Es incomprensible que la Iglesia de
Santa Catalina no se viera ayer asediada por una multitud de sevillanos reivindicando
su condición de monumento nacional que se cae, que se deja en la ruina, para
iniciar, con urgencia, la restauración de este edificio que es patrimonio de la
ciudad.
La convocatoria realizada desde los
medios de comunicación, desde las redes sociales y el tan popular y efectivo
boca a boca, no recibió el respaldo popular que se esperaba. La concentración
apenas reunió dos centenares de personas. Cierto es que el clamor en las
referidas redes sociales ha sido estruendoso y la voz se alza a través de estos
medios clamando la necesaria reparación de sus muros, cimientos y estructuras. Después debe continuar con los
elementos artísticos que decoran y embellecen su interior. Hemos de recordar, y
nos es cuestión ahora de realizar un somero estudio arquitectónico sobre sus
estilos y orígenes, que en su interior se guardan –quiero y deseo que se estén
preservando, al menos- valiosísimos retablos que presiden sus capillas
laterales, así como otros elementos figurativos que poseen un gran valor
artístico. Incluso, entre sus ornamentos principales, se hallan unos frisos de
azulejería que retienen el esplendor de esta importante industria sevillana y que
requeriría, solo ella, un estudio profundo y profuso.
Santa Catalina no es sólo un
monumento al que hay que referir. Es una seña de identidad de la ciudad, de las
culturas y estilos arquitectónicos más importantes, es una referencia para la concienciación del valor patrimonial
que se nos ha legado. No debemos olvidarnos de las esencias culturales que nos
antecedieron, que se fueron implantando en la esta milenaria ciudad y que
debemos preservar para generaciones futuras. Un pueblo que se deshace de este
valor, que deja en el más absoluto ostracismo sus mejores instrumentos para
asegurar la identidad y carisma de una sociedad, está abandonándose a su
suerte, está esquivando el progreso. No hay adelantos sin bases, sin el
reconocimiento a los que nos antecedieron, a sus esfuerzos y privaciones,
porque nada se consigue sin estas dos
premisas. Es obviar la memoria de nuestros padres, de nuestros abuelos. Y una
ciudad sin memoria es un ciudad muerta. Cierto es que hay que ir regenerando la
sangre, adecuando los espacios a las nuevas tecnologías, que no son, ni deben
enfrentarse, incompatibles.
Necesitamos con urgencia recuperar
esta iglesia. Es una obligación moral de todos, especialmente de los organismos
e instituciones que la administran. Las concentraciones solo pueden mostrar la
querencia de la población, que la siente suya, que se manifiesta con el
propósito, único y solidario, de mostrar su disconformidad ante la negligencia
de los organismos oficiales, que presumen de una identidad cultural de la que
luego se evaden, eludiendo la obligación de perpetuar sus propias consignas. La
preocupación de la sociedad debe tener su reflejo en la voluntad de intervención
de las delegaciones culturales de la Junta de Andalucía y del Ayuntamiento,
coordinar sus actos y no enfrentarse con alusiones incriminatorias de unos hacia
otros, exculpándose con pretextos y
banalidades políticas. Cuando votamos lo hacemos para que quienes nos
representan ejecuten la voluntad popular y busquen soluciones a los diferentes
problemas que se vayan planteando y no tamizar las manifestaciones de la
ciudanía con evasivas y subterfugios, cuya finalidad es cansar a los mismos,
aislarlos en la particularidad de las actuaciones.
En los tiempos que corren, en esta
época de desajustes sociales, tenemos que mantener la unión, potenciar y
acrecentar las manifestaciones. Pero para ello necesitamos respuestas
presenciales muy superiores a la de ayer. No hay que dar pábulo, si queremos
conseguir el propósito final, en este caso la consolidación de las estructuras
y restauración del patrimonio artístico de Santa Catalina, a qué piensen que
somos unos pocos los que nos preocupamos. Tenemos concienciarnos, para el
futuro, que es necesaria la participación y la presencia de cada uno de
nosotros en estas convocatorias, que nuestra aportación personal es tan
importante o más que la identificación y la adhesión en las redes sociales.
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