Será cuestión de
preguntarse qué es lo que sucede en esta sociedad desmotivada y anclada en la
comodidad, qué extrañas y misteriosas fuerzas narcotizan las emociones y las
actitudes, cuando el mundo se desploma a nuestro alrededor y nadie se levanta
para reivindicar sus derechos, para mostrar su descontento por la decrepitud de
la imparcialidad y por el desfondamiento de las clases sociales. La motivación y
la solidaridad están dejando paso al indiviso, a primero lo mío y después lo de
los demás. Qué está sucediendo, por qué esta apatía ante el derrumbe de la
ficción que nos vendieron como estado del bienestar –¿existió alguna vez o
simplemente vivimos en el derroche endémico?-, una etapa de la historia reciente
de este país que hoy es un páramo al socaire de especuladores e intervencionistas
bancarios que se están lucrando con la miseria que están sembrando ellos
mismos.
Es desolador
contemplar el paisaje urbano al mediodía. Donde hace algunos años se concentraba
una frenética actividad no hay más que silencio y vacío. Áreas comerciales que
muestran escaparates fantasmas a los que asoman vistosos carteles suplicando su
venta o su arrendamiento, mostrando toda la amplitud de sus espacios, sin
mobiliarios presentan un aspecto desolador, con una lámina de polvo asentándose
y tornando el blancor de la solería en el ocre del olvido que padecen de sus
propietarios, hastiados de su sostenimiento y sin hallar beneficios a sus
esfuerzos. Por las avenidas no rueda más que la primera luz menguada de un
otoño que se va asomando sus peculiaridades a las aceras, sol con tibieza que
adormece, aún más, las entrañas de los paseantes forzados a la despreocupación
y el ocio. Calles de paseantes absortos que deambulan matando el tiempo
mientras ellos agonizan con su desesperación, de estudiantes paseando carpetas
y libros mientras un halo de desconcierto asoma a sus semblantes por la proyección
del misterio ante un futuro tan poco prometedor.
Estamos ante una
de las peores situaciones de nuestra generación, acostumbrados a la placidez y
al desahogo, nos mortifican estas apreturas y estrecheces, este constante
apretarse el cinturón, que a algunos les resulta más fácil ante la forzosa dieta
que nos impone la indiscriminación de la crisis, de la ferocidad de las
consecuencias que nos distingue ni clases ni oficios, ni edades, que esto es lo
peor, lo más sangrante.
De la gravedad
de la situación dan muestra los periódicos diariamente que, salvo honrosas y
merecidas excepciones, rotulan sus primeras páginas con noticias propias de la
postguerra, como la de ayer, a tres columnas y con letras grandes, en la que se
daba cuenta de situación por la que está atravesando Cáritas Diocesana,
totalmente desbordada, con la demanda para la ayuda social creciendo. Esta
institución de la Iglesia necesita de toda nuestra ayuda -el que pueda poco,
poco. El que pueda mucho, más- porque es el primer bastión de auxilio para los
desesperados, para los nuevos pobres que estrechan las maltrechas capa de su estrato
social.
La iniciativa
emprendida por el párroco de Bormujos, no sólo es digna de elogios sino un
ejemplo a seguir por esta sociedad banal que aún sigue mirando para otro lado a
pesar de las circunstancias que nos rodean. Ha pedido a sus feligreses, y a todo aquel que quiera unirse al espíritu solidario
del pensamiento cristiano que profesan, y que debe prevalecer ante el boato y
la presunción, con el que algunos pretenden alcanzar el cielo, que transformen
sus donaciones florales a la Virgen en comida, en artículos de primera
necesidad para poder socorrer tanta apremiante necesidad de los hermanos que
nos rodean. La imagen de las cestas repletas de envoltorios de comestibles a
las plantas de la Sagrada Imagen es, cuando menos, de una hermosura solidaria
extraordinaria. Estas donaciones son tan bellas que hasta la Virgen parece
haber recuperado la alegría perdida por las afrentas que sufrió su Hijo. Ella
misma, padeció el abandono de los hombres en los momentos de más tristes,
quizás por eso comprenda y se alegre por este tipo ofrenda, la que sofocará la
escasez de las víctimas de este holocausto mercantilista y que llegará de su
mano. De no ser por este tipo de labor, siempre promovida por la Iglesia y
quienes le rodean, habría estallado una gran revuelta social. Tal vez, en ésto encontremos
una respuesta al silencio y a la conformidad. Cristo sigue vivo, sigue manifestándose
y situándose junto a los necesitados, junto al que sufre. Dejar pan en vez de
flores es alinearse contra la desigualdad. Sin olvidar la gran empresa que
están promoviendo las hermandades, que yo sé de alguna, que sitúa su sede junto
a un arco, donde se alinean cinco mariquillas que tiemblan con cada petición
auxilio que llega, que ya ha destinado más de ciento cincuenta mil euros,
durante este curso, en procurar un hilo de esperanza a sus hermanos menos
favorecidos. Y todavía hay quienes discuten la labor de la Iglesia.
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