Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

miércoles, 22 de junio de 2011

LA BUHAIRA o QUE CORRA EL AIRE, SEÑORES


El Palacio de la Buhaira fue construido a extramuros de la ciudad por iniciativa del califa Abu Ya Qub Yusuf, quien comenzó el Alcázar y la Mezquita Mayor de Sevilla y estableció la capitalidad de Al-Andalus en Isbilia. Para embellecer sus jardines se trajeron del Aljarafe sevillano escogidos olivos y llegaron a plantarse más de diez mil pies, además vides y árboles frutales de las especies más variadas que se regaban con el agua de los Caños de Carmona, antigua conducción romana. Para su explotación agrícola mandó construir una gran alberca, que surtía del líquido elemento los terruños adyacentes gracias a un complejo sistema de riego que se mantuvo en uso hasta finales de la década de los ochenta, del pasado siglo XX.
La ensoñación de aquel hombre nos procura hoy uno de los lugares más hermosos de la ciudad, donde la recuperación de los elementos arquitectónicos y restos arqueológicos han hecho posible la implantación de un lugar de recreo perfectamente encajado en su entorno urbano. El actual conjunto está formado por el pabellón nazarí llamado Santa María de los Ángeles, las ruinas del antiguo Palacio de la Buhaira, la Alberca, la Puerta de San Agustín, calle Nueva, la Portada de las Almenas y la Portada de Tejaroz.
Muchos llegamos a conocer este emblemático lugar –mira si lo era que Joselito soñó ejecutar sus artes taurinas frente a él, construyendo una plaza de toros, la Monumental- como explotación hortícola, donde se trajinaba a diario desde el amanecer y hasta alguna que otra vez adquirimos sus productos. La expansión de la ciudad, con motivo de la Exposición Universal que acogió nuestra ciudad en 1992, fue necesaria causa de su transformación y las últimas huertas localizadas en el casco urbano de Sevilla transmutaron a este nuevo vergel, que por su trazado y estratégica localización viene a ser un remanso de paz en medio de la vorágine y del caos circulatorio que la rodea, surtiendo de tranquilidad y reposo al antiguo barrio de San Bernardo.
En los últimos meses, bien debido advenimiento de un posible cambio político o al desinterés de sus actuales responsables, se viene apoderando de este espacio descanso y ocio de sus vecinos, una horda de jóvenes que se apoderan de sus parterres y jardines al caer la tarde convirtiéndolo en coto privado para su divertimento, especialmente para el consumo de alcohol y otras sustancias más dolosas, dejando un rastro de incivismo y mala educación entre olivos centenarios y flora destrozada. Las gracias han llegado al extremo de utilizar la alberca como zona de baños, utilizando su periferia como cloaca donde depositan sus excrementos, cuando les viene en gana.
El pasado lunes pude observar, in situ con estos ojitos que Dios me ha dado, cuando regresaba a casa tras finalizar mi jornada laboral, a eso de las cinco de la tarde, con la canícula arañando las entrañas con sus brasas, como unos jóvenes en ropa interior salían de la mencionada alberca, se tumbaban al sol y una chica les acercaba unas botellas de cerveza, que sin ningún recato ni pudor, y tras apurar hasta la última gota, las tiraban al interior del estanque entre risotadas y jolgorio por tan maña proeza. Seguí pedaleando y como la indignación desgarraba mi condición, recriminé aquella actitud del todo deplorable que obtuvo la respuesta adecuada a los valores que algunos jóvenes de esta generación se hartan de mostrar, a veces pienso que hasta con desmedido orgullo, levantando una mano, con el puño cerrado y el dedo corazón señalando al cielo, y con la otra hacía ostentosos gestos sobre sus genitales partes. Eché de menos entonces aquellos guardas jurados de parques y jardines, a los que tanto temíamos y tanto respetábamos, ý tan poco comprendíamos, que hacían de los espacios verdes de la ciudad un lugar donde todos teníamos cabida y que tantos besos impidieron de novios sentados en un banco, con aquella frase, tal vez lanzada desde el otro extremo de la avenida, “un poco de recato, señores, que hay niños y que corra el aire”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario