
Unos
desalmados, unos vándalos que no mantienen más aspiración en sus vidas que
emular a Atila –y perdón a Atila por la comparación- e ir destruyendo cuánto
van encontrando a su paso, dejando desolación y devastando la riqueza cultural
de todos, se han encargado de mutilar a la estatua que preside la plaza de la
Puerta de Jerez, el símbolo de la ciudad decapitado y arrojado al populacho que
seguramente jalearía el descabezamiento como lo hacían los bárbaros que seguían
las ejecuciones a guillotina en los primeros tiempos de la revolución francesa.
Explican los expertos que los ajusticiados por este método conservan el sentido
durante algunos instantes, que ven y oyen hasta que la circulación sanguínea
del cerebro deja de recibir los impulsos vitales que les llegaba desde el
corazón. Intuyo y presiento la tristeza de la vieja Híspalis cuando le seccionaron
la cabeza, separándosela del tronco con brusquedad y furia, con inusitada ira,
para lanzarla al precipicio de la devastación. ¡Cuánta tristeza, cuánta
desolación anegando su espíritu! Destrozada por sus propios hijos, por aquéllos
que vió nacer, que mantuvo con su emblema durante años y que ahora vomitaban
sus frustraciones sobre la viva representación de la ciudad.
Estos
desalmados, si son identificados, deben asumir las responsabilidades de sus
destrozos, obligarles al pago sin remisión y sin ningún tipo de indulgencias,
de los perfectos causados. No debemos pagar los ciudadanos los actos vandálicos
que se producen, que atentan principalmente sobre el patrimonio artístico de
este hermoso pueblo que se están cargando entre unos y otros. Si fueren menores
hay que hacer responsables subsidiarios a sus progenitores, sin tener en cuenta
el dicho de “no tienen culpa de lo que
sus hijos hacen”, porque no es cierto. Tienen mucha culpa porque son
permisivos con sus banalidades, con su falta de autoridad y su negligencia en
los advenimientos nocturnos. ¿Qué hace un niño con doce o trece años, que lo
han visto estos ojitos que se han de comer los gusanos, deambulando por las
calles, con bolsas que contiene bebidas alcohólicas, a altas horas de la
madrugada, gritando, alterando el descanso de los sufridos ciudadanos,
provocando a la violencia con actitudes bárbaras? La familia es el germen de
las conductas, el lugar donde se adquiere la educación esencial, principalmente
por la condición del ejemplo.
Hay que empezar
a aplicar la ley con toda la rigurosidad que se permita, con la severidad y contundencia
que nos redima a los demás de estos actos. Y si la ley no contempla la
ejecución de estas penas habrá que ir pensando en cambiarlas porque no podemos
vivir con el temor a perder el patrimonio artístico de manos de estos nuevos
vándalos, de estas bandas de desalmados que no tienen mayor pretensión que
divertirse, sin reparar en gastos, que para eso estamos nosotros, asolando la
ciudad, convirtiendo en verdaderos vertederos sus calles y plazas, pintando
fachadas con total impunidad, defecando y orinando en las propias vías públicas,
provocando con su inusitada violencia momentos de tensión con vecinos que se
rebelan por estas actitudes.
¡Qué lástima que
se suprimieron de las escuelas asignaturas tan importantes como la educación
cívica, un complemento ideal y extraordinario para el aprendizaje que adquiere
en el seno de la familia para respeto y la consideración hacia el prójimo!
Porque todo es cuestión de educación. Para controlar los impulsos violentos hay
que tener formación humana y cultural, hacer valer la razón y procurar que nuestros
sentimientos no se vean enturbiados por el analfabetismo que nos procuran las
actuaciones preservadas por el encubrimiento y el respaldo de la tribu. Los héroes
destacan por sus actuaciones individuales en momentos de peligro, durante la
contingencia de una desgracia o en el auxilio a los débiles, la atención y la
salvaguardia de los indefensos, en la claridad del día y no buscando la
complicidad del grupo y al amparo de la nocturnidad que los hace anónimos en
sus fechorías.
En fin, otro
gesto de “valentía” de los salvajes. Condecorémoslos con la repulsa y la desaprobación.
Maldigámoslos y que no encuentren paz hasta que pagan sus culpas porque están
atacando a la esencia de Sevilla y no lo que no consigan los políticos, lo
conseguirán estos herederos de Atila que tenemos la mala suerte de mantener en
la ciudad.
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