
Acaba ver la luz el último libro de Mercedes Salisachs. “El cuadro” es un librito, como ella misma lo describe, de noventa y cuatro páginas, donde ha estructurado una trama llena de suspense cuyo desenlace final romperá los moldes de lo imaginable. Tensión narrativa en estado puro.
Mercedes ha cumplido noventa y cinco años y continúa con su fecundidad literaria, con su imaginación y razón incólumes, asistida por una vitalidad inagotable. Noventa y cinco años y escribiendo con la majestuosidad con la que siempre lo hizo y con una claridad en sus razonamientos que debería ser ejercida e imitada por muchos de los políticos actuales y que tal vez nacieron cuando ella perdió a su hijo Miguel, hace casi cincuenta años. Un hecho que la marcó. Experiencia vital no le falta cuando se expresa con la franqueza que los ha hecho en un medio de comunicación escrito nacional indicando que “España está hoy como en los años treinta. Escribo y hablo en español porque veía como, sin darme yo cuenta, estaba metiendo catalanadas. Me propuse escribir muy bien en castellano porque en Cataluña se habla muy mal esta lengua. Ni mis padres, ni mi familia, ni mis amigos me han hablado nunca en catalán. Este es cosa de ahora. Durante la República hubo también un brote fuerte, pero nunca tocaron los nombres de las calles ni obligaron a poner carteles en catalán. Lo de ahora es terrible. Estamos en una dictadura”.
Esta escritora catalana, que escribe sus relatos en el más perfecto de los castellanos, con una riqueza en su terminología extraordinaria, haciendo uso de palabras que normalmente han caído en desuso, y que no ha renegado de su origen por el mero hecho de pronunciarse en el idioma de Cervantes cuando todo lo catalán –incluyendo la lengua- ha de prevalecer frente a lo español, mantiene una fortaleza espiritual extrema. Su fe la salvó cuando un accidente le arranco a su hijo Miguel. Esta pérdida la hizo profundizar en los entramados espirituales de la religión católica, razón que la asentó en el sentimiento más hermoso de la vida. Comulga todos los días, condición sacramental que la acerca a él.
Ganó el premio Planeta, en 1975 con la novela titulada “La Gangrena”, pero yo la descubrí una mañana de diciembre, de hace más de treinta años, cuando cayó en mis manos su obra “Una mujer llega al pueblo”. En seguida me atrapó. Y hoy vuelve a prender mis emociones, mis vivencias, porque sus lecturas son recuerdos de una época maravillosa. Hoy vuelve a removerme la memoria porque sus valientes palabras son las mismas que enardecieron mi espíritu, la combatividad juvenil que se nos manifestaba en cada lectura y traspasábamos a la vida cotidiana. Años de luchas que hoy se ven relegadas, ignoradas, porque asola nuestra sociedad un vendaval revanchista e intolerante al que una mujer de noventa y cinco años se ha enfrentado. Tal vez sea la edad, la longevidad de una vida que la ampara y protege. Pero como aquel día de diciembre, tan lejano ya en el tiempo que sólo tiene acomodo en mi memoria, una mujer ha llegado al páramo de nuestros espíritus para soliviantarlos, para recordarles que la vida es corta, que el tiempo es una mentira y que lo verdaderamente eterno, lo que prevalece, es la eternidad.
Ha dicho Mercedes que ésta será su última obra, que ya se cansa mucho. Espero que la fecundidad de su obra la haga merecedora de la eternidad en la memoria de este país. Ella ya sabe, y reconoce, que tiene un lugar en la otra eternidad, ésa donde habitan los sueños y los deseos, donde se hacen realidad las ilusiones, donde la espera su hijo Miguel.
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