Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

jueves, 31 de mayo de 2012

Un chaval del Polígono Sur


            Ayer se presentó, en la Hermandad de la Macarena, la película Joselito. Sevilla lloró con la Macarena. Es una película inusual, que contiene imágenes documentales sobre la vida del malogrado matador de toros de Gelves, con imágenes de faenas, de momentos de su vida como torero, de su entronque con la evolución de este hermoso y valeroso arte, por más que algunos se obstinen en querer denigrar su capacidad creativa y vulgarizar la Fiesta como un mero y violento espectáculo del maltrato del animal. Joselito es la confirmación de la paridad de oportunidades vitales que se dan el ruedo durante la corrida, sin especulaciones sobre la racionalidad del hombre sobre la fiereza del toro, y la evolución que proporcionó con su preclaro entender de la lidia, colocando la fiesta en la modernidad.
            Pero el films no es un relato lineal de su gloriosa y corta vida, sino que profundiza en la faceta más humana, más sensible y desconocida, del maestro. Este documental dramatizado, en el que han participado actores no profesionales, que tiene un magnífico guión elaborado por Juan Antonio Cuevas, ahonda en la figura desconocida del torero como filántropo, como benefactor y protector de las causas de los menos favorecidos, creó una beca para la formación de un maestro de escuela que no tuviera recursos, fomentó e impulsó económicamente el sostenimiento de la mutua para toreros retirados y sus familiares, erigió la plaza de la Monumental en nuestra ciudad con el fin de hacer posible la asistencia de aquellos aficionados que no tenían recursos, ayudó a la Iglesia en sus obras de caridad y fue principal benefactor de la Hermandad de la Macarena. Pero sobre todo es una crónica social de la Sevilla en las dos primeras décadas del pasado siglo XX. José Gómez Ortega es el entronque para mostrarnos los usos y costumbres de los sevillanos de la época, de los años en los que la fiesta del toreo concitaba las mayores expectativas populares y los diestros rivalizaban en los ruedos, aunque entre ellos, y fuera de los cosos, privase una gran amistad. Especial y significativa pugna mantenía con Juan Belmonte, quien fue su gran amigo y un especial y devoto admirador de la artes del torero de Gelves. Belmonte, cuando recibió la noticia del desastre de Talavera, “hasta en éste me ha ganado. Hasta en esta gloria me ha superado”.
            Pero lo especial y relumbrante de esta producción es que ha sido ejecutada por los alumnos del taller del Centro de Audiovisuales del Polígono Sur, una empresa que mantiene como fin la reinserción social de los jóvenes de este barrio sevillano. Ahí radica la importancia de este proyecto. Podremos enjuiciar la obra artística de una u otra manera, atrevernos a efectuar una crítica sobre la interpretación o sobre las técnicas cinematográficas empleadas, pero no podremos poner en un brete el importante trasfondo social que lleva consigo.
            Antes de iniciar la proyección se realizó una breve introducción, que condujo magistralmente el periodista de la cadena Paco García, en la que participaron los productores, que ofrecieron una pormenoriza exposición sobre la película, y uno de los alumnos del referido taller. Rafael, que así se llamaba, se presentó a quienes abarrotaban el salón de actos de la casa Hermandad de la Macarena, como “un chaval de la barriada del Polígono Sur” que había descubierto, acudiendo al taller, una alternativa vital a su entorno, una salida a la exclusión a la que estaba predestinado, y lo que es  más importante, atisbaba un horizonte lleno de ilusiones. Este sí que fue el gran éxito de esta película, que jóvenes como Rafael se alejen del precipicio y luchen por cambiar el hábitat donde nacieron, por reconstruir el orgullo de su origen, por transformar el entorno de hostilidad con que algunos quieren castigarles. Sus sencillísimas palabras conmovieron al público y le correspondió con una atronadora ovación. Lo que son las cosas y el espíritu de la Providencia. Si Joselito hubiera vivido en nuestros días, estoy seguro que hubiera organizado varios festejos, con los mejores toreros del momento y encabezando él mismo los carteles, para recaudar los fondos necesarios con los que solucionar las carencias sociales y culturales de esta precaria pero hermosa zona de Sevilla y alimentar sus espíritus de Esperanza y que muchos como Rafael tuvieran la oportunidad de dignificar sus vidas y desarrollarlas en sus lugares de nacimiento.
            ¡Qué suene el pasadoble y que se abran las puertas del patio de cuadrillas, porque José sigue toreando en favor de los más débiles!*



*Adquiriendo la película, que sólo cuesta CINCO EUROS, colaboramos con la obra Social por la Transformación del Polígono Sur.

martes, 29 de mayo de 2012

Historia de una fotografía en la Resolana


            Es a veces complejo definir las situaciones porque anexas a ellas se sitúan los sentimientos y entonces suelen entroncar con la mejor espiritualidad para proyectar un estado de ánimo, para revelar las emociones que fluyen del corazón para localizar la felicidad y situarnos en el edén de la dicha.
            Es a veces necesario desasirse, con la brusquedad que nos reclama el alma para saciarse de paz, de todas las miserias, de aparcar las necesidades materiales y desterrar la posibilidad de ser engullidos por la desdicha, que a veces acecha impaciente con el fin de hundirnos en el lodazal del olvido. La defensa natural del hombre ante la adversidad, no es obviarla ni la suplantación de la realidad, es combatirla con denuedo y procurar el avituallamiento de la razón como arma principal.
            En la actualidad, en estos días en los que es imprescindible poseer todos los avances técnicos a nuestro alcance para no caer en una profunda depresión, estar inscritos y participar en todas las redes sociales para ser reconocidos, la posibilidad de establecer estas conductas –enfrentamiento, lucha, victoria- se ha suplantado por las penosas y capciosas facilidades de unas nuevas normas de comportamientos que nos conducen al individualismo, al aislamiento y a la segregación de la personalidad en beneficio de la globalidad, en sustitución del elemento sociativo presencial que prima en los regímenes de convivencia y agrupamientos humanos desde el principio de la institución de las sociedades, con sus jerarquías y graduaciones.
            Tocar para sentir, besar para emocionarse, ver para compartir, experimentar para sentir. Era la humanidad expresiva de la sociedad de nuestros padres, una sociedad paritaria en la costumbre, enraizada en la tradición familiar y vinculada a la apreciación de los valores sobre las miserias humanas, donde prevalecía la premisa de la amistad sobre el fanatismo ideológico. Algún día debieran ver la luz las hermosas historias de solidaridad y fraternidad acaecidas en los primeros días del Alzamiento.
            Debió ser en las jornadas previas a la exaltación del amor en la Macarena, cuando la Virgen refulgió en su mejor condición, en el reconocimiento de los hijos que tanto La quieren, o en las postrimerías de la culminación de los días en los que la gloria se estableció en la ciudad, por las gracias que vienen adjuntas con la proclamación de la universalidad de la Esperanza. En la cal de la fachada hay un pregón que refulge, que remueve la conciencia, una proclama teológica capaz de sustraer la razón y hacerla perder con el poder de la admiración transcrita desde el corazón a la pared, síntesis de las mejores concesiones papales, que se obtienen con el sufrimiento, la entrega y la dedicación que se consumieron en la hoguera de los siglos, en las piras del fervor y la devoción, bulas que adquieren la consideración de excepcionales porque se emitieron en las casas de vecinos de la Macarena, en los cielos que se dibujan tras las almenas y que se rubricaron en el voltear de las campanas que esparcían por el aire el nombre de su Reina, la coronación de la Madre, La que todo lo alcanza, La que siembra con su gracia las huertas que le pusieron apellidos a la grandeza de su advocación. Esta es la mejor sipnósis, jamás conocida, para la conjunción entre la Providencia y el hombre.
            En los balcones las mejores galas de las casas, los blasones son los ornamentos florales que surgen de las macetas, que han sido desterradas de los patios y ventanas para embrellecer la leyenda. Y un primor de la concreción de la felicidad plasmado en el altar central, que destaca sobre el pasillo de honor que han dejado para la contemplación y la sujeción a la eternidad de la fotografía. Ahí está la esencia pura del sentimiento macareno, la magnificencia del fervor popular que supo elevar a la condición de lo sublime el  sencillo, la devoción y el respeto hacia la Madre de Dios, con estos salmos que profieren las sonrisas, el brillo de los ojos, la alegría compartida por saberse ya parte de la eternidad y de la historia sentimental de la Macarena desde el mismo momento en el que obturador se cerró y dejó enclaustradas todas las emociones que estallan en la fotografía. Éste es el verdadero sentir de la gente de la Macarena y la mejor divulgación del dogma de la vida que vence a la adversidad, que supera la tristeza y la necesidad, que se eleva por encima de la distinción de los hombres y los iguala en el candor de su mirada. Todos, en aquellos augustos días de la Coronación Canónica, y ungidos por su gracia, gozan con la grandeza y las bienaventuranzas que irradia, por todos y para todos, la Virgen de la Esperanza.

lunes, 28 de mayo de 2012

El quebranto de las esperas


Entre la muchedumbre que acota cualquier espacio en el templo, esperando el momento, se sintió aislado y solo. Nada podía perturbar sus ausencia, esa sensación de soledad que mantenía. Era dueño de aquel espacio, su único propietario y no estaba dispuesto a deshacerse de él. Ahora era su patria y defendería sus límites con su propia sangre, si fuere preciso.
            Solo y con la única fuerza de la voluntad vio pasar el tiempo, presenció la muerte de las horas con la estoicidad de un héroe. Solventó el cansancio y el agotamiento encomendándose al recuerdo, desplazándose por el éter de la evocación, retornando al camino por donde quedaron la impronta de sus pasos, los mismos que iría recogiendo apenas el culmen de los propósitos se cumpliesen, el reflejo de los sueños revoloteando entre las copas de las amapolas, jugando con la mariposa que se convertía en guía para sus juegos, el surco de las ruedas de la carreta horadando el terruño y signando para la eternidad su presencia en las marismas.
            Un pequeño revuelo le devuelve a la realidad. Hay impulsos que son irreprimibles cuando provienen de la devoción, de la exultación del amor. Es un aviso, un proyecto de intenciones que se presentan por la irrefrenable e incontenible potestad de la devoción, un propósito que aborta la hilaridad esbozada una serenidad a punto de quebrarse también, pero que intenta mantener indemne las líneas del tiempo, el sustrato de la tradición ejerciendo su poder.
            Sigue imperturbable en el reino conquistado. Los roces son extraños adveniemientos de invasión que son inmediatamente repelidos con la oscilación del cuerpo que toma posiciones de fuerza para no ceder ante el impulso usurpador. Es una desbocada sensación que perturba, al que sucede inmediatamente un armisticio rubricado con dos sonrisas y con un viva a la Virgen que alguien ha lanzado providencialmente al aire, que ha traspasado las lindes de la confrontación con la euforia, y ha servido para sedar el ímpetu incontrolado.
            Dió a los suyos un beso y los dejó en las puertas de la gran casa, en esas alas que se abren y muestran el esplendor de la gloria, del cielo descendido al palacio donde reside la Reina que todo lo puede, como dijo el mayor de los Gallo, Fernando, cuando fue embestido por las astas del morlaco y lo llevó a las cancelas de la huerta donde la parca siembra y recorta el fruto con su guadaña y encomendándose a Ella, como última solución, y se adentró en sus espacios, en las bóvedas que rezumaban devoción, en las paredes que destilaban emociones y retenían peticiones hechas oraciones. No fue fácil el acceso porque otros ya habían asolado los tiempos, habían vencido los cansancios y se habían apostado en las cercanías férreas que se interponen entre el querer y el poder, entre la vida y la resurrección, que recupera las ausencias y corrompe las penas solo invocando su nombre, que decapita certera y concisamente cualquier atisbo de cansancio y hace posible que las lágrimas se conviertan en espejos de la alegría.
            Recuerda el ábside por donde descubrió la luz del alba un lejano lunes de pentecostés y la victoria sobre la oscuridad. Han retumbado los cimientos de la nostalgia al unísono con el primer envite sobre la reja y sucumbido a la emoción irrefrenable. Ha abandonado su reino y se ha abierto paso hasta el pretil del universo que asalta con vigor y fuerza. Hay vivas, proclamaciones gloriosas y jaculatorias ensalzando la pureza de la Madre de Dios, un perfecto caos que desmiembra la razón, que descuartiza la serenidad, donde las emociones se imponen sobre el propio dolor.
            Tenía que intentarlo. La causa lo merecía y el cumplimiento de la promesa toma la reválida a la realidad. Llevar sobre el hombro a Quién todo lo pude, a La que reina en el corazón, a La que alumbra la noche con la prestancia de la su presencia. Todo dolor se dispensa, toda angustia se diluye sabiendo que La tienes cerca, que está siendo portada por ti la Reina de las Marismas. ¡Qué suerte, Señora, haber rejuvenecido mi alma con la gracia de tu Rocío!

viernes, 25 de mayo de 2012

Sevilla y los demás


Está Sevilla plagada de bellas historias que nos recuerdan el esplendor y la fuerza del paso de los siglos, de la impronta que heredamos, de leyendas que corren por sus calles pregonando amores, convocando lides y duelos que tienen el trasfondo del rostro de una dama o la mancilla de su honor. Tiene esta ciudad la gracia concedida de la luz que perfora los ambientes y transmite la placidez y la somnolencia de una tarde de verano cuajada de sueños, de ilusiones que reposan en el fondo del río, donde la nostalgia se hace inaccesible y se fortalece en la memoria. Tiene el aire guardado trinos de vencejos que rasean las calles y llaman a las puertas con sus filigranas, con sus piruetas, con sus giros y corvetas, anunciando que Dios está aquí, manando entre la juncia y el romero que se expande por sus vías, que recuerdan a la infancia y al primer día que tuvimos constancia de sentarnos a la mesa del Señor, con aires de marinero, de almirante o de monge. Tiene también la calma de los amaneceres claros que descorren los cerrojos de las puertas que guarda la primavera y nos grita el poder del sol cuando alcanza el cenit del universo.
Guarda en sus entrañas, Sevilla, el secreto de mil miradas de mil niñas enamoradas batiendo y esquivando las esquinas por donde pasa el mocito que provoca sus suspiros, que delata y pone en un brete sus ansias, que ruboriza su cara cuando lanza la sonrisa pícara y alcanza el propósito y alza la azagaya de la risa que clava en la ventana y desata la pasión en los campos de batalla del amor. Guarda en sus calles, Sevilla, la escribanía que dicta las sentencia más humildes, que publica los edictos más sencillos desde el proscenio de un balcón, desde el palco que se injerta en la balaustrada de un pasillo que comunica relatos de familias, hilo conductor que facilita la emoción de la convivencia, ramilletes de sainetes que se asoman al pretil de los recuerdos, el bautizo y la comunión, el pilón lleno de agua que refresca la sesión de los primeros calores, el golpe inocente y descuidado a la tinaja que se rompe y desparrama las esencias cristalinas y doradas que llegaron desde el Aljarafe prisioneras en la madera de un bocoy. Guarda en el aire, Sevilla, sones de tradición, el revuelo de campanas que recorre el entramado urbano hasta perfilar el discurso que nos advierte del rito y la celebración, de la liturgia que impregna el corazón, que descubre sensaciones y calma las turbulencias de la emoción incontrolada del devoto en postración ante la hornacina que resguarda y atesora el candor de una Virgen, la unción del Salvador, que sabe de los secretos, insondables confidencias que comparten en el silencio y la penumbra del lugar.
Tiene un caudal de grandezas escondida en su memoria, que la hacen prisionera de su historia o que la atan al orgullo de saberse poseedora de la mejor dignidad, de la nobleza de sangre que la hizo merecedora del título del mejor valor, no me has dejado Señora, váleme de tu protección, sé por siempre Esperanza o da a mi vida sentido con el patrocinio de tu amor, defensora los dogmas que la Iglesia comprendió Mateo Alemán escribió que defendería su pureza y su blanca concepción, con la propia sangre si lo demandare la ocasión, por eso reza en el lema de la Corporación, con esplendor, como emblema de la mejor condición su gente, Muy Noble, Muy Leal, Muy Heróica, Invicta y Mariana Ciudad de Sevilla.
Siempre fiel y siempre alegre. Nunca renegó de la condición de su origen, siempre acató,con disciplina y sentido, con rigor y con templanza, sirvió a los reyes con honor y con respeto, se sublevó ante los desmanes y la intolerancia, vitoreó a sus lideres y a sus toreros, acompañó siempre el espíritu de la patria para engrandecerla.
Y esta noche cuando la bandera roja y gualda debiera ondear con orgullo y las notas del himno nacional recorrer, al unísono, las praderas de la emoción, soliviantado el espíritu y erizando los vellos del alma, se anuncia el despropósito y la incoherencia de la desunión, de los desalmados que aprovechan cualquier evento para poner en solfa toda la grandeza de la nación. Y son los mismos de siempre, los que nos tildan a los sevillanos de egocéntricos... Pues viva nuestra egolotría que nos hace mejor pregonando a la belleza, al amor y a la unción que ve la luz en la paz y la concordia de los hombres.

jueves, 24 de mayo de 2012

Fe y respeto


En estos tiempos de desesperación, en los que hemos sido succionados por la violenta crisis económica y algunos arrastrados a los lodazales de la marginalidad, vemos como el poder de la fe se acrecienta y afianza en el espíritu en la seguridad de encontrar el sosiego que nos han sustraído en Dios. Cuando el desasosiego se adueña de la vida como consecuencia de las equivocaciones e intereses de los hombres, buscamos la figura Divina del Padre para aferrarnos en su auxilio.
Todavía es fácil encontrarse con quienes se jactan, y hasta se enorgullecen, de presentarse como agnósticos. Están en su derecho y así lícitamente pueden y deben exponerlo. El librepensamiento se formaliza por la razón y poder de discernir que nos ha sido concedido. Pero han de guardarse un mínimo rigor en el otorgamiento al respeto debido. Porque al igual que éstos hay otros que hemos decido encaminar nuestros pasos siguiendo el camino que nos es mostrado a través de las enseñanzas de Jesús, una ruta hacia la salvación espiritual que también hemos decidido libre y reflexivamente, nunca de manera gratuita. Asumir esta filosofía entraña un gran compromiso, una fórmula que nos implica en la solidaria promulgación de nuestras creencias a través de nuestra existencia. Y por ello merecemos el mismo respeto que profesamos a quienes han resuelto asumir su vida conforme a su pensamiento, excluyendo a Dios de ella.
Pero hay que ser coherente con el ideario. La consideración agnóstica debe llevar implícita una secuencia de comportamientos que no contradigan sus propias teorías. Enarbolarlas e izarlas públicamente, con tanta rotundidad y firmeza, debe llevar consigo la separación de los factores que sirven para dinamizar la vida eclesial de la vida social. Participar de los ritos de la comunidad cristiana, y beneficiarse incluso de sus obras, debiera estar en confrontación con su propia esencia, donde predomina la materialidad sobre la espiritualidad. Discernir entre creer y no creer es un don, una gracia concedida gratuita y servilmente por Dios, al hombre, al que ha dotado de razón con la que descifrar su propio código deontológico y favorecer su desarrollo intelectual, término éste a los que algunos intentan desposeer de su verdadero y aséptico significado, asociándolo sólo a comportamientos que se adscriben a sus ideas metafísicas laicistas y los comportamientos que llevan aparejado como el aborto o la descomposición de la familia como núcleo de la sociedad, sindicando la fe y la creencia en Dios a un tratado desfasado y trasnochado, cuando en realidad, la intelectualidad acerca la figura del Todopoderoso al raciocinio y a la cognición.
Es tiempo, pues, de reconsiderar muchas opciones vitales, adoptar nuevas visiones sobre las obras y acciones de los hombres, pero dejando claro que no podemos revisar nunca la existencia de Dios, ni poner en duda sus mandatos, su bondad y presencia en nuestras almas. Hemos de adecuar nuestra fe a estos tiempos, sí, pero sin olvidarnos que hay esencias tangibles que conducen nuestras vidas, que nos llenan de esperanza, que nos guían en nuestras decisiones, posibilitando el acercamiento a la felicidad y por consiguiente alcanzar un mejor nivel de vida. Es nuestra opción y por lo tanto merecedora del mayor de los respetos por quienes no creen.
Sucedió hace unos días. Alguien, durante una procesión sacramental, tal vez perturbado por su intolerancia, quiso ofender a quienes participaban del sacro acto y se presentó desnuda ante la comitiva religiosa, desde el balcón de su propia casa, con un látigo en la mano y cubriendo su rostro con un capirote. Su falta de pudor no sirvió más que para chanza y desconsideración -no ofende quién quiere sino quién puede, te robo otro refrán mamá- de quienes tomaban parte activa o contemplaban la procesión. Una falta de respeto, sí. Pero también una falta de conocimiento, porque su indecorosa actitud no molestó a nadie y sí dejó en entredicho su inteligencia y la presunción de su falta de respeto hacia su persona. ¡En los días que estamos, por Dios!
Por cierto, y citando a un buen amigo y celebérrimo y refutadísimo escritor, que me refirió alguna vez sobre la suerte que teníamos los creyentes pues en los momentos de mayor desesperación siempre tenemos a Dios para asirnos a la Esperanza, que nadie se dió de baja en la Hermandad ni dejó de ir a misa esa tarde.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Camino del Rocío


                Hoy no ha necesitado más que la alarma de sus sentimientos para poder levantarse, para deshacerse de este duermevela que le ha provocado un desconcierto en el descanso, aunque sabe que a partir de ahora las esperas le seccionarán el sueño, compartimentarán los espacios donde habitan el sopor y la somnolencia. No ha precisado más que el estruendo de la ilusión para poner los pies en el suelo sin dilación alguna. Ha tronado en el cielo la certeza de sus ansias, un aviso para poner en conocimiento de todos, de los feligreses y vecinos, que ya ha llegado el día, que se han cumplido los ritos y las horas han ido ahogándose en el mar de los desasosiegos.
            Se ha precipitado por las angosturas de las calles que conducen a la parroquia y no le han faltado ni el resuello ni el aliento, muy al contrario ha llegado alzado por su propia alegría, para reencontrarse con el brillo argénteo de una carreta que todavía no reluce porque falta la esencia, la sustancia principal, que se será centro de observancias, núcleo de un universo sobre el que girarán todas las emociones que no se podrán contener, todas las alegrías condensadas en la expresividad de un rostro que atrae, con la potencia de una gravedad irresistible, el fervor más popular y sencillo, el más humilde pero instruida para configurar la liturgia más excelsa y pomposa, la que es capaz de dar lustre y esplendor basilical, a la sombra abovedada de una encina o bajo el celeste cóncavo del cielo de mayo.
            Se ha introducido en el templo con la misma candidez que aquella vez en la que las ausencias marcaron sus mejillas e hicieron retumbar los recovecos de su alma, aquel día que la memoria le pegó una punzada en el corazón porque las rudas manos, que tantas veces le guiaran por el camino, que tantos abrazos le diera en las mañanas gloriosas del primer lunes de Pentecostés, que se alzaban dando vivas y alabando al Pastorcito Divino, no se aferraban a las suyas porque se asían al poder enjaretado de la carreta que le había encarrilado el sendero hacia el encuentro final y verdadero con la Madre de Dios, a la misma galera que se aferraba él ahora para cumplir con la promesa, con el voto juramentado a las plantas de la Virgen que todo lo puede, a la Virgen que es capaz de manifestarse, concretarse y solventar los más crudos problemas, La que es capaz de aliviar la congoja y deshacer la maldad para transformarla en felicidad, esa Giganta que esplendor y grandeza a pesar de su delicada apariencia.
            Ahora le toca cumplir a él. Y a fe que lo hará. Le ha sido concedida la gracia y podrá seguir besando las mejillas de la mujer que tomó por compañera, podrá seguir gozando de la presencia de la madre de sus hijos, que no tendrá que deshacerse en la pena porque ha sido señalada por la mano de la Virgen, a pesar de que los hombres y la ciencia que la atendieron la habían desahuciado, la sanadora que no requiere más pagos ni más dispendios que el amor y la fe. Esa es la recompensa que se nos reclama desde las alturas, es la respuesta a los rezos enfervorizados y al desentendimiento del orgullo, la vanidad y las miserias materialista que acucian a los hombres. Caminará por los campos, y estén floridos por las últimas lluvias o arrasados por los calores que atosigan al romero y las amapolas, irá impregnado de la alegría por su peregrinar, rezando con el alma, conversando con los ojos y dando gracias a cada paso, rememorando aquellas palabras del padre que le aventuraban y profetizaban, aún sin tener constancia de las penas y las tristezas que arrasarían el corazón, que “allí estará Ella cuando la necesites”, unas palabras que va surgiendo de la magia del cielo que se va abriendo en este esplendoroso amanecer, en este día que abrirá las puertas del amor para encontrarse con el fervor y la oración, con las frases que le aturdirán cuando lleguen del infinito, una plática que le recordará la pequeñez del ser humano y los valores que se pierden cuando no se atiende a lo cercano, a lo cotidiano, a lo sencillo que siempre está próximo a nosotros, en esos campos donde habita la esperanza que sostiene, sobre sus brazos, la Virgen del Rocío. Allí en la campiña marismeña, se desprenderá de sus congojas y sus miedos, recobrará la fortaleza que cree perdida, se deshará del cansancio y abrazará con todas sus fuerzas a esa mujer que siempre le dio lo mejor.

martes, 22 de mayo de 2012

Los imprescindibles de las Hermandades


          En el Elogio de la Locura, Erasmo de Rotterdam, cuando satiriza a la condición mental del hombre enfrentada a la razón de sus pronunciamientos, localiza el verdadero sentido de la dignidad humana en una frase que luego ha quedado, para la posterioridad, como referente y máximo exponente de la coherencia. "Si alguno de ellos desea pasar por sabio, una sonrisa, un aplauso, un movimiento de orejas a manera de asno serán suficientes para hacer creer a los demás que él se halla al tanto de lo que se trata, pese a que en el fondo no entienda cosa alguna". Y ésto precisamente es el procedimiento de algunos cuando se refieren al actuar corporativo  de las Hermandades.
            Hay individualidades, enfrentadas siempre a la mayoría y que extrañamente le gustan nadar a contracorriente, que van esbozando actuaciones conforme le dictan sus intereses, conforme van obteniendo beneficios o no, conforme van escalando posiciones hasta alcanzar el status que añoran y potencian su vanagloria, conforme complacen su ego, que por lo natural lo tienen en mayor grado que el resto de los mortales.
            Son por lo natural inconformistas y dignos aspirantes a ocupar un lugar destacado en la cúpula del partido VLOS (vivan los otros siempre). Nunca respaldarán las actuaciones de los que se van dejando la piel en los proyectos, en los que intentan aunar sentimientos entorno a la devoción de todos, de las familias que conforman una unidad. No suelen entender, por lo general, que los interés ordinarios de la mayoría están por encima de los particulares, que debe prevalecer sobre ellos, aunque es obvio que también deben ser tratados con el cariño necesario cuando se solvente los anteriores, que los diferentes grupos que conforman una Hermandad son piezas de engranaje que deben, unidos, solidaria y fraternalmente, consolidar y arraigar la herencia, en muchos casos de siglos, que tenemos que cuidar para intentar transmitir con la misma grandeza que nos fueron legados. Actuando de esta manera se avanzará y se irán cumpliendo los objetivos.
            Deben ser personas tristes porque no tienen mayor aspiración que confundir y  desunir. Se creen en posesión de la verdad y no admiten otras alternativas que no sean las suyas, porque en la seguridad de su deidad, no comprenden que hay otras posiciones no coincidentes pero igualmente válidas y en todos los casos dignos de respetos. Sus propuestas están abocadas al fracaso porque no sostienen ni presentan alternativas lógicas y viables a las que tanto critican. En la creencia de su estatus superior menosprecian a quienes les escuchan y quienes se atreven a contravenirle suelen caer en el abismo de la desestimación y la desconsideración, cuando no son sarcásticamente tomados por tontos o simplemente objeto de injurias y calumnias. La ignorancia supina sobre la terminología y etimología sentimental del vocablo Hermandad,  les hace caer en sus propias trampas, en las tramas que formaliza para depreciar a la institución con discursos demagógicos y disfrazados con medias verdades  y en todo caso nunca se informan de las actuaciones acometidas porque suponen que son caprichosas y banales decisiones de quienes gobiernan.
            Generalmente cuando se ven acorralados por la verdad o ven sobreseídas sus causas por el tribunal de la razón, huyen despavoridos a guarecerse en sus cavernas y danzar, aullando e  invocando al equívoco del mundo, a la incomprensión que se ha cernido sobre él. Suelen, incluso haciendo honor al gran amor que sentían por la Corporación, darse de baja en la Hermandad, en la creencia de que a partir de ese momento la institución desaparecerá y se perderá en la noche de los tiempos. Gran carcajada amigos.
La inutilidad de sus descalificaciones obtuvieron el premio de la apatía y el  desinterés de la comunidad. Su heroísmo propicia que otros se beneficien porque la manzana podrida ha sido excluida del saco y saneando al resto.
Las individualidades jamás consiguieron ganar ninguna guerra. Y las bandas de cornetas infantiles, por poner un caso específico como ejemplo, continuarán con la labor, y los costaleros seguirán sacando los pasos, y los acólitos, y los servidores. Todos lo harán porque tienen una visión más amplia de la devoción y no sólo de una afición y la mayoría saben que la Hermandad, que no es una empresa ni un negocio de unos mercachifles, está por encima de nosotros, A ver si se van enterando algunos y dejan de creerse sabios y poseedores de la verdad y actúan con más humildad y menos prepotencia.

lunes, 21 de mayo de 2012

La plaza de los Marteles


            Son los fantasmas del pasado los que me han jugado esta mala pasada, son los recuerdos que abordan el presente para desasirnos de la melancólica visión de una plaza anegada por el silencio, por un vacío extraño y exportado desde la tranquilidad que ha institucionalizado la modernidad. Es el precio del bienestar. Apenas queda en su memoria los estrechos accesos desde la calle Enladrillada o la retorcida vereda que nos introducía en la plazoleta desde la calle Sol. Busqué la otra tarde su anchura, el remanso que le procuraba el aislamiento del resto del barrio. Era un suburbio en el corazón de San Julián, y un espectro dickeriano me fue guiando hasta los días de la última infancia, cuando las tardes transcurrían con placidez, sin premuras. Entonces el tiempo no era una preocupación, una imposición subyugante para el cumplimiento de los deberes de la actualidad, no era un manigero que nos esclavizaba con la elección para la labor insatisfactoria de estos días depresivos y asfixiantes producto de la fabulación de los especuladores económicos. Las horas, entonces, no servían más que para agotarlas con los juegos, con los primeros flirteos amorosos que navegaban en el aire intuyendo que la mirada de una mocita relucía con nuestra presencia.
            Era la plaza de los Marteles -nada que ver con la que me encontré hace unos días, tan impersonal, tan desvalida de su identidad- un espacio acotado por viejos edificios, por estructuras decadentes, consecuencia de un abandono premeditado cuando pudieron conservar su gloria urbanística, que la dotaban de un nigromántico y carismático señorío, un modelo de vida en vías de extinción dentro del enclave de una urbe que se transformaba a su alrededor depredando las costumbres, los usos y los modos de convivencia. Era un improvisado campo de batalla donde dirimíamos nuestras diferencias futbolísticas, siempre con la fraternidad imperando en las confrontaciones, jamás con derivaciones a la violencia. Aquel espacio que apenas dejaba ver el cielo, que escondía los paisajes que se presentían apenas salías del recinto amurallado que nos protegía nos protegía de vorágine que nos amenazaba allende sus lindes, un reducto donde era posible jugar sin ver aturdidos los juegos por la locura del tráfico. Y también plaza de toros donde los niños todavía emulaban a las grandes figuras e inventaban glorias con muletas fabricadas con restos de telas y el cornúpeta que malograba la faena, entre risas y el jolgorio de los presentes, porque no atendía al engaño y la querencia infantil dibujaba el peligro, en el aire, con los astifinos dedos índice intentado infringir una cornada en el muslo.
            Estos sortilegios de la mente, estos embrujos de la nostalgia, que nos atrapan y nos conducen en el tiempo, han desagraviado la deuda de la dejadez, del olvido de una etapa en la que descubrimos, aún sin saberlo todavía, aun sin tener conciencia de ello, la rotundidad de la convivencia, del menesteroso empleo de la solidaridad entre las personas, de la tolerancia vecinal la ungida a la fuerza de las costumbres populares. En aquellas infraviviendas que servían de cobijo a los últimos vecinos de aquel pasaje romántico de una ciudad que comenzaba a perder su romanticismo, que se abría en plaza, quedaron prendidas las miradas y los besos, las caricias y los llantos, las fiesta y los duelos, el aroma a café de puchero aromatizando las cuatro esquinas que delimitaban aquel universo, cuando las tardes caían vencidas por los fríos y las parduzcas luces del invierno o se estiraban con el sopor del verano y los suelos terrizos se veían inundados por el flamígero e inmisericorde solano y los niños esperaban, en la escasa frescura de la oscuridad, que procuraba un jergón de esparto colgado en las ventanas, para invadir los espacios y apoderarse de aquella ciudad en la que ya esperábamos los intrusos que acudíamos a aquel oasis, donde  vivía nuestro amigo Manolito, y al que envidiábamos porque en su casa tenía un limonero y una pila donde placían dos barbos. Un lujo inaccesible para nosotros que vivíamos en los cómodos y amplios pisos.
            Hace unos días la memoria, como a Rafael Montesinos, buscó el camino más corto para herirme.

sábado, 19 de mayo de 2012

Santa Catalina otra vez

            Es incomprensible que la Iglesia de Santa Catalina no se viera ayer asediada por una multitud de sevillanos reivindicando su condición de monumento nacional que se cae, que se deja en la ruina, para iniciar, con urgencia, la restauración de este edificio que es patrimonio de la ciudad.
            La convocatoria realizada desde los medios de comunicación, desde las redes sociales y el tan popular y efectivo boca a boca, no recibió el respaldo popular que se esperaba. La concentración apenas reunió dos centenares de personas. Cierto es que el clamor en las referidas redes sociales ha sido estruendoso y la voz se alza a través de estos medios clamando la necesaria reparación de sus muros, cimientos  y estructuras. Después debe continuar con los elementos artísticos que decoran y embellecen su interior. Hemos de recordar, y nos es cuestión ahora de realizar un somero estudio arquitectónico sobre sus estilos y orígenes, que en su interior se guardan –quiero y deseo que se estén preservando, al menos- valiosísimos retablos que presiden sus capillas laterales, así como otros elementos figurativos que poseen un gran valor artístico. Incluso, entre sus ornamentos principales, se hallan unos frisos de azulejería que retienen el esplendor de esta importante industria sevillana y que requeriría, solo ella, un estudio profundo y profuso.
            Santa Catalina no es sólo un monumento al que hay que referir. Es una seña de identidad de la ciudad, de las culturas y estilos arquitectónicos más importantes, es una referencia  para la concienciación del valor patrimonial que se nos ha legado. No debemos olvidarnos de las esencias culturales que nos antecedieron, que se fueron implantando en la esta milenaria ciudad y que debemos preservar para generaciones futuras. Un pueblo que se deshace de este valor, que deja en el más absoluto ostracismo sus mejores instrumentos para asegurar la identidad y carisma de una sociedad, está abandonándose a su suerte, está esquivando el progreso. No hay adelantos sin bases, sin el reconocimiento a los que nos antecedieron, a sus esfuerzos y privaciones, porque nada se consigue sin  estas dos premisas. Es obviar la memoria de nuestros padres, de nuestros abuelos. Y una ciudad sin memoria es un ciudad muerta. Cierto es que hay que ir regenerando la sangre, adecuando los espacios a las nuevas tecnologías, que no son, ni deben enfrentarse, incompatibles.
            Necesitamos con urgencia recuperar esta iglesia. Es una obligación moral de todos, especialmente de los organismos e instituciones que la administran. Las concentraciones solo pueden mostrar la querencia de la población, que la siente suya, que se manifiesta con el propósito, único y solidario, de mostrar su disconformidad ante la negligencia de los organismos oficiales, que presumen de una identidad cultural de la que luego se evaden, eludiendo la obligación de perpetuar sus propias consignas. La preocupación de la sociedad debe tener su reflejo en la voluntad de intervención de las delegaciones culturales de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento, coordinar sus actos y no enfrentarse con alusiones incriminatorias de unos hacia otros, exculpándose  con pretextos y banalidades políticas. Cuando votamos lo hacemos para que quienes nos representan ejecuten la voluntad popular y busquen soluciones a los diferentes problemas que se vayan planteando y no tamizar las manifestaciones de la ciudanía con evasivas y subterfugios, cuya finalidad es cansar a los mismos, aislarlos en la particularidad de las actuaciones.
            En los tiempos que corren, en esta época de desajustes sociales, tenemos que mantener la unión, potenciar y acrecentar las manifestaciones. Pero para ello necesitamos respuestas presenciales muy superiores a la de ayer. No hay que dar pábulo, si queremos conseguir el propósito final, en este caso la consolidación de las estructuras y restauración del patrimonio artístico de Santa Catalina, a qué piensen que somos unos pocos los que nos preocupamos. Tenemos concienciarnos, para el futuro, que es necesaria la participación y la presencia de cada uno de nosotros en estas convocatorias, que nuestra aportación personal es tan importante o más que la identificación y la adhesión en las redes sociales.
            

viernes, 18 de mayo de 2012

El castillo de San Jorge y Dios


            Debió ser un lugar donde el terror mantenía hospedaje y su cobijo natural, donde reposaba de su dramática arrogancia, donde la tortura se convirtió en un arte maléfico solo superada por la muerte que campaba a sus anchas por sus vías y estrecheces, impregnando los recovecos de sus muros de ladrillos y adobes amasados en la vega, con los alaridos exculpatorios que proferían los desgraciados reos, cercenando con su guadaña las ilusiones que se guardan en la sentimentalidad de las creencias, que no siempre tienen que coincidir con las que imperan en los regímenes que acotan el poder en torno a ellos.  Debió ser un lugar donde se resguardaron los peores instintos del hombre para su utilización contra sus congéneres, contra sus propios hermanos de fe, poniendo a Dios como excusa para proferir los peores crímenes, para instar a la culpabilidad por el mero y sencillo hecho de padecer una atrofía física o haber maldecido en presencia de algún  mea pilas, que en su analfabetismo entendía que había sido profanada la cristiandad.
            Un lugar donde colocaban sambenitos y anatemizaban a los locos, que eran paseados hasta los patíbulos, donde el escarnio y la burla pública era la menor de las penas, si acaso no se redimían en las piras, pues las sentencias se cumplían ofreciendo al reo el purificador fuego que redimiría su alma, a pesar de la confesión.
            Había calles y comercios en su interior, estancias y celdas, almacenes y muros de defensa, ruta del dolor y la inmisericordia, aunque las procesiones penales se iniciaran al clamor de cánticos y salmos, de rezos y jaculatorias para dignificar al pobre hereje, para pregonar un víctima propiciatoria del holocausto, herencia inquisitoriales que dejaron Fray Miguel de Morillo y Fray Juan de San Martín en sus pláticas contra los herejes e infieles, contra los enemigos de Dios. La palabra utilizada para la precariedad del sufrimiento.
            Ayer, en el castillo de San Jorge, hundido en las entrañas de la Triana que esculpe horizontes y claridades que confunden y matizan los celestes de la primeras horas de la mañana con las líneas turquesas que adornan y engalanan los cielos de la atardecida y teje lienzos de azulejería cada tarde del viernes Santo, cuando concita emociones por el Turruñuelo en la hora nona, esa que marcan los relojes de la fábricas y talleres de azulejos, esa que mueve manecillas con los mejores cantes, se proclamó y restituyó la luz, se apartaron las tinieblas y se recuperó la memoria de los inocentes, la paz que siempre es vocalizada y pregonada en la mirada vidriosa –espejo donde se instalan las imágenes de la mejor memoria- que se eleva la cielo, en desatada y postrer angustia en busca del Padre, en busca de ese aliento que necesita y que nos ahoga con su contemplación.
            Ayer emergió de las aguas del Guadalquivir la sabiduría y la sapiencia, en forma de lienzo y alma, de pintura y corazón, la portentosa imagen del Hombre que retiene todo el saber de la eternidad, que sostiene con la columna de la expiración, el peso de la bondad del hombre, el sustento de la compasión y el cimiento de la verdadera misericordia que lleva intrínseca la concesión del perdón. Ayer se restituyó la honorabilidad del género humano y la fuerza de la razón en el mismo lugar donde la deshabilitaron unos pobre desquiciados.
            Ayer la pintura de Nuria Barrera, que conmemora la erección como basílica del templo donde Dios vive y se presenta a los humanos clavado a la Cruz, eximió y dictó cátedra exculpatoria a quienes se erigieron en equivocados mensajeros del Señor, dominis can, perros de Dios, como recordó el gran pintor Ricardo Suárez, en un juego con la etimología del nombre la orden religiosa que dirimía las causas de la Inquisición, durante la presentación la del acto. Ayer Nuria consiguió lo que solo los elegidos, los escogidos para la gloria, logran. Que el Cristo del Cachorro, que ella extrajo de la blancura de un hasta exponérnoslo sin ser Viernes Santo, tal como lo concibiera Ruiz Gijón, exonerase y redimiera los desastres que unos hombres provocaron en otros. ¡Qué fuerza la Dios Expirando donde tantos dejaron sus últimos alientos! ¡Qué grandeza la de Nuria en saber captar el poder de Dios!

miércoles, 16 de mayo de 2012

Leyenda y Gloria de Joselito, el Gallo


¡A tan destiempo llegó la muerte que aún temblaba el cimiento de la grada coreando olés y la gente enaltecida enloquecía lanzando sombreros que llevaban alientos de glorias en sus aleros! ¡Tan de improviso se presentó en la tarde que nadie advirtió su presencia en la finura de las encornaduras del burel, que nadie se percató de su deambular por el ruedo en la selección negra de su estampa, en la mirada perdida del animal, en los reniegos a la capa! ¡Qué negra premonición aguardaba en las espesuras de la oscuridad de los chiqueros, qué miserables suerte le aguardaba en los minutos que son horas cuando el clarín señala el cambio y toda la soledad se apodera del aire y el miedo es un hito atrincherado en la barrera, asomándose vigilante y celoso por el burladero, ese horizonte que delimita los temores y agiganta los valores!
¿Petra, qué hora es? Madrugada, señorito. Descanse que ya viene el alba despuntando por la sierra.
Napoleón y Almendrito han renegado de  su casta, ya no pacen en los campos celestes recordando el tiempo que quedó parado en la muleta del torero, en el engaño del espacio que tenía su asiento natural en las muñecas de aquel niño-hombre que les acariciaba el lomo, que los premió con la inmortalidad y sus sonrisas mirando al tendido, como divisa que les impusiera José en la tierra de la Maestranza, en los surcos que fueron marcando en el dorado albero sombras de toreo, pinturas que emboban en el celeste que se asoma tras el coso, porque Bailaor ha abierto el camino de la desesperación, ha cerrado los senderos por el que los niños vagaban dibujando muletazo, delineando el vuelo de las capas que recibieron en el tercio esbozos de nuevos toreros, porque ha deshecho los sueños con el derrote asesino que ha partido las entrañas del toreo, la vida y la ilusión de los aficionados, de su gente, a la que acude a raudales a la Monumental porque es el único sitio donde el ídolo, el dios elevado a la cuadratura de la razón y el temple, es hombre entregado a la causa, torero que humaniza lo divino y convierte lo sublime en sencillo, el difícil arte de conjugar el cielo y la tierra.
¡Petra, Petra! No concilio el sueño. ¿No ha llegado mi “cuñao”?
Es el trágico sentido de la vida, la adversidad encunada en los pitones de Bailaor, la que se ha presentado tras la música, es la Parca disimulada en las embestidas del burel, al que ha cegado para que cambie el rumbo del mundo, que ahora gira en el ruedo en torno a José. Es el reino de las sombras, engañando al destino, el que le ha puesto oropeles y monedas para que lo señale con el beso maldito, para que lo despoje del Olimpo donde reposa y vive el arte de sus sueños. Es el quejido ahogado de la madre que presiente en sus entrañas el calor del asta para arrebatarle la carne que de su carne manó. Es el fuego abrasador que separa los tejidos, que cercena la vida y que intenta huir del sombrío campo del dolor. Es el ¡ay, que me mata! abriendo el espíritu del matador, la exhalación y el recuerdo que quedan prendidos en el aire de la plaza, cautivos en las gradas, donde la alegría se torna en desesperación, donde ha enmudecido el gentío tras el gesto del matador.
Es la pena entreverada recogida en la noticia que recorre los caminos, que se adentra en las cañadas, que va asolando los campos, que va asediando los pueblos, que sitia las grandes urbess con el son de las palabras, es el congoja preñada de dolor en un telegrama, es una lágrima furtiva que se escapa y apodera del poder del rostro del amigo del alma, de Juan el Pasmo de Triana, del adversario en el ruedo que proclama la derrota con la voz entrecortada, es el eco de un suspiro que se eleva al universo, es la contrición de unos versos, es la oración  que se ofrece a los pies de la Esperanza, es el luto de la Virgen para el hijo que tanto la amara.
¡Petra, Petra! Enciende la luz, que he visto a la Virgen sentada a los piés de esta cama. No vaya usted a Talavera, señorito.
Es Bailor derrotando para elevar al valiente de la saga de los Gallos, a José Gómez Ortega, a lo más alto de la gloria, donde sólo viven los mitos, donde la inmortalidad alcanza el alma y se reposa la vida en brazos de la Virgen de la Esperanza.

martes, 15 de mayo de 2012

Manuel Chaves Nogales visitió la feria del libro


            Han vuelto, como cada año, a constreñir las voluntades y los impulsos, a renovar la sensación imperiosa del tacto, la complicidad con el papel y la tinta, a recuperar los aromas de imprenta, a instaurar los momentos sublimes en los que esclavizamos nuestra voluntad y nos aferramos a las galeras de la imaginación para trasladarnos al cosmos del goce de la lectura.
            Son estas barracas modernistas, donde se apilan las ideas y las cuitas literarias que nacieron de febriles mentes, las naves en la que embarcamos nuestros anhelos de fantasía, donde nos convertimos en grumetes ansiosos por vislumbrar el horizonte de  nuestros sueño que tal vez se encuentren, perfectamente organizados y esperándonos a que nos reconozcamos en sus personajes, entre un tropel de líneas, entre las páginas de un volumen que quedará huérfano y desvalido, víctima de anaqueles y de la erosión del polvo y el desgaste de la luz, si no lo tomamos y nos confabulamos con sus historias. Es esta feria del libro de Sevilla, el lugar idóneo para resarcirnos del vacío que nos inocula la situación por la que atravesamos, por esta magnitud de intolerante vehemencia económica que está mortificando a los de siempre. Tal vez encontremos soluciones entre los folios que conforman un tomo, o podremos evadirnos del  desasosiego que nos provoca el conocimiento del trance que aun nos queda por pasar.
            La feria del libro nos trae la ilusión a quienes sabemos del valor que entraña la instrucción y la pericia que se despeñan por sus lomos hasta imbuirnos de sabiduría con la savia que resuman sus palabras, sus frases, sus párrafos. Un lugar donde se concentra la imaginación y el poder, la inocencia y la avaricia, la inmortalidad y la muerte, el amor y el dolor. Un lugar donde se convocan a los duendes de la erudición para restituir la memoria o hacérnosla perder, donde se sustrae el tiempo y se invita a la reflexión. Un espacio abierto a todos y a todos ofrecido. Un  recinto mágico y nigromántico capaz de devolvernos las ilustres figuras de las letras españolas, de darnos a conocer a escritores o recuperar la memoria de aquellos otros que fueron vapuleados y desmitificados por sus propios coetáneos por el mero hecho de mantener idearios distintos, o lo que es peor o más triste aún, por ser mejores en el uso de la lengua, de los conceptos y de la redacción.
Ayer paseó su egregia figura por las calles del pensamiento y el papel, en la evocación de Carlos Colón, Eva Díez, Francisco Robles y Rogelio Reyes, Manuel Chaves Nogales, el periodista, cronista y polifacético escritor sevillano, que decidió deshacerse de los lazos que los aferraban a los surcos de esta tierra cargada de estereotipos y que hacen suyos sus ciudadanos, los habitantes de la vieja Híspalis a los que ya definió de forma rotunda en una aseveración sicodélica para la sociedad de su época, cuando sin titubeos la definió “como tierra de hombres despreocupados  que de su despreocupación hicieron norma”. Ésta es la valentía aferrada a la voluntad que venció a la devoción y la querencia y que le permitió no ser devorado por la insaciabilidad de corresponder al absorbente amor de la ciudad, una amor que succiona las fuerzas y debilita la razón. ¡Pero quién puede vivir sin esta luz que abrillanta los asfaltos y lustra los adoquines!
La relación de Chaves Nogales con la ciudad fue de una enorme complejidad, un maridaje casi traumático, de efervescente contrariedad, con una correspondencia y claridad sentimental que lindaba entre el territorio del amor y el desafecto y que vencía por su absoluta carencia de prejuicios que lo posibilitaba, en sus ponencias y escritos, para visionar la ciudad, título de una de su magnificas obras sobre Sevilla, con total imparcialidad, desimpermeabilizándola de sus más vanos tópicos y localizando la verdadera sensibilidad de la misma en su génesis, en las conductas más humildes y nobles del corazón y la verdad de las fiestas, que tienen sus raíces en estas premisas.
Manuel Chaves Nogales fue un visionario, un adelantado a su tiempo, que fue siempre un paso por delante de sus contemporáneos, un hombre de valores extraordinarios que se enfrentó a los poderes facticos de la época amparándose en sus convicciones –no dudó en calificar, en un reportaje a Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler de «ridículo e impresentable» y en advertir de los campos de trabajo del nuevo fascismo alemán-, que narró como nadie y desde la más absoluta imparcialidad los tristísimos hechos convulsionaron la vida de España en el último tercio de la década de los años treinta, del siglo pasado, y que este compromiso por la verdad le sirvió para ser represaliado por ambos bandos, abandonando el país a la conclusión del conflicto militar. Por aquella crítica, al líder nazi, Chaves Nogales se ganó un puesto en las listas de la Gestapo alemana y, en 1940, cuando las tropas germanas se acercaban a París, marchó a Londres donde no tardó en retomar su actividad periodística. Dirigió The Atlantic Pacific Press Agency, escribía su propia columna en el Evening Standard y colaboró con la BBC  en sus servicios extranjeros. Su mujer, su hijo y sus tres hijas regresaron a España en 1940, huyendo de la invasión de Francia por parte de las tropas alemanas. Chaves Nogales vivió solo en Londres cuatro años luchando contra los extremos de la derecha y de la izquierda. Murió, en la capital británica, en mayo de 1944 de peritonitis, con sólo cuarenta y seis años de edad y allí reposan sus restos mortales.
Ayer en la feria del libro de su ciudad, aunque fuera solo por unos minutos, Chaves Nogales volvió a pasear por esta plaza que vió y sintió el compromiso de su legado. Y todos nos sentimos un poco más libres.

lunes, 14 de mayo de 2012

Salvemos la iglesia de Santa Catalina


           Con el anuncio por parte del ayuntamiento de Sevilla, para destinar un millón de euros para posibilitar la restauración integral de la iglesia de Santa Catalina, se ha abierto una senda de esperanza en la inmovilidad institucional para regenerar el patrimonio histórico monumental de esta ciudad, que a veces parece perder su propia identidad cebándose en la destrucción de sus más destacados monumentos.
            Cuando al final de la década de los cincuenta, del pasado siglo XX, la ciudad comenzó su epopeya para cambiar su fisonomía y adecuarla a los tiempos y necesidades de una gran urbe, a esa falsa y mal concebida modernidad que se llevó por delante lo mejor de su caserío popular y las excelencias de varios palacios, ya estaba prevista la desaparición de este hermoso templo a pesar de su consideración artística como monumento nacional desde hace un siglo, para el ensanche de las calles Laraña e Imagen, y que pretendía llegar hasta la misma puerta de Osario.
            Éste debe ser el dramático sino de este templo, construido en las postrimerías del siglo XIV, de estilo gótico mudéjar. Vivir en constante tensión. Hasta la fecha no es más que un edificio, que no ha perdido su sacramentalidad porque sigue adscrita a la sede parroquial de San Román, por ella se identifican todavía hermandades de gloria y penitencia, dejado de la mano de los hombres, de la institución que debiera haber mostrado mayor interés para reabrirla al culto, para no dejar a feligreses vagando de una iglesia a otra, olvidada por las mismas instituciones políticas locales que durante su estancia en la oposición municipal no hacían más que utilizar y destacar en sus programas electorales la recuperación para la ciudad de este hermoso ejemplo de arquitectura religiosa que, y volvemos al redundante y cansino tópico pero que es una realidad patente, que en otro lugar del mundo no se hubiera permitido llegar a este lamentable estado de abandono, que de no remediarse con prontitud desembocará en su ruina y derrumbe, hechos que ya se advierten en sus estructuras y cimentación.
            Los movimientos ciudadanos que se alzan reivindicando su recuperación, intentando con sus escasos medios recabar fondos y concienciar a la población de la necesidad cultural y religiosa de la rehabilitación, convocan a concentraciones en las puertas y sus inmediaciones con el fin alertar las conciencias de quienes tienen que dirimir y decidir por la conservación de los monumentos de la ciudad. Ya va siendo hora de que las diversas instituciones que mantienen alguna responsabilidad sobre el edificio , o sea la Iglesia, el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, se siente para conformar un plan de actuación y busquen, entre sus partidas presupuestarias, algunos de esos remanentes que no tienen destino, o buscar una financiación ajena que garantizada y avalada por ellas permitan, al menos un préstamo que posibilite la ejecución de la consolidación, restauración y recuperación de sus artesanales tejados, su majestuosas capillas y su primoroso retablo mayor. Este esplendor, este compendio de culturas que se retienen en sus muros no debe permanecer por más tiempo en el oscuro ostracismo de políticos y religiosos. Deben consensuar y  acercar sus posturas. Por eso me parece maravilloso que alguien haya dado el primer paso, que actúe con honestidad y ponga sobre la mesa una cantidad para iniciar las obras. Predicar con el ejemplo.
            Si el Arzobispado realiza otro esfuerzo, cosa improbable asumiendo como está gran parte de las necesidades de los nuevos pobres que acuden a Cáritas, aunque hay oras  probabilidades que convendrían ser estudiadas, debiera servir para motivar a la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, si no quiere quedar en evidencia ante la comunidad de votantes de esta tierra. Hay fórmulas que pueden conjugarse para cooperar en esta importante obra. Desde visitas guiadas hasta elaborar un programa de actos culturales compatibilizados con la dependencia religiosa innata de su condición. ¡Si tienen hasta Corporaciones que pueden coordinar cualquier actividad! Todo menos dejar que la historia de la ciudad, Santa Catalina es una parte muy importante, se derrumbe por la desidia y la despreocupación. Y ésta vez no pueden acabar echando la culpa a la ciudadanía, porque hay movimientos muy reivindicativos que están dejándoles a ustedes, señores políticos y religiosos afines, en ridículo. Claro que a lo mejor ya están acostumbrados a este tipo de irreverentes y desvergonzados ejercicios.

sábado, 12 de mayo de 2012

¿Cruces de Mayo?


            Con estos calores que se nos han echado encima de pronto, cataratas de ardores más propios de las medianías de julio, época en la que se entona el cuerpo y ya asume estas calenturas que nos fatigan y abaten, que nos amuerman y nos conducen al consumo indiscriminado de gazpacho -¡qué güeno, Dios mío!-, uno sale a la calle y cree que ya está afectado por alucinaciones que provoca este sol inmisericorde y que ha conseguido inducirnos al deslumbramiento del pensamiento, a la locura de los espejismos, como si erráramos por las dunas de un desierto dorado y maldito, tras la huellas de Laurence de Arabia. Yo no sé si ya comienza a vencerme la edad, hecho que aturde, me desubica y comienza a preocuparme,  y se ablanda el espíritu recordando tiempos en los que la vida nos sorprendía con la cotidianidad. Entonces nos parecía aburrida y hoy la añoramos.
            Pero la realidad actual, las transformaciones de las tradiciones, con la injerencia de una sociedad que desubica estos regalos del tiempo, las  han convertido en verdaderos actos sociales, envolviéndolos en un celo especial que los revierte de importancia y jerarquiza la participación, le han desprovisto del papel de estraza, con sus manchas de pringue que lo identificaban al sentimiento popular, hasta convertirlos en simulaciones inauditas y en muchos casos, en hipócritas concentraciones que se jactan con su pretensiones.
            Acabo de contemplar cómo ensayan, por las calles de un barrio que no voy a citar para no identificar por cercanías con la entidad que lo promueve, pues este tipo de prácticas se están prodigando con demasiada frecuencia, el ensayo de un paso de cruz de mayo ¡con treinta y seis costaleros! que hasta los he contando, tíos hechos y derechos, algunos con edad universitaria, me atrevería a decir que de sus últimos cursos, frustrados o excluidos costaleros de Hermandades entiendo. Un paso con todas las de la ley, con sus trabajaderas y zambranas perfectamente construidas, tal vez en alguna refutada carpintería de enseres cofradieros, con sus kilos en la parte superior y con música enlatada de una conocida agrupación musical, que me temo acompañara en el día de autos, este remedo de cofradía.
            Es incompresible que estemos desvirtuando el sentido de las cosas, de esas pequeñas tradiciones que nacieron y vieron la luz desde la precariedad infantil. Esas construcciones manuales y artesanas, pero tremendamente románticas, que emergían desde la popularidad febril de mentes infantiles. Esa inspiración tan barroca de la improvisación y la espontaneidad que se acometía en las casas de vecinos, como complemento a la celebración del mes de María, de la Cruz edificada con luminosas flores de papel, fijadas al soporte con engrudo casero obtenido con harina y agua y mucho movimiento de muñeca. De conservar las grandes latas de tomate, apenas se cerraban las puertas de San Lorenzo se acometía al aprovisionamiento del envase pensado en la sonoridad que proyectarían en manos de los niños, para convertirlas en metálicos timbales. Aquellos pasos construidos con unas tablas, con suerte algún cajón que respetase las normas de la simetría, y en la que no cabían más de dos émulos de costaleros, han sido sustituidos por estas mayestáticas construcciones que restan, con sus perfecciones y ajustes mecánicos, la emoción de la ingenuidad, que sustraen de la sencillez y del orgullo por saberse parte del sueño.
            Hemos perdido ya la naturalidad de la tradición y el poder creativo de los niños, a los que les restamos esfuerzos y así después sale lo que sale, y lo han sustituido por la falsedad de la excelsitud, un término que cada vez me gusta menos cuando salen de algunos labios. No se crea más belleza porque se utilicen mejores medios. Era ésta una historia de Sevilla con sus niños, una fábula de entrega e ilusiones, de espontaneidad y franqueza. Lo que he presenciado esta mañana nada tiene que ver con los orígenes ni con la historia de las cruces de mayo. Y que no me quieran vender que esto es una consecuencia de la evolución de los tiempos. No señores, esto es un signo de la palurda modernidad que intentan inyectarnos. Esto es una nueva demostración de la negativa de los sevillanos, cómodos y serviles a otros usos importados, por mantener sus tradiciones.

viernes, 11 de mayo de 2012

Carta a Fernando


No, no me voy a retractar, ni siquiera contigo querido Fernando, por el artículo que escribí ayer. No voy a dar un paso atrás en mi posición, eso me lo enseñaron en la mili, porque tu padre y yo hicimos la mili juntos y compartimos tantos momentos, vivimos tantas experiencias y pasamos tan buenos ratos juntos que seguimos hoy en día manteniendo fidelidad a aquella amistad que iniciamos entre cetmes y trajes de faena, y quitando la mala hierba, en aquellas tardes de mayor que parecían no iban a acabar nunca, que crecía en los campos de girasoles que circundaba la Base Aérea de Morón.
            No voy a desdecirme en mis palabras, por más que te aprecie, por más que te haya visto nacer y crecer. No es falta de respeto lo que emerge de mí. Es lógica, pura y dura. Por más que me duela, me mantengo en mis treces. Ni la coacción de todos esos email que han llegado a mi correo particular, y que sospecho les has facilitado a esa plebe con la que compartes demasiados momentos, a la que dedicas un tiempo que restas a tu formación universitaria. Y mantengo mi posición porque estoy seguro y convencido de mis creencias, de mis convicciones morales y sociales. He andado ya mucho trecho de mi camino y visto cómo se iban diluyendo mis ideales juveniles en la vorágine insaciable de unos delincuentes, de traje y corbata, de verborrea facinerosa y aranera, que han jugado con mis ilusiones y sueños. He visto como gente de tu generación, que es la misma que la de mi hija, se han matado estudiando, preparándose para conseguir vivir con decencia, sacrificando ese tiempo que otros dedicáis a otros menesteres, a vivir diferente tal vez, pero sin dar un palo al agua, subsistiendo con subvenciones que debieran ir dedicadas a cubrir otros tipo de necesidades sociales, mucho más urgentes que vuestras ponencias y extravagancias culturales, utilizando como sedes espacios que pertenecen a otras personas que  si acaso tratan de especular con sus propiedades tendrá que ser la justicia y los ayuntamientos quienes se pronuncien sobre la posibilidad de reubicar y dotar a la ciudad de esos inmuebles, bien como espacios culturales, reglamentados y dirigidos por personas cualificadas en estos menesteres, bien como nuevos núcleos residenciales dirigidos a clases menos pudientes. Pero eso debe dirimirse por los conductos reglamentarios, por lo establecidos en las normas judiciales y sociales, que deben regir y permitir la convivencia de todos en un trato de igualdad. Y ustedes utilizáis la famosa ley del embudo. “Ésto para mí y que se joda el resto del mundo”, recordarás esta frase que un día nos dijiste.
            ¿Miento, querido Fernando, si he puesto en duda vuestros sistemas de actuación? ¿Es necesaria la utilización de la violencia ante hechos tan diáfanos, ante esa vulneración de la libertad con la que os mostráis ante conciudadanos que cumplen con todos sus obligaciones fiscales, nacionales o autonómicos?¿Seríais capaz de rebatir mis palabras cuando me refiero al estado insalubre en el que convivís, en lugares que carecen de agua, luz –que obtenéis de forma irregular- y saneamiento público? Supongo que una mínima dedicación personal mantendréis, que algún cuidado sanitario utilizaréis, sobre todo por salvaguardaros de adquirir alguna enfermedad.
Obstaste por este tipo de vida, succionado por ese amor que luego se deshizo de ti, y nunca vi reproches desaforados en tu entorno familiar más inmediato. Tomaste este camino y era tu opción. Jamás se ejercieron derechos paternales con los que prohibirte tus actos de solidaridad, tu compromiso, y eso sí que es encomiable, con los que menos tienen. Tu bondad está fuera de toda duda. Pero sé también que tu madre vive en permanente vigilia pensando en dónde y con quién dormirás, si tendrás algo que llevarte a la boca o estás a cubierto en las noches de frío y agua. Que alguna vez, con torpe disimulo, aparta una lágrima de su mejilla cuando el recuerdo, en forma de fotografía sobre el aparador del comedor, la asalta y le martillea la memoria con los abrazos que ha perdido, con los besos que se han quedado en su alma purgando la amargura por no haber podido salir al encuentro de tu rostro.
No Fernando, no voy a cambiar ni pedir perdón por cuanto dije ayer. Y sabes que no me importa cuando me equivoco. Suelo asumir mis errores porque además me enseñan e intento aprender. Pero por lo ayer no. Porque creo que me exprese en la verdad de mi condición, en la que me dictan los valores que he ido auto inculcándome. Y tampoco voy a impedir, si lo creen conveniente los editores, que se publique en algunos medios de comunicación. Ni voy a sucumbir a las veladas amenazas de tus compañeros, hace mucho tiempo que perdí el miedo que intentan infringir los cobardes, los que no dan nunca la cara y vierten sus miserias parapetados tras el subterfugio de un anonimato o la prepotencia. Y mucho menos por la falta de respeto hacia la libertad de expresión con la que os dirigís, siempre y cuando no se libele o mienta. Y yo ni he mentido –¿acaso no es verdad el estado en el que dejasteis la plaza tras la “liberación” de vuestro colega?- ni he libelado. ¡Qué lástima, Fernando, que los árboles no te dejen ver la belleza del bosque!
Un beso.

jueves, 10 de mayo de 2012

¡Jo, con los okupas!


Se esconden tras unos idearios que retienen trozos del pasado, con pensamientos tan denostados que han perdido cualquier utilidad y que no sirven de solución a los problemas que se plantea, en la actualidad, en nuestra sociedad. Las reivindicaciones que trazan tienen en su origen baremos y razones de equidad y justicia pero los métodos que aplican no tienen sustentos legislativos ante los planteamientos jurídicos actuales, ni todo se puede conseguir por las bravas pensando que nada tiene dueño y todo es todos. Este extraño entendimiento de la socialización, del mancomunar los servicios y aunarlos para conveniencia de estos grupos es, con las variantes y sectorizaciones adecuadas a los tiempos, la base propuesta para la ejecutar y llevar a cabo el proceso de la globalización, dejando a un lado la alternativa de la individualidad y del pensamiento y la razón como expansión del intelecto. Globalizar es impedir y cortar la posibilidad de mantener criterios únicos y confrontarlos, es seccionar la posibilidad de poder consensuarlos los contarios, aunar conclusiones con el debate y la discusión cívica para montar las bases de una existencia más ecuánime en cada una de las sociedades, porque no debemos obviar las particularidades de cada pueblo.
Estos nuevos revolucionarios que viven en la utopía y en la babia, estos jóvenes que han decidido salvarnos la vida, cambiar nuestros hábitos sociales y erigir los cimientos de una nueva sociedad, sin pluralidades y con pensamiento único, el suyo  con marchamos de caducidad colgando de los manifiestos que divulgan, que ondean la bandera de la cultura como si los demás estuviésemos sumergidos en los lodosos terrenos del analfabetismo, y tilden de fascistas a todos aquellos que se atreven a contravenirles, han tomado antiguos edificios industriales, ahora en desuso o abandonados a su suerte por sus especuladores propietarios, que prefieren sus derrumbes antes que reutilizarlos y dotarlos de  funciones ante la inoperancia de los ayuntamientos, y montan verdaderas checas bajo el camaleónico y atractivo camuflaje de la expansión de la cultura y de otras actividades alternativas. Viven durante años en los mejores sectores de la ciudad, no conozco y puede que los haya, ninguna de estas comunas que se hayan instalado en las Tres Mil Viviendas, donde sobran locales y viviendas abandonadas y donde podrían focalizar su revolución cultural, tan necesaria allí, haciendo uso de los servicios básicos sin pagar los consumos propios, organizando fiestas, con estruendosos conciertos, donde corre el alcohol y la marihuana y, en el peor de los casos, preparando incursiones proletarias para atacar los edificios y locales de esas instituciones que no están en su cuerda ideológica, convirtiendo en verdaderas checas estos espacios donde defienden su libertad coartando la de los demás. Lo del aseo y la higiene de sus integrantes lo dejamos para otra ocasión.
Ayer salieron en libertad, sin fianza y con cargos, dos de los cuatro okupas que se enfrentaban y agredían a las fuerzas de orden público cuando eran desalojados de una de estas comunas, en unos antiguos talleres del Muro de los Navarros e intentar reubicarse en otro de la calle Pasaje Mallol, donde por cierto comienzan a hacerse fuerte otro grupo allí establecido. Los individuos lo hacían entre el clamor de sus compañeros, que los jaleaban como a los antiguos héroes griegos, y ellos contestaban en reciprocidad a los aduladores, mientras las fuerzas de orden público, presentes a las puertas de los Juzgados, soportaban con la mayor dignidad posibles, los ataques verbales y las violentas provocaciones de fiel tropa.
Cuando despejaron la explanada, un tapiz de basuras y  de escombros vidriosos de una celebérrima firma de cervezas, cubría el adoquinado. No se molestaron en cumplir sus proclamas sobre la necesidad de construir un mundo mejor, más verde y más respetuoso con el entorno. Hasta unas bragas y compresas se recogieron del entorno. Así nos demuestran día a día, con estas actitudes su aptitud “respetuosa” hacia el resto de la sociedad. Como ya dije en otra ocasión, se ha perdido una oportunidad única de desahuciar a estos individuos, sin ningún tipo de violencia y sobrecoste a los ciudadanos. Bastaría con lanzar un pico y una pala para provocar la despavorida huida de estos concienzudos vividores.