes de la Esperanza, aquéllos que ya reposan y
forman parte en las filas celestiales, aquéllos que césares que se acuartelaban
en casa Silva, en Umbrete, que pasaban lista de los reclutas punteando en una
pizarra los presentes con el blancor de una tiza y agrupaban sus tropas el
patio de banderas instaurado en las puertas de Mariano y ante la atenta y
curiosa mirada de la chavalería, que luego se iban desfilando calle San Luis
abajo, emulando la marcialidad de la que habían sido testigos.
Son esos niños que alimentaron su
corazón contemplando el paso ordinario de aquellos recios hombres, que
sucumbían a la emoción con una cascada de lágrimas en el medio día del viernes
santo, los que se curten hoy en la espera, los que se jactan con el aprendizaje
sobre el honor, el amor, el sentir y el orgullo de la mejor estirpe nacida para
servir al Señor, para difundir la gracia de la Esperanza. Y no dudan, como
aquellos que les precedieron en las quintas de esta bendita expectación, en
lustrar y sacar el relumbre de las argénteas corazas donde se espejan los
sueños de los sevillanos apenas la primera luna de la primavera alcance el
cenit del universo, que ese día tiene su centro de radiación en la Macarena, ni
restan esfuerzos en férrea formación sentimental a la que son sometidos, ni
dudan en aferrarse a la voluntad para en el futuro ser merecedores y orgullosos
testigos de la mejor sentencia, dignos relevos en las milicias que escoltan al Señor
en la proclamación de la Esperanza como hito salvífico de los humanidad,
íntegros y nobles centuriones del anuncio de la alegría.
Estos reclutas vienen forjados,
asumiendo su destino, en el amor que les ha sido transmitido por
consanguinidad; estos futuros armaos de la Macarena profieren sus edictos en
los pergaminos que laminan, con la delicadeza de la devoción al Bendito
Sentenciado, en las espesuras del alma; estos son el mejor futuro para la mejor
guardia sentimental del orbe católico; éstos son la estirpe rejuvenecida y
rediviva de las legiones de Tiberio, conversos al amor y a la gloria y que se
siguen adiestrando en la ilusión y la alegría en los atrios marmóreos que
retienen y proyectan al mundo el poder de la Esperanza. Son aspirantes a ocupar
un lugar en la gloria, de participar del inmenso y valeroso honor y llegar un
día a ser armao de la Macarena.
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