Comienza a ser
habitual, y eso es bueno siempre que no se baje la atención ni deje ser motivo
de superación, ver a la selección española de fútbol copar las primeras páginas
de los diarios mundiales por sus reiterados éxitos en las competiciones que
participa. Es algo que eleva el espíritu, tan necesarios en estos días en los
que el desánimo y la desmoralización
cunde entre las multitudes, que nos hace sentir orgullo y nos presenta al símbolo
de la unidad entre quienes hablamos la misma lengua, compartimos la misma
cultura y nos desplazamos por los mismos límites geográficos. Es de destacar la
solidaridad que nace, la exaltación patriótica que concitan esos once
españoles, ataviados con los colores que representan a la nación.
Estos
hitos deportivos, no hay que olvidar otras disciplinas caso del baloncesto, el
tenis, el motociclismo y la fórmula uno, concitan la atención de gran parte de
la población haciéndoles partícipes de los éxitos. Y tienen su importancia.
Hace
muchos años que no eclosionaban los sentimientos patrios de una forma tan
estridente. Es una marea roja y gualda que se lanza a la calle en los
preámbulos de la competición para emocionarse, para sentir la pasión de un
pueblo trasladado a la contienda deportiva, al desafío a otros para imponerse y
elevar el espíritu de la nación hasta la gesta. Es una exaltación de los
valores más importantes tras la concesión providencial de la familia. Gritar
para celebrar un gol, abrazarse al de al lado, sentir como se va apoderando del
cuerpo un repelús, un recorrido sentimental que va ascendiendo, que va reptando por cada poro
de la piel hasta erizar el vello y convocar al duende de las lágrimas, es uno
de los gestos más sublimes de la condición humana.
Hay
jóvenes que ya no se avergüenza de llevar una insignia nacional ni por
ataviarse con una camiseta roja donde resplandece y sobresale el escudo
nacional, el de este país que es España y al que han intentado, sin éxito,
desarraigar de su espíritu con la falsa concepción y con la propagación de la falsa
afirmación que era mejor desmembrar toda su historia, toda la fuerza de la
unidad por la que nos hemos destacado siempre, por la que hemos sido una nación,
con sus altibajos de poder, para crecer y aumentar en el bienestar,
consiguiendo tan solo mantener engañados a unos pocos durante bastantes años y,
eso sí, mantener la sostenibilidad de sus adquiridas fortunas.
Me
congratula que la nueva generación abrace estos valores que habían permanecido
secuestrados por una falsa intelectualidad progresista que solían promulgar la
iniciación de la destrucción de las fronteras y sin embargo imponían, dentro
del territorio nacional y con la anuencia y la venia de las familias políticas,
unas alambradas para distinguirse y separarse del resto de la ciudadanía, la institución
de un linaje superior, como una casta que tenía que mantener su supremacía
racial e intelectual. Celebro y congratulo viendo ondear banderas nacionales de
España, batidas al viento por jóvenes, con el orgullo resplandeciendo en sus
ojos sin menoscabos de idearios, que comienza a entender que en el perímetro de
las enseñas se retiene la historia, que debemos preservar para obtener
conclusiones objetivos y evitar los errores de aquellas vicisitudes, que
comienzan a ver en la patria el símbolo que es capaz de aunar todos los valores
que son necesarios para cimentar y recuperar la grandeza de ser español.
Algo
bueno está sucediendo en la sociedad que empieza desperezar, a levantarse del
aletargamiento en el que ha permanecido durante casi dos décadas. Un amigo, que
tuvo que emigrar a Estados Unidos en la década de los ochenta del pasado siglo,
y que ahora imparte clases de literatura española en la universidad de Wisconsin,
no daba crédito a su sorpresa cuando observó que en el núcleo residencial donde
fijó su domicilio, en Madison, en la puerta de cada casa ondeaba una bandera de
la nación, durante todo el año. Movido por la curiosidad preguntó a sus vecinos
por este hecho y ellos se extrañaron por aquella consulta y contestaron que no
había ningún motivo especial, que exhibían la enseña porque se mostraban
orgullosos de pertenecer al país que le había dado cuánto tenía, que defendía
su libertad y potenciaba el espíritu de una constitución que los sustentaba
sentimentalmente.
Gracias
a la selección española de fútbol, gracias a estos jóvenes que nos han elevado
a la gloria divirtiéndose y divirtiéndonos, se va regenerando el espíritu de
ser español. Hasta lo vociferan, cantando coralmente, aquello de “yo
soy español, español, español” y ondean banderas y se engrandece el
orgullo. Por cierto, qué grande es nuestra selección…
No hay comentarios:
Publicar un comentario