
No voy a desdecirme en mis palabras,
por más que te aprecie, por más que te haya visto nacer y crecer. No es falta de
respeto lo que emerge de mí. Es lógica, pura y dura. Por más que me duela, me
mantengo en mis treces. Ni la coacción de todos esos email que han llegado a mi
correo particular, y que sospecho les has facilitado a esa plebe con la que compartes
demasiados momentos, a la que dedicas un tiempo que restas a tu formación universitaria.
Y mantengo mi posición porque estoy seguro y convencido de mis creencias, de
mis convicciones morales y sociales. He andado ya mucho trecho de mi camino y
visto cómo se iban diluyendo mis ideales juveniles en la vorágine insaciable de
unos delincuentes, de traje y corbata, de verborrea facinerosa y aranera, que
han jugado con mis ilusiones y sueños. He visto como gente de tu generación,
que es la misma que la de mi hija, se han matado estudiando, preparándose para
conseguir vivir con decencia, sacrificando ese tiempo que otros dedicáis a
otros menesteres, a vivir diferente tal vez, pero sin dar un palo al agua, subsistiendo
con subvenciones que debieran ir dedicadas a cubrir otros tipo de necesidades
sociales, mucho más urgentes que vuestras ponencias y extravagancias
culturales, utilizando como sedes espacios que pertenecen a otras personas que si acaso tratan de especular con sus
propiedades tendrá que ser la justicia y los ayuntamientos quienes se
pronuncien sobre la posibilidad de reubicar y dotar a la ciudad de esos
inmuebles, bien como espacios culturales, reglamentados y dirigidos por
personas cualificadas en estos menesteres, bien como nuevos núcleos
residenciales dirigidos a clases menos pudientes. Pero eso debe dirimirse por
los conductos reglamentarios, por lo establecidos en las normas judiciales y
sociales, que deben regir y permitir la convivencia de todos en un trato de
igualdad. Y ustedes utilizáis la famosa ley del embudo. “Ésto para mí y que se
joda el resto del mundo”, recordarás esta frase que un día nos dijiste.
¿Miento, querido Fernando, si he
puesto en duda vuestros sistemas de actuación? ¿Es necesaria la utilización de
la violencia ante hechos tan diáfanos, ante esa vulneración de la libertad con
la que os mostráis ante conciudadanos que cumplen con todos sus obligaciones
fiscales, nacionales o autonómicos?¿Seríais capaz de rebatir mis palabras
cuando me refiero al estado insalubre en el que convivís, en lugares que
carecen de agua, luz –que obtenéis de forma irregular- y saneamiento público?
Supongo que una mínima dedicación personal mantendréis, que algún cuidado
sanitario utilizaréis, sobre todo por salvaguardaros de adquirir alguna
enfermedad.
Obstaste por este tipo de vida, succionado por ese
amor que luego se deshizo de ti, y nunca vi reproches desaforados en tu entorno
familiar más inmediato. Tomaste este camino y era tu opción. Jamás se ejercieron
derechos paternales con los que prohibirte tus actos de solidaridad, tu
compromiso, y eso sí que es encomiable, con los que menos tienen. Tu bondad
está fuera de toda duda. Pero sé también que tu madre vive en permanente vigilia
pensando en dónde y con quién dormirás, si tendrás algo que llevarte a la boca
o estás a cubierto en las noches de frío y agua. Que alguna vez, con torpe
disimulo, aparta una lágrima de su mejilla cuando el recuerdo, en forma de
fotografía sobre el aparador del comedor, la asalta y le martillea la memoria
con los abrazos que ha perdido, con los besos que se han quedado en su alma
purgando la amargura por no haber podido salir al encuentro de tu rostro.
No Fernando, no voy a cambiar ni pedir perdón por
cuanto dije ayer. Y sabes que no me importa cuando me equivoco. Suelo asumir
mis errores porque además me enseñan e intento aprender. Pero por lo ayer no. Porque
creo que me exprese en la verdad de mi condición, en la que me dictan los
valores que he ido auto inculcándome. Y tampoco voy a impedir, si lo creen
conveniente los editores, que se publique en algunos medios de comunicación. Ni
voy a sucumbir a las veladas amenazas de tus compañeros, hace mucho tiempo que
perdí el miedo que intentan infringir los cobardes, los que no dan nunca la
cara y vierten sus miserias parapetados tras el subterfugio de un anonimato o la
prepotencia. Y mucho menos por la falta de respeto hacia la libertad de expresión
con la que os dirigís, siempre y cuando no se libele o mienta. Y yo ni he
mentido –¿acaso no es verdad el estado en el que dejasteis la plaza tras la “liberación”
de vuestro colega?- ni he libelado. ¡Qué lástima, Fernando, que los árboles no
te dejen ver la belleza del bosque!
Un beso.
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