En las lides de la vida, como en los
estratos donde su plus ultra establece sus fronteras con la eternidad, se van
abriendo frentes, campos de batallas, donde cavamos trincheras para protegernos
de la severidad de los ataques que nos lanza la enfermedad. Siempre estamos
dispuestos pertrecharnos en los terraplenes y enfrentarnos a estas contingencias
y solemos desafiar su severidad sin importarnos la virulencia del enemigo
porque nos sentimos capaces de provocar su derrota, de hacerlo huir despavorido.
Este sentimiento de superación nos hace fuertes frente a la adversidad, nos
eleva en la condición de la victoria.
Desde
hace unos días estamos siendo testigos, porque hay un cronista que nos mantiene
en vilo con sus palabras, que nos revienta las emociones con las suyas transcritas
porque las plasma con la sangre de la sangre que narra, de la cruenta batalla
que viene protagonizando nuestro querido amigo Pepo, una lucha que no tiene más
horizonte que el de la victoria. Nada puede quien se enfrenta a valientes, quiénes
esconden y esbozan sus miedos en una sonrisa. Ese es el arma que tanto poder atesora,
ese es el escudo que repele la desgracia que intenta cebarse y atravesar su
alma. ¿Dónde se esconderá cuando se enarbole el senatus que anuncie la derrota?
Piensa
el cruento enemigo que no hay luces capaces de alumbrar su destino, que el
futuro se encoge cuando ella se presenta, ignorando que cuenta con la mejor
formación para el combate, que está instruido por la mejor de las escuadras,
que adocena en sus filas el mejor de los aliados y que cuenta con el pendón que
anuncia la mejor de las vidas, la que se asoma en los pretiles del cielo con el
nombre de Esperanza. A este mástil se aferra y ancla su vida. A esa ilusión se agarra
y entorno suyo se conforma la legión que mejor conoce de la bravura de sus
fuerzas, esa que relumbra cuando la luna derrocha su plata, esa que aúna sus ímpetus
para deshacer la injusticia que proclama un relator y declama el lavado de unas
manos que quisieron pasar por sanas y vertieron inmundicias en el fondo de la
palangana.
Es Pepo mílice
en la aspiración más noble del sentimiento, el que florece en las simas del
alma y es capaz de enaltecer los más oscuros propósitos, de enervar los aciagos
pensamientos y tergiversar las tristezas hasta conseguir su eclosión en la
alegría, recluta en instrucción, que no es cosa baladí soportar el paso del
tiempo mientras se consiguen los galones que dan derecho a formar en la
gandinga de las centurias que Roma dejó de guardia en la Resolana para no
volver a caer en el mismo error de sentenciar a inocentes, para defender
injusticias y alentar la fraternidad inequívoca con la que se ungen los
macarenos. Por eso lleva mucho ganado en la guerra que libra. Por eso mantiene
tanta ilusión en el fragor del combate porque se sabe arropado por la mejor
formación de espíritus, porque siente el abrigo de la amistad y la protección
de las manos asidas a unas lanzas que son capaces de atravesar la maldad que muestra
con virulencia sus ejércitos frente a las almenas que guardan el mejor tesoro
de la cristiandad y que es ahora su amparo, su reposo, su defensora. Allí se ha
apostado, con expectación y ansias para la victoria final, para acrecentar su
fe y mantener la confianza, no como un hito inalcanzable, sino como una
realidad palpable, ineludible; no como una brega decepcionante, sino en la
creencia y la confianza de la obtención de un triunfo irrefutable.
Gloria a ti,
Pepo, salve encomio de la paciencia y la resignación, porque pronto te veremos,
como a los viejos cónsules macarenos, que se apostaban en el atrio para sentenciar
la mejor verdad, para descubrir y anunciar que la única razón que guía nuestros
sentimiento reside en el entrecejo de la gran dama en la que se refleja Dios, soltando
la toga merina para enfundarte la argéntea coraza y las espumas que rematan la
provisión de la grandeza, de la fuerza que serás incapaz de contener, lanza al
hombro y rodela al cuadril, cuando cruces la mirada, en la mañana del viernes
santo, con el Cristo que nos atrae a su Sentencia, que nos embauca en el amor y
en la Esperanza, ésa misma que se trasluce en estos días en tu persona y que
nos transmites como una gracia inmerecida para quienes somos testigos de tu
entereza.
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