Ayer volvieron a dar la nota.
Gracias a Dios se prodiga este espíritu para disfrute de los sentidos y sus
sones volvieron a llenar los espacios del universo macareno, ese cielo donde
cohabitan la Gracia dirigida por Dios a los humanos y el Dios que quiso
encarnarse en Hombre y auspició la redención desde la humildad. No es fácil
concentrar tanta hermosura. Son estas cosas que convergen en la locura cuando
se mezcla la divinidad y el sentimiento, la belleza y la deidad, lo
sobrenatural recogido en ese entrecejo que es capaz de conmover los más sólidos
cimientos de la fragilidad humana y la musicalidad que brota del esfuerzo y la
dedicación, de la entrega amorosa y la recepción que se enclaustra en el
corazón con sólo y único conocimiento de saberse acogido en la retina del
Señor. Para los legos en estas materias artísticas, entre los que me incluyo, supuso
la consagración del sentir de la gente que busca respuestas en la mirada
inocente del Reo, en la serenidad del semblante de este vecino que asume su
condición humana para asumir el gran reto de la Salvación de los hombre, de
este Dios de la Macarena que es capaz de transgredir los límites de la Basílica
para incrustarse en el alma de estos jóvenes, de conferir unos nuevos conceptos
teologales tan sólo por oír la sinfonía de oraciones que surgen de sus cornetas
y tambores.
Ayer retornaron para cumplir con el
rito que establece la evocación, esa memoria de la emoción que transmitieron
los que le acompañan siempre, artífices y protagonistas principales que restan
horas al ocio y al tiempo libre para que sus vástagos proclamen hoy la ofrenda
de estruendosa armonía a la devoción de sus mayores, los que sienten correr por
sus venas esa misma sangre que ahora riega de emociones todos los rincones del
templo que guarda el gran mensaje, que retiene en las hojarascas de sus
altares, en el labrado de sus enseres litúrgicos y en el repujado argénteo de
la ventana del cielo, por donde asoma cada mañana la Madre de Dios, la gran
manifestación del amor. Es el desprendimiento filial que galopa sonoramente por
los espacios que van conquistando al silencio, que esparcen en la inmensidad de
la gloria donde han instituido el estrado desde el que muestran el orgullo que
provoca saberse antecedente de la locura, de la denostación de la realidad que se ve sorprendida por una nube
que la desenfoca y que luego humedece y abona los campos de una mejilla para
que florezca el reconocimiento afectivo que sólo es posible desde la paternidad.
Ayer cuando toda la musicalidad marcial
de estos pequeños pretores anunciaban su presencia en las inmediaciones de la
vieja puerta, por la antaño entraban los reyes y ahora la sobrepasa la siempre
bienaventurada Virgen, para aventar a los cielos de la ciudad el caudal de su
Esperanza, ya estaban ellos aireando pétalos, removiendo el aire con sus
proclamas, alfombrando el marmóreo atrio con las emociones que pendían de sus
ojos, para poner en conocimiento del expectante pópulo que se aproximaban sus
vástagos, que las melódicas sonoridades ya nos acercan a la argéntea claridad de
Selene imponiéndose en el firmamento para pleitear con el azogue de los luceros,
al escalofrío que se descubren en las primera horas de la madruga, al mensaje
que van entonando estos heraldos de las emociones que están por presentarse para
anunciar la ventura del tiempo, del que es y del vendrá.
Son el adelanto de la alegría, el
anuncio de la victoria de la vida sobre la muerte, de la verdad sobre la argucia,
de la justicia sobre la iniquidad. Son el avance glorioso que mantiene enhiesto
el pendón de la Esperanza. Llegaron los sones de la banda Juvenil de la
Centuria reflejando ilusión, mostrando la alegría del sentir de la gente de la
Macarena. Llegaron, vieron y vencieron. Tras ellos sus mentores, los padres y
madres que hacen posible el milagro. ¡Gloria ellos! ¡Gloria a sacrificaron sus momentos
para exultar nuestros sentimientos!
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