Ya está consumado el tiempo de la espera, ya hemos
conseguido alcanzar la cima donde anclamos el estandarte del ensueño, ya hemos
recuperado el momento que dejamos dormir en el espacio de la memoria, en ese
estadio donde hibernan las horas vividas, para que se nos presenten con el
ímpetu de la actualidad más radiante. Ya nada podrá arrebatarnos la ilusión que
hemos venido enarbolando durante estos últimos días, durante estas vísperas que
son la antesala del gozo o en la delirante locura de nuestro sentir, son
delectación misma. Vivid como habéis soñado y soñad lo que vais a vivir, no
restrinjáis la alegría y consumad toda la satisfacción de saberse poseedores de
la más grande virtud que nos fue concedida. Retomad en estos días la infancia
que guardáis en el cajón de la existencia, descended por la rampa de la
nostalgia y oíd cómo retumban el peso de los años, cómo regresan aquellos otros
con los que cruzabais vuestras carreras, en una competición de algarabías en la
que siempre vencían los sueños por bajarla con una palma en la mano y venciendo
el calor del mediodía del Domingo de Ramos, cómo ascienden las voces infantiles
atravesando las grietas de la madera, desempolvad
la sensación que se atesora en el recuerdo del entrañable abrazo que
compartisteis con aquel hermano de devoción cuando la comitiva regresó al
templo tras efectuar la estación a la Santa Iglesia Catedral, de ese cofrade
que siempre reconoces en los momentos previos a la salida y participáis juntos
de la penitencia que creéis os distingue y no es sino la unción de la nueva
realidad de la que seréis protagonistas durante unas horas, de la transmutación
de los siglos que va impregnando vuestro hábito penitencial hasta desangrarse
por el caudal de los sentimientos durante el andar nazareno.
Ya está consumado el tiempo. Son los presagios, las acontecimientos
heredados los que nos abordan para descubrir los mismos cielos que entoldan y
cubren este templo en el que se transforma la ciudad, este proscenio donde se escenifica
el mayor acontecimiento de la historia, el hecho más importante y relevante
para el género humano, la mayor entrega de amor del Padre para la redención de
sus hijos. Tomad las calles sin miedo que en ellas se encuentra nuestro legado,
en cada esquina se esculpe un versículo testimonial de nuestra fe, a menudo rehilado
con un soneto o una décimas que
glorifican siempre la serenidad del Señor ante el destino marcado o la excelsitud
de la gracias Virginales que brotan del rostro de María; buscad las palabras
que vienen con la brisa de la tarde a dictarnos los salmos populares que elevan
el espíritu al estadio de la conmoción, la locuacidad de la luz que atraviesa
la tarde, como dardo inesperado e intangible capaz de revolucionar el sosiego, para
iluminar la proclamación de inocencia del Cristo que viene arropado por el
clamor de la gente de su barrio.
Y si sois capaces de taladrar los muros
devocionales, de asaltar las cercas de la emoción, de derribar las murallas que
se izan con un rosario de miradas, con el adobe de las lágrimas que resbalan
por las viejas paredes que demarcan los puestos de verduras, de carnes y
recovas que hay entre la Encarnación y la calle Feria, buscad su mirada y
descubrid cómo se culmina la gran obra de Dios, cómo se os presenta su mensaje
salvífico. No temed ni al gentío ni a la estrechez, ni a la falta física de
espacio, no sorteéis la oportunidad que os brinda la Divina Providencia de
contemplar su único y verdadero rostro, una tez que es capaz de recoger las súplicas
que llevan penas, las adversidades, las desgracias, los infortunios y transfigurarlas en alegrías.
Asediadla con vuestras oraciones, lanzadle las proclamas
de vuestras peticiones y si acaso advertís que su gesto os nubla la vista es
que habéis obtenida la respuesta, que habéis sabido interpretar las palabras
que han brotado de las cuencas de sus ojos, que su entrecejo ha proferido el
mejor de los discursos, la perorata que es capaz de convertir nuestro ego en
sumiso esclavo de su Gracia. Buscadla y hacedla vuestra y convertiros en
propagadores de la Esperanza.
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