
“Buchenwald no fue concebido como campo de exterminio sino como centro de internamiento para presos político, que posteriormente fue ampliando su población reclusa a homosexuales y otros de ámbito religioso, como testigos de Jehová. Con posterioridad una sección del campo se dedicó la experimentación científica buscando soluciones médicas para combatir la homosexualidad. Tanto es así que uno de los galenos llegó a afirmar haber encontrado una vacuna realizando persistentes y sistemáticos implantes de hormonas.
Buchenwald, que durante la guerra fue utilizado sobre todo para la industria de armamento, no era un campo de exterminio industrializado, como los grandes campos de concentración en Polonia. Sin embargo, muchos de los cautivos fallecieron asesinados o agotados por las duras y extremas condiciones de trabajo a las que eran sometidos, a las inhumanas condiciones de vida. Sin embargo hubo grupos de prisioneros que fueron masacrados en masa, especialmente los soldados soviéticos que cayeron en manos de las tropas germanas en las campañas rusas. Los alemanes extremaron mucho las formas de ejecutar. Eran fusilamientos someros realizados en las enfermerías donde se disimulaba al verdugo en una cámara oculta, mientras se hacía pasar al reo con la excusa de realizar unas pruebas médicas, entre las que se encontraba medir su estatura, momento en el cual se abría una pequeña ventana a la altura de la región del cuello y cabeza del prisionero, por donde se realizaba el disparo fatal. Otra forma de ejecución, era el ahorcamiento, el cual se realizaba en el subterráneo del edificio de los hornos de cremación”.
Con estas palabras se despedía Jorge Semprún de unas sus múltiples conferencias ofrecidas para relatar y constatar el horror nazi, en París. El escritor que fue político por conciencia, o tal vez su conciencia de político fue la que le llevó a su condición de escritor. Ayer muchos se lamentaban por su fallecimiento, incluso en alguna emisora nacional Santiago Carrillo elogiaba su figura y su trascendencia como político con una desfachatez propia sólo de quién vulneró sus propios valores, y sin escrúpulos lo purgó, en 1962, retirándolo de la actividad clandestina y sustituyéndolo por Julián Grimau y expulsándolo del partido comunista, en 1964 por mostrar sus divergencias con la línea política que quería mantener el Sr. Carrillo.
Federico Sánchez, seudónimo con el que firmaba muchas de sus obras, se despidió definitivamente de este país el mismo que fue cesado como ministro de cultura, en la época en la que Felipe González fue presidente del Gobierno, legislatura en la que mantuvo un sonado enfrentamiento por el entonces vicepresidente Alfonso Guerra. Regresó a la ciudad de la luz donde siempre tuvo un hogar y el reconocimiento de su figura como luchador, como escritor.
Su pródiga y extensa obra está escrita principalmente en francés, su lengua vernácula aunque naciera en España y hablara nuestro idioma como nativo de este país –tenía pasaporte español-, producción que luego ha sido traducida a nuestra lengua.
La muerte de Jorge Semprún viene a dejar un gran vacío para la memoria de este país. Sus escritos era reflejo de la dureza con la que la vida lo trató, con la indolencia con la que fueron tratados sus pensamientos y los desaires a fiel ideología. Un plato de lentejas nunca fue pago para encubrir las bajezas con las que otros obraron. Prefirió caminar con la cabeza alta, conservar la memoria e intentar transmitir sus vivencias, sobrevivir al horror que le marcó su existencia. Un hombre que ha sobrevivido al horror de Buchenwald ya no puede tener otra nacionalidad que la de superviviente. Lo dijo Jorge Semprún, el último español afrancesado.
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