Como en los sueños que vienen vencidos por la
ilusión, en los que se destierran las tristezas, en los que afloran los mejores
sentimientos y descubren que la mortandad de las horas es un mero trámite para
la adquisición de las venturas, como en las experiencias que resuelven los
misterios de la vida y nos descubren al amor y a la pasión, a la tristeza y al
llanto, desconsuelo o al amparo, a las ausencias y a las presencias, como en los
esplendores de los momentos sublimes de la existencia que nos advierten de la
belleza, la paternidad o la dulzura de un beso, así ha llegado, deslizándose
por los entresijos del tiempo, filtrando sus
cadencias, desperdigando los esfuerzos por los aleros de las madrugadas,
ese tiempo que remueve la magia y tergiversa los colores, adentrándose en el
alma por los estrechos pliegues donde se
amasan la voluntad y las emociones.
Sin sobresaltos, sin sorpresas, sin misterios, sin
necesidad de más reconocimientos que la propia alegría y la sabiduría de contención
de la euforia, porque a nadie concierne más que a ti y a los tuyos esta victoria al tiempo, este
triunfo de la alegría, esa vida nueva que convulsiona los cimientos de la nostalgia
y remueve la memoria, convertida en el azogue de un espejo donde te presentas
casi irreconocible, con aquella imagen que acaba de transgredir la pubertad
para solidificar el primer instante del hombre.
Llegó, querido amigo, el importante instante que
promueve y agita las afectividades. No le hemos dado valor a este tránsito
porque procede y vence en el amor, porque llega investido de la fuerza de la devoción,
de la atracción inmaterial y etérea que nos provoca la satisfacción sublime,
que nos eleva en la triste condición humana hasta límites donde florece la
divinidad, donde se acopian el orgullo y la vergüenza, la humildad y la
disciplina, el esfuerzo y la solidaridad, y nos procura la felicidad, aunque a
algunos se les escape este entronque de dicha procedente del trabajo.
Te ha vencido la trémula esencia que te fue impuesta,
la naturaleza heredada, la transmisión de una suerte que a muy pocos es dado
conocer. Te ha unido en la intemporalidad de esta misión que te encomendaron en
el mismo seno materno y que se te hace imposible deshacerte de él, que te ancla
al pasado y, extraña y nigrománticamente, te está proyectando siempre al
futuro.
No podemos desligarnos –y quiero recordar en esta
pluralidad gramatical a muchos, porque hemos sido parte de tu tiempo y tú parte
del nuestro- de lo que es inherente a nosotros mismos, no podemos luchar contra
esta materia que se va condensando, que va petrificando las raíces en lo más
íntimo del ser hasta conformar láminas de mármol donde inscribimos las mejores
leyendas, la de la amistad que surge, la del esfuerzo compartido, la de la
solidaridad suprema. Te han vencido las acuosas miradas que descubriste y
avivaron las brasa de tu orgullo cuando creías que las fuerzas te abandonaban y
no serías capaz de cumplir con aquel contrato que rubricaste, apenas unas horas
antes, el intercambio de miradas entre Quién es Dios redivivo en la Macarena.
No te dejes vencer por la pesadumbre ni por la
mentira del tiempo, alza la vista como los fieros guerreros que se crecen en la
adversidad, aquéllos que se encomendaban a Dios y Santa María para traspasar las fortificaciones que impedían
ver y propagar la verdad. Siempre nos queda esa impronta, esta huella que se
forja y se graba en el alma y nos hace distinto, nunca mejores. Pero no atenúes
jamás esta importancia que nos ha entallado en la sublime condición de ser
costalero de la Macarena. Porque durante un cuarto de siglo has ido marcando una
senda por la que caminan ya otros, has ido delimitando un espacio, sembrando
unos campos para que florezca ese mensaje de Esperanza que nos corresponde
transmitir y que llega siempre tras la humildad del Sentenciado.
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