No entiendo sinceramente la actitud de
algunos grupos de hermanos que conforman colectivos en las hermandades, que
además por lo general suelen ser los más numerosos. En torno a las devociones
se han ido aglutinando una serie de personajes que han configurado nuevos
espectros en el panorama cofradiero, unos estadios distorsionados del verdadero
sentir, de tal forma que se han tergiversado algunos de los términos
principales que nacieron de los sentimientos y la sentimentalidad, en el apego
y el respeto a los Sagrados Titulares.
Algunos precursores de las llamadas
entonces cuadrillas de hermanos costaleros sufrieron incomprensión y lucharon
con denuedo para poder reunir el número necesario con el que completar, al
menos, las diferentes trabajaderas del paso. Sé de algunos, que listado en mano
de los más jóvenes de los Hermanos, fueron visitando los domicilios
particulares para exponer y solicitar la inclusión en la cuadrilla de
costaleros que la susodicha Hermandad iba a conformar. En algunos hogares
fueron despedidos con cajas destempladas por aquel atrevimiento de intentar envilecer
la condición de los niños o, como fue en
mi caso, ultrajar la secular tradición de vestir el hábito nazareno, en la
Madrugada del Viernes Santo. Tal vez, esta respuesta de mi madre venía
condicionada, por los sacrificios que había realizado aquel año para poder
realizar mi nueva túnica, el ropón penitencial que estrenaría durante la
estación de penitencia, y mi escasa insistencia apoyando al emisario de la
juventud macarena se derrumbó vencida por la ilusión del rutilante estreno.
Aquella túnica sirvió luego para que mi hija la portara en la primera madrugada
en la que las mujeres formaron en filas nazarenas de nuestra Hermandad.
Aquellos románticos esfuerzos tuvieron
su fruto y un grupo de jóvenes fueron portando a sus Sagradas Imágenes. Eran aquellos
históricos momentos donde el cansancio se vencía con la ilusión desmedida,
donde el esfuerzo mecánico y físico se suplía con una tremenda alegría. Cada
cual soportaba el peso que le correspondía, apretando los dientes y encomendándose
al Señor o la Virgen de sus amores y si acaso algún compañero mostraba flaqueza
en el menester, se le ayudaba en el duro tránsito. Bajo las trabajaderas
nacieron amistades sinceras, que aún permanecen enhiestas, descubrimos que el
esfuerzo común aunaba los sentimientos, que el resentimiento no tenía cobijo
bajo los faldones que igualaban las condiciones sociales, pues lo mismo un costero
era auxiliado por su fiador que pertenecía a la aristocracia, o un médico
pasaba la mano por detrás de un estudiante, todos aprendíamos de todos, y
descubrimos el verdadero sentido del término Hermandad y hasta para algunos fue
la tabla de salvación a la que se aferraron para cambiar sus destinos.
Por eso me cuesta comprender algunas
situaciones actuales. Algunos han implantado la distinción entre compañeros, porque
ello le facilita algún interés o proyección en el seno de la Hermandad, hay
falta de humildad y sencillez, cualidades que han sido rendidas en demérito de
aquella primera fraternidad. El ámbito de relación se concentra en la
proximidad y la mayoría se desconocen. La casi profesionalización de las
cuadrillas ha traído parejo un nuevo fenómeno cofrade, un enjambre que sólo se
solidariza cuando hay que reunir votos o mostrar la disconformidad a la Junta
de Gobierno de turno, en muchos de estos casos manipulados por gente extraña al
mundo del costal que utiliza sus contactos para derrocar el poder establecido o
para instaurar un nuevo orden, que normalmente nunca es nuevo.
Las cuadrillas de hermanos
costaleros han de estar al servicio de la Hermandad, de las necesidades
perentorias que aglutina su vida interior y participar de ella con abnegación.
No comprendo aquellos que han instrumentalizado el sentimiento para desvirtuar
el origen devocional y convertir la estación de penitencia en algo carente de espiritualidad,
en una afición poco menos que deportiva. Han guionado unos baremos de
comportamiento, aptitudes y actitudes y fuera de ellos, quien no los entienda y
comparta así, es un proscrito, un elemento cuando menos raro.
La ausencia de gran parte de la
cuadrilla de costaleros de la Hermandad de la Soledad de San Lorenzo durante un
ensayo –no sé sí premeditada o fortuita tras una escalada de casualidades- no
es más que la corroboración y la manifestación del cambio sustancial que
venimos experimentando en los últimos años donde se han establecido poderes que
pueden tergiversar el verdadero y único sentido que tiene ser hermano costalero. Si no habrá que
buscar una denominación menos sentimental a quienes se dedican a portar pasos, o
reclamar alternativas que los desvinculen devocionalmente. Y no pasa nada.
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