Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

lunes, 20 de junio de 2011

ENTRE PREGONES


Un trueque de pregones viene por la calle ancha de mi memoria a restituir el tiempo de la canícula, la implantación del sopor en los campos al mediodía, del a canícula de la tarde asolando los terruños donde placen los naranjos y florece el fruto las chumberas.
¿Te acuerdas, amigo, de aquellas horas vespertinas, horas muertas, donde la sinfonía, aguda y constante de la chicharra, era la única sensación de vida de la que se tenía constancia mientras el sol agrietaba los suelos y convertía las piedras en brasas? ¿Recuerdas la valentía de aquel hombre, atravesando el páramo de nuestras calles, desoladas, tan llenas de vacío, tan vacías de las algarabías que vendrían a sustituirlas unas horas después, pregonando el rico helado, con su pulcra vestimenta, desafiando a los elementos, plantando cara tal vez, con aquella apostura, al hambre que dejaba expectante en otro portón oscuro, a la necesidad que corría por las arriates de un patio de vecinos?
Era la implantación del sosiego la que venía a buscarnos para aletargarnos e intentar engañar nuestros cuerpos, con la somnolencia que nos llegaba arrastrada de la vigilia nocturna en la que buscábamos el frescor de las horas de la madrugada, en las horas de aquel otro pregón que nos anunciaba la venta de la fresca y sabrosa sandía, transportada en el carro que antes sirvió para repartir el pan y después para llevar cajas de verduras a un puesto de la plaza de abastos.
Atraviesa la saeta del recuerdo la paz decretada e impuesta del tiempo de la siesta, donde muchos descubrimos las aventuras de los piratas de Salgari, o las desventuradas vidas de los protagonistas de las novelas de Charles Dickens, o los correos rusos de Julio Verne, caballo y traiciones en las estepas, y más tarde, cuando el tiempo nos daba alcance y nos investía con el velo de la adolescencia, descubrir la grandeza de la literatura de Unamuno, Delibes, Pío Baroja, Cela, Cernuda…
Tiempos de pregones que delimitaban los espacios, que parcelaba los tiempos con silencios o con algarabías. Voces que acuñaban el aire para ofrecernos momentos de dicha cuando el helado se licuaba en el plato, empapando las galletas que lo cubrían, y terminábamos arañando, a cucharadas, la porcelana que escondía procelosa, en la elipsis de su contorno, el chocolate y la nata.
Barahúnda que nos traía sensaciones, que arreciaba tempestuosamente las tardes, que interrumpía el sueño envuelto en sudor, que se aliviaba buscando la corriente de la puerta abierta y la ventana ofreciendo el paisaje de naranjos y chumberas, del rebaño cabras, con su pastor al frente, rebuscando en la estéril y seca tierra, las briznas de amapolas.
Hoy retornan los bandos del verano de mi niñez, para asolar mi nostalgia. Hoy vuelven, en estas vísperas del solsticio que alarga los días, aquellas voces que traían vigor a la pesadumbre de la tarde, que se colaba por los huecos de las escaleras para alertarnos de la recuperación de la vida, que ascendían como un torbellino brioso para abatir al sopor que nos imponían con el cumplimiento, de la ley no escrita pero aceptada, de la siesta, de las horas en las que el silencio se adueñaba de las estancias y donde sólo el bisbiseo rumoroso, cansino y rutinario del ventilador, ocluía la espesura y densidad del canto de la cigarra, ese índice natural en la escala de la calima.

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