Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 27 de septiembre de 2012

La realidad mágica de Ignacio Cortés


            Hay amaneceres que deslumbran, y engrandecen el alma, con su transparencia porque su luz arrasa los delimitados espacios de una habitación para alertar a los sentidos de la grandeza de Dios, que suele presentarse con estas exposiciones de belleza.
            Hay amaneceres que encandilan con la ilusión cuando aún la luz se despereza en los confines del horizonte y una mácula húmeda, cincelada por el frío de los primeros días del año, se entroniza en los perfiles del cristal y la visión al otro lado se manifiesta mágica, un prodigio que enturbia los sentidos hasta provocar el asombro.
            Hay amaneceres difusos que se aclaran con una presencia fulgurante y maravillosa que va venciendo las sombras, de tanto vigor que es capaz de arrinconar las espesuras de las penumbras, humillando a la oscuridad, inutilizando cualquier hito de la razón, deshaciendo atisbos de tristeza, inhabilitando la somnolencia que parece querer adueñarse de los ojos de un niño expuestos a la contemplación de la Madre de Dios, que comienza a insinuarse en los perfiles de una esquina, de las aristas blanqueadas  que repelen el fulgor de la luz de una candelería, mientras unas manos diminutas se aferran a la álgida sensación de los hierros de un balcón, estribados barrotes que parcelan su visión,  que le hacen tambalearse en sus emociones porque quiere arrebatarle la secuencia que tienen grabar, en los confines del alma, obstruir los ojos infantiles que otean ansiosos el espacio que le va a procurar la culminación del embeleso, que le va a transportar, con su imaginación, aun encuentro, por desconocido, maravilloso.
            Hay amaneceres que marcan para siempre, que se retienen en la memoria, máxime cuando en la visión asombrada del niño se plasma la emergente grandeza de la Virgen de la Esperanza,  esplendor que marcó su existencia, aquel amanecer primero donde se encontró de frente a la Madre de Dios, donde Ignacio Cortés empezó a fantasear con la realidad, a descubrir matices mágicos donde los demás solo apreciamos cotidianidad. En estas contiendas, en estas lides que le forjan entramados contrapuestos en su alma, encuentra la solución a las precariedades de la vida. La subjetivación de sus pareceres nos descubren mundos en nuestro propio mundo, espacios de los que es capaz de extraernos universos de emociones y mostrárnoslos como ente naturales.
Es la esencia de lo inmaterial lo que se le descubrió en aquella mañana de su primera infancia, la substancia que le cautivara desde su mejor edad, que le ha marcado en sus comportamientos y en sus emociones, cuando en un amanecer claro de Viernes Santo, la estridente armonía de la Centuria Macarena le perturbara sus sueños y sus ojos de niño, aferrado al balcón de su casa en la calle Sor Ángela, le descubrieran al universo devocional que discurría bajo su atenta mirada. Tal vez, en aquel mágico instante, comenzara a confabularse con su espíritu para que un día, pudiera mostrar al mundo aquella aparición, que por hermosa y mística, cautivara sus sentidos, la de la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena.
            Por eso escapa a mi comprensión esta lejanía tuya de lo que tanto quisiste, este apartarte de un mundo que tanto te quiso, que tanto te quiere, a pesar de la distancia. No sé qué negros  presagios han conducido tus pasos hasta esconderte de la convicción, que oscuras palabras habrán retumbado en tus oídos para relegar de los sentimientos que los tuyos pusieron en tu alma y hacen que desatiendas cualquier llamada.
            Sé que es la nostalgia la que me visita, el recuerdo de la amistad que renace cuando veo alguna de tus obras. Aún mantengo la Esperanza de poder compartir aquella sonrisa tuya, aquellos momentos de conversación mientras por los ventanales de tu estudio se colaba la dulzura de la noche y ascendía el rumor espeso de quienes ocupaban la plaza para revitalizarla con la tertulia al aire libre. Ignoro, querido Ignacio, qué ha provocado este aislamiento, éste querer no ser tú, cuando me descubriste cómo la Virgen de la Esperanza, al pasar por donde ahora habitan los recuerdos, recuperaba tu infancia.

martes, 25 de septiembre de 2012

El perro esquimal de Ignacio


            No hay más que darse una vuelta por algunos de los barrios antiguos de esta ciudad y descubrir la peculiaridad de cada uno de ellos. Son implantes de la etnología sevillana que se diversifican según la arbitrariedad de sus habitantes, que han construido sus paraísos en el entorno donde desarrollan sus vidas. Hay personajes dignos de la mejor novela costumbrista, seres extraídos de la ficción para encajarlos en la realidad,  en esos parajes que son sus mundos, donde solo se reconocen y que se asfixian si les extraen de sus habitas pues forman parte del paisaje como si hubieran sido escogidos por una fuerza misteriosa y mayestática para ocupar un lugar en la historia.
            Son seres anónimos para el resto de la humanidad, pero gozan de la mayor popularidad entre sus vecinos. Las peculiaridades suelen venir adscrita por una especie de desgracia que han vencido a base de superación, adversidades que han propiciado su aparición en el mundo de la picaresca, que han vivido gracias al don desarrollado para ello. Sé de algunos que se fueron al otro mundo con el precinto de garantía colocado en la columna, que huían como alma que lleva el diablo, ante la sola sugerencia de aferrarse a una pala para llenar sacos de arena o correr despavoridos cuando le hacían referencia al descargue de un camión. Sin embargo siempre guardaron el palmito, mantenían un estatus que no les correspondían, del que presumían sin bagajes.
            Conocí a un vecino, durante mi infancia, que embobaba los niños del barrio con sus relatos. Ignacio, al que todos conocían como el esquimal, porque solía fantasear con sus supuestos viajes, y sus tropelías novelescas, por el ancho mundo, como marinero de un barco mercante, sobre todo por sus peripecias en el Ártico, lugar del que se trajo un perro, del que contaba que tenía que estar todo el día metido en una bañera cubierto de hilo so pena de morir asfixiado por las temperaturas de esta ciudad nuestra. Nadie conoció al perro, nadie le vio jamás sacarlo para pasearlo y cuando se le insinuaba que nos dejara acceder su vivienda enseguida se excusaba. José, propietario de la pensión-bar, reía y comentaba que a quien se le ocurría traerse un animal de un lugar tan extremo para mantenerlo cautivo y algunos clientes comenzaban a reír mientras Ignacio empequeñecía ante las burlas. Pero había un brillo en sus ojos que mostraba sus fantasías como verdaderas realidades, medias verdades que para él eran certeza pura. No había día, sentado al albur de un velador en el bar Rumbo, que alguien le incitara al relato. Y hablaba de Madagascar como si hubiera nacido allí. Y de Tasmania, tierras enigmáticas donde merodeaban sus famosos demonios, a los que nosotros lo dotábamos de figura y cuerpo asemejándolo al dibujo animado de la Werner, y de Indonesia. Nunca hizo mal. Constantemente provocaba la hilaridad. Vivía de las inocentes picardías que le procuraban el sustento. Siempre había un alma caritativa que le invitaba durante el almuerzo. Creo que llegó a establecerse un turno de invitación para que pudiera comer, entre los asiduos clientes. Tal vez porque les hacía la vida algo mejor, más feliz, a quienes oían sus aventuras, a quienes se prestaban a pasar un rato de esparcimiento.
            Con el tiempo, Ignacio fue perdiendo la memoria, fue distrayéndose y solo atendía y entretenía con el soniquete de la máquina de pin ball que no dejaba de sonar en el salón. Guardaba grandes silencios, con la mirada perdida, buscando el pasado que se le mostraba siempre esquivo o escondido en una nebulosa que solía confundirle. Incapaz, en sus últimos tiempos, fue recluido en establecimiento de caridad, donde al menos tenía cobijo, cuidados y comida asegurada. En una de las últimas visitas que organizaron sus amigos al asilo, entre los que se encontraba mi padre, y a la que yo tuve la suerte de asistir, en un momento de confusión intelectual, o tal vez anegada la mente por su febril fantasía, en un instante de lucidez que le descubrió al precipicio de su inmediato futuro, aferró su mano a la de Cesáreo, que también tiene su historia, y solicitó que no dejaran de atender a su perro, que le mimaran como lo había hecho, que no le faltara el hielo para que no se consumiera en los calores. Y hubo quien empezó a creer que el perro existió. 

lunes, 24 de septiembre de 2012

Educación y progreso


            Traspasaba el umbral, por el que accedía a la clase, y todos nos levantábamos al unísono para recibirlo. Un ritual diario. A su saludo contestábamos con un buenos días, don José, y tras el primer indició que nos marcaba en el civismos y la educación, entonaba los primeros párrafos del padrenuestro que entonábamos con aquella musiquilla que nos delataba en la infancia. No era cuestión de imponer usos, modos o creencias y sí hábitos de urbanidad  Inmediatamente comenzaba su faceta pedagógica. En un silencio absoluto, el maestro, nos desglosaba fragmentos de la historia sagrada, de matemáticas, de ciencias de la naturaleza o nos leía con deleite un fragmento de Platero y yo. La atención era absoluta porque en cualquier momento interrumpía su perorata y preguntaba, a quien intuía, casi siempre con acierto, se encontraba en el estado donde las musarañas se adocenaban o descubría en una actuación de insolencia impermisible, por el tema que acaba de explicar o indicaba que continuase la lectura por donde la acababa de dejar. Entonces, acudían al aludido, estertores de nerviosismo y muchas veces un sudor incontrolado en las manos que le delataban  en su insumisión pedagógica. Sabía que sería reprendido con severidad, con suerte amonestado. No sentíamos miedo quienes atendíamos a las explicaciones, quienes centrábamos la atención en sus enseñanzas, que evocamos ahora, con el paso del tiempo, con nostalgia y hasta cierta tristeza. Y seguíamos siendo niños y así nos consideraba el maestro, como niños que debían ser instruidos en el conocimiento y en la urbanidad, al menso en recinto pedagógico.
            No era un hombre triste pero mantenía la severidad y la seriedad precisa para ser respetado. Establecía unas distancias que jerarquizaban su situación frente al alumnado, una posición que posibilitara el trato idóneo para el logro de los propósitos. No entenderíamos hoy, si volcáramos nuestra visión del ayer sobre las aulas de los centros educativos del presente, ese tuteo indiscriminado, casi indolente y muchas veces desvergonzado, de los alumnos hacia sus profesores, unas manifestaciones permitidas por los claustros, en una falsa apertura democrática y sus comisarios políticos, que ahora se ven incapaces de controlar a este caballo desbocado que es la mala educación y que redundan en demasiadas ocasiones en la desconsideración, en la insolencia y en la falta de respeto hacia la figura del maestro. No digo que nuestros hijos escaseen en conocimientos, que esta generación está suficiente y notoriamente preparada, que sus conocimientos sobrepasan los nuestros. Digo que se han acostumbrado a la desvergüenza, a querer equipararse en deberes, que nunca en obligaciones, con quienes deben instruirles en los saberes. Digo que, junto a la familia, que debe corresponsabilizarse en la educación cívica, las costumbres adquiridas las traspasan a sus formas de vida y no extrañan sus comportamientos porque lo encuentran natural, porque no entienden de jerarquías más que las que nacen de sus propios egos, de los despropósito de las conductas que tanto daño hacen a la sociedad.
            Ocuparse de la formación, en todos sus estadios, era el propósito principal de los maestros de escuela, del hombre que paseaba entre las calles de los pupitres durante los exámenes, ojo avizor, para evitar la copia. Aquel hombre que no comprendía que se negara un saludo, que se no correspondiera  a la salutación al entrar en clase, que mantenía un régimen de seriedad y que se dirigía al alumno con el mismo respeto que exigía para él. El hombre que mesaba los cabellos del infante cuando se agachaba para explicar personalmente la cuestión demanda e incomprendida, que cantaba en las vísperas de la navidad los villancicos y que nos saludaba con una cordialidad extrema, con una sonrisa en los labios, cuando nos dirigíamos a realizar las compras, acompañando a nuestra madre, a novedades Manolita.
            Ahora soy yo el que no comprendo cómo se puede entrar en una clase, se dé los buenos días y el saludo muera entre la indiferencia generalizada del alumnado y que se rebelen cuando se les demanda este mínimo signo de educación.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Septiembre


                Serán los recuerdos que nos atosigan, que nos elevan a la inmensidad del tiempo para que naveguemos por sus lánguidas aguas. Serán las imágenes que brotan desde el espacio donde duermen para soñarnos, o tal vez, seamos parte de la onírica del universo que tributa el manejo de las emociones.
            Hay situaciones que escalan las murallas del tiempo para invadir el ánimo, para instaurar una república donde se concitan los sueños que siempre ansiamos, un país en el que nos mantuvimos en la esperanza de la alegría, del deseo por el reencuentro, del enfrentamiento de unos ojos que auscultaban las profundidades del deseo y que se manifestaban en el brillo azabache asaltando sus propias espesuras o defenestraban cualquier atisbo de felicidad cuando desviaban sus visión, eludiendo la nuestra, para procurarnos la inmersión en las turbias aguas de la melancolía. ¿Qué precio acordamos, con el destino, en el  abrazo de un amigo al que hace años que no vemos? ¿Qué sabor tiene el beso que escondimos, porque no tuvimos la valentía, siempre envuelta en el romanticismo que nos perdía, que nos sigue perdiendo a pesar de los años, de atravesar el aire que separaba nuestros labios? ¿Qué suavidad mantienen las palmas de las manos que se enlazaron para elevar la dicha a la condición de lo sublime, que removía nuestros silencios y anunciaba repelucos? ¿Dónde reposan los sueños que ansiábamos compartir?
            Se va yendo septiembre, como la gran carroza que nos conduce al final de un camino, a la senda que concluye con la estación donde permanece el tren que transporta las imágenes que intentamos retener, el anatema de nuestras historias mostrándose constreñidos y los rostros pegados al cristal de las ventanillas, esperando que iniciemos el gesto que los libere, alzar la mano, reír y gritar la palabra que descerraje los candados del olvido, que restituya la noción de la realidad del sueño y deshaga la ficción de la existencia.
Las hojas de los árboles ya van segando el aire, ya están flirteando con la memoria que aguarda en el suelo dispuesta a recibirla, a restituir la eventualidad de los recuerdos.  Anegarán los campos, invadirán los terruños de cemento, las láminas grises que atrapan las ideas del paseante, que roban la energía del joven errante que mantiene la misma preocupación que nosotros alimentábamos con la tristeza de aquella mirada esquiva,  para tornarlos en ese dorado que se irá contrayendo conforme el sol temple los suelos. Se convertirán en peregrinos y alzarán sus cayados contra el viento que lso arremolina.
Busca este septiembre el final para anclarnos en el otoño, en el mismo estrato que hace perdurar la nostalgia, porque nos recuerda el retorno al hábito y la cotidianidad, a la vida que comienza a monitorizar nuestros actos. Es esta resurrección de la monotonía lo que provoca la tristeza lánguida que serpentea en las tardes, recortando las luces y menguando el calor que nos desinhibía de los prejuicios. Y vienen cargadas de memoria, como llegan las nubes a expandir el agua, para regar de entrañables momentos con la recuperación del brillo de los ojos y una sonrisa a medias que se perdía por la esquina sorprendiendo la mirada tímida y furtiva. Sueños de septiembre. 

jueves, 20 de septiembre de 2012

El milagro de los pétalos convertidos en panes


Será cuestión de preguntarse qué es lo que sucede en esta sociedad desmotivada y anclada en la comodidad, qué extrañas y misteriosas fuerzas narcotizan las emociones y las actitudes, cuando el mundo se desploma a nuestro alrededor y nadie se levanta para reivindicar sus derechos, para mostrar su descontento por la decrepitud de la imparcialidad y por el desfondamiento de las clases sociales. La motivación y la solidaridad están dejando paso al indiviso, a primero lo mío y después lo de los demás. Qué está sucediendo, por qué esta apatía ante el derrumbe de la ficción que nos vendieron como estado del bienestar –¿existió alguna vez o simplemente vivimos en el derroche endémico?-, una etapa de la historia reciente de este país que hoy es un páramo al socaire de especuladores e intervencionistas bancarios que se están lucrando con la miseria que están sembrando ellos mismos.
Es desolador contemplar el paisaje urbano al mediodía. Donde hace algunos años se concentraba una frenética actividad no hay más que silencio y vacío. Áreas comerciales que muestran escaparates fantasmas a los que asoman vistosos carteles suplicando su venta o su arrendamiento, mostrando toda la amplitud de sus espacios, sin mobiliarios presentan un aspecto desolador, con una lámina de polvo asentándose y tornando el blancor de la solería en el ocre del olvido que padecen de sus propietarios, hastiados de su sostenimiento y sin hallar beneficios a sus esfuerzos. Por las avenidas no rueda más que la primera luz menguada de un otoño que se va asomando sus peculiaridades a las aceras, sol con tibieza que adormece, aún más, las entrañas de los paseantes forzados a la despreocupación y el ocio. Calles de paseantes absortos que deambulan matando el tiempo mientras ellos agonizan con su desesperación, de estudiantes paseando carpetas y libros mientras un halo de desconcierto asoma a sus semblantes por la proyección del misterio ante un futuro tan poco prometedor.
Estamos ante una de las peores situaciones de nuestra generación, acostumbrados a la placidez y al desahogo, nos mortifican estas apreturas y estrecheces, este constante apretarse el cinturón, que a algunos les resulta más fácil ante la forzosa dieta que nos impone la indiscriminación de la crisis, de la ferocidad de las consecuencias que nos distingue ni clases ni oficios, ni edades, que esto es lo peor, lo más sangrante.
De la gravedad de la situación dan muestra los periódicos diariamente que, salvo honrosas y merecidas excepciones, rotulan sus primeras páginas con noticias propias de la postguerra, como la de ayer, a tres columnas y con letras grandes, en la que se daba cuenta de situación por la que está atravesando Cáritas Diocesana, totalmente desbordada, con la demanda para la ayuda social creciendo. Esta institución de la Iglesia necesita de toda nuestra ayuda -el que pueda poco, poco. El que pueda mucho, más- porque es el primer bastión de auxilio para los desesperados, para los nuevos pobres que estrechan las maltrechas capa de su estrato social.
La iniciativa emprendida por el párroco de Bormujos, no sólo es digna de elogios sino un ejemplo a seguir por esta sociedad banal que aún sigue mirando para otro lado a pesar de las circunstancias que nos rodean. Ha pedido a sus feligreses, y  a todo aquel que quiera unirse al espíritu solidario del pensamiento cristiano que profesan, y que debe prevalecer ante el boato y la presunción, con el que algunos pretenden alcanzar el cielo, que transformen sus donaciones florales a la Virgen en comida, en artículos de primera necesidad para poder socorrer tanta apremiante necesidad de los hermanos que nos rodean. La imagen de las cestas repletas de envoltorios de comestibles a las plantas de la Sagrada Imagen es, cuando menos, de una hermosura solidaria extraordinaria. Estas donaciones son tan bellas que hasta la Virgen parece haber recuperado la alegría perdida por las afrentas que sufrió su Hijo. Ella misma, padeció el abandono de los hombres en los momentos de más tristes, quizás por eso comprenda y se alegre por este tipo ofrenda, la que sofocará la escasez de las víctimas de este holocausto mercantilista y que llegará de su mano. De no ser por este tipo de labor, siempre promovida por la Iglesia y quienes le rodean, habría estallado una gran revuelta social. Tal vez, en ésto encontremos una respuesta al silencio y a la conformidad. Cristo sigue vivo, sigue manifestándose y situándose junto a los necesitados, junto al que sufre. Dejar pan en vez de flores es alinearse contra la desigualdad. Sin olvidar la gran empresa que están promoviendo las hermandades, que yo sé de alguna, que sitúa su sede junto a un arco, donde se alinean cinco mariquillas que tiemblan con cada petición auxilio que llega, que ya ha destinado más de ciento cincuenta mil euros, durante este curso, en procurar un hilo de esperanza a sus hermanos menos favorecidos. Y todavía hay quienes discuten la labor de la Iglesia.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

De la EGB a ESO. ¿Éso que es?


No es la primera vez que sucede. Un programa de televisión pone en evidencia los sistemas educativos de nuestro país. Un joven, con apenas dieciocho años, se enfrenta a una pregunta. En el panel, donde figura la cuestión a resolver, se exponen hasta algunos fonemas. Solo tiene que completar la respuesta, rellenar la clara evidencia. Famosa y aclamada composición musical de Manuel de Falla, donde  se conjugan afectos y magia. Estas eran las pistas que se le presentaban, en el mismo panel, para resolver el enigma. E_  A _ _ _  B_ _ J_. ¿A quién se le ocurre plantear una cuestión de esta magnitud, con esta dificultad, hombre, por Dios? El participante, para más inri, natural y vecino de esta ciudad nuestra, comienza a mesarse el cabello, una larga y despreocupada cabellera, a mover la cabeza con aparentes gestos de contradicción. Nunca, treinta segundos dieron para tanto despropósito. ¡¡No lo sé, no lo sé!! Comienza a entonar su preocupación. ¿¡¡Qué no lo sé!!? ¿Un compositor? ¿Manuel de Falla? ¡¡¡Pasó!!! Y el presentador que traslada la cuestión al oponente, otra joven, treinta años, universitaria, profesara de EGB, ¡uy! perdón que ése sistema de educación ya no existe, de enseñanza obligatoria de primaria. Y una risita nerviosa comienza a extenderse por el rostro de la maestra. Y otra vez el lamento mostrando las vergüenzas del fracaso en los métodos de enseñanza de este país. ¡Que tampoco lo sabe! Y al hoyo, porque quién erra o guarda silencio en este programa, es engullido por el vacío. Es lamentable que un joven desconozca, no el conjunto de la obra musical, que puede llevar puede llevar incluso a equívocos, si no la existencia de un eminente compositor español, celebrado universalmente, pero más triste y angustioso resulta que una profesora no tenga conocimiento de la existencia de los ilustres personajes que ha dado esta nación. Esto, que lleva a la hilaridad y a la risa de algunos, es un hecho muy dramático que tiene unos antecedentes y unos culpables bien determinados.
            Tuve la suerte de nacer en un pueblo, donde la contaminación del analfabetismo todavía mostraba números preocupantes cuando ví la primera luz, y mis primeros conocimientos los adquirí de una enciclopedia que fue enseña para muchos de mi generación. Después el régimen, ese que tanto han vilipendiado social y culturalmente, otro tema para el debate sería el político, implantó la Enseñanza General Básica, la famosa y añorada EGB. Los conceptos y las materias se diversificaban, pero los conocimientos que se adquirían sustentaban una cultura personal suficiente. Se ejercitaba la memoria, se posibilitaba el uso del razonamiento y se consolidaba la ilustración. Los alumnos, unos, a fuerza de empuje, y otros porque estaban dotados de un nivel intelectual natural,  adquirían la formación necesaria para poder defenderse en las vicisitudes que se presentan en la vida diaria. Luego vinieron los cambios en la política educacional y según el partido que llegaba al poder, y sus conveniencias para asegurarse el futuro, fueron transformaron el estudio en un monocorde y rutinario entramado de test, disminuyeron el sistema de disquisición de los alumnos, restaron importancia a los conceptos básicos y se ciñeron a la comunicación elemental de factores esenciales de la cultura. Había que preparar a personas para las demandas laborales que la sociedad planteaba, asociando estas necesidades a los valores didácticos. Sintetizaron la formación a límites de incredulidad. Conclusión. Los jóvenes de hoy ignoran la historia de su país, desconocen a sus principales protagonistas, a quienes fueron construyendo; son analfabetos en conceptos básicos, incapaces de desarrollar sus pensamientos con cohesión y carecen, en muchas de sus actitudes, de lógica. Ni siquiera se valoran los esfuerzos con una nota numérica, hecho posibilitaba incrementar esfuerzos para consecución de una puntuación mayor que elevara su orgullo. Hoy simplemente, se les comunica su aptitud o no aptitud, y el alumno se queda tan pancho. Hemos acomodado a una generación, adocenándolos en la ley del menor esfuerzo, simplificando la capacidad intelectual al reconocimiento de ciertos y menores conocimientos. Y nadie se escandaliza por ello. Y así nos encontramos con ciudadanos que jamás se emocionarán con Manuel de Falla, ni entenderán por qué disfrutamos leyendo a Miguel de Cervantes o Unamuno en vez de pasar la tarde bebiendo, o consumiendo en unos grandes almacenes géneros inútiles, prendas que solo utilizarán una vez en su vida, o que nos extasiemos contemplando una puesta de sol, sentados frente al mar, en vez de pasarnos la vida tecleando un teléfono y sosteniendo conversaciones virtuales, todas con faltas de ortografía, y perdiendo la oportunidad de poder discutir en entrañable tertulia.
            Lo del concurso, solo es una muestra. La sociedad debe plantearse la necesidad de reestructurar el sistema educacional, formar a personas que mantengan los valores, los conocimientos y la educación frente al analfabetismo del consumismo y la facilidad. Tal vez nos hubiera ido de otra manera si hubiéramos conservado lo bueno que nos dejaron la generación anterior porque nos han borrado las señas de identidad al mal formar y desvirtuar la verdadera cultura.

martes, 18 de septiembre de 2012

El tiempo retenido, la Esperanza eternizada


                Fuimos cómplices en aquella madrugada en la que veríamos la ronda del sentimiento poseyendo los corazones, partícipes de la felicidad que venía rondándonos en las horas previas, en las vísperas de aquellos días que tenían aromas de cuaresma tardía, flujo de azahares prendidos en las hilaturas del espacio, prendidos en los cordeles de los sueños  para acomodarse en los interiores del alma y transformarse, por encanto de los cantos de estameñas recién planchadas, en perfumadas violetas porque ahora sí, no huía la memoria, y se estancaba en los requiebros de las voces y los silencios, esa coral que tiene reminiscencias celestes, y se acentuaban con la tenue luz de la luna bañando los alminares de la murallas, las tejas de las viejas casas que todavía guardan el resabio de los esplendores que se construyen por sus inmediaciones. Glorias que tienen cimientos en la emoción y que se construyen a base de golpes de ilusiones, que se izan con el adobe de la mejor esencia, con la mejor estirpe de la ciudad. Sueños que vencen sueños y galopan por las vías que riega la luna con su plata. Vida que va anegando los campos con la felicidad, aunque se muestren con lágrimas, que buscan con ansia la comisura de unos labios que contienen la alegría, que bisbisean peticiones imposibles, oraciones inacabadas derrotas por el éxtasis de la belleza celestial.
            Fuimos agua de los ríos que calan y bañan los profundos valles que van horadando el arado del amor, que dota de vida a la aridez sentimental, que provoca el florecer de las emociones, que mansa la bravura de sus aguas y allana los fondos rocosos donde se cobijan las malevolencias, las hostilidades y los desafectos, que iguala en la condición. Fuimos el fluido que pavimenta y rasa los residuos que se obstinan en permanecer, en constituirse como símbolos de inequidad que malforma y degrada la natural bondad del hombre.
            Fuimos testigo de la desaparición de las horas, porque el tiempo se deshace cuando apareces para desterrar la maldad, para policromar los cielos de los mejores azules, láminas que destierran el azabache y el azogue de un manto que se teje, con exclusividad y amorosa dedicación, tan solo para abrigar y proteger la hermosa jerárquica  que se esconde tras tu nombre y que se deja abatir por la luz que se radia desde tus clamor, un misterio por desvelar que surge del horizonte, de un astro que se obstina y esfuerza en salir cuando el Sol está en la calle.
            El clamor de un estadio que traspasa el valor de los altares, voces que asaltan el campo para poder acercársele, estruendo de las oraciones que navegan por el aire al encuentro de los ojos que proclaman la verdad, que sostienen el gran mensaje que Dios quiso dejarnos con el fin de redimirnos, que a nadie deja en desamparo, que a todos hacia sí atrae, tocas blancas que se vuelven, estameñas que relucen porque se acerca la Madre, porque retornan los sueños que van ornando los talles de la frondosidad de un parque que aún se encuentra aturdido porque son sabe si ha sido verdad, o una figuración celestial, lo que ha abierto sus entrañas y santificado sus suelos.
            Fuimos testigo, aquel día, de una primavera adelantada, del sueño que se concreta conforme el paso avanzaba, proa de una nave que iba abriendo las aguas de la nostalgia que se espejaba en el río, del milagro de una gloria traspasada de los cielos al campo donde descansa las almas y los sueños de quienes soñaron con Ella en esta tierra, y rompió la fugacidad de la noche la fuerza de su mirada cuando llegó al hospital, espacios de la nostalgia de los viejos macarenos, convirtiendo aquel dolor en esencias de dulzor, en clamores de peticiones de madres, de esposas, de hijos que buscaban el alivio para tanta desazón y un reguero de Esperanza se expandió por el lugar.
            Hace hoy dos años que la ciudad transgredió los tiempos, el espacio y la emoción. No era Viernes Santo, que era septiembre y otoñando. Se conformó el milagro. Las Hermanas de la Cruz, Madre María Purísima y la Virgen de la Esperanza 

lunes, 17 de septiembre de 2012

El monstruo y los niños


Habrían llegado con la alegría inscrita en el semblante, irradiando felicidad por los cristales de sus ojos. Tal vez, se iluminaron sus caras cuando cruzaron la mirada con quién debía ofrecerles el amparo, con quién debiera mantenerles alejado de los peligros que rondan en las oscuridades, con quién debiera protegerlos de acecho de instintos enfermizos que gozan con el dolor de los semejantes, de quién debiera liberarlos de los temores que posan pusilánimes en sus infantiles mentes, esos que les hacen huir de los lobos que se pertrechan en las profundidades de los sueños para arrebatarles la tranquilidad. Mantenían sus ilusiones en aquellos brazos que se abrían al encuentro, que les acogían y que buscaron en el abrazo fingido, en los besos que se convertían en condenas.
No debe ser fácil comprender, con el entendimiento aún formándose, por qué los padres se apartan y pierden las nociones de afectos que les dieron la vida, por qué se promueven distancias en donde antes de instauraba el amor, por qué aquella separación que les obligaba a repartir sus besos y sus caricias, a recorrer a largos trayectos para poder disfrutar de la compañía del padre. Tal vez esperaran, con inusitada impaciencia, el momento de poder estrechar su mejilla y mantener la sensación de la felicidad por el encuentro.
Pero hay signos y actos que manejan la voluntad de los hombres, que los enfebrece en sus conductas, en sus desapegos y en sus desamores, actuaciones que degeneran y obstruyen cualquier atisbo de bondad,  que los transforma en monstruos, en seres desaprensivos que acarician la venganza con el dolor ajeno, que se inmunizan ante de sus propósitos crueldad para obtener el llanto y la desolación, menospreciando hasta el mejor de regalos de Dios, la paternidad. Monstruos que gozan con el sufrimiento, que escarnian sus frustraciones amorosas hurgando, con sus garras, el corazón de quienes ya no les corresponden, que se ven azorados y menoscabos cuando traspasaron el umbral del resignación y paciencia y son abandonados porque agotaron las fuentes del amor para saciar su idolatría, para hartar su violencia contra el débil, para alimentar su ferocidad con el temor y la intimidación, con la amenaza que procura el espanto.
No peor manifestación del odio que la que se muestra contra la propia naturaleza, que se muestra tras el engaño, que la defenestra la infancia a golpes, que la tiñe el futuro de oscuridad y amargura. ¿Qué ven los ojos de un niño cuando se les administra la justicia de lo horrendo? ¿Dónde van a parar sus sueños de amor, dónde cobijan sus miedos, donde hayan refugio para preservarse de unas manos que debieran procurar calor y cariño? ¿Qué terciopelos cubrirán los cofres donde guardar sus lágrimas, donde reposar el dolor por la ira que brotan de los ojos del padre? No hay mayor locura, ni más grande demencia que acabar con las ilusiones de los hijos porque las suyas no supo abrigar. ¿Cómo podrá honrar la memoria de sus hijos sin deshacerse en la confianza y el abrazo que buscaron?¿Será capaz, este hombre, de reconocer la terrible acción que ha cometido?
Son falsas promesas que quedaron prendidas en sus sonrisas, en la creencia del normal discurrir de la naturaleza. Solo en la más truculenta imaginación puede subyacer el horror. Solo en las actitudes más viles, más oscuras de la condición del hombre, puede concebirse tal espanto, máxime cuando la premeditación y la alevosía encubren cualquier locura. Sus enfermizos pensamientos no se vió turbado por las miradas inocentes de sus hijos, no fluyó por su sangre la llamada del amor paterno, no atisbó, en su abyecta cordura fratricida, las lindes de la esperanza y la vida sobresaliendo por la proyección de sus figuras. Los animales no tienen conciencia, ni mantienen sentimientos de culpabilidad, porque es la ley de la naturaleza la que ejerce el poder de la necesidad sobre ellos, porque se sostienen en la precariedad ineludible del sostenimiento, pero ay de ti si osas atentar contra cualquiera de sus cachorros, ay de ti si osas traspasar la línea que delimita al ámbito de su prole.
En la mente del hombre subyace esta conducta de la naturaleza, de la concesión de Dios para ser capaces de amar, de distinguir el bien del mal desde la misma razón, si no caen en los territorios donde vaga la locura. Solo los monstruos, esos seres que se mantienen en la alucinación, son capaces de cometer estas atrocidades. Rhut y José se creyeron protegidos de los tormentos y las ferocidades  de ellos sin saber que convivían con uno y que los utilizaría para saciar, con los más bajos instintos, su sed de venganza.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Catequistas, entre la preparación y vocación


            No es tan difícil de entender. No basta con la buena voluntad, es necesaria la preparación para poder instruir, para la transmisión de los conocimientos, a no ser que los educadores nazcan dotados por un especial don providencial, por una facultad que los dote de la genialidad. Son personas especiales, que destacan en las labores que desarrollan, en los proyectos que emprenden y se cualifican conforme desarrollan sus experiencias, exprimiendo las situaciones y enfrentándose a los obstáculos con valentía y decisión. La mayoría, si dedican sus obras a combatir las desigualdades sociales, a beneficiar a los desfavorecidos, a los que no tienen nada y son negados a cualquier posesión que les endulce la existencia, terminan adquiriendo la condición de la santidad. O el éxito, si acaso conducen sus pasos por los caminos de la empresa, o inician andaduras mercantiles desde los más bajos estamentos de las compañías. Suelen ser contados los casos. La mayoría necesitamos esa instrucción, acompañar las facultades por complementos didácticos que, o bien desarrollen nuestras habilidades, o nos formen desde el desconocimiento.
            Se ha pronunciado D. Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de la Diócesis de Sevilla, sobre la necesidad de superar la notoria precariedad formativa de algunos catequistas, que siguen anclados en gnosis básicas, en razonamientos primarios. Sus temas están desfasados, a pesar de la buena voluntad que muestran.
Entiendo la preocupación del prelado. Las nuevas tecnologías expanden diariamente nuevas doctrinas que alejan a los cristianos de sus creencias, o que las desvirtúan con futilidades, que se adocenan en pensamientos y actitudes mucho menos comprometidas, en la facilidad por encontrar el bien material anteponiéndolo al fomento del espíritu. Ante estas nuevas contrariedades, ante estas fuerzas que sobrecargan las debilidades de la humanidad, que debilitan sus cimientos para demoler la voluntad y los valores, es necesaria la correcta instrucción de los catequistas pues son el primer contacto de quienes acuden a la Iglesia buscando soluciones a sus problemas. Son ellos, en primera instancia, los que deben transmitir el mensaje de la Iglesia, descubrir a los jóvenes el nuevo mundo, fomentar la comunión y mantener viva la llama de la fe en quienes superan los primeros ciclos y por supuesto, mantener intacta la ilusión que fomenta las causas para el logro de comunidad viva en torno a la figura y mensaje de Jesucristo. Son los agentes evangelizadores de primera línea y por tanto deben aleccionarse profunda y profusamente, desvincular sus métodos pedagógicos de la temporalidad que ofrecen a la infancia, en los cursillos de preparación para la primera comunión o para la reafirmar voluntariamente la condición de católicos, que adquirimos en el bautismo, y ofrecer a la sociedad una nueva y más cercana visión de la Iglesia del siglo XXI, así como la posibilidad de adquirir conocimientos y participar, de una manera congruente y comprometida, de todos sus actos.
En lo que no estoy de acuerdo con el Sr. Arzobispo es, según refiere, en la necesidad de acrecentar y recuperar el sentido vocacional de estas personas, que debemos recordar, ofrecen su tiempo a esta dedicación, de manera altruista. La generosidad de compartir y ofrecer ha de estar correspondida, sin ningún tipo de dudas, con la vocación, si no es imposible mantener una ocupación de esta importancia y trascendencia. Lo primordial es promover la estimulación de quienes se ofrecen a compartir su saber, a intentar mantener la motivación. Sin esta actitud es imposible obtener resultados y por muy preparados que se encuentren, si no ha vocación a satisfacer el hambre espiritual que se demanda, será imposible obtener resultados. Por ello, aunando vocación y preparación, la Iglesia ha de conseguir ser como la Madre que es.
Decía la beata Teresa de Calcuta, cuando le preguntaron en cierta ocasión, que por qué tanta dedicación y afán en servir a los frágiles y desvalidos, en preparar y educar a las mujeres con más ímpetu y fuerza, y la respuesta fue de una contundencia que dejó sin poder de réplica a su interlocutor. “Eduque usted a un esposo y tendrá a un hombre perfectamente instruido, preparado para el trabajo. Instruya usted a una madre y se encontrará con una familia educada y capaz a resolver cualquier problema”.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Kofrad@ sin tiempos


            Abundan en estos últimos años ciertos comportamientos extravagantes y desafortunados que vienen desvirtuando el verdadero sentido con el que fueron instituidas las hermandades y cofradías en nuestra ciudad, que no podemos olvidar que son corporaciones concebidas para dar culto a Cristo y a María, representadas en imágenes, de mayor o menor grado de belleza, y son el medio más próximo para ungirnos en la proclamación y protestación de nuestra fe, en unción siempre a los mandatos de la Santa Iglesia y, por tanto, expresar nuestro compromiso ineludible con las enseñanzas de Jesús.
            Los que me conocen, saben donde preservo mis devociones y a qué Imágenes rezo, de mi compromiso con la responsabilidad, que acepté, para servir, desde la torpeza y limitaciones que me concede mi condición humana, a la mis hermanos en la fe y a los que también ejercen la libertad de conciencia y ponen en duda la existencia de un Ser Supremo que guía, reglamenta y dispone nuestras vidas. El respeto es una las constantes vitales que regula mis comportamientos, aunque a veces, más de las debidas, me equivoque, cosa que por otro lado, va instruyéndome para poder afrontar las dificultades que nos va planteando la vida. También saben, que disfruto enormemente con todo lo que tenga relación con la Semana Santa de la ciudad. Desde pequeño me apasiona, me interesa y me conmueve el mundo de las cofradías.
            Varios son los mentores que me guiaron y transmitieron lo que a ellos le llegó. Una enseñanza testimonial que nos hacía partícipes de tertulias improvisadas en las trastiendas de los comercios de ultramarinos, instantes nunca buscados. Los sentimientos que atesoraron durante sus vidas me fueron revelados, sin más contraprestación, que la ratificación de una amistad entrañable e inolvidable. En algunos casos aquellos conocimientos fueron ilustrando, con la emoción del recuerdo, los escasos conocimientos que tenía, una legación trascendental porque son valores que no se atienen a la propiedad intelectual privada, que no pueden ser recluidas en la cárcel de la individualidad porque necesitan de colectividad para poder existir. El gran éxito de nuestras manifestaciones religiosas es poder compartirlas, poder disfrutarlas en compañía, a veces multitudinaria y en apariencia, sin control ni  medida, porque la regulación de una bulla viene dada por la cultura centenaria de saber estar, de conocer que todos y cada uno de sus componentes participan del mismo rito, donde la prisa no existe porque hay un sentimiento que necesita eternizar el momento, la contemplación y la oración que acaba de poseernos.
Pero de un tiempo a esta parte, no es raro encontrarse con quienes quieren precipitar los acontecimientos, quienes no saben saborear los instantes, que tienen un espacio y un tiempo, porque necesitan vivir precipitada y atropelladamente. Ignoran que la Semana Santa es como se la encontraron, porque todo fue hecho con esfuerzo y serenidad, que todo tiene unos límites y están abriendo, tal vez desde la inconsciencia por pregonar su fe y su amor, las puertas a extraños personajes que vulgarizan las emociones, que desnaturalizan la sencillez de la contemplación con manifestaciones que muchas veces rayan en lo herético y desposeen a las Imágenes del halo sacro que debe envolverles, tal vez por desconocimiento de las esencias que se guardan en los sagrarios de la memoria de los cofrades. Cierto es que están concebidas para propiciar un acercamiento a los misterios de la pasión del Señor y a los dolores insufribles que tuvo que soportar su Madre. Identificar el abstracto  la figura a la semejanza humana. Pero estos vínculos celestiales no pueden tergiversar su verdadero sentido. No podemos convertir la Semana Santa en un espectáculo mediático, en un exhibición de sonidos, de músicas estrafalarias más propias de actuaciones circenses y que, muchas veces, distraen de la verdadera presencia en las calles de la ciudad, de los pasos de misterio o de palio. Necesitamos el tiempo y el silencio, la pausa y la emoción, la bulla y contemplación casi ascética, para recuperar la intimidad multitudinaria que se asienta  delante del paso de la Virgen que todo lo puede, esa multitud que compacta los espacios para que no puedan huir las emociones. Y luego, cuando los días santos den paso a la gran alegría, a la gran certeza que cimienta nuestra fe, a la Resurrección que da sentido a nuestra creencia, siempre nos quedará el recuerdo. Pero debemos ser coherentes y no ofrecer mensajes equivocados. Evocar es hermoso pero todo tiene su medida en el tiempo.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El país de los sin ley


            En este país, que es distinto a todos, para lo bueno y lo malo, y hasta para lo peor, seguimos sin tener remedio. Continuamos profanando nuestra propia identidad, los usos y tradiciones centenarias, para sustituirlas por otras formas de vida, ritos de otras naciones, con menos vida e historia que la madre de Bambi, que nos imponen costumbres de hace tres días  mientras las propias quedan en la reserva de la memoria de unos pocos, cuando no las desplazamos al baúl donde se guarda el olvido. Nos vendieron la presunción de modernidad, un hito que nos acercaba a los niveles culturales, sociales y económicos –con este último símil me acaba de dar un ataque de risa que desembocará, con toda seguridad, en un tropel de tristezas cuando repose la cordura- de países desarrollados que llevan muchos siglos invirtiendo en preparación, en la  formación de sus ciudadanos y en la creación de instituciones que aseguran, a sus sufridos pero satisfechos contribuyentes, un estado de bienestar asentado donde los jubilados, por poner un ejemplo, pueden disfrutar del merecido tiempo de reposo, tras sus periplos laborales. Países donde la educación es un derecho inalienable y la justicia un escudo que preserva a los ciudadanos de las conductas criminales y delictivas, sean del color que sean. Se aplica la ley con el rigor y la severidad que lleve aparejado la comisión de la infracción.
            Los regímenes democráticos se hacen fuertes y se afianzan observando el justo equilibrio entre la aplicación de sus leyes porque ello otorga seguridad a los ciudadanos que adecuan sus conductas, no a la imposición por la violencia y el fanatismo de políticos megalómanos y dictatoriales, al respeto de sus semejantes, máxime cuando se comprueba que quien la hace la paga, en la medida justa, pero la paga. Cuando un tribunal firma y comunica una sentencia, el reo, que ha sido informado de sus derechos y sus obligaciones, sabe que cumplirá la sanción impuesta en justa correspondencia del delito cometido.
            El cumplimiento integro de las condenas es un hito desconocido en la legislación española. Nadie cumple la pena impuesta. Por muy grave que sea la acción cometida, por muy reiterados que sean los delitos, los delincuentes, aleccionados por sus abogados, conocen perfectamente las grietas que difícilmente sostienen el edificio de la ley en España y montan sus estrategias para esquivar las celdas en la que debieran permanecer, que no sé cómo se puede detener a un tío treinta veces, por hurtos y robos con violencia, cometidos en los dos últimos años. Como tampoco puedo entender que un listo se quede con miles de millones, de las antiguas pesetas, y no se le aplique lo que dictamina el código penal, sino todo lo contrario, se le rodee de parabienes, se convierta en tertuliano de un programa de televisión, donde además se le permite sentenciar sobre la moral y buena conducta de otros.
            En este país nos levantamos, ponemos la radio o leemos el periódico y dan ganas de volver a acostarse, porque convertimos en razón de estado la petición de un peligrosísimo criminal confeso, un individuo que tiene a sus espaldas el asesinato de tres guardias civiles y el prurito de haber sido el sanguinario y cruel carcelero de Ortega Lara, al que había decidido dejar morir de hambre, acciones de las que no muestra el menor arrepentimiento ni mantiene dilemas de conciencia, para ser excarcelado por padecer un enfermedad en fase terminal, hecho que los dictámenes médico forenses no lo dejan del todo claro. ¿No hay en esas magnificas residencias, que les hemos construido, algunas prisiones cuentan con piscinas climatizadas y gimnasios de lujo, una zona hospitalaria donde atenderle, donde suministrarle los fármacos que necesite, dónde administrarle la caridad que él no sostuvo para con otros inocentes? ¿A cambio de qué estos favores? ¿Tenemos que soportar esta desigualdad social que favorece a criminales mientras las buenas personas pierden sus trabajos, sus viviendas y hasta la serenidad espiritual porque la angustia les corroe al no poder dar de comer a sus hijos?
            No sería el primer caso, y a las pruebas me remito –no hay más que nombrar en google algunos de sus pistoleros camaradas-, que tras la suelta por razones humanitarias, de las que ellos deben ser custodios para aplicarlas según les convengan y que al resto de la humanidad les son coartadas, que podríamos comprobar cómo se “reponen milagrosamente” de sus afecciones y enfermedades terminales, mientras las víctimas duermen el sueño de los justos y sus familiares no pueden conciliar el sueño porque padecen trastornos, mientras el asesino que les quito la felicidad de un traicionero tiro en la nuca o destrozaron sus cuerpos con una bomba lapa, puede gozar de la libertad que a los otros les cercenan sus lápidas, de los bienes que les pagamos entre todos, caminar por los senderos que le son prohibidos a sus víctimas y hasta podrán recibir el beso de sus familiares.
            No nos exime la caridad y el amor fraterno de la obligación que tenemos de aplicar, con la contundencia que se exija en cada caso, todo el peso de la ley para quienes se obstinan en infringirla, ni nos quieran confundir, apelando a razones humanitarias, porque hay quienes se las pasan por el arco de sus vergüenzas cuando actúan contra inocentes, con falsos sentimentalismos para poner criminales en la calle. Ya estamos harto de que se pisoteen los derechos civiles que nos corresponde a los ciudadanos de bien, a los que nos exigen pagos de tributos e impuestos desorbitados. Necesitamos que alguien nos proteja no que patrocinen las estrategias de los delincuentes y nos vendan al enemigo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Crónicas de la Esperanza


En las lides de la vida, como en los estratos donde su plus ultra establece sus fronteras con la eternidad, se van abriendo frentes, campos de batallas, donde cavamos trincheras para protegernos de la severidad de los ataques que nos lanza la enfermedad. Siempre estamos dispuestos pertrecharnos en los terraplenes y enfrentarnos a estas contingencias y solemos desafiar su severidad sin importarnos la virulencia del enemigo porque nos sentimos capaces de provocar su derrota, de hacerlo huir despavorido. Este sentimiento de superación nos hace fuertes frente a la adversidad, nos eleva en la condición de la victoria.
            Desde hace unos días estamos siendo testigos, porque hay un cronista que nos mantiene en vilo con sus palabras, que nos revienta las emociones con las suyas transcritas porque las plasma con la sangre de la sangre que narra, de la cruenta batalla que viene protagonizando nuestro querido amigo Pepo, una lucha que no tiene más horizonte que el de la victoria. Nada puede quien se enfrenta a valientes, quiénes esconden y esbozan sus miedos en una sonrisa. Ese es el arma que tanto poder atesora, ese es el escudo que repele la desgracia que intenta cebarse y atravesar su alma. ¿Dónde se esconderá cuando se enarbole el senatus que anuncie la derrota?
            Piensa el cruento enemigo que no hay luces capaces de alumbrar su destino, que el futuro se encoge cuando ella se presenta, ignorando que cuenta con la mejor formación para el combate, que está instruido por la mejor de las escuadras, que adocena en sus filas el mejor de los aliados y que cuenta con el pendón que anuncia la mejor de las vidas, la que se asoma en los pretiles del cielo con el nombre de Esperanza. A este mástil se aferra y ancla su vida. A esa ilusión se agarra y entorno suyo se conforma la legión que mejor conoce de la bravura de sus fuerzas, esa que relumbra cuando la luna derrocha su plata, esa que aúna sus ímpetus para deshacer la injusticia que proclama un relator y declama el lavado de unas manos que quisieron pasar por sanas y vertieron inmundicias en el fondo de la palangana.
Es Pepo mílice en la aspiración más noble del sentimiento, el que florece en las simas del alma y es capaz de enaltecer los más oscuros propósitos, de enervar los aciagos pensamientos y tergiversar las tristezas hasta conseguir su eclosión en la alegría, recluta en instrucción, que no es cosa baladí soportar el paso del tiempo mientras se consiguen los galones que dan derecho a formar en la gandinga de las centurias que Roma dejó de guardia en la Resolana para no volver a caer en el mismo error de sentenciar a inocentes, para defender injusticias y alentar la fraternidad inequívoca con la que se ungen los macarenos. Por eso lleva mucho ganado en la guerra que libra. Por eso mantiene tanta ilusión en el fragor del combate porque se sabe arropado por la mejor formación de espíritus, porque siente el abrigo de la amistad y la protección de las manos asidas a unas lanzas que son capaces de atravesar la maldad que muestra con virulencia sus ejércitos frente a las almenas que guardan el mejor tesoro de la cristiandad y que es ahora su amparo, su reposo, su defensora. Allí se ha apostado, con expectación y ansias para la victoria final, para acrecentar su fe y mantener la confianza, no como un hito inalcanzable, sino como una realidad palpable, ineludible; no como una brega decepcionante, sino en la creencia y la confianza de la obtención de un triunfo irrefutable.
Gloria a ti, Pepo, salve encomio de la paciencia y la resignación, porque pronto te veremos, como a los viejos cónsules macarenos, que se apostaban en el atrio para sentenciar la mejor verdad, para descubrir y anunciar que la única razón que guía nuestros sentimiento reside en el entrecejo de la gran dama en la que se refleja Dios, soltando la toga merina para enfundarte la argéntea coraza y las espumas que rematan la provisión de la grandeza, de la fuerza que serás incapaz de contener, lanza al hombro y rodela al cuadril, cuando cruces la mirada, en la mañana del viernes santo, con el Cristo que nos atrae a su Sentencia, que nos embauca en el amor y en la Esperanza, ésa misma que se trasluce en estos días en tu persona y que nos transmites como una gracia inmerecida para quienes somos testigos de tu entereza.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Avenida de Miraflores, avenida de sueños.


            Vimos huir la última luz entre los rancios tejados de los viejos caseríos, con sus aleros revestidos de ausencias de verdinas, acariciando el ocre de las tejas. Ya asomaba la luz clara de la luna y la melodía anacrónica del piar de los vencejos se diluía con el rasero de sus vuelos mientras buscaban las almenas de la vieja fábrica, donde ahora habita el vacío y la desolación.
            Añoran sus espacios el trasiego y la frenética actividad, el ir y venir incesante por el patio donde se argumentaba la laboriosidad, la faena incesante que atosigaba a los maestros y hacía cundir la pesadumbre entre los aprendices. Se ahogan los recuerdos en el cercado que delimitaba las zonas administrativas de los talleres donde se manufacturaban las mejores obras de vidrio, donde se alzaban los productos con banderolas de gestas y duelos. Los hornos ya no asumen su condición ni mantienen la incandescencia para deshacer materias con las que conseguir objetos y artículos transparentes que ornaban encimeras aparadores, que regulaban la rutina de un comedor, donde eran centro de admiración, donde acopiaban cualquier signo de belleza y ocluían la participación de la ostentación en el paisaje del hogar.
            Los años son espectros que juegan con los recuerdos, que los alteran y modifican sus apariencias, que los envuelve en la nebulosa del tiempo para transformar las figuras que nos eran familiares en la cotidianidad de la infancia y las fachadas se mostraban, a la curiosidad de nuestros ojos, como muros infranqueables, grandiosas y épicas construcciones industriales que diferenciaban la magnificencia y grandiosidad del edificio industrial de los hogares que se alzaban en sus lindes. Los paisajes han demudado sus esplendores y se muestran minimizados e inmersos en la vorágine de la memoria, que nos proyectan secuencias que ya no corresponden con la realidad, pues se han depreciado por la inacción de los hombres, que ha perdido sus matices y colores por la inactividad que corroe sus muros, por la expatriación de la tarea que degrada sus períodos de laboriosidad y los convierte en apatía.
            Hemos recorrido los mismos lugares y se nos muestran diferentes. Hay cierta apatía circundando los espacios, removiendo la conciencia de las miradas que quedaron enclaustradas para eternidad en los viejos alfeizares de los talleres que dejaron de serlo para convertirse en tiendas de productos tecnológicos, de ropa y artículos de bajo precio. Ya no quedan los aromas que tomaban la calle y que desprendían los bocoyes que guardaban el mosto nuevo, el vermut y el oloroso en la bodega de paredes oscuras y recuerdos futbolísticos, ni asalta al caminante el dulzor del tabaco de pipa que se filtraba  por la puerta de cristales del estanco donde se reunían los aficionados al toro y los transportistas esperan el anuncio del trabajo con el pregón del sonido metálico del viejo teléfono de monedas.
El cansino caminar nos enfrenta al mismo aire, a la misma claridad de la tarde en la que paseábamos y apartábamos, con nuestros pies, los pétalos vencidos de los árboles de las flores del paraíso, que salpicaban el albero de las aceras con sus tonalidades jacintinas. Este reencuentro con el pasado, esta agitación de los cimientos de las emociones, viene a confirmarnos en la vida, en sentimiento que anega nuestras almas con el acaloramiento de la pasión del primer amor y el primer deseo, con el descubrimiento de los ojos que aún siguen cautivándome y convocándome al afecto.
Es el tránsito pausado y sin prisas por la avenida de Miraflores, tras muchos años sin disfrutar de sus anchuras, el que me retrotrae a las puertas de la mocedad y a descubrir que el tiempo no ha sido todavía capaz de vencernos, que podemos aún alzarnos en triunfo cuando avanzamos por sus tramos y desembocamos en las lindes de nuestra imaginación, que es capaz de reconstruir lo que fue, lo que sigue siendo mientras no nos aventuramos en los caminos del olvido.

sábado, 8 de septiembre de 2012

La estación del Prado y el cuento de nunca acabar


            El valor patrimonial de los edificios de esta ciudad viene siendo demolido desde hace décadas sin el menor escrúpulo, muchas veces con intereses partidistas y buscando luengos beneficios inmobiliarios con los solares resultantes. Poco han importado las manifestaciones y los gritos de auxilio, de instituciones y organismos preocupados en la conservación de la fisonomía urbana, ante la devastación de importantes y esplendorosos edificios. Las diferentes corporaciones, que han venido rigiendo los designios de la ciudad, se han encargado de desposeer de la memoria a la vieja Híspalis derribando gran parte de la edificación civil, modificando la ordenación vial de sus calles y barrios y hasta intentando convencer a la ciudadanía de la importancia y necesidad de estas barrabasadas, exponiendo como principal argumento el beneficio para la ciudad. Sistemáticamente, los diferentes ayuntamientos, han ido modificando planes para adecuar sus despropósitos a sus partidistas fines e incluso han esbozado proyectos, que no se han llegado a materializar, tal vez por la protección divina que goza esta ciudad.
            Cuando en los primeros años sesenta, las continuas y devastadoras riadas pusieron en entredicho las condiciones tercermundistas  en las que convivían gran parte de la población, se comenzó a planificar el proyecto, para el alojamiento de las familias en nuevas, necesarias y mejores viviendas, de los nuevos núcleos residenciales, muchos vieron en estas nuevas actuaciones, muchos pensaron que el ámbito de la expansión necesaria se trasladaría a la periferia, y que se comenzaría una estrategia para la recuperación y adecuación de los esplendores que mantenían los antiguos palacios o el noble caserío que se extendía por el mayor centro histórico de Europa. Sin embargo se demolieron sin la menor aprensión, sin miramientos ni remordimientos, los principales edificios del casco histórico para elevar verdaderos mamotretos, de derribaron barrios enteros –San Julián es el mejor exponente- para expandir y abrir nuevos espacios que desfiguraron la fisonomía centenaria. Muchos de los que elevaban sus voces entonces –insignes arquitectos y reconocidos urbanistas-, con la llegada de la democracia, se hicieron con el poder y todos vimos un atisbo para conservar la belleza de la ciudad. Pero no solo no hicieron valer sus antiguas propuestas sino que ampliaron la sangría que tuvo su culmen en el esperpento y ruinoso proyecto de la Encarnación, donde se ha instaurado el monumento al despropósito.
            Ahora, cuando han desposeído de su identidad y valor primigenio, las utilidades para las que fue concebido, pretenden inutilizar el espacio de la estación de autobuses del Prado, una de las obras más singulares de la arquitectura civil sevillana del siglo XX, una realización de Rodrigo Medina Benjumea y en la que intervino también, en su última etapa.  Juan Talavera. La concepción y particularidad de su diseño se encuentra en las lindes que separa el regionalismo y la primera modernidad de la arquitectura sevillana del franquismo y en el esplendido vestíbulo de acceso se decoró con murales que realizó Juan Miguel Sánchez.
            Algunas de las propuestas convienen en reutilizar sus instalaciones como parte del nuevo complejo de la ciudad de la justicia, al que tantas vueltas se le viene dando. Desde luego es una opción más que lógica, incluso natural, al encontrarse lindando con los actuales edificios del Palacio de Justicia, con los solares donde se proyectó el nuevo inmueble y muy cerca del solar donde estuvo el tristemente desaparecido Equipo Quirúrgico, que vendía a completar una excelente y acertada ubicación de la referida ciudad de la justicia.
            Sin duda alguna hay que volver a dotar de utilidad a este esplendido edificio, que dejarlo caer en el silencio y la desidia administrativa en la que han dejado al Mercado de la Puerta de la Carne, la Fábrica de Artillería, en San Bernardo, Santa Catalina y tantos otros espacios que se desangran entre el olvido y la decadencia de unos políticos a los que solo les interesa establecerse en el poder y perpetuarse en la vanidad, mientras la ciudad pierde su propia identidad en demérito de la cultural y en beneficio de la especulación, cuando no del mal gusto de estos creadores modernos que nos masacran la memoria y la historia, dejándola expuesta a la vulgaridad.

jueves, 6 de septiembre de 2012

El buen Pastor


Será cosa de creer o no creer. Pero lo cierto, tras oír a Monseñor Asenjo Pelegrina –cada vez que le refiero me acuerdo de un antiguo árbitro de fútbol-, es que se remueve la conciencia y uno reflexiona sobre la verdadera situación espiritual de nuestras almas, si somos capaces de cumplir con el compromiso de fe que conlleva manifestarse y presentarse como cristianos, como seguidores del Nazareno. Y ahora que vengan los que se manifiestan contra la doctrina católica y contra sus practicantes y expresen la banalidad del mensaje de Cristo, la futilidad de sus palabras, a ver si son capaces ellos de seguir el ejemplo de sus dictámenes. Porque los que somos fervientes seguidores nos cuesta, a veces, entender y llevar a cabo sus mandatos.
Le preguntaba Paco Robles, en este nuevo periodo radiofónico que ha emprendido en ABC Punto Radio Sevilla, con esa guasa resabiada que fluye por las comisura de sus labios, sobre la situación actual de la Iglesia de Santa Catalina, sobre su posición futbolística, sobre su integración en esta diócesis que Dios le ha procurado o sobre gustos taurinos. Y el prelado siempre contestó con profusión, con seriedad en algunos casos y con cierta sorna en otros. En este vaivén de preguntas el rancio comunicador le midió en varas. Y lanzó la pica. ¿Cuál era su posición ante los bárbaros hechos cometidos por José Bretón? ¿Qué puede urgirse en el corazón de un hombre, si acaso lo tiene, para cometer tan execrable crimen, para ajusticiar a sus hijos e incinerarlos? ¿Dónde estaba Dios mientras el monstruo cegaba la luz de los niños, dónde mientras se cercioraba que sus cuerpos se deshacían en las brasas? ¿Dónde? Enseguida comenzaron las elucubraciones a rondar la mente de los oyentes, como me sucedió a mí. Casi con toda seguridad mostraría su repulsa, convendría en la necesidad de una condena ejemplarizante o derivaría la cuestión a esos intríngulis metafísicos con los que adornamos para ocultar la verdadera opinión. Al fin y al cabo somos hombres. Pero el señor Arzobispo fue tajante. Rezaré por Bretón, dijo con la serenidad propia de su condición. Un segundo bastó para hacer enmudecer a la masa expectante, como sucede en San Lorenzo cuando sale ese Dios a recordarnos la dificultad que entraña manifestarse como apóstol de sus mensajes, el aprieto en el que nos metemos cuando pronunciamos su nombre como ejemplo a seguir.
Es muy difícil entender la profundidad de sus palabras, admitir y procurar el perdón hasta para los más abyectos criminales, apretar los dientes y situarse en la condición de su sacerdocio y no caer en los bajos instintos que nos confiere la calidad humana.
Debo reconocer que tuve que acudir a la serenidad de la mirada del Cristo que fue Sentenciado, recordar el brillo de sus ojos mientras el género humano se lavaba sus manos, eximiéndose de cualquier culpabilidad, para poder encontrar un hálito de comprensión, para poder seguir manteniendo en pie mis convicciones, aquellas que confiere la razón y que procuro separar de mi corazón, que a veces es demasiado impulsivo y acalora mis posiciones ante ciertos temas.
Espero poder llegar un día a comprender la grandeza de espíritu de este hombre, la serenidad con la que pronunció su enunciado, que se encierra consigo mismo para rezar, por quién más lo merece. Tal vez, por ello, fijó su mirada Dios en él. Porque hay que ser muy fuerte, derrochar mucha bondad y misericordia, para poder contener las lágrimas del corazón. Su convicción en el mensaje de Cristo es para tomarlo como ejemplo, para reconstruir nuestros fundamentos. Que nadie intente comprender. En el catecismo de nuestra infancia vimos salir, la tarde de un miércoles santo, por la estrechez de San Vicente, el barco de las siete palabras, que contiene uno de los grandes dogmas del cristiano. Aún encontró un último aliento, tras la tortura, la mortificación, el escarnio, la burla y la ignominia, en sus pulmones para exclamar al Padre el perdón para quienes le estaban matando, porque no sabían lo que hacían.
Sabía Bretón lo que hacía y lo que quería hacer, a quién quería perjudicar y los medios concretos para consumar sus fines.
En mi ignorancia supina, en la tosquedad de mi conciencia, se elevan grandes dudas y yo debo seguir reclamando tu perdón, mi Cristo de la Sentencia, porque debo ser un mal cristiano.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Advenimiento a la muerte


            Recuerdo un tiempo, no hace demasiado, en el que el Betis se desangraba sin que sus dirigentes, los de entonces, hicieran nada para intentar salvarlo -¡qué iban a hacer si fueron aquéllos ineptos los que habían propiciado tan calamitosa situación!- y cuando alguno se le ocurría una medida para resanar y recuperar la salud, la consecuencia surtía un efecto contrario y las trece barras se apretaban para no morir en el intento. De aquellos años, de aquellas experiencias, saqué dos conclusiones. La primera, que algunos se acercan a los clubes con un fin primordial: obtener el mayor beneficio posible aún cuando signifique acabar con las ilusiones, la historia y la emoción acumuladas durante cerca de un siglo, en el caso del Real Betis Balompié. El segundo, que no hay ideologías, ni doctrinas que puedan trastocar un sentimiento. Los integrantes de la familia se arremolinan en torno a la paradigmática filosofía, al modo de entender la vida, y se rebelan ante las injusticias y las aptitudes manipuladoras de pronunciamientos demagógicos.
            Aquellos tristes años de la historia del beticismo no hizo sino acentuar el sentimiento del manque pierda, concentrándose en la enfatización de su verdadera idiosincrasia. Fue una época negra que dió pie, algún tiempo después, a la entronización del gran demagogo, aprovechándose de la precariedad económica y la necesidad de recuperar el espíritu, un nuevo e inculto rico que lanzó sus ínfulas y sus grandezas económicas para falsear su propia condición, que reinó hasta que sus mentiras fueron descubiertas, mientras ocultó sus verdaderos propósitos y sus presunciones dieron paso al estrépito de los tufos de sus estafas. Cuando sucedió, cuando quedó al descubierto, nuevamente la fiel infantería verdiblanca, se sublevó y derrocó al tirano.
            Retamero y Lopera han sido dos personajes siniestros en la reciente historia del Betis, dos pésimos gestores, cada uno con sus propósitos y despropósitos, que pusieron en un brete la digna historia de un club que siempre se mostró agradecido con quienes vinieron a trabajar, desde su modestia, condición y orgullo, desde el amor y la leatad, por alcanzar la felicidad que se esconde bajo el escudo de nuestros amores. Reconocimientos que no siempre vinieron acompañados de éxitos deportivos.
Han sido los dos únicos presidentes a los que se les ha deseado la muerte públicamente, un gesto que me parece extraordinariamente grosero y de muy mal gusto, desde las gradas del estadio Benito Villamarín. Gritar para convocar a la parca en desfavor de los mencionados, o poner pancartas para pedir la presencia de tan tétrica señora, es invocar a sin razón. Es un gesto, tal vez, de la mayor desesperación, de la impotencia por contemplar como aniquilan un sentimiento, una forma de entender la vida. La rotundidad de la exclamación imperativa es el cúmulo del agotamiento y del cansancio existencial y que muchas veces desemboca en posiciones reaccionarias, revirtiendo contra los mismos que las profesaron.
Algo extraño, y siniestro, está ocurriendo en este país cuando se proclaman llamamientos a la muerte contra dirigentes políticos, contra personas que hasta hace poco eran vitoreadas y aclamadas, cuando aún no habían tocado nóminas ni restringido derechos inalienables. Que reconocidos escritores, que se nominan a sí mismos intelectuales, inciten a la sublevación y el ajusticiamiento indiscriminado me resulta poco menos que escandaloso. Que grupos de profesores universitarios y sus alumnos pidan la recuperación de la hoguera para los que rigen, con mayor o menor acierto los designios de la nación o sus pueblos, es cuando menos un retroceso en la utilización de la libertad, el retorno a la caverna y al oscurantismo. Desear la muerte a quien lucha contra ella significa mostrar la más rastrera condición humana. Es pura demagogia para quienes critican la demagogia en los comportamientos políticos. Lo que este país necesita es el florecimiento de la verdad, descubrir y cerrar los pozos negros donde yace la inmundicia de personajes que creíamos respetables y resultaron ser verdaderos bandidos. Dar pábulo a los oportunistas -que florecen en los tiempos del dolor como las setas venenosas, que se presentan hermosas a la visión y contienen el furor y la desgracia en su interior- es fortalecerlos. Como Miguel de Unamuno, ante el ténebre grito de “viva la muerte” que exclamó Millán Astráin en su presencia, hay que elevar la voz y proferir el clamor unánime de “viva la vida”.

martes, 4 de septiembre de 2012

La mala educación de Cristiano.


            No voy a hablar de la película de Almodóvar, cuya trama desvirtuaría también la significación de estas torpes letras pues no es necesario achacar conductas a los regímenes autoritarios, a los programas de estudios o la misma religión. Eso son complejos y manías adquiridas para encubrir la verdadera esencia de la personalidad, las conductas desabridas encumbradas por la falta de cultura, aun cuando se presume de ella y se esgrime para alterar su naturaleza y atributos, o se la utilice como excusa para enmascarar las limitaciones que se nos presentan para descubrirnos a la inanidad y a la minucia, a la necedad del vacío.
            No, no voy alinear los argumentos del film del manchego porque ésto no es motivo de erudición sino más bien de todo lo contrario, ni tan siquiera viene al caso. Voy a referirme a la mala educación de la que presumen y con la que se pronuncian, constante e insensatamente, esos nuevos dioses, de olimpos ficticios, estos nuevos héroes de una juventud que añora reflejarse en sus espejos de oro. Son el reflejo de la inoperancia y de sustracción de valores a las que está sometida la sociedad actual, donde el esfuerzo, el trabajo y la continuidad son demolidos por la oportunidad y la ocasionalidad. Son los nuevos ricos, que fundamentan su fortuna en la curiosa condición de dar patadas a un balón, de haber nacido con la habilidad suficiente para deslumbrar con prodigiosos regates, con pegar a la pelota con fuerza inusitada o saberse portento físico y aprovechar al máximo sus cualidades.
            Conocí, en mi juventud, a muchos que hubieran sido figuras en esto del balompié. Facultades no les faltaban. Lo que les sobraba era necesidad, argucias y conocimientos mínimos para poder compaginar aquéllas con éstas. Escaseaban de soberbia y adolecían de maldad, como en algunos casos sucede, para no dejar despeñar a la familia, para no matar las pequeñas ilusiones que creaban y que, en la mayoría de las ocasiones, no iba más allá de poder formar una familia, vivir con dignidad y contar con el sustento diario.
            Conozco hoy a muchos padres que envidian las vivencias de sus hijos, las experiencias deportivas que desarrollan, los medios que cuentan para progresar y formarse en lo que les gusta. Evidentemente el camino es muy  largo, pesado y pocos son los que llegan que además son cribados por técnicos que, arbitrariamente en algunos casos, se encargan de corta cualquier incipiente carrera. Sueñan con sus hijos alzando trofeos y galardones, con poder desarrollar una breve, pero intensísima, vida laboral que solucione escasez y miserias. Acompañan a sus hijos a los entrenos –ahora ya no se denominan entrenamientos-, gozan soñando con la presunción y transmiten verdadera presión a niños que apenas pueden disfrutar de lo que les gusta y cuando tienen que premiar tiran por el camino más corto y se deshacen de cien euros –sin el más mínimo remordimiento, con los tiempos que corren- y le regalan una camiseta de Cristiano Ronaldo, induciéndoles a la semejanza, como si fuera tan fácil, analogía que enseguida es tergiversada por los infantes y en vez de fijarse en cómo desarrollar la técnica precisa para golpear el balón, para driblar al contrario con categoría y exquisitez, reproducen sus conductas, toman las actitudes y modos, y hasta remedan sus estilos de vida, sus costumbres y modismos y hasta las groseras maneras con las que intervienen.
            Mucho me temo, que hasta serán reídas, las gracias calcadas de los niños cuando se entristezcan porque el bocadillo de la merienda no contiene el grosor de nocilla que había convenido con la madre. Lo que se parece mi niño al portugués, dirán mientras se secan una lágrima. ¡Qué suerte más grande! Nada menos que al pobre de Cristiano Ronaldo que tiene el valor de apesadumbrarse porque gana nada más que cinco millones, de las antiguas pesetas, cada día, en un país con más cinco millones de parados y casi otros cinco con la angustia de no ver claro sus futuros, sin llegarles las camisas al cuerpo, con familias enteras acudiendo a comedores sociales y desasistidos sanitariamente. Y el país en pié de guerra porque el chico está triste. Pero no tiene él la culpa. Sus groseras declaraciones, sus desplantes a quiénes tiene que hacer feliz con sus portentos futbolísticos, sus ademanes, su prepotencia y complejo de superioridad -a ver si aprende usted de otros compañeros a los que les dan premios por su sencillez y compromiso con sus semejantes y que son incluso mejores futbolistas-, sus desconsiderados gestos para con sus adversarios les son permitidos y, lo que es peor, consentidos y hasta reídos. Y si no habla y calla porque está triste, medio país se sume en la desesperación. Algunos estaríamos, en vista de las vicisitudes que nos rodean, en la más profunda de las depresiones y abandonados a nuestros sino, más solos que la una. Esta mala educación es el peor ejemplo para quienes quieren tomarle como modelo, que en su mayoría son niños y jóvenes.

lunes, 3 de septiembre de 2012

La lucha por la vida


El pasado domingo, veintiséis de agosto, el escritor valenciano y columnista en el diario El País, Juan José Millás, publicaba en el dominical del referido tabloide madrileño un artículo titulado “Dan ganas de morirse”, en el que hace referencia al asesinato cometido por el partido comunista chino obligando a una joven a abortar, en el séptimo mes de su gestación, el segundo de sus hijos, por no poder abonar el diezmo que el gobierno exige, a todos sus ciudadanos para poder sortear la ley de la natalidad que restringe a cada familia tener un solo vástago, por aquello de poder controlar superpoblación que padecen, un humillante tributo al que solo pueden hacer frente quienes se saltan la ideología y los escasos valores deontológicos de sus dirigentes,  con el poder del dinero en el país del proletariado, al que todo le está prohibido excepto adquirir la condición de millonarios con la explotación masiva e indiscriminada de sus congéneres, a los que expolian de sus derechos básicos para obtener grandiosos beneficios.
            Entiende el magnífico escritor, que se ha pronunciado en numerosísimas ocasiones a favor del aborto en nuestro país, una defensa acérrima y encarecida que ha ahora se ha saltado a la torera, tal vez porque los asesinatos se cometen fuera de nuestras fronteras y ya no tienen el valor terapéutico –en este caso explicito asesinato y estoy de acuerdo con su denodada denuncia en pos del derecho a la vida y a la pena de muerte-, que la actuación del gobierno chino incurre en delito de flagrante e incuestionable delito de lesa humanidad, imponiendo y forzando a la pobre mujer deshacerse de su hijo por el mero hecho de ser pobre porque, como ya hemos adelantado, quienes poseen recursos suficiente, un uno por ciento de la totalidad del pueblo, pueden atender al soborno del funcionariado y autoridades delegadas de la soberanía del comunista para poder incrementar la familia, siempre y cuando el número de miembros varones superen al de niñas, que ése es otro tema, la degradación y abandono de bebes femeninos en los campos y cunetas.
            Una actuación de esta magnitud, porque debe ser un mero ejemplo de los millones de crímenes que se cometerán en beneficio del plan de natalidad, no puede quedar callada y hay que airearla con toda la contundencia y el ímpetu del que hace gala el Sr. Millás, con virulencia que se ha pronunciado y a la que debemos unirnos. Me sumo a la propuesta intrínseca que formaliza el escritor en su artículo porque es la única manera de acabar con el desmán y la permisividad de los gobiernos ante los crímenes que se comenten con los más inocentes, con quienes no pueden alzar la voz ni manifestar su opinión para optar a la posibilidad de vivir. Me adhiero a estos gritos que se alzan para proclamar nuestra oposición a cualquier manifestación violenta que restrinja el derecho a la vida y por supuesto, y me solidarizo en la lucha y oposición más absoluta a la pena de muerta.
            Pero hay que ser congruente y coherente con el pensamiento, máxime cuando se expresan desde tribunas públicas. El aborto es un crimen en China y en España, y en Pernambuco, si me apuran. Condenar -éste es un caso además extraordinario por lo avanzado del estado de gestación de la madre-, reprobar y hasta censurar estos dolosos temas que acontecen fuera de nuestras lindes geográficas, y mostrarse en su país como fervoroso defensor de estos mismos hechos, es demagogia, argucias de oratoria para intentar desviar la atención de este gravísimo problema que afecta, nada más y nada menos, que a la vida del semejante, ni siquiera a la propia. Y es además ruin y mezquino intentar involucrar, directa y con una inexactitud deleznable, en estos temas al ministro Ruiz-Gallardón, que siempre se ha mostrado contario al aborto, no ha escondido sus opiniones ni se ha parapetado tras la oportunidad cambiante para obtener algún beneficio, pero ha dado también muestras de su pensamiento liberal, que por supuesto nunca ha dado pié a la monstruosidad a la que alude usted en las últimas líneas de su artículo. Muy al contrario siempre se ha pronunciado en favor del humanismo y del libre pensamiento. Lo del aborto es otra cosa, algo que cuando son puestas al conocimiento en los términos que usted lo hace, le dan a uno ganas de morirse. Por eso preferimos la lucha por la vida.