Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra
miércoles, 9 de mayo de 2012
¡Ay, que me vuelvo a caer!
Somos, casi con toda seguridad,
la ciudad del mundo donde sus ciudadanos tropiezan más en la misma piedra,
donde los varetazos y las rozaduras deben escocer menos. Siempre volvemos a
caer por más que nos avisen y señalen el camino, por más que nos esforcemos en
conducirnos por vericuetos llanos, siempre hay un rodar, nos levantamos, nos
sacudimos el polvo y emprendemos de nuevo el camino para empecinarnos en rodar
y rodar, como entonaba el mexicano Vicente Fernández en sus ranchera, y cuando
nos alzamos nos convertimos en reyes de la ilusión desgastada, para imbuirnos en
la desfasada realidad con la que nos premian nuestra torpe condición.
Uno
empieza a pensar si no es por nuestra torpeza innata, por esa impericia en la
premonición sobre las catástrofes y calamidades con las que nos dejamos abrumar,
pero lo cierto y verdad es que basta con unas palabras, alegrar el ceño y nos
ponemos como unas castañuelas. Ayer publicaban algunos medios, haciendo
referencia a la ocupación de los locales que se asientan en los troncos y
coronas de las setas de la Encarnación –una monstruosidad inadecuadamente
colocada, un diseño instalado en el peor de los lugares-, que a principios de
verano ya no quedará ninguno libre, que las empresas de restauración están
copando los metros cuadrados de sus espacios y dotan de una excelente vida a un
lugar que había decaído, en exceso, durante las últimas décadas. Una buena
noticia, porque con ella viene aparejada la creación de nuevos puestos de
trabajo, la revitalización comercial de la zona, tan denostada por otras
actuaciones mercantiles e intereses del mercado inmobiliario –ese Saturno que
comienza a devorar a sus propios hijos- de los gobiernos anteriores, y la
integración en la ciudadanía de una zona privilegiada. Y de pronto sonó el
despertador.
Los
resultados finales de esta inversión de la ciudad, que revertió en las bolsas de
empresas particulares, sobrepasan con creces el presupuesto inicial. El secreto
mejor guardado fue desenterrado ayer para exponerlo a la opinión pública, a los
humildes sevillanitos que no hacen más que pagar impuestos y tasas que se van
por el desagüe de la desvergüenza, por el sumidero de la depravación más
absoluta, y que no disimulan siquiera sus excesos, de los políticos que nos
mandan. 102.043.776 euros, Dios mío de mi alma y de mi corazón. ¡¡El doble de lo presupuestado en
el proyecto, que también es una curiosa cantidad!! Ni con la cantidad de
esclavos de las bíblicas películas de Cecil B. Demille se puede gastar ese dinero
en esa obra. ¿Pero han pensado ustedes las de cosas que se pueden hacer con ese
dinero? La de familias que verían resuelto el problema de sus desahucios, los
embargos, los créditos a los autónomos y pequeños empresarios, con los que
general más empleos. La magnitud del escándalo hubiera cercenado cabezas en
otras latitudes. Los responsables hubieran acabado en la trena. Pero aquí no. Aquí
hasta los jalean y les ríen estas gracias que acometen con el dinero de otros.
En esta ciudad, en este país, lisonjeamos a quienes utilizan nuestros impuestos
para acometer obras faraónicas, para construir engendros en los lugares menos
convenientes, en entornos donde más desentonan y enfundados en esta mentira de
la falsa modernidad y que nos venden como verdaderos prodigios de la
arquitectura actual. Una catetada como la pirámide de Keops, por utilizar un símil
mastodóntico, esto es lo que nos han implantado en el mismo centro histórico de
la ciudad, haciendo caso omiso a las protestas y consejos de quienes entienden
de urbanidad y urbanismo, de quienes incluso proponían su construcción en otro
lugar más acorde al diseño. Así nos va. Tropezando una y otra vez, destruyendo
lo mejor de nuestro pasado, derribando las señas de identidad de la ciudad y
destruyendo la memoria comercial.
Por eso
seguimos anclados en la incultura. Aquí es mejor elevar a la santidad a ineptos
con verborrea seudo demagógicas, vendiendo mentiras con falso modernismos y progresos
del siglo XVI, con aspiraciones megalómanas, que atender a la razón, aunque eso
suponga no salir de la pobreza y tener que sudar para comer. Más de cien
millones de euros para justificar cinco tabernas y el incremento del trasiego
por la zona. Una inversión que tardará muchas décadas en ver cumplidos los
objetivos de la misma. ¡Ay, que me vuelvo a caer!
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