Hay cosas que por mucho que se lean, por
mucho que se expliquen o por mucho se muestren nunca será valoradas o
apreciadas en su justa medida porque hay quienes interpretan lo que leen como
les interesa y viene en gana, incapacitados por sus egos y soberbias, que tapan
sus oídos para no escuchar la verdad ecuánime porque no creen más que en sus
propios intereses y que cierran los ojos ante las visiones que se les muestran
porque sólo les preocupa salir airosos de sus desaires, con las imágenes que
desean ver, ciegos que se creen visionarios porque solo autentifican sus
creencias menospreciando las del prójimo, o lo que es peor aún, mostrando
perspectivas erróneas y sopesando impresiones sobre actuaciones de
profesionales cuando ellos tienen las mismas bases y conocimientos científicos que
el Pato Lucas. Son incapaces de mostrarse a la verdad, de admitirla y de asumir
que pueden existir personas e instituciones que realicen sus labores
adecuadamente, en torno a los cánones y principios estipulados para el
desarrollo de la labor emprendida.
Quienes
no entendemos, o no estamos preparados, para sopesar las posibilidades y
concreciones de un trabajo, especialmente en lo que refiere al arte, deberíamos
de guardarnos las opiniones y las valoraciones para nuestros entornos más
próximos o callarnos que como muy dice el dicho “somos dueños de nuestros
silencios y esclavos de nuestras palabras”.
La
profusión de valoraciones que se formulan en las redes sociales carece del
respaldo científico necesario y en la mayoría de los casos, tan solo se emiten por
resentimiento o por desconocimiento de los hechos o actuaciones. Mostrar los
gustos es otra cosa, una manera lícita de expresar los sentimientos. Pero intentar
instaurar la falsedad como émbolo de transmisión sobre supuestas alteraciones en
la naturaleza de las Imágenes, no es más que una malvada maquinación sobre la
buena voluntad de quienes han de tomar las decisiones. Malversar la realidad
como fin de la obtención de notoriedad, puro ombliguismo, que hay quienes solo
disfrutan cuando se siente centro de atención. No les interesa el bien común, y
menos aún si éste viene no tiene adscrito premio ni mayor reconocimiento
popular que la obtención del silencio como respuestas a su labor. Alardean del trabajo
ajeno si produce algún tipo de rendimiento, babosean cuando les siguen en sus
mentiras y creen que los valores vienen tintados de oropeles. Especialmente curiosa ha sido la
aportación –inigualable su desfachatez, el descaro de sus pronunciamientos- de
unos de estos personajillos, en la página de una famosísima red social, donde
no se permite el anonimato afortunadamente, donde expresa y hace valer toda su “sapiencia”
sobre las actuaciones de mantenimiento en las Sagrada Imágenes de la Hermandad
de la Macarena, centrándose muy detalladamente en la Santísima Virgen. Viene a
decir, entre otras lindezas, que se ha tocado la cara, que se han efectuado
cambios en su fisonomía, dejando entrever –porque parece ser que tiene pruebas-,
y demostrando una ignorancia supina, que ha podido ser intervenida con
profusión. ¡En cinco días! Y poniendo en duda la profesionalidad del equipo que
ha procedido a limpiar y restituir lo que de natural es. Nada más.
Lo
que verdaderamente preocupa, no es que haya disparidad de opiniones, hecho que
siempre engrandece y dota de vida a las instituciones, que exista la diversidad
en el entendimiento sentimental de las cosas, que también las ensancha y
proyecta, sino la intención por desorientar, de extraviar a indecisos en sus
caminos, en intentar provocar el enfrentamiento entre hermanos, entre quienes
profesan la misma devoción, la misma fe. Para gustos los colores. Pero las
evidencias siempre están ahí para poner a cada uno en su sitio, para imponer la
razón. El tiempo es quién da y quita razones.
Enjuiciar
desde el desconocimiento provoca equívocos y malinterpretaciones. Las argucias
de algunos están planificadas. No sirve expresarse en términos iconoclastas y guardándose
las virtudes de santidad y divinidad que irradian, ni realizar exacerbados discursos
sobre quien mantiene mayor amor a la Virgen para proclamar mentiras. Hay que
saber dosificar las palabras y engullir los egos. Para sobresalir basta con
respetarse a uno mismo, dotarse de humildad y convocar al esfuerzo y el
trabajo. El reconocimiento no vendrá con doradas insignias de solapa. La
recompensa llega con el cruce de una mirada y la salutación de los ojos que
tienen a Dios en sus reflejos.
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