Abundan
en estos últimos años ciertos comportamientos extravagantes y desafortunados
que vienen desvirtuando el verdadero sentido con el que fueron instituidas las
hermandades y cofradías en nuestra ciudad, que no podemos olvidar que son
corporaciones concebidas para dar culto a Cristo y a María, representadas en
imágenes, de mayor o menor grado de belleza, y son el medio más próximo para
ungirnos en la proclamación y protestación de nuestra fe, en unción siempre a
los mandatos de la Santa Iglesia y, por tanto, expresar nuestro compromiso
ineludible con las enseñanzas de Jesús.
Los
que me conocen, saben donde preservo mis devociones y a qué Imágenes rezo, de
mi compromiso con la responsabilidad, que acepté, para servir, desde la torpeza
y limitaciones que me concede mi condición humana, a la mis hermanos en la fe y
a los que también ejercen la libertad de conciencia y ponen en duda la
existencia de un Ser Supremo que guía, reglamenta y dispone nuestras vidas. El
respeto es una las constantes vitales que regula mis comportamientos, aunque a
veces, más de las debidas, me equivoque, cosa que por otro lado, va
instruyéndome para poder afrontar las dificultades que nos va planteando la
vida. También saben, que disfruto enormemente con todo lo que tenga relación con
la Semana Santa de la ciudad. Desde pequeño me apasiona, me interesa y me
conmueve el mundo de las cofradías.
Varios
son los mentores que me guiaron y transmitieron lo que a ellos le llegó. Una
enseñanza testimonial que nos hacía partícipes de tertulias improvisadas en las
trastiendas de los comercios de ultramarinos, instantes nunca buscados. Los sentimientos
que atesoraron durante sus vidas me fueron revelados, sin más contraprestación,
que la ratificación de una amistad entrañable e inolvidable. En algunos casos
aquellos conocimientos fueron ilustrando, con la emoción del recuerdo, los
escasos conocimientos que tenía, una legación trascendental porque son valores
que no se atienen a la propiedad intelectual privada, que no pueden ser
recluidas en la cárcel de la individualidad porque necesitan de colectividad
para poder existir. El gran éxito de nuestras manifestaciones religiosas es
poder compartirlas, poder disfrutarlas en compañía, a veces multitudinaria y en
apariencia, sin control ni medida,
porque la regulación de una bulla viene dada por la cultura centenaria de saber
estar, de conocer que todos y cada uno de sus componentes participan del mismo
rito, donde la prisa no existe porque hay un sentimiento que necesita eternizar
el momento, la contemplación y la oración que acaba de poseernos.
Pero de un
tiempo a esta parte, no es raro encontrarse con quienes quieren precipitar los
acontecimientos, quienes no saben saborear los instantes, que tienen un espacio
y un tiempo, porque necesitan vivir precipitada y atropelladamente. Ignoran que
la Semana Santa es como se la encontraron, porque todo fue hecho con esfuerzo y
serenidad, que todo tiene unos límites y están abriendo, tal vez desde la
inconsciencia por pregonar su fe y su amor, las puertas a extraños personajes
que vulgarizan las emociones, que desnaturalizan la sencillez de la contemplación
con manifestaciones que muchas veces rayan en lo herético y desposeen a las
Imágenes del halo sacro que debe envolverles, tal vez por desconocimiento de
las esencias que se guardan en los sagrarios de la memoria de los cofrades.
Cierto es que están concebidas para propiciar un acercamiento a los misterios
de la pasión del Señor y a los dolores insufribles que tuvo que soportar su
Madre. Identificar el abstracto la
figura a la semejanza humana. Pero estos vínculos celestiales no pueden tergiversar
su verdadero sentido. No podemos convertir la Semana Santa en un espectáculo
mediático, en un exhibición de sonidos, de músicas estrafalarias más propias de
actuaciones circenses y que, muchas veces, distraen de la verdadera presencia
en las calles de la ciudad, de los pasos de misterio o de palio. Necesitamos el
tiempo y el silencio, la pausa y la emoción, la bulla y contemplación casi ascética,
para recuperar la intimidad multitudinaria que se asienta delante del paso de la Virgen que todo lo
puede, esa multitud que compacta los espacios para que no puedan huir las
emociones. Y luego, cuando los días santos den paso a la gran alegría, a la
gran certeza que cimienta nuestra fe, a la Resurrección
que da sentido a nuestra creencia, siempre nos quedará el recuerdo. Pero
debemos ser coherentes y no ofrecer mensajes equivocados. Evocar es hermoso
pero todo tiene su medida en el tiempo.
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