¡A tan destiempo llegó la muerte que aún temblaba el
cimiento de la grada coreando olés y la gente enaltecida enloquecía lanzando
sombreros que llevaban alientos de glorias en sus aleros! ¡Tan de improviso se
presentó en la tarde que nadie advirtió su presencia en la finura de las encornaduras
del burel, que nadie se percató de su deambular por el ruedo en la selección
negra de su estampa, en la mirada perdida del animal, en los reniegos a la capa!
¡Qué negra premonición aguardaba en las espesuras de la oscuridad de los
chiqueros, qué miserables suerte le aguardaba en los minutos que son horas
cuando el clarín señala el cambio y toda la soledad se apodera del aire y el
miedo es un hito atrincherado en la barrera, asomándose vigilante y celoso por
el burladero, ese horizonte que delimita los temores y agiganta los valores!
¿Petra, qué hora
es? Madrugada, señorito. Descanse que ya viene el alba despuntando por la
sierra.
Napoleón y Almendrito han renegado de su casta, ya no pacen en los campos celestes
recordando el tiempo que quedó parado en la muleta del torero, en el engaño del
espacio que tenía su asiento natural en las muñecas de aquel niño-hombre que
les acariciaba el lomo, que los premió con la inmortalidad y sus sonrisas
mirando al tendido, como divisa que les impusiera José en la tierra de la
Maestranza, en los surcos que fueron marcando en el dorado albero sombras de
toreo, pinturas que emboban en el celeste que se asoma tras el coso, porque
Bailaor ha abierto el camino de la desesperación, ha cerrado los senderos por
el que los niños vagaban dibujando muletazo, delineando el vuelo de las capas
que recibieron en el tercio esbozos de nuevos toreros, porque ha deshecho los
sueños con el derrote asesino que ha partido las entrañas del toreo, la vida y
la ilusión de los aficionados, de su gente, a la que acude a raudales a la Monumental
porque es el único sitio donde el ídolo, el dios elevado a la cuadratura de la
razón y el temple, es hombre entregado a la causa, torero que humaniza lo
divino y convierte lo sublime en sencillo, el difícil arte de conjugar el cielo
y la tierra.
¡Petra, Petra!
No concilio el sueño. ¿No ha llegado mi “cuñao”?
Es el trágico sentido de la vida, la adversidad
encunada en los pitones de Bailaor, la que se ha presentado tras la música, es
la Parca disimulada en las embestidas del burel, al que ha cegado para que
cambie el rumbo del mundo, que ahora gira en el ruedo en torno a José. Es el
reino de las sombras, engañando al destino, el que le ha puesto oropeles y
monedas para que lo señale con el beso maldito, para que lo despoje del Olimpo donde
reposa y vive el arte de sus sueños. Es el quejido ahogado de la madre que
presiente en sus entrañas el calor del asta para arrebatarle la carne que de su
carne manó. Es el fuego abrasador que separa los tejidos, que cercena la vida y
que intenta huir del sombrío campo del dolor. Es el ¡ay, que me mata! abriendo el
espíritu del matador, la exhalación y el recuerdo que quedan prendidos en el
aire de la plaza, cautivos en las gradas, donde la alegría se torna en
desesperación, donde ha enmudecido el gentío tras el gesto del matador.
Es la pena entreverada recogida en la noticia que
recorre los caminos, que se adentra en las cañadas, que va asolando los campos,
que va asediando los pueblos, que sitia las grandes urbess con el son de las
palabras, es el congoja preñada de dolor en un telegrama, es una lágrima
furtiva que se escapa y apodera del poder del rostro del amigo del alma, de
Juan el Pasmo de Triana, del adversario en el ruedo que proclama la derrota con
la voz entrecortada, es el eco de un suspiro que se eleva al universo, es la contrición
de unos versos, es la oración que se
ofrece a los pies de la Esperanza, es el luto de la Virgen para el hijo que
tanto la amara.
¡Petra, Petra!
Enciende la luz, que he visto a la Virgen sentada a los piés de esta cama. No
vaya usted a Talavera, señorito.
Es Bailor derrotando para elevar al valiente de la
saga de los Gallos, a José Gómez Ortega, a lo más alto de la gloria, donde sólo
viven los mitos, donde la inmortalidad alcanza el alma y se reposa la vida en
brazos de la Virgen de la Esperanza.
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