En la pasada cuaresma, y dentro de
los cultos que celebra la Hermandad del Cachorro a sus Sagrados Titulares, el
Arzobispo de la Diócesis de Sevilla, D. Juan José Asenjo Pelegrina, hacía
público la elevación a la dignidad basilical del Templo que acoge la soberbia
imagen de Ruiz Gijón. La alegría entre los devotos del Cristo que va pregonando
la grandeza de la vida, que va narrando la voluptuosidad de la existencia
humana trazando renglones en el aire de Triana con ese último aliento que nos
hace contener la respiración cuando Lo vemos por Sevilla en la tarde del
Viernes Santo, fue inconmensurable. El motivo lo merecía.
Sospecho que de inmediato, la Junta
de Gobierno comenzaría a elucubrar sobre el programa de actos que culminarán
con la bendición de la consagración del Templo como Basílica el próximo día
tres de junio, con el fin de proyectar esa inmensa alegría al resto de la
ciudad, al resto del mundo. Una explosión de satisfacción que debe ser
anunciada, con volteos de bronces, al ritmo de martillo y fragua, martinetes
que esparcirán por los cielos sevillanos la gran dicha de la gente del
Turruñuelo. ¡Qué grande ser y pertenecer a la estirpe de este Hombre que siente
cómo el aire del mundo, todo el poder del universo, es incapaz de contener la alegría
por el amor que le profesan! Por ello van buscando lo mejor para la
celebración. Y pensaron en transmitir sus sentimientos por medio de un cartel,
a través de la pintura, del arte que brota del alma de una sevillana, de una
mujer que es sensibilidad, armonía y belleza en sus conceptos artísticos. Y
apostaron a caballo ganador, a la seguridad que confiere saber que cuanto salga
de su alma servirá para el bello propósito, que florezca en el jardín de su
prolífica mente fortificará el asentamiento del mensaje, que a nadie dejará
descontento cuando se desprenda el telón y aparezca la obra. Porque Nuria
Barrera ya ha dado sobradas muestras de su arte, del concepto que tiene y
mantiene sobre la expresividad, de trasladar al lienzo sus magnificas
composiciones, imágenes que nacen en la profundidad del alma y las eleva a la
condición de sublime belleza.
Toda la tradición pictórica de los
grandes creadores sevillanos se confabulan con su profesionalidad, con la
meticulosa laboriosidad con la que va creando, con la va perfilando matices que
saltan a la vista. En sus obras se conjugan la luminosidad y la excelencia, la
realidad con el misticismo, hasta llegar a conformar unos entramados pictóricos,
racimos de luz que van destilando sensibilidad, que acorralan sombras para
extraerlas y conformar situaciones paisajísticas en las que se puede
experimentar el caminar de la gente que frecuenta la plaza del Salvador, la
alegría que trasportan unas mujeres vestidas de flamenca paseando por el Real o
una algarabía de espejadas corazas que se rebelan a la Sentencia que dan al
Señor por la Macarena.
Nuria es una pintora excepcional. Pero es también
una magnífica persona incapaz de negarle una sonrisa a nadie, que comparte con
todos, y con una sencillez extraordinaria, sus proyectos e ilusiones. Su
personalidad conmueve porque exhuma humanidad, porque exporta sevillanía allá
donde va.
Quienes nos preciamos de su amistad sabemos que este
proyecto no la llenará de vanagloria, como suele suceder con las personas
mediocres, y sí sentirá la orgullosa alegría por haber sido designada para concebir
una nueva obra en la que se magnifique un acontecimiento de la importancia que
refiere, porque estoy seguro que sobre el lienzo estallará la emoción que suele
transmitir, la sensibilidad que rebosa cuando toma los pinceles y traza las
ilusiones que se conciben en su mente, en ese caudal de sensaciones que llegan
a raudales desde el alma y que dirigirán sus manos hasta el acerto en los tonos
cromáticos, en la perfecta gradación de sus colores y conformar el pregón que habrá de recorrer
todos los rincones de la ciudad, a modo de volteos y bronces de campanas que
vayan perforando el aire, para dejar fidedigna constancia de que Triana tiene
ya su basílica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario