No
es tan difícil de entender. No basta con la buena voluntad, es necesaria la preparación
para poder instruir, para la transmisión de los conocimientos, a no ser que los
educadores nazcan dotados por un especial don providencial, por una facultad
que los dote de la genialidad. Son personas especiales, que destacan en las
labores que desarrollan, en los proyectos que emprenden y se cualifican conforme
desarrollan sus experiencias, exprimiendo las situaciones y enfrentándose a los
obstáculos con valentía y decisión. La mayoría, si dedican sus obras a combatir
las desigualdades sociales, a beneficiar a los desfavorecidos, a los que no
tienen nada y son negados a cualquier posesión que les endulce la existencia,
terminan adquiriendo la condición de la santidad. O el éxito, si acaso conducen
sus pasos por los caminos de la empresa, o inician andaduras mercantiles desde
los más bajos estamentos de las compañías. Suelen ser contados los casos. La
mayoría necesitamos esa instrucción, acompañar las facultades por complementos
didácticos que, o bien desarrollen nuestras habilidades, o nos formen desde el
desconocimiento.
Se
ha pronunciado D. Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de la Diócesis de
Sevilla, sobre la necesidad de superar la notoria precariedad formativa de algunos
catequistas, que siguen anclados en gnosis básicas, en razonamientos primarios.
Sus temas están desfasados, a pesar de la buena voluntad que muestran.
Entiendo la preocupación
del prelado. Las nuevas tecnologías expanden diariamente nuevas doctrinas que
alejan a los cristianos de sus creencias, o que las desvirtúan con futilidades,
que se adocenan en pensamientos y actitudes mucho menos comprometidas, en la
facilidad por encontrar el bien material anteponiéndolo al fomento del
espíritu. Ante estas nuevas contrariedades, ante estas fuerzas que sobrecargan
las debilidades de la humanidad, que debilitan sus cimientos para demoler la
voluntad y los valores, es necesaria la correcta instrucción de los catequistas
pues son el primer contacto de quienes acuden a la Iglesia buscando soluciones
a sus problemas. Son ellos, en primera instancia, los que deben transmitir el
mensaje de la Iglesia, descubrir a los jóvenes el nuevo mundo, fomentar la
comunión y mantener viva la llama de la fe en quienes superan los primeros
ciclos y por supuesto, mantener intacta la ilusión que fomenta las causas para
el logro de comunidad viva en torno a la figura y mensaje de Jesucristo. Son los
agentes evangelizadores de primera línea y por tanto deben aleccionarse
profunda y profusamente, desvincular sus métodos pedagógicos de la temporalidad
que ofrecen a la infancia, en los cursillos de preparación para la primera
comunión o para la reafirmar voluntariamente la condición de católicos, que
adquirimos en el bautismo, y ofrecer a la sociedad una nueva y más cercana
visión de la Iglesia del siglo XXI, así como la posibilidad de adquirir
conocimientos y participar, de una manera congruente y comprometida, de todos
sus actos.
En lo que no
estoy de acuerdo con el Sr. Arzobispo es, según refiere, en la necesidad de
acrecentar y recuperar el sentido vocacional de estas personas, que debemos
recordar, ofrecen su tiempo a esta dedicación, de manera altruista. La
generosidad de compartir y ofrecer ha de estar correspondida, sin ningún tipo
de dudas, con la vocación, si no es imposible mantener una ocupación de esta
importancia y trascendencia. Lo primordial es promover la estimulación de
quienes se ofrecen a compartir su saber, a intentar mantener la motivación. Sin
esta actitud es imposible obtener resultados y por muy preparados que se
encuentren, si no ha vocación a satisfacer el hambre espiritual que se demanda,
será imposible obtener resultados. Por ello, aunando vocación y preparación, la
Iglesia ha de conseguir ser como la Madre que es.
Decía la beata
Teresa de Calcuta, cuando le preguntaron en cierta ocasión, que por qué tanta
dedicación y afán en servir a los frágiles y desvalidos, en preparar y educar a
las mujeres con más ímpetu y fuerza, y la respuesta fue de una contundencia que
dejó sin poder de réplica a su interlocutor. “Eduque usted a un esposo y tendrá
a un hombre perfectamente instruido, preparado para el trabajo. Instruya usted
a una madre y se encontrará con una familia educada y capaz a resolver
cualquier problema”.
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