Es a veces complejo
definir las situaciones porque anexas a ellas se sitúan los sentimientos y
entonces suelen entroncar con la mejor espiritualidad para proyectar un estado
de ánimo, para revelar las emociones que fluyen del corazón para localizar la
felicidad y situarnos en el edén de la dicha.
Es
a veces necesario desasirse, con la brusquedad que nos reclama el alma para
saciarse de paz, de todas las miserias, de aparcar las necesidades materiales y
desterrar la posibilidad de ser engullidos por la desdicha, que a veces acecha
impaciente con el fin de hundirnos en el lodazal del olvido. La defensa natural
del hombre ante la adversidad, no es obviarla ni la suplantación de la
realidad, es combatirla con denuedo y procurar el avituallamiento de la razón
como arma principal.
En
la actualidad, en estos días en los que es imprescindible poseer todos los
avances técnicos a nuestro alcance para no caer en una profunda depresión,
estar inscritos y participar en todas las redes sociales para ser reconocidos,
la posibilidad de establecer estas conductas –enfrentamiento, lucha, victoria-
se ha suplantado por las penosas y capciosas facilidades de unas nuevas normas
de comportamientos que nos conducen al individualismo, al aislamiento y a la
segregación de la personalidad en beneficio de la globalidad, en sustitución
del elemento sociativo presencial que prima en los regímenes de convivencia y
agrupamientos humanos desde el principio de la institución de las sociedades,
con sus jerarquías y graduaciones.
Tocar
para sentir, besar para emocionarse, ver para compartir, experimentar para
sentir. Era la humanidad expresiva de la sociedad de nuestros padres, una
sociedad paritaria en la costumbre, enraizada en la tradición familiar y
vinculada a la apreciación de los valores sobre las miserias humanas, donde
prevalecía la premisa de la amistad sobre el fanatismo ideológico. Algún día
debieran ver la luz las hermosas historias de solidaridad y fraternidad
acaecidas en los primeros días del Alzamiento.
Debió
ser en las jornadas previas a la exaltación del amor en la Macarena, cuando la
Virgen refulgió en su mejor condición, en el reconocimiento de los hijos que
tanto La quieren, o en las postrimerías de la culminación de los días en los
que la gloria se estableció en la ciudad, por las gracias que vienen adjuntas
con la proclamación de la universalidad de la Esperanza. En la cal de la
fachada hay un pregón que refulge, que remueve la conciencia, una proclama
teológica capaz de sustraer la razón y hacerla perder con el poder de la admiración
transcrita desde el corazón a la pared, síntesis de las mejores concesiones
papales, que se obtienen con el sufrimiento, la entrega y la dedicación que se
consumieron en la hoguera de los siglos, en las piras del fervor y la devoción,
bulas que adquieren la consideración de excepcionales porque se emitieron en
las casas de vecinos de la Macarena, en los cielos que se dibujan tras las
almenas y que se rubricaron en el voltear de las campanas que esparcían por el
aire el nombre de su Reina, la coronación de la Madre, La que todo lo alcanza,
La que siembra con su gracia las huertas que le pusieron apellidos a la
grandeza de su advocación. Esta es la mejor sipnósis, jamás conocida, para la
conjunción entre la Providencia y el hombre.
En
los balcones las mejores galas de las casas, los blasones son los ornamentos
florales que surgen de las macetas, que han sido desterradas de los patios y
ventanas para embrellecer la leyenda. Y un primor de la concreción de la
felicidad plasmado en el altar central, que destaca sobre el pasillo de honor
que han dejado para la contemplación y la sujeción a la eternidad de la
fotografía. Ahí está la esencia pura del sentimiento macareno, la magnificencia
del fervor popular que supo elevar a la condición de lo sublime el
sencillo, la devoción y el respeto hacia la Madre de Dios, con estos
salmos que profieren las sonrisas, el brillo de los ojos, la alegría compartida
por saberse ya parte de la eternidad y de la historia sentimental de la
Macarena desde el mismo momento en el que obturador se cerró y dejó
enclaustradas todas las emociones que estallan en la fotografía. Éste es el
verdadero sentir de la gente de la Macarena y la mejor divulgación del dogma de
la vida que vence a la adversidad, que supera la tristeza y la necesidad, que
se eleva por encima de la distinción de los hombres y los iguala en el candor
de su mirada. Todos, en aquellos augustos días de la Coronación Canónica, y
ungidos por su gracia, gozan con la grandeza y las bienaventuranzas que
irradia, por todos y para todos, la Virgen de la Esperanza.
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