Si alguna vez has cruzado los
límites de las sombras para inmiscuirte en la gloria de la luz es porque habrás
transitado por la plaza de San Lorenzo y has escrutado, apartando el esterón que
sirve de celosía conventual, en la estancia donde habita el que todo lo puede
para buscar la tiniebla de sus ojos, esa vista henchida de fuerza que procura
temblores en el alma si acaso somos capaces de mantenérsela durante unos
segundos. Son los ojos que advierten de la pesadumbre y de la renuncia, que avisan
del poder sobrecogedor al que todo hombre quiere a ferrarse para huir de las miserias mundanas, para obviar las secuencias de las falsedades y las maledicencias.
Son los ojos que anuncian la grandeza que se oculta en la razón y que revelan
la nueva dicha, la alegría que procuran en la cándida observancia de aquella
mujer que se te ha adelantado, que te ha apartado y ha corrido hasta sus mismas
plantas, porque lleva una urgencia que ignoramos, que intuimos, y que sabe que resolverá
apenas alce su rostro.
Si alguna vez percibes que has sido poseído
por el deseo extraordinario de glorificar tus días, de dar gracias por cuanto
se presenta ante ti, de gratificar el espíritu con el bálsamo de la oración, es
porque has pisado el mármol que sostiene el eso de los pasos de las
generaciones, de los hombre y mujeres que también discurrieron por el mismo
camino, con la misma ansiedad que sientes en tí ahora, por el sendero que nunca
aprecias y pasa desapercibido porque vas inmiscuido en el anhelo del encuentro,
en la precariedad de la pequeñez del ser que sabe que se va encontrar con Él, y
que ya la vanidad humana, la presunción y el engreimiento serán arrancados por
la tiniebla de la luz, limpiando los pensamientos y agrupando los parabienes por
los ojos que te han escrutado y te han vuelto administrar el sacramento de la
humildad, la comunión con el Hijo del Padre, una metástasis que viene a descomponer
los males para imponer la Verdad que creías ausente.
Si alguna vez has sentido la
necesidad de reencontrarte con la memoria, con la recuperación del tiempo en el
que eras guiado e instruido en el entendimiento de la vida, en la grandeza de
la existencia a través de Dios, de recuperar el tacto de aquellas manos
curtidas, que se asían a las tuyas hasta fundirse en una sóla, que temblaban al
persignarse y que transmitían la emoción hasta hacer parpadear tus sentimientos,
es porque te has visto engullido por el rostro que esconde el mejor de los
candores en su crudeza, que desarbola el tiempo cuando sus grisáceos ojos te
formulan la pregunta sobre tu presencia, cuando confrontas la dulzura que se
rebela bajo el martirio de su tez y eras incapaz de comprender que la lágrima
que rueda por tu mejilla no son más que las palabras de amor que acaba de
pronunciar y que han mortificado este instante porque han abierto las llagas de
la culpabilidad que creías cicatrizadas y que todavía supuran porque has venido
a oír palabras del consuelo que eres incapaz de cruzar con tus hermanos, porque
has venido a obtener perdón y te has encontrado con la recriminación por ignorar
las súplicas de quienes creías te habían ofendido, porque venías vencido por el
vacío y te has visto desbordado por la verdad que exhalan, hasta deslumbrar, de
los ojos grises que todo lo ven, que todo auscultan.
Si alguna vez te ves atravesado por
un halo de misterioso júbilo es porque acabas de abandonar la casa donde reside
el Hombre que siendo Dios tomó una cruz y la cargó sin dudas, el Hombre que
siendo Dios no mantuvo ningún titubeo en cambiar su vida por hacer mejor la
tuya, el Hombre que siendo Dios enarboló la enseña de la humildad para proveer
a sus hermanos de una existencia cimentada en la bondad y en el amor, el Hombre
que siendo Dios ninguneó los poderes humanos y elevó salmos y alabanzas a la
verdadera grandeza del Padre.
Si alguna vez te vistes en la
necesidad de entrar en su casa, aún habiéndolo negado tres veces, porque
llevabas el rostro estigmatizado y compungido por la pena y saliste radiante y
sonriente es porque encontraste tu sanación en aquellos ojos grises y supiste
mantener, en la intemporalidad inmensa que se retiene en un segundo, la mirada
al Señor del Gran Poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario