Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

sábado, 29 de diciembre de 2012

Veladores, normas y obligaciones


            Por fín se toman medidas contra la instalación indiscriminada de veladores en las zonas turísticas de la ciudad, y muy especialmente en el casco antiguo, donde por algunas zonas era imposible el tránsito normal de los viandantes. Había calles que parecían lugares de eslalon urbanos. Ni en las mejores de los Alpes se dibujaban trayectos más espectaculares, donde los quiebros y los movimientos de cintura fueran tan excesivos. Lástima para los fisioterapeutas que pierden una importante cuota de clientes. Son los daños colaterales inevitables. Lo importante ahora será regular las nuevas normas de ocupación de vía pública y vigilar que las ordenanzas que se aprueben sean obligado cumplimiento para todos.
            Porque en esta ciudad, no olvidemos que ya en el siglo XVI éramos singulares y destacábamos en el mundo conocido por la picaresca para salvar situaciones de riesgo económico, estamos acostumbrados a no distinguir entre la educación mercantil y profesional y/o la voluntad sagrada de cada uno hace lo que le da la gana. Sé de muchos industriales de la restauración –entiéndase regentes de establecimientos gastronómicos y bares y no cómo operadores y conservadores de imágenes y objetos de obras de arte, que todo hay que explicarlo- que se ven entre la espada y la pared para atender a todas la obligaciones fiscales que son propias a sus negocios y que son acosados, literalmente por los organismos pertinentes, para que cumplan con las normas administrativas vigentes. Pequeños comercios que levantan la persiana diariamente conscientes de que parte de las ventas y ganancias de la jornada hay que destinarlas a sufragar impuestos municipales, autonómicos o estatales. Gente honrada que está luchando por mantener a flote sus negocios, en un marco legal que luego les deja desamparados.
            No debemos generalizar en las conductas y los manejos ilícitos de algunos que quieren aprovecharse de la situación de alegalidad de sus manejos mercantiles. No podemos criminalizar a quienes cumplen con sus obligaciones, coartando y minimizando sus ingresos con normativas, creo que justa para con el resto de la ciudadanía, y amparar a otros que se mueven en los márgenes de la ley. Basta con darse una vuelta por los aledaños de los mercados de abasto de la ciudad, donde se instalan puestecillos ambulantes que entran en directa y desleal competencia con los instalados en las plazas. Supongo que los placeros denunciarán estas situaciones y mucho me temo también que serán obviadas en la mayoría de las ocasiones porque siguen colocando sus tenderetes. En la calidad de los productos no me meto, pero si pueden ofrecerlos a un precio menor porque no tienen que hacer frente a los impuestos y tributos a los que están obligados quienes están en el interior del recinto.
            No hay más que darse una vuelta por los alrededores de los grandes centros comerciales para observar cómo la contundencia que actúa las fuerzas del orden público, precisamente en estas fechas, para implantar y hacer valer los derechos de las grandes superficies, una potestad totalmente legítima, que ven cómo pueden verse mermados sus beneficios con la proliferación de los manteros en las inmediaciones de sus negocios. Justo es reconocer, también, que quienes tienen reglamentados y en orden sus papeles para ejercer la actividad y pagan por ellos, siguen pudiendo establecer sus tenderetes en los lugares establecidos, pero no es justo que se atienda, regule y hasta se destinen fuerzas de seguridad a éstos mientras se deja en el mayor de los desamparos a otros, que también generan riqueza, aunque sea para las instituciones y el pago de sus desvaríos.
            Tal vez sea cuestión de tiempo y estemos precipitándonos en las conclusiones. Tal vez sería preciso revisar las normas y adecuarlas a las verdaderas necesidades comerciales de la ciudad, que está abocada al sector servicios, vamos a los bares y la industria de la restauración, consensuar a las partes y llegar a acuerdos. Pero debemos ser consecuentes con las actuaciones e igualar a los beneficiarios en derechos. Sí ya sé que no es lo mismo el Corte Inglés que confecciones Manolita, pero es que Manolita también tiene que comer, vestir y calzar todos los días y además da trabajo a dos familias que también viven durante todo el año.

viernes, 28 de diciembre de 2012

El niño de la calle Regina


            Quienes le vean caminando por Sevilla, esta ciudad a la que ama y venera, observarán algo muy distinto a lo que ven. La fisonomía nos engaña, nos confunde y tergiversa la realidad. Toda la magnitud, toda la esplendidez de su presencia, de su cuerpo esconde un gran secreto, un enigma que se resuelve apenas inicia la conversación, a la que es muy dado, la tertulia pausada que no lenta ni premiosa. Parece inaccesible porque el semblante delata una gran mentira. Es jovial, ameno, sincero consigo mismo y con los demás, cuando ha de decir algo lo expresa sin tapujos, directa y sanamente, nada presuntuoso y tan cercano en las maneras que pudiera pensarse estar frente a otra persona. Este profesor universitario serio y circunspecto, alejado de la realidad a que se enfrenta diariamente,  que combate los desmanes e injusticias que se cometen con la ciudad de los sueños, de nuestros sueños, aún no ha cumplido los cinco años. Sigue siendo un niño que recorre los senderos los recuerdos y los presenta a los demás con la naturalidad propia de la infancia. Este excelso periodista que conmuta la celeridad del tiempo, que lo cercena, lo acorta para hacerlo suyo, que altera el discurrir natural de los años, sigue jugueteando por calles alfombradas de adoquines, trastabillando sus pasos por la barreduela de la calle Regina, un reino que defiende, ampara y salvaguarda de la inequidad dándole cobijo en su memoria, alejándolo de los especuladores que comienzan degradar el paisaje por la calle Imagen, tras haber asolado las estrecheces para implantar un antinatural ensanche, monstruosidades capaces de alejar cualquier belleza de la visión, mantiene la ingenuidad innata de la infancia y sigue atravesando las cuarteladas del mercado de la Encarnación, rodeando la fuente que provee de agua a los recoveros y pescaderos, a los carniceros y a los de la gandinga que exponen los despojos de las reses que luego se servirán como manjares en el bar de la Centuria,  para acercarse hasta el 0’95 y pegar la nariz a la frialdad del cristal de la tienda de juguetes, un muro inquebrantable que separa de los objetos de sus sueños.
            Este hombre que se acerca tanto a la Esperanza para darla a los demás con la agilidad y destreza de su verbo, con la impagable humanidad que imprime en cada uno de sus escritos, no está loco cuando pregona, públicamente y sin temor alguno, que sigue creyendo en los Reyes Magos, que aún sitúa los zapatos en pretil de la ventana por la entra toda la ilusión y la fantasía para reconvertirla en realidad, que sigue poniendo agua y pan para los camellos, unas copas de anís para los servidores de sus Majestades y una bandeja de polvorones, que su madre ha adquirido en casa Sosa, para que vigoriza la fortaleza de los Magos de Oriente. Este sesentón, que sigue encandilado con la gran verdad de la comitiva que recorre Sevilla en la tarde de cada cinco de enero, se jacta de pregonar sus creencias, sus valores adquiridos en la transmisión ancestral de sus antepasados, en la vigencia de la tradición oral y escrita que refiere la presencia de unos Magos a los pies de una cuna en un pesebre, con mula y buey, donde reposa Dios hecho hombre.
            Ayer, Carlos Colón, nos retrotrajo a la infancia de cada uno de nosotros, con recuerdos inherentes al tiempo que se alargaba, que se prolongaba en el espacio, porque todo era sencillez y carecía de las prisas que nos impone la madurez. Ayer fuimos recluidos en la memoria de Carlos, que es la misma que disfrutamos quienes nos sumamos a la gran verdad que hizo público durante su emocionante alocución, esa declaración sentimental que muchos no nos atrevemos a pregonar por temor a ser encerrados en un manicomio por esa ralea de tristes que nos quieren sustraer de la verdad de la emoción y los sueños. Que los Reyes Magos existen, como existe Dios, como existe la luz y la alegría explosiva de las sonrisas cuando los vemos aparecer en sus tronos, y que en la madrugada del seis de enero depositan a los pies de nuestras camas el mejor obsequio, el majestuoso regalo del beso de nuestras madres, que llegan envueltos en brillante celofán de nuestra memoria. No estamos locos, Carlos. Sólo queremos ser felices y que los sean quienes nos rodean.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Se busca Rey Mago


            Es como para echarse a llorar y no parar hasta llegar a Umbrete. La cosa tiene migas. Que a uno lo nombre para representar al Rey Gaspar en la cabalgara de Reyes de Triana, que es un referente para la ilusión de grandes y pequeños del viejo arrabal, y desistir de este glorioso empeño cuando apenas falta una semana para la representación y el recuerdo de la Epifanía del Señor, es una falta de respeto para la ciudadanía, por mucho arte y poca gracia que intente plasmar en el video que se ha colgado, en todas las redes sociales, con el fin de buscar un sustituto al sustituto, según palabras del renegado embajador de la ilusión. Triana no se merece esta desconsideración, ni por supuesto que suplante con esta payasada el sentimiento y el trabajo realizado por muchísimas personas para que el día seis de enero transite la ilusión, que tanta falta hace en estos tiempos, por las calles de este emblemático barrio.
            Si uno no está seguro de poder cumplir un compromiso, es preferible no aceptarlo. Se queda hasta mejor. ¡Cuántos trianeros, merecedores de este reconocimiento, habrán soñado con representar al Rey Gaspar! ¡Cuántos que han dedicado su vida por este bellísimo rincón sevillano se quedan con la frustración de no ser reconocidas sus labores y funciones! Pero claro, estamos a lo que estamos y en lo que estamos, a cumplir con la bendita y tradicional falseta de premiar a quienes pasan de puntillas, y eventualmente, por la fama, a traicionar a los que verdaderamente siente y sufren por las cosas de nuestra tierra, que por otra parte siempre están a disposición de ella, callan y siguen, porque el amor les puede, trabajando en las sombras.
            Ser Rey Mago en Sevilla no es cosa baladí, no es un tema con el que se pueda jugar. Es convertirse en portadores y expendidores de la ilusión. Personas que se transforman mágicamente para ungir los suelos de fantasía, alfombrando las calles con el celofán de la alegría. Ser Rey Mago es convertir la humanidad inherente de la condición del ser en la fastuosidad regia capaz de redivivir el mejor estado del hombre. Aceptar el nombramiento es asentir a la nigromancia de la fascinación de la que son portadores y que tienen su reflejo en las expresiones y en los ojos de los niños, que corresponden a la inocencia de la fe y la creencia, que es el mejor y más sentido estado del género humano. Ser Rey Mago es apartar cualquier vestigio de la realidad para convocar a la quimera y el ensueño, recuperar la entelequia de aquella edad que nunca pasó y que reside en la sangre de nuestra sangre y que vemos reflejada en la reencarnación de aquellos que siguieron la estrella que les guió hasta la presencia soberana de Dios hecho hombre, ante la sorpresa de la humidad de un Niño apostado entre las miserias de un establo.
            Toda esta mágica emulación de aquellas vivencias, toda la grandeza que se presentaba en la cabalgata, se derrumba con la convocatoria pública para suplantar el espíritu y derrocar a la majestad del sublime acontecimiento. Ha  republicanizado la regia comitiva, secularizando la entronización de la ilusión y guillotinando los atisbos de los sueños. Les ha faltado poner carteles por las farolas y árboles, como reclamos para llenar un hueco, que eso entenderán quienes están encargados de organizar la cabalgata, o montar una tómbola en el Altozano, con el estridente y sonoro nombre reluciendo en la pañoleta superior de “La improvisación”, con sus potentes altavoces convocando a la participación, con el siempre toca barriendo el aire para vergüenza de quienes se sienten trianeros y auspician aún sueños.
            El trono queda vacío. En estos tiempos es un hito y un privilegio poder trabajar, pero que lo hagan en festivo sólo conozco a farmacéuticos y quiosqueros. Y esta es la cuestión. Gaspar será reemplazado por una persona que vendrá a suplir al sustituto, que así se autodenomina el elegido, el que ha renunciado a la gloria de poder verter la fantasía y recuperar, aunque sólo fuere por unos instantes, un brillo de ilusión en la mirada de un niño, un hito de esperanza que defenestre la desilusión de tantos que no saben qué será de ellos mañana. Ha renunciado al premio y ahora se busca a un Rey Mago, como si eso fuera tan sencillo.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La importancia de la Navidad


            Con la materialización de las cosas más hermosas vamos destruyendo la armonía del tiempo. Todo es apresuramiento, prisas ante cualquier situación. Queremos resolver los problemas con apremio, convirtiendo con ello las cuestiones más nimias en razones de estado. La pausa para el estudio ha pasado a mejor vida y todo aquello a lo que no se encuentre una solución, en los primeros instantes de su planteamiento, tiene todas las papeletas para su defunción. Esta urgencia se está enquistando en el devenir de la cotidianidad y va marcando los comportamientos, cada vez más agresivos, si los resultados que se obtienen, además, no son los esperados. No digo que haya situaciones en las que la necesidad no requiera de una solución inmediata, y ésas hay que darles esta consideración. Pero hay otras muchas en las que dejarlas cocer a fuego lento les procurara mayor consistencia, más firmeza y longevidad.
            Ignoramos la providencialidad de las emociones, de cómo se nos presentan en el recuerdo. Son imágenes que transitan si prisas por la mente y en la mayoría de las ocasiones vienen adscritas y unidas a los sentimientos. Se detienen las imágenes y las figuras parecen ralentizar el devenir de las horas, tal vez porque en su procedencia no conocen el apresuramiento, porque no tienen prisas, porque habitan en las certezas de la eternidad. Son premiosas estas apariciones que nos retrotraen y nos acercan al tiempo, a su realidad, a la relatividad de las vivencias particulares y a la singularidad de las emociones que nos cautivan.
            Esta maduración de la existencia nos recuerda la importancia de las cosas más trascendentales, de esa materia que nos envuelve para disimular la miseria de las imperfecciones que hemos alcanzado. No es un mérito para resaltar porque durante el trayecto nos hemos deshecho de la sustancial naturaleza con la que fuimos concebidos. Tan es así que continuamos vulgarizando la trascendencia de los hechos de Dios, la Palabra que nos lleva al rejuvenecimiento. Hemos logrado degradar, dejándonos arrastrar por los nuevos gurús del mercantilismo, el verdadero sentido de la Navidad. Lo que prima ahora es el consumismo. Nos dejado vencer por las premisas secundarias de la alegría, banalizándola hasta convertirla en barahúnda, en un conglomerado de incongruencias que desasiste al mensaje de redención que se nos ofrece. La secularización de la fiesta religiosa que ha logrado restarle su importancia.
            Pensamos que la celebración del nacimiento de Jesús no es trascendental porque nos engañamos con la conformidad de la solidaridad puntual, que la vida nueva que nos llega no tiene más carácter que el festivo. Sin embargo la verdadera y trascendental importancia radica en renovar la ilusión de la fe, en la necesidad de recuperar la memoria religiosa, en la importancia de Dios como centro de la vida del hombre, como referente de sus comportamientos, aptitudes y actitudes.
            La Navidad es una fiesta alegre, intrínsecamente, porque es Dios quién intenta acercársenos, quién llega para alzarnos en el poder de la gloria, un domino cuya jurisdicción no es terrenal, sino arraigada en el alma. No debemos conformarnos con la superficialidad. Hemos de meditar y afrontar la importancia de su celebración, compartir la alegría de la nueva vida con la familia, con los amigos incluso con quienes no conocemos y se nos presentan en forma de dolor y desesperación. La importancia de la Navidad no radica en los obsequios envueltos en lujosos papeles. El valor de la Navidad viene en el calor de un abrazo, en la mirada que comienza a brillar cuando retomamos la senda de los recuerdos y se sustancian los besos que creíamos perdidos, en la recuperación de la imagen de los seres más queridos, en compartir los sentimientos con los hermanos y sentir cómo nos llega el aliento de la voz que nos infunde el amor a la maternidad. La importancia de la Navidad nos es la grandilocuencia de los efectos luminotécnicos en una calle. Lo importante de la Navidad es saber que estamos abiertos a la consideración del amor, a sentir la sensación que nos rejuvenece, que nos acorta el tiempo y lo hace imperecedero, lento y premioso, como la caricia de una mano que siempre nos consuela o echar de menos la sonrisa de la madre y perpetuar el recuerdo de su presencia. Ésa es la Navidad que revitaliza la vida. Lo que intentan presentarnos no es más que la consecuencia de la avaricia del hombre, algo banal y sin importancia que se diluye en la magnificencia de Dios, que nos ofrece la vida y el amor, propiedades de las que jamás podrán deshauciarnos.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

El mapping y los paseos


            Lo que cambian los tiempos. A esta Sevilla nuestra no le queda ya ni siquiera el derecho al pataleo de la nostalgia. Intentan suplementarnos los recuerdos con innovadores acontecimientos. Nos van sustrayendo las cosas más esenciales de la manera más deplorable y siempre con la premiosa banalidad que esconden los pronunciamientos sobre la aplicación de la modernidad, que quedan reducidos a una cateta expresión con la anuencia adormecida de la ciudadanía, la adecuación de los tiempos a las costumbres, lo que nos sume  en el gran error de considerar que para la implantación de nuevos vínculo arquitectónicos hay que destruir lo anterior y superponer monstruosidades como las famosas setas, un pozo negro donde se vierten los escasos fondos de la comunidad mientras se dejan caer monumento de gran interés, cítese Santa Catalina o la fábrica de Artillería de San Bernardo.
            La grandiosidad de las propuestas de ocio, del ayuntamiento de la ciudad, se contrapone con la escasez y la precariedad que asola a muchísimos sevillano, una situación más que preocupante y que está arrinconando a muchas familias en los umbrales de la pobreza. Somos muchos los que estamos recomponiendo nuestras vidas con mucho esfuerzo, pasando alguna que otra calamidad. Las autoridades nos piden austeridad, nos solicitan esta colaboración para intentar restituir la normalidad en el orden económico. Pero hay piezas en este puzle que no encajan. Estas llamadas a la sobriedad no se corresponden con los hechos pues quienes manifiestan estas y sugieren estas propuestas no las llevan a la práctica. Siguen formalizando espectáculos que nos cuestan una fortuna y las contraprestaciones no se corresponden con las expectativas. Atraer al centro de la ciudad a los sevillanos, con distracciones para el ocio como el celebrado mapping, que se proyecta sobre la fachada del ayuntamiento, en dos sesiones como en los viejos cines de barrio, y que tiene unos efectos especiales tan sorprendentes, no tiene la repercusión que debiera producir. Los comercios y los bares siguen sumidos en la bajada de las ventas, salvo las excepciones de siempre, y la muchedumbre pasea de un lado hacia otro con las manos en los bolsillos o asiendo a sus hijos mientras que les muestran los escaparates. ¿Quedan todavía escaparates de comercios tradicionales? ¿Quedan todavía esos espacios repletos de ilusiones, de cestas majestuosas colmadas de manjares envueltos en papel de celofán y atractivos colorines? El mapping, una obra multimedia de inmensa calidad, eso nadie lo puede negar, donde incluso se simula una nevada sobre la plaza de San Francisco, bien pudiera haberse obviado y dedicar los esfuerzos económicos que se le han destinado, a fomentar y promocionar los pocos comercios tradicionales que se mantienen en la ciudad.
            En los tiempos que corren, que servirán para recuperar el verdadero nivel de vida que nos corresponde, que nos situará en la tierra, tras la vertiginosa y fraudulenta ascensión que potenciaban y pregonaban los filibusteros que teníamos en la clase política, asociada a la banca para no perder el poder que les otorgaban con nuestros dineros, mejor hubiera sido poner la imaginación a funcionar, reducir costes para no tener que incrementar los impuestos a esos establecimientos que están abocados a la desaparición en favor de los grandes centros comerciales, a los que sí habría gravar con tributos conforme a sus ganancias. No es de recibo que un quiosco de prensa, con su volumen de ventas disminuyendo progresiva y proporcionalmente, tenga asignados los mismos valores impositivos que el Corte Inglés, porque los baremos que se utilizan son idénticos en relación a la zona donde desarrollan la actividad y no a los beneficios que se obtienen de la misma.
            Habrá que seguir abrigándose bien, ajustarse la bufanda al cuello y proponerse pasar las horas paseando por esas zonas comerciales que, de momento y no quiero dar ideas, siguen siendo gratuitos. Estaremos reconsiderando nuestra posición, reordenando nuestra condición. Volvemos a la añoranza por la posesión de bienes que, hasta hace unos años, eran comunes en las mesas y las casas y que con esta nueva situación están pasando a ser considerados como artículos de lujo. Voy a ver si cojo sitio en la plaza de San Francisco para ver como nieva sobre ella. A ver si se nos enfrían los excesos que nos están esclavizando en la actualidad.

martes, 18 de diciembre de 2012

Los niños de la Esperanza


            Están tan cerca que pueden oír su respiración. Se encuentran tan próximos que pueden apreciar cómo su pecherín de ensancha con los suspiros que le llegan y que los convierte en suyos. Están tan atentos a sus cuidados que cada pose del pañuelo se convierte en bálsamo de santificación. Son como pequeños ángeles que se manifiestan junto a la Madre y se aproximan tanto que se convierten en guardianes de los secretos que se posan en sus manos.
            Viven durante todo el año la grandeza de participar en los cultos, en los actos, en la cotidianidad litúrgica que acoge este templo que es puerta de acceso al mismo cielo. Por eso han obtenido estos privilegios, la concesión de estos favores de recoger en el pañuelo las caricias de los besos. Son celosos en sus menesteres, en los que les encomiendan y muestran tanta fidelidad a ellos, que convierten su entusiasmo en fervor, en amor a La que todo lo puedo. Han adquirido esa sabiduría en las magnas aulas de la experiencia que se le transmite desde el sentimiento que queda preso en estos muros que retienen la mejor de las gracias y se han doctorado en el amor a la Virgen siguiendo las enseñanzas de sus mayores.
            No importa que apenas puedan dejar a un lado los juegos, ni que sean incapaces de retener sus vigorosas actitudes que lleva intrínseca la infancia. Corretean por los pasillos interiores de  la Basílica y gastan bromas. Es el tiempo que les corresponden y que algún recordarán con nostalgia. Están embriagados por la ilusión y saben, y son conscientes de ello aunque muchos piensen que los años son los que nos convierten al compromiso y a la seriedad, de la responsabilidad que entraña. Cambian sus modales y dulcifican sus conductas cuando comienza a vestirse, a imponerse la túnica y luego la esclavina aterciopelada que les cubre los hombros, para transformarse en modélicos guardianes de los secretos de la Virgen.
            Apostados a sus plantas ignoran el cansancio y transmiten las emociones de la que los devotos les hacen partícipes. Sueñan con estos días. Y muestran sus ansias. Merodean con inquietud los alrededores de la Basílica y cuando les llega el turno se apresuran y apresuran a quienes no quieren dejar de ser guardián y depositario de las miradas, de las oraciones, de las confidencias que transmiten a la Virgen.
            Ellos no lo saben pero ya están bendecidos para la eternidad. Viven con la naturalidad de la inocencia, con la sabiduría de la infancia, estos momentos íntimos. Soportan el dolor de las lágrimas que cruzan el aire y encharca la mirada de la Virgen y se convierten en cómplices de la exultación del fervor. Lo desconocen pero habitan en la memoria de muchos macarenos, de generaciones que pasan y traspasan las lindes de los recuerdos. Son parte de la historia de las emociones que pasan, del peso de los años que soporta la mirada de la Madre de Dios, de la expectación que se incrusta en el fondo del alma conforme se avanza en la fila, en la lentitud de los pasos que desgasta el mármol y que se manifiesta en la presencia de la Gran Señora que ha bajado para ofrecer la mano que alivia toda aflicción, que retiene toda la angustia para transformarla en exultante alegría.
            Son los monaguillos de la Macarena, estos serafines que salmodian con sus risas la presencia de la Virgen entre nosotros, que van recogiendo las peticiones, las oraciones, los secretos, las alegrías o las penas, en los encajes de un pañuelo. Niños que mantienen en un halo las virtudes de la Nuestra Señora, fidelísimos arcángeles que transforman sus alas en terciopelo verde y esconden sus desnudeces en el merino que guarda las esencias y las vivencias de una madrugada. No son sueños. Son realidades que conocen como nadie los secretos que guarda la Esperanza.

*Gonzalo Corro, Raúl Alejandro, Rafael Durá, Arturo Candau, Pablo Martín, Fausto Pino, Samuel Cano, Sergio Ledesma, Álvaro del Pino, Abel Picorel, Javier Rodríguez, Antonio Campos, Pedro Salado, Juan Borjabad, Alfonso Vargas, Marcos Bejano, Jesús Bello, Pablo Espejo, Carlos de Castro, Nacho Neira, Antonio Gullermo, Álvaro Benítez, pablo Salado, Fabían Pacheco y J. A. Olmedo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Rafael Ramírez Romero

           Rafael Ramírez tiene sesenta y siete años, ocho menos que el negocio que regenta y al que ha dedicado toda su vida. En el mercado de la Fería, ese río por el que navega la mayor y mejor devoción de la Virgen, tiene su cuartelá. Allí vio amaneceres de obreros de fábricas de cerillas, de los maestros que realizaban los sombreros que luego lucía otros en la feria o apartaban repelucos de rocío cuando la mañana del Viernes Santo se abría y aparecía, portentoso y majestuoso, como propietario del sentimiento popular que resbala por las esquinas, el Señor que escucha la declaración del relator, voz del pergamino que se pregona la Sentencia de amor.
            Rafael sabe del frío y el calor, de la escarcha que riega y resbala por las monturas que cubren las naves donde se divulga el mensaje de la pitanza, de la gente que madruga y labora cuando aún el sol empieza a desperezarse por el Aljarafe y las luces se transfiguran por las bocanas que dotan de vida el templo de Onmium Santorum. Gente de la Macarena que se esfuerza por seguir enraizados, por continuar con la herencia de otros que formaban en la gandinga de la mejor guardia de la Roma que nace en las huertas y extiende sus leyendas allende las fronteras que marca el Guadalquivir por la Barqueta.
            Rafael es notario de la infancia de muchos de nosotros. Él lo sabe y lo conoce. Al pie siempre de su puesto de quesos, pendiente siempre de servir y de entregarse a los amigos que confiaban en su profesionalidad. Como lo hacía mi madre, mis tías y mis abuelas. Siempre atento a la demanda con una sonrisa, con un gesto complaciente que servía para el acercamiento, siempre solícito a las peticiones, siempre alegre poniendo a disposición del cliente la mejor de sus sonrisas.
Es memoria que transita por mis adentros, en estas mismas mañanas frías, junto a mi madre. Nos acercábamos al mercado como quien se aproxima a cumplir el mejor de los ritos, a cumplir con la liturgia diaria de la compra, a hacer la plaza como si fuéramos infantes de lanceros dispuestos a la toma del asiento. Antes alejábamos la gelidez de las mañanas con un café en Dionisio y nos acercábamos hasta el puesto de calentitos de Marí Paz, la comunista que cerraba sus ventanas y balcones cuando se acercaba la Virgen, únicos testigos ciegos en el relumbre de la madrugada.´
Su cuartelá comienza a sentar historia gracias al trabajo diario, por eso es mayor el mérito, aunque no conozco ningún negocio de esta índole que no lleve aparejado estas dosis de esfuerzos. En ella se expande la mejor y más sana esplendidez, el exquisito aparejo que se acompaña de buen vino y nos engancha a la gula, seres incapaces de negarnos a las bondades que nos ofrece.
Setenta y cinco años de esfuerzos y entregas. Primero su padre, piedra inicial y fundamento de su ser y su vida, valedor de su heredad, esa que fundió en finas monedas de cariño y comprensión para retribuir la confianza que muchos pusieron en él. Luego, Rafalito, así le llamaba mi madre cuando le pedía aquel trozo de queso que servía para redimir el hambre de la media tarde, engrandeciendo el valor de la pequeña industria. Setenta y cinco años. Toda una vida a la que rendimos homenaje. Muchas cosas nos serían lo mismo sin Rafael Ramírez y su puesto de delicias, como dicen los modernos, en esos accésit de finura con las que no sorprenden a veces, en el rincón del gourmet. Un rincón tan grande como su corazón, tan importante como el caudal que ha atesorado durante tantos amaneceres, durante tantos días al pie del cañón para amasar la mejor y la más grande de las fortunas, la mayor de las riquezas, una de las cosas que ha logrado atesorar y disfrutar. Ser macareno, ser hijo de la Esperanza y haber sido su costalero. Cosas grandes que se retienen en el cantón donde se estableció un hito a la amistad. Setenta y cinco años que se recluyen en tu persona, Rafael Ramirez, en tu buena persona.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Un hombre llamado Manuel


            ¿Quién era Manuel? ¿Por qué despertaba tanta admiración, tanto cariño entre quienes le llegaron a conocer? Hay unas esquelas pegadas a la pared de su refugio, de su hogar, un lugar inhóspito, a la intemperie. Hay palabras de trazos infantiles, manchando folios y páginas arrancados a unos cuadernos, abriendo el corazón a los sentimientos de los curiosos que nos acercamos al saliente de la fachada, del local comercial, que le daba amparo, que medio le salvaguardaba de las púas del agua que helaban su piel en los días de lluvia, acercándonos a los que no teníamos constancia de su vida, de su existencia. Allí buscaba refugio cuando las frías y húmedas noches del invierno en ciernes, cubrían y lustraban el asfalto de esta ciudad. Solo la compañía de sus perros, al parecer la única familia, mitigaba los asaltos de la soledad.
            Dicen algunas de las proclamas que era un hombre bueno, un ser vencido por el destino, abocado al desamparo. Siempre me he preguntado qué puede llevar a una persona a despeñarse por las laderas de la desesperación y terminar en una situación de precariedad social tan importante. El romanticismo o la locura, la pérdida de la fortuna o el conformismo ante la desgracia. ¿Quién sabe? Una concatenación de hechos que nos transforma y nos lleva a toma de una decisión. Manuel dormía a la intemperie, no acudía al auxilio que ofrecen las instituciones municipales por no dejar a sus perros, por no dejar que padecieran lo que él esquivaría bajo el techo de un albergue. No había hospedaje posible para sus amigos y él tomó la resolución de compartir su soledad con los fieles canes. Eso le define. Ya quisieran algunos que presumen de esta condición, y se dan golpes de pecho, actuar de manera tan ejemplar.
            Están los rótulos descubriéndonos a la realidad del presente, al atisbo de precariedad que ya asoma por el horizonte de muchos de los ciudadanos que nunca pensaron que este tren de avaricia y mezquindad económica acabaría arrollándoles. Ya hay pobres que no se atreven a pedir porque el pudor y la vergüenza les superan, porque su condición ha traspasado los límites de la humildad. Buenas personas que ha sido asaltados por los desmanes del dinero, de una banca a la que se le sigue inyectando el dinero que hace falta para cubrir muchas necesidades básicas, y que está sirviendo para desarraigar la verdad, para implantar la peor chabacanería y dejar como un solar las virtudes de las familias, a las que se les arrebata el techo, el trabajo y hasta la dignidad.
            Manuel murió de improviso, de una puñalada en el corazón que le lanzó esta nueva situación social, donde los pobres ya ni siquiera pueden morir al abrigo de una cama o tratado en un hospital. Es la nueva realidad que se contextualiza con la apatía de los gobernantes que se despreocupan de las cosas importantes, que no son las grandes fortunas ni los emporios bursátiles. ¿Padecía Manuel algún mal, alguna enfermedad? Nunca lo sabré porque era un desconocido, un paria que vivía gracias a la generosidad de los vecinos de la zona, los únicos, que a fuerza de verlo todos los días, de contemplar su soledad y la compañía de sus perros, lo auxiliaban. Siempre la caridad como solución al vencimiento de la pobreza.
            En las mismas puertas de Opencor, en el mismo centro de la ciudad, se forjó la leyenda del vagabundo, de Manuel y sus perros. A cinco metros, gente que entraba y salía. Algunos le auxiliaban. Muchos, dicen esas lápidas embutidas con celofán en la fachada del comercio, llegaron a entablar amistad, a cruzar unas palabras que mitigarían las carencias afectivas que procura soledad, el saber que la sociedad no ha sabido dar una respuesta a estas personas, hombres y mujeres que duermen al abrigo de las noche, padeciendo los rigores del tiempo y las inclemencias climatológicas.
            Ayer paré mi bicicleta junto al túmulo funerario que se ha erigido en la fachada de uno de los colosos comerciales que rigen en el país curiosidad. Fue la innata del que escribe, la necesidad de satisfacer las inquietudes, la que me hizo detener. Tras leer con avidez me ví sorprendido por la tristeza. ¡Qué pena! En esta ciudad, hasta los méritos de los indigentes, especialmente éstos, llegan con el laurel póstumo del reconocimiento.

lunes, 10 de diciembre de 2012

El adviento que nos descubrió la crisis


            En estos días previos a la gran celebración de la cristiandad, a esta renovación de la fe que nos guía, en este tiempo de adviento que nos prepara para reconocer al Niño que vuelve a nacer para elevarnos a la dicha de la redención del género humano, siento estupor al comprobar cómo se va desmitificando el soberbio hecho de la llegada del Hijo de Dios a nuestros corazones y se suplanta el verdadero sentido de la celebración por la vanidad y el ego consumista que nos han implantado, del que pretenden hacernos esclavos para beneficio de unos pocos.
            Pero no todo va a ser malo en el sufrimiento de esta crisis económica. Nos está amoldando en las exageraciones y nos lleva al ajuste, a la comprensión de los desmanes monetarios a los que hemos abocados, a ese consumismo sin límites que nos estaba devorando sin darnos apenas cuenta. Esta sensación del vencimiento de la materialidad, que se implanta en el corazón, tiene efectos emocionales y nos centran en las actitudes y actuaciones.
            Ayer volvía a hacer frío y un hálito de nostalgia recorría las calles transformando su fisonomía. Hacía mucho tiempo que no podía hacer aquello, pasear sin prisas, sin el atosigamiento y la preocupación que llevaban adheridos mis compromisos profesionale. Ayer volví a recuperar la inocencia del niño que se esconde en lo más recóndito de mi ser y que se asoma de vez en cuando para sorprenderme, para aniquilar el peso de los años y recordar que existió ese tiempo en el que todo parece inmenso, imperturbable, imperecedero y que, conforme pasan las décadas, se intenta desprender por los acantilados del sufrimiento y la desilusión. Ayer ví cómo retornaba parte de mi existencia, de una edad en la que no tenía sentido la ofuscación, un tiempo en el que no cabía más que la felicidad por las cosas pequeñas. Esta confabulación extrasensorial que nos transporta a los cofines de la memoria sobresaltó las emociones y me retrajo a estos mismos días en los que nos abrigábamos para visitar los belenes. El abrigo de botones dorados que se cruzaban en el pecho y nos acoraban para enfrentarnos a la humedad y el frío; los guantes de lana que se adherían a la gélida transparencia de los escaparates, donde se mostraban los sueños inalcanzables en forma de scalextric, o el deambular por la calle José Gestoso donde se exponían las más bellas piezas del nacimiento, los borreguitos asaltando la imaginación, los pastores, los reyes magos sobre un puente de corcho que sorteaban un río espejado y reluciente.
            Ayer ví gente como en los años de mi infancia. Deambulando por las céntricas calles donde habita la memoria de muchos de nosotros. Era una masa de niños que aferraban a sus hijos de las manos y les señalaban los lugares por donde transitaban sus recuerdos, momentos vivificados en gestos y brillos en los ojos. Ayer, cuando caía la noche sobre la ciudad, recuperé el sentimiento de felicidad que anegaba nuestros espíritus en los días previos a la Navidad, cuando los polvorones de San Buenaventura eran un primor y una excelencia para el paladar, aún hoy lo sigue siendo, o los roscos de vino saciaban cualquier expectativa. Éramos felices con lo que teníamos y no alterábamos nuestro humor porque sabíamos, porque nos habían inculcado, donde teníamos nuestros límites. Éramos más felices participando de la alegría de un coro de villancicos que nos asaltaba en las primeras horas de la noche con tonadas que nos hablaban de peces en el río que se bebían el mismo caudal del Guadalquivir exaltados por el nacimiento del Niño Dios, canciones que sobrevolaban el aire de las viejas casas del barrio de la Macarena, patios de vecinos de mis travesuras, en estos preámbulos del gozo y la dicha, en esta antesala de la misericordia que es la Navidad.
            No necesitábamos tanto como hasta hace unos años, cuando todo nos parecía escaso y nos hundíamos en las bagatelas de la desmesura del consumo. Con poco, con lo que teníamos, con lo que nos daban, servía para saciarnos y desprendernos de cualquier ansiedad. Ayer mucha gente caminaba anclada al verdadero sentido de estas fiestas religiosas. Generaciones unidas por las manos desafiando al frío, soñando con las emociones que resuelven un escaparate repleto de juguetes o un mostrador plagado de pastores y ovejas, de Reyes que esperan a que los situemos en el puente que salva el río de los desaprensivos que nos ocultaron, con la falsedad de unos oropeles de plásticos, que el verdadero Dios llega al mundo en un pesebre, y no en un avión particular, con el extraordinario regalo de la felicidad.
            ¡Quién nos iba a decir que esta escasez nos descubriría el verdadero sentido de la Navidad y el gozo de poder desfrutarla!

sábado, 8 de diciembre de 2012

El pretil de la Esperanza


                        Tras una semana de recapacitación necesaria, de asentarme en esta nueva situación que me sorprender e inquieta, de reconsiderar el tiempo que se avecina, y someter a consideración esta nueva etapa de mi vida, vuelvo a este teclado donde se esconden las ideas y los sentimientos que intento diariamente transcribir, en una lucha incesante con ellas pues se esconden en los recovecos más insólitos y menos accesibles. A veces siento sus risas manando por las estrechísimas rendijas y cómo se mofan de mí cuando me ponen las cosas difíciles. No es una tarea baladí ésta de enfrentarse diariamente al blancor de una pantalla que relumbra y a veces es tan cegadora que se nos presenta inaccesible para emborronarla con los disparates y los aciertos que alumbramos. Pero aquí estoy, intentando sobreponerme al desesperante futuro, a superar la inquietud y la inseguridad por cuánto se nos viene encima, intentado huir de la mansedumbre con la que nos atosiga la desocupación.
            Escribo de nuevo porque lo necesito para evadirme de la ociosidad que procura el desconcierto en el que se convierte una vida, en la sensación que me aturde la evocación de casi treinta años desarrollando una ocupación. Ahora que la rutina se ha desplomado sobre el tejado de la existencia, alterando el devenir de las horas, trastocando las tareas laborales y convirtiéndolas en una especie de recuerdos lejanos cuando hace muy pocos días de la debacle. Es una sensación extraña que me ha estado atosigando en las últimas fechas, desabridas jornadas en las que el fantasma del decaimiento ha sobrevolado mi espíritu y donde se sopesa cualquier posibilidad de arrinconamiento. Huyo hoy de ellas porque he visto que la luz de un amanecer nuevo comienza a iluminar un sendero por el que ascender a nuevos proyectos, a procurarme una vida inesperada, tal vez mejor.
            Fue volver verle. Fui a renovar mi incomprensión, a rebatirle lo que tantas veces había obviado porque lo desconocía. O mejor dicho, estuve a punto de no ir. Este cúmulo de sensaciones contrarias que me arrinconaban, que iban oscureciendo mi voluntad, me inhabilitaba para emprender un compromiso con la realidad. Y toda este oscurantismo se desplomó a apenas cruce la linde del estado donde toda gracia tiene fin consumida por la Gracia Plena que reina en la alegría y en la ilusión. Allí, ¡como siempre!, estaba la mirada que redime cualquier mal. Allí, enfrentándose al desasosiego y la desesperación, estaba la luz del brillo de unos ojos que arrincona las tinieblas y deshace las grisáceas nebulosas que se apropian cuando creemos que la derrota está próxima y aceptamos su humillación porque nos creemos imposibilitados para la lucha, olvidando la de veces que nos hemos levantado para volver con nuevos y emergentes bríos a la batalla diaria para la supervivencia.
            Allí estaba, entronizada en el esplendor, elevada por las oraciones a la mejor condición de quién aceptó los designios del Señor y se hizo esclava de su voluntad. Fue pisar el territorio donde habita la Esperanza e inflamárseme el corazón con la vitalidad propia que se irradia al orbe desde el camarín que La ampara y protege. Y entonces oí aquello que conmocionó mis sentidos e hizo tambalear las estructuras de mis emociones, que consolidó la gran certeza que siempre he mantenido en mi corazón, aun sin yo tener conciencia de ello, por la dureza de los momentos pasados. Aquella duda por acudir, motivo el retraso y propició aquel encuentro. La mujer, junto a mí, elevó la más bella de las oraciones. Unos segundos que pueden transformar vidas, cambiar el destino de las personas. Unas sencillas palabras que brotan desde la humildad de unos labios que quizás no conozcan las profundidades gramaticales, semánticas y semiológicas de la lengua, pero que aglutinan la mayor de las verdades. Era víspera de la Inmaculada. El Señor de la Sentencia imponía su grandeza desde el presbiterio. Sus manos expuestas al reconocimiento de la devoción popular. Y aquella mujer que se para y cruza su mirada con Él. “Menos mal que siempre nos queda la Esperanza”, y se fue sin dejar de mirar hacia arriba, donde la Virgen sigue invitándonos a no desfallecer. Y yo quiero seguir asomándome a ese pretil del cielo, que esta basílica, donde vive la Madre de Dios y desde donde se proclama la mejor ventura a los hombres.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Vivir en la esperanza


Hay momentos en la vida en los que hay que tomar decisiones importantes, dar el paso para cambiar el rumbo. A veces nos quedamos ateridos por el miedo al cambio, por las circunstancias que nos puedan alterar la normalidad, cuando la normalidad no se convierte en constante drama, en angustia o en ansiedad. Pesan muchos los años al frente de una actividad, conviviendo con cientos de personas, conociendo amaneceres de pesadumbre, soportando el frío hiriente de mañanas entoldadas con grisácea nubosidad que hacían aún menos soportables esas agujas que se clavaban en la piel, soportando las ventiscas y las lluvias o la canícula de los meses de verano, abrasado por la mortificante calor de esta tierra. Pesan los años cuando recuerdas los días en los que sufrimos algún asalto y la tremenda e insoportables sensación de impotencia ante los destrozos o la mercancía sustraída. Vienen los recuerdos a desarmarme en esta mañana, tan igual a otras y tan distinta. Está el mismo sol asomando por viejos muros de la fábrica, donde han quedado preso los fantasmas de la juventud; está la quietud magnifica del mediodía asombrado a los jardines cercanos, rodeando el antiguo barrio y sembrando de tranquilidad las calles ancestrales, los accesos con nombres fernandinos que nos recuerdan el logro y la hazaña de la recuperación de la ciudad por las huestes del rey de Castilla y León, las calles que mantienen todavía la memoria de los campamentos y de los enseres de la batalla que se fundieron en las piedras, que iniciaron una nueva era. Pesan los años cuando pasan las primeras y ya lejanas  imágenes de los trabajadores saliendo en aluvión para tomar el bocadillo, para deshacerse de la rutina del trabajo, del ruido de los talleres donde se forjaron los mejores cañones, las mejores armas, donde se fundieron los leones que presiden la entrada de la cámara nacional, y que han sido incapaces de contener el acceso a la mayor sinvergonzonería.
            Todo en la vida tiene su ciclo. Y cada ciclo mantiene recluida en su ser la ambivalencia de la tristeza y la alegría. Estos periodos de tiempo pueden ser asombros para muchos y menos precios para algunos. No es fácil asimilar la desazón ni ver cómo nos sorprende la magnitud de un desastre, por muy anunciado que lo tengamos. Pero también es cierto que el ser humano se fortalece con las adversidades. Caer no tiene importancia siempre que mantengas el espíritu fuerte para poder levantarte, erguirte sobre la hecatombe y adivinar en el horizonte un resplandor de esperanza.
            Pesa bastante la toma de la decisión. Darle vueltas, sopesar alternativas, lograr adquirir cierta tranquilidad cuando sientes el apoyo de los que te quieren, de los que siempre tienden esa mano a la que sujetarte, ese cabo de auxilio que aparece en ese momento en el que la aguas comienzan a devorarte.
            Hay mucho sosiego en este día. Se han liberado las dudas y vienen, sin aturdimientos, sin perturbaciones, nuevas sensaciones que confieren momentos de serenidad, que inyectan en el espíritu la tranquilidad necesaria para poder afrontar el trance de un nuevo camino, de una senda desconocida por la que nunca se transita voluntariamente, una cañada que no tiene más dirección que la marcada por el futuro, que a cada paso se va deshaciendo el camino, convirtiendo cada uno de ellos en irrevocable.
            Hay momentos en la vida en las que las decisiones son trascendentales porque se abren nuevos ámbitos, nuevas expectativas,  se establecen nuevas metas y se convocan nuevas ilusiones. Hay instantes en los que el tiempo se para y retorna al segundo con nuevas e inusitadas esperanzas. El tiempo me debe tiempo. Y quiero confirmar en mis propias posibilidades este adeudo, recuperar el hito en la confianza que muchos ponen en mí, en solventar un tributo que me impongo para rehabilitar la serenidad, la tranquilidad y el estado emocional. Trabajamos para vivir pero me ha dado cuenta que muchas veces somos esclavos de la necesidad y cuando se sucumbe a esto comienzas a no vivir.

martes, 27 de noviembre de 2012

En el caos del frikismo


En esta ciudad todo parece desnaturalizarse conforme nos dirigen hacia una extraña modernidad. Hay conceptos naturales que la gente comienza a alterar. La libertad de actuación se mal entiende y muchos pasan a formular el tremendo y cuestionable pensamiento de que todo vale. Es una corriente que se extiende peligrosamente entre un sector de la población que no está capacitado para alberga mayores logros que florear y airear, sin escrúpulos, la superficialidad de los valores.
            De un tiempo a esta parte se minimiza la esencia de las cosas, las entrañas que debieran forjar la identidad de lo sevillano. Cada vez quedan menos críticos que asuman la condición de la verdad de nuestras cosas, tal vez porque temen ser vilipendiados por un sector “vanguardista” que no ve más allá de los primeros árboles del bosque, que se quedan en la frivolidad de las estructuras banales, en la mera intrascendencia, por el simple hecho de no conocer el verdadero significado de lo contemplan u oyen. Hay quienes han halagado la estructura mamotrética que el gobierno municipal anterior se obstinó en situar en pleno casco antiguo de la ciudad, dejando al libre albedrío de la más pura desidia, y a muy pocos metros, un edificio religioso –entiéndase Santa Catalina- del siglo catorce, cayéndose para vergüenza de la propia ciudad, y cuya restauración y recuperación arquitectónica no hubiera supuesto ni una décima parte de lo que ha supuesto la construcción de las setas de la Encarnación, un lugar maldecido por los “intelectuales” del tardo franquismo, los “modernos” preconstitucionales y los “vanguardistas” democráticos que no dudaron en cargarse uno de los espacios más entrañables de la ciudad, demoliendo el antiguo mercado, ampliando monstruosamente los espacios adyacentes y culminando con la obra faraónica que la preside en la actualidad. De aquellos lodos, estos barros.
            Estas innovadoras tendencias han alimentado el frikismo autóctono, rayano en tontura y en la liviandad desmesurada. Una nueva concepción de la tradición, pregonan sin ningún tipo de vergüenzas. La tradición se respeta y se asume. Algunas incluso soportan la modificación propia del discurso del tiempo. Pero intentar justificar actitudes y manifestaciones como nuevos conceptos tradicionales no deja de ser una mera insolencia, una falta de respeto al buen gusto, a la inteligencia.
            Veo con asombro, y no poca estupefacción, como en las redes sociales, principalmente, se publican imágenes de estatuas de madera, emulando a las Sagradas Imágenes de las hermandades sevillanas, y que retienen tanta devoción, vestidas inadecuadamente, con un mal gusto que sorprendería al propio Vicente el del canasto, con la graciosa particularidad de presentarlas como verdaderos ejemplos de originalidad, cuando en realidad no demuestran más que chabacanismo, cuando no irrespetuosidad si es que pretenden dotarlas de algún carácter sagrado. Y lo peor, no sé si por congraciarse con el autor, por granjearse la invisible amistad, o simplemente participan del mismo gusto, son ensalzadas con numerosos comentarios, sobre la exquisitez  y la belleza de sus atuendos, que en la mayoría de la ocasiones se reduce a una mera toquilla de encajes tirada sobre la cabeza de la pobre imagen. Si tanto respeto le confieren, sin tanta pleitesía devocional intentan transmitir, hasta el punto de igualarse al sentimiento maternal, ¿sacarían a sus madres medio desnudas, medio vestidas, en sus portales de las redes sociales?
            Hay que saber distinguir entre lo verdadero, lo importante y trascendental para no caer en falsos modernismos, para no transgredir el sentido y la medida de las cosas que nos fueron legados y que, con estos extraños comportamientos, no hacemos más que destruir la identidad propia para sucumbir en nuevas tendencias que no enriquecen sino vienen a empobrecer la cultura y la religiosidad popular.
Y eso por no entrar a valorar la compostura ante los pasos, la falta absoluta de respeto al nazareno, invocando el derecho a contemplar, y menospreciando el de la penitencia, que no a rezar en la mayoría de las ocasiones o la suplantación de la espiritualidad y la fe por admiración al espectáculo, por no entrar en criticas las nuevas composiciones musicales. Por eso, para combatir este mal gusto y la zafiedad, prefiero oír el tesoro musical que la Hermandad de la Macarena está entregando a sus hermanos junto al nuevo número de la publicación Esperanza Nuestra, un facsímil de la primera grabación de la Centuria Macarena con cinco marchas que recuperan el clasicismo que algunos se obstinan en describir como antiguo y desfasado pero que guardan la mejor esencia de la Semana Santa de siempre, ésa que nos superará a nosotros y pervivirá otros pocos de siglos más porque no depende de nosotros sino de Ellos.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Al servicio del Señor


Hay situaciones en las que hay que revestirse con una coraza de valentía para tomar decisiones. Las condiciones peculiares del sevillano, su forma de entender las cosas, las moratorias que se toman para efectuar acciones propias de la conservación o mantenimiento de algunas de sus principales iconos, religiosos o sociales, con un fin salvífico, hace imposible, en demasiadas ocasiones, dar el paso al frente ante el temor de enfrentarse a una opinión pública condicionada por el alto ego de la propia sociedad sevillana.
Sentenció una vez el carismático y grandioso jugador verdiblanco Rogelio, cuando un entrenador le confería a centrarse en el esfuerzo, a redoblarlo con generosidad, a mostrar mayor ímpetu en sus acciones físicas, a que corriera más quien guardaba en su pierna izquierda el gran secreto del fútbol, contestando con la misma rapidez con la ejecutaba sus acciones en el campo de fútbol, que correr era de cobardes, dejando cariacontecido y desubicado, ante tan grande verdad, al entrenador. Aquella ingeniosa y contundente salida ha quedado grabada en mi mente. La aseveración no puede entrañar mayor verdad y es aplicable a todos los órdenes de la vida, muy especialmente al de las cofradías, donde ha reinado durante décadas el inmovilismo, en cuanto a toma de decisiones sobre materia patrimonial. Gracias a Dios la sociedad ha evolucionado, por ende las hermandades, hasta comprender que hay momentos en los que tomar ciertas decisiones resultan vitales para el mantenimiento, no solo de las Sagradas Imágenes, sino del valioso y extenso patrimonio que mantienen.
Las juntas de gobierno tienen la obligación de gobernar, y este deber comprende también la toma de decisiones, competencias que muchas veces nos son entendidas por los miembros de las cofradías, que suponen que cuando el prioste tiene una necesidad fisiológica, mayormente de carácter escatológico, han de convocar al cabildo general de hermanos para que éstos decidan si tiene que tomar el camino de la izquierda o de la derecha. Normalmente las reglas definen y explican detalladamente estas competencias, concretan los límites a los que deben acotar sus actuaciones. No todo se debe ni se puede consultar, pues retrasarían extraordinariamente el normal discurrir de las instituciones, ralentizarían el progreso y la adaptación natural a los tiempos y a los nuevos órdenes que imprime constantemente la sociedad.
Uno de los principales referentes devocionales de la ciudad, más aún fuera de ella, tenía urgente necesidad de recuperar la salud que los años, los efectos y efluvios de las velas, las demostraciones del amor del pueblo, habían dejado en todos las partes de su cuerpo. Éste Señor que todo lo puede tuvo que ser intervenido y sus hermanos aceptaron la propuesta de la junta de gobierno. Era necesaria la actuación para no perderlo. Y efectuaron la sanación. Y algunos mostraron su desencanto porque decían no reconocer al que sus padres vieron. ¿Y sus abuelos, más aún, sus bisabuelos, los ancestros que lo vieron salir por las puertas del taller de Juan de Mesa, lo hubieran reconocido? ¿Sabrían que aquel era el Dios que todo lo puede o se hubieran perdido en la languidez de no poder reconocerlo? Enrique Esquivias de la Cruz, hermano mayor da la Hermandad del Gran Poder, y su junta de gobierno, tomaron la decisión y nos retrotrajeron a la hermosura de la contemplación más cabal del más Cabal de los hombres, del que siendo Dios se humilló ante los que salvaba. Una decisión extraordinaria y que algunos quisieron polemizar. Un gesto de valentía que sirvió para que algunos descubrieran la Verdad que se ocultaba tras los velos devocionales que el tiempo intentaba imponer.
El pasado viernes concluía su ciclo al frente de la Hermandad del Gran Poder. Tiene en su haber los grandes hitos, las grandes obras de los últimos tiempos. Todos afrontados desde la valentía, sabiendo que en las esquinas se afilaban cuchillos. Pero tenía la responsabilidad, y lo sabía, y lo aceptó, de llevar a cabo estas empresas porque su Hermandad lo necesitaba. Cumplió sobradamente con lo que ordenado por Quién preside el orden de sus cosas, por Quién dispone el orden de su vida. Y lo hizo sin dudas porque era la obligación. Sin miedos porque tenía la seguridad de la honradez, por la integridad y la entrega sin condición al servicio del Señor. Enrique Esquivias tiene las cosas tan claras como tiene el corazón. Y eso que en la última Venía que presidió como Hermano Mayo, “erró” cuando al presentar a su Hermandad concluyó el titulo de la mima diciendo “…de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena…María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso”. Un caballero que se marcha con el deber cumplido.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Esta no luz de noviembre...


            Debo ser un tipo extraño porque me gusta, y sustrae mi razón, esta no luz de noviembre, esta remembranza del sentido de la vida que vendrá a manifestarse el primer día de la cuaresma, cuando nos impongan el símbolo que nos reconoce como seres mortales y nos verifica en la creencia de una existencia superior, de la constatación de la inmortalidad prometida. Me gustan estas pausadas caídas de la tarde invitándonos al sosiego de un paseo, al retiro en el umbral del salón donde se habilita la quietud y todo nos parece sereno. Me gustan esos amaneceres cenicientos que parecen lienzos donde puede reposar el alma, donde calma se manifiesta y transmite la sensación de paz que se nos escapa con el trasiego incesante de las jornadas.
            Es este remanso solariego de grises que pugnan por fortalecer su policromía, por hacerse fuertes en la tersura de la tarde, por devaluar la agresividad de los bermellones que se asomarán en las lindes del horizonte, es el que nos prepara para la nostalgia, para recuperar los hálitos de sosiego que necesitamos para vencer la pereza.
            Esta no luz de noviembre, que atraviesa la gran cristalera del salón, restituyendo la serenidad y la calma en el interior de la estancia, separándola del mundo donde el trasiego es constante y atosigador, me invita a la lectura, a perderme en la belleza de las palabras de otros, en los universos que concibieron para ampliar la visión del sentimiento. Las melodías flotan en el ambiente, se deslizan por el aire, atravesando la oscuridad, ignorando la felicidad que implantan, la tranquilidad que transmiten. Oigo, tras de mí la gran voz de Bryn Christopher, buscando una respuestas a las esencias de la vida, de nom plus ultra que se arraiga en el corazón, y la relajación ha tomado asiento en mí. Me conmueve esta canción que acompaña y destrona los ruidos que pretenden establecer el caos. La música reblandece la coraza que deja al descubierto la sensibilidad, que nos hace vulnerable y hasta llega a doblegar la voluntad.
            Esta no luz de noviembre llega preñada de presentimientos, de hermosas advertencias que se consumarán así que pasen unos días, así que las tardes sigan menguando hasta convertirse en despropósito de la tristeza y nos muestre que el declive de la luz llega a su fin. Viene con el añadido del confort en la cercanía de los amigos, en la amortización de la sinceridad de la amistad, en ese refugio que siempre tiene las puertas abiertas para que penetremos con la desolación y nos devuelvan al consuelo con una mirada, con una palabra, con una caricia que nos sorprende y subyuga, un gesto que es capaz de demoler las más altas murallas de la desazón.
            Esta no luz de noviembre, que embriaga mis sentidos, que emborracha y anega de emociones el alma, que amortaja y parece detener el tiempo, se abre a la esperanza, a devaluación de la fortaleza con la que se manifiesta la amargura, porque despliega la hermosura de la memoria y nos trae el calor de los recuerdos, deshace la angustia porque transmite tranquilidad y nos acoge en la solariega estancia donde toda figuración tiene su proyección. Este compendio de sensaciones –el libro abierto entre mis manos, la música, ahora The Story y Sara Ramírez narrando la fuerza y de la necesidad de los sueños, el vigor ineludible de la lucha interior para convertirlos en realidad- que me rodean establecen las normas para conseguir la tranquilidad espiritual.
            Me gusta esta no luz de noviembre y me gusta recluirme en el calor del hogar, en este claustro por el que pasean, sin prisas, sin celeridad, con parsimoniosa lentitud, las horas que debo a mi soledad, los instantes que nunca me reclaman quienes me quieren y les pertenecen, las miradas que apelan a la justicia de ser devueltas y que vagan, en las ansias del encuentro, por las campiñas del corazón esperando la resolución de este pleito de afecto.
            Me gusta esta no luz de noviembre porque convoca mis mejores recuerdos y brillan aún más los ojos de una niña que decidió compartir conmigo su vida, que regocija mi existencia y soporta mis extravagancias y que ayer descumplió un año. Me gusta esta no luz de noviembre porque en su monocorde tranquilidad sobresale la suya y eso calma mi vida.

jueves, 22 de noviembre de 2012

¿¿¿Cómo están ustedeeeeeeeeee???


            Uno no deja de recibir y encajar sustos. En esta vida hay cosas que, por muy repetidas que sean, por mucho que se rijan por las leyes de la madre naturaleza, no dejan de sorprendernos, de asombrarnos, y la mayoría de las veces para adentrar en las cavernas del dolor y extraer las más penosas y dramáticas emociones. Me sublevan aquellas que nos intentan sustraer la mejor época, la niñez que nos marca y define para la eternidad. Se obstinan en intentar oscurecer los pasajes más hermosos de la existencia. Todos llevamos dentro el niño que fuimos, esa ingenuidad y timidez que nos descubre al mundo. Me desperté la otra mañana con la increíble y nada probable  noticia de que había fallecido MiliKi. ¡Valiente falacia! A estas alturas de la vida intentan desposeernos de las únicas verdades que nos sostiene, de la fantasía que nos defiende de la realidad y nos aporta las suficientes argumentos para sobrevivir en esta vorágine de mercantilismo y somnolente mediocridad. Los genios no mueren, se transforman en materia imperecedera y pasan a habitar en los fértiles valles de la imaginación, en la memoria clara y azulada que procura la pervivencia de los niños, que nos mantiene asidos en la inocencia.
            Hay que destronar la alevosía que intenta perturbar los recuerdos, colorear la primera imagen que nos restituye al tiempo feliz, a las horas muertas de una sobremesa, de silencios y estupor, de esquivar la canícula que nos atormenta embelesados con e grito que nos convocaba a la librar la batalla contra el aburrimiento, contra la desidia y el espesor de los bostezos. Eran cuatro, como émulos de la canción que alteraba nuestra serenidad y nos convocaba a canturrear los encuentros de don Pepito y don José, estos payasos que continúan alegrándonos la existencia, aun en la diáspora de la conciencia y el tiempo, aún cuando los años nos certifique en la alegría de la vida. Eran cuatro estos mosqueteros que blandían las armas de la ilusión y nos alejaban de cotidianidad, cuatro payasos –cuando este término engloba y atiende la mejor de sus acepciones y no a la paupérrima que habría que adjuntar a la personalidad de algunos que yo me sé - que nos convocaban frente a la vieja pantalla del Vanguard, el televisor que nos abría visiones del mundo en blanco y negro y reflotaba nuestra imaginación hasta límites insospechados, y el suelo del salón transformado en tribuna de un circo eventual, atentos a la pregunta que respondíamos coralmente. ¿Cómo están ustedeeeeees? Y un estruendo infantil anegaba la estancia revelando, en el grito, la inocencia y el sentimiento de la infancia. Como si nos escucharan contestábamos, casi desgañitándonos, desfondando todo el caudal de la voz, ¡¡¡¡¡Bieeeeeeeeeeenn!!!! Y la alegría y la mejor diversión se asentaban en el ambiente, y las risas eran epílogo a las payasadas de los artistas. Nos crearon un mundo de diversión y canciones que marcaron, musicalmente y con parodias inolvidables, aquel tiempo donde, y a pesar de las tonalidades grises, descubrimos la felicidad. Gaby, Fofo, Miliki y Fofito. Ahí están, erguidos en los pedestales de la historia que nos envuelve, retornando y asiendo sus instrumentos musicales, la trompeta, el acordeón, el piano, concitando la atención de millones de miradas resplandecientes, estrellas de un firmamento donde se diluyen las leyes cuánticas para instaurar el cosmos de la alegría, mientras una gallina, flemática y famélica, no cesaba de poner huevos, o Susanita tenía un ratón campeón de ajedrez, o promulgaban y enseñaban los principales valores del hombre: la familia, la amistad y la educación, la belleza de la vida frente al horror de la incapacidad del ser humano para ser bueno con sus semejantes.
            ¿Cómo va morir aquel artífice de la alegría, aquel mago capaz de sacar de la gorra la mejor de las sonrisas y tallarla en nuestros semblantes? ¿Cómo se pueden escanciar las sonrisas que se grabaron en las marmóreas paredes de la memoria? Ayer se confabularon los hados de las noticias para pregonar una verdad a medias, para divagar en las erróneas percepciones de los intereses del mundo. Ha muerto Miliki, proclamaban los titulares de los principales tabloides del país, vociferaban los altavoces de las radios. ¡Pero cómo va a morir Miliki, miarma! El fallecido es Emilio Aragón Bermúdez. Miliki, el payaso de una generación de españoles, de sus niños de cuarenta años, sigue vivo, o no escuchan ustedes su voz preguntando ¿¿¿¿¿Cómo están ustedeeeeeeeeees???

miércoles, 21 de noviembre de 2012

El magno Vía Crucis y la Mirada del Gran Poder de Dios


            El Consejo General de Hermandades y Cofradías de Sevilla hizo público, en la noche de ayer, las catorce imágenes que compondrán la comitiva para el solemne y magno Vía Crucis, a celebrar el próximo mes de febrero, como principal acto, con motivo del Año de la Fe que celebra universalmente la Iglesia.
            Hay que destacar la presencia también, amén de las catorce designadas, otras dos hermandades más que participarán con dos su más importantes insignias. La Vera Cruz, con el Santo Lignum Crucis, que curiosamente salió este año presidiendo la estación de penitencia de la cofradía, el lunes santo, debido a la inclemencias meteorológicas que obligaron a la hermandad su salida procesional de manera tan sui generis. La otra es la hermandad del Silencio que aportará su cruz de guía para ir señalando el comienzo de cada una de las estaciones que conformarán este piadoso acto.
            Hay un hecho, a referir, que descubre la idoneidad de la elección de las imágenes. El Consejo, auspiciado por las recomendaciones de la Iglesia Diocesana, ha apostado a caballo ganador designando a dos devociones que traspasan el umbral de la capitalidad; más aún, me atrevo a decir que sus figuras se elevan en la querencia universal. Al Dios de Sevilla y de Triana. El mismo hombre que apacigua nuestros espíritus desde San Lorenzo y el que nos eleva, desde el tormento del último instante, a la mejor condición de la humanidad.
            Las trascendentales figuras surcarán las calles de la ciudad entre el palpito emocional de decenas de miles de devotos. Dios caminando para repartir sus bendiciones; Dios que exhala el aliento que da fuerza a quienes lo asumen. El Señor camina al encuentro desde San Lorenzo para hacer fuertes a los que constantemente decaemos por los avatares de la mundana existencia. El Poder del Misericordioso anegando el alma, El que es dueño y señor de la Bondad rasgará las entrañas de esta tierra, con el arado de su cruz, para inocular la semilla de la Gran verdad en la aridez de nuestras almas. El Señor del Turruñuelo, abarcando toda la grandiosidad de la oración, que es la mirada perdida de los trianeros, en ese arco que delimitan sus brazos abiertos, como un horizonte donde se adivina el horizonte salvífico de los hombres y que  transforma la angustia de su último aliento en el bálsamo redentor que mitiga el constante ahogo del hombre.
            Concitar estas dos grandes devociones, en el mismo acto, es un hecho extraordinario que quedará prendido en el mejor recuerdo de los sevillanos. Un hito imborrable y un acierto de quienes han tenido la responsabilidad de la nominación, por más que se mantuviera la certeza de su participación en el mismo.
            Si hay algo que reseñar en contra es el modo en el que se trasladarán, pues se portaran en las andas en las que procesionan en la Semana Santa, con todos lo personajes secundarios, algo que gravará, a las ya de por sí sufridas mayordomías de las Hermandades participantes, en unos tiempos en los que priman la escasez y la necesidad. Cierto es que se habrá intentado acercar la iconografía al misterio que se presente en cada estación del Vía Crucis, pero cierto es también que el acto podría haberse restringido al traslado en andas, sin tener que efectuar grandes trabajos de tramoya, sin magnificentes altares que cobijaran a las Sagradas Imágenes, sin la parafernalia estridente con la que a veces nos jactamos. Hubiera bastado delimitar los espacios donde situar las Imágenes, y hubiéramos dado ejemplo de la austeridad que se nos requiere desde cualquier instancia política, social o eclesiástica. Hemos perdido una oportunidad extraordinaria de predicar con el ejemplo, de evitar las censuras que se verterán, por mucha austeridad que podamos o queramos rodear los traslados, desde los foros de los descreídos. No recrimino, no soy nadie, ni los fastos no los esfuerzos delos hombres que procuran ofrecer mayor gloria a Dios y a su Bendita Madre.
            Ni al Señor ni al Cachorro le hacen falta más oropeles que la intimidad y el bisbiseo de unas oraciones que resbalan de unos labios o la sonoridad de unas lágrimas que se despeñan por las laderas de unas mejillas. Son Dios Hombre sencillamente y no necesitan nada. Su virtud radica en el mensaje que transmiten, en las sensaciones espirituales que provocan solo con poder estar cercar, observando como el Ser Supremo, hacedor de todas las cosas,  se transfigura en sus cuerpos, como se nos presentan con la cruz a cuesta o con las órbitas de sus ojos enseñándonos el paraíso. Ellos nos enseñaron y guiaron el camino por donde se llega a la Fe.

lunes, 19 de noviembre de 2012

La fortaleza del manque pierda


            Son demasiados años de idilio, demasiados unidos en esta relación. Hemos sufrido tanto que hemos aprendido a querernos y no somos capaces de vivir el uno sin el otro. Hemos glorificado los días hermosos en los que la dicha y la fortuna nos sonreían. Son demasiados momentos los que hemos compartido, los que hemos disfrutado, para que ahora, a la menor adversidad, nos mostremos rencores. Ni tu ni yo somos seres resentidos, muy al contrario, nos han fortalecido todas estas experiencias. No es preciso resaltar que estamos fundidos por una pasión trascendental, que los lazos que nos atan son las cadenas del amor y que  a veces, como en toda relación, nos hemos visto sorprendidos por reacciones inesperadas de ruptura, pero solo eran rabias propias en el desahogo de la pasión.
            Demasiados años, ¿verdad? Y sin embargo continuamos acrecentado esta unión. Y eso que han intentado romper nuestras cadenas en muchas ocasiones. Pero somos indestructibles porque hemos fundido el más valioso metal en la fragua del corazón para construir grilletes de emociones, eslabones que han ido configurando un cordón de sensaciones únicas, turbaciones que nos hacía enloquecer de alegría o enturbiar la sinrazón en los peores momentos de tu existencia.
            Desde que nos conocimos, yo era una intuición en dos miradas que se cruzaron  y ya fluía en el éter el sentimiento que me esclavizó a tu querencia, nos hemos cuidado mutuamente, correspondiéndonos en el amor, sin divagaciones, con la certeza de sabernos ungidos por la verdad y la emoción. Nunca, nunca nos hemos engañado. Yo sabía de las dificultades que comprenden las travesías por los desiertos, esa diáspora por los campos donde solo es posible la desesperación, las montañas que se interponían en la visión y alargaban las sombras. Pero también sabía que las columnas que fundamentaban y sustentaban tu razón de ser, se levantaron en el albor de la ilusión y la esperanza y que siempre hay una luz, para enseñarnos el camino, al final de cada trayecto. Siempre hemos coincidido en la aseveración de esta dificultad por eso el cariño no nos ha relegado a la incredulidad de otros muchos que no pueden comprender como, aún en la peor de las derrotas y tras los primeros momentos de desconcierto, podemos alzar el galardón de una sonrisa, atravesar los espacios donde habitan las peores miserias y elevar el galardón de la alegría.
            No nos importan ni las malas palabras ni los gestos groseros. Nos han hundido y nos hemos levantado, hemos sanado las heridas y nos hemos enfrentado al destino con valentía, siempre mirando al horizonte, como los guerreros de Esparta, sin miedo porque sabíamos que nos esperaba la ventura, el reconocimiento a la gloria en el Olimpo donde reinan los dioses que nos avalaron, que nos concedieron la gracia y la protección de un escudo fundido por el sol en donde los tartesos ya proferían, como un grito de guerra, su amor a la tierra que observaban, al río que les daba la vida, tu nombre dulcificado y transmitido por las generaciones. Trece columnas para sostener nuestro corazón, la devoción ultra filial que nos aturde y nos alegra. La alternancia del albor y la esperanza, siempre la esperanza como hito salvífico.
            Será locura de amor, pérdida de la razón en el vaivén de las emociones. Este vértigo de la condición bética es el mejor certificado, la mejor y más clara constancia, de sentir la vida en toda su grandeza. Sufrir y gozar y volver sufrir. ¡Qué nos va a importar llorar! Los sentimientos ennoblecen a los seres humanos y hasta nos fortalecen el espíritu. Hemos perdido una batalla, hemos caído en el fragor de la contienda. Nos han herido. Seguimos viviendo y nos quedan fuerzas para continuar enarbolando el pendón verdiblanco, para retomar el escudo y reforzar esta magnificencia, esta idiosincrasia única. Aquí estamos. Seguiremos alentándote, llenando los espacios con tu nombre, sin ruborizarnos por haber caído. Alzaremos las banderas, ondearemos lábaros para pregonar la leyenda que recorre el mundo entero, para refrendar que todo lo grande viene precedido por lo menor y reanudaremos el camino con nuestra frase en los labios, la que nos hizo grandes, la que no lograron disolver ni los peores vientos. Vengo a refrendar mi idilio, a darte las gracias “viejo amigo”, a sentir cómo el aire se enorgullece cuando lo taladra con el grito de “viva el Betis manque pierda”.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Soy un hombre afortunado


             Me siento un hombre afortunado. No tengo mayor riqueza que mis ideas, mis vivencias y la gente que me rodea. No tengo más caudales que la pasión y el amor. Me sigo sintiendo un hombre afortunado aunque la tristeza anegue estos días mi corazón, aunque la nostalgia se manifieste ante el más pequeño de los gestos se me presentan y remueva mi sangre hasta reconvertirse en dolor. Sigo adelante en mi diaria lucha contra los elementos económicos y aunque me ahoguen, aunque intenten sepultarme tengo la dicha de saberme afortunado.
            He comprendido, de golpe pero sin traumas, que hay momentos en la vida en las que tomar decisiones, verter todo lo que ennegrece el espíritu en el lodazal del olvido e intentar comenzar empresas nuevas. Hay siempre un sol resplandeciendo en el horizonte, una luz que alumbra nuestro camino, que lo ensancha o lo ajusta a nuestras necesidades de felicidad. No puedo separar estos sentimientos que manan con tanta fuerza de la fuente del alma. Soy incapaz de contener estas emociones que oscilan entre el dolor y la alegría. Uno quisiera que la vida fuera un sueño y despertar en los momentos de aflicción, tal vez una secuencia cinematográfica o un capítulo de una novela, ser Unamuno para poder determinar, en la sujeción de la conciencia, el desenlace de la vida de los personajes, Los recuerdos a veces afilan las hojas de sus cuchillos para perforar el sentimiento y blanden sus incisivas armas para detener la gloria y la dicha, para hacernos desistir del olvido.
Este dolor que atraviesa los sentidos nos hace también sentirnos vivos. Este dolor nos curte y nos fortalece, ahonda en la sensación vital y nos comprender mejor la felicidad. Soy afortunado porque tengo un enorme bastión donde apoyarme: en la fe. Estoy convencido, plenamente convencido, de la existencia de una vida superior, de un lugar donde acuden las almas buenas, los seres queridos. Tengo la enorme suerte de plantearme la existencia desde la Esperanza, una fuerza que me sustenta y me procura felicidad. Suerte de mantener mis recuerdos con todo su vigor.
Fue un jueves santo, en esas horas en el que el aire comienza cortejar las murallas, esas que pegan dentelladas en el cielo, a acariciar con inusitado primor las arboledas que sirven de escarpias para fijar las emociones que acontecerían en pocas horas. Los presagios de la felicidad corrían para aposentarse en los confines de un templo donde todo esplendor, donde toda magnificencia se concentra en una mirada. Mi padre, mi hermano y yo nos dirigíamos al lugar donde se resguardan las vivencias de nuestros ancestros, de los antepasados que inocularon el rito que nos hace fuertes, aunque entonces aun no mantenía ninguna certidumbre de aquella constancia. Los tres con nuestros hábitos penitenciales. Los tres con una ilusión inquebrantable para cumplir con la lealtad de nuestros sentimientos, a fijar toda la religiosidad popular que nos confiere pertenecer a la hermandad de la Macarena. Mi padre y mi hermano preconizando la ventura que se extendería por las barreduelas y calles como una inmensa marea, altaneros y jactándose de la elegancia de sus merinos y terciopelos, esas catedrales de telas que figurara el genio de Rodríguez Ojeda y que nos aíslan en las meditaciones durante la estación de penitencia, y yo con el mío, con mi camiseta, el costal y mi faja. Sería mi primera madrugada como costalero en el paso del Cristo de la Sentencia. No cabía en mí, ignorando lo que en el futuro significaría, la importancia con la que dotaría mi vida. Pasaron las horas y pronto la mañana vino a remozar las oscuridades, tornando el lienzo universal en turquesa y luego un radiante y magnífico azul inmaculado. La experiencia me iba engrandeciendo el alma. Mi Cristo fue confiriendo y grabando en mi alma unas emociones desconocidas. Compartir el trabajo, aunar el esfuerzo, coordinar las mecidas, un inmenso compañerismo que refrendaba el mejor titulo de hermandad, fue anegando mi ser, fue abriendo nuevas perspectivas, nuevos conocimientos sobre el amor. Bajo las trabajaderas adquirí la fuerza de la fe. Este preludio de desbocadas sensaciones, esta cascada de satisfacciones, transgredió los límites de la razón y fortificó mi ser con el poder de la Fe, esos cimientos que nos abren la mente para comprender la necesidad de acercarnos a Dios. Durante diecisiete años fui sus pies para guiarle por las calles de esta Jerusalén occidental. En aquellas hermosas galeras, que nos encadenaban a la mirada del Hombre que asumió la Sentencia de toda la humanidad, descubrí la fraternidad, surgieron amistades que transformamos en familiaridad y el Señor de la Sentencia pasó a formar parte esencial de mi vida. Ante Él, del brazo de mi madre, me casé, a Él me encomendé en los momentos de dificultad y nunca me falló. Sus ojos tienen perpetuada la primera visión de mi hija, a Él  acudo para agradecerle cuanto de me sucede y ante Él me postro para que fortalezca mi alma en los peores momentos. Sin Él mi vida sería otra. Y ahora es el sustento que me mantiene en esta aceptación de las leyes vitales. Él me conduce a la Esperanza y ahí deposito mi legado. En aquella enraicé mi devoción y ésta ha sustentado mi Fe. Fui su costalero. Y ese sueño, mi Señor de la Sentencia, me permite seguir en pie. Soy un hombre afortunado.