Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

martes, 21 de junio de 2011

A MARGARITA, MI HIJA.


A MARGARITA, MI HIJA.

Es esta misma luz la que me trae tu imagen. Esta misma luz del primer día del verano la que me devuelve a tus ojos abriéndose a la inmensidad de la vida. Es esta misma luz de junio la que resucita mis sentimientos, los más puros, los más hermosos, con los que Dios me ha premiado.
Te miro y me observas. Siento tu fragilidad entre mis brazos y toda la grandeza de la creación converge en mí cuando noto tu calor, tus manos aferrándose a mis manos, diluyendo su pequeñez en mi temor. Acabas de mirarme y ya me has hecho cautivo en la profundidad del mar que acabas de ofrecerme; has abierto tus ojos y ya me he perdido en el laberinto pasional de tus pequeños labios, en los recodos y recovecos de los pliegues de tu piel, donde se atrincheran besos que me irás devolviendo. Presiento un aleteo de voces en mi interior que mi dictan conductas de amor, de manera alocada, precipitándose a un abismo donde yacen las locura del cariño y que yo procuro eludir porque quiero pausar todos los momentos, detener el tiempo, que no se licue en el páramo del espacio, detener su progreso en ese mismo instante en el que me ví abocado al nuevo conocimiento que se me ofrecía.
Sé que mi corazón ya no puede latir de otra manera desde que aquella luz, la primera del verano, la más clara y venturosa porque tuvo la suerte de ser anuncio tuyo, pronunciamiento de tu presencia, me descubriera la cadencia rítmica del que late bajo tu pecho.
Y vuelvo a mirarte y temo que puedas romperte porque sigues siendo para mí aquella promesa de vida frágil, diminuta, que tanto recelo me procuraba porque temía te escurrieses entre mis brazos, aunque ya se auguraba en la mirada toda la fortaleza que heredabas de quién te daba el ser, quién puso su sangre en la tuya para cohabitar en los cielos que ansiamos procurarte.
Hoy vuelvo a hacerme cómplice del tiempo, a implicarme en la locura del recuerdo, del imborrable momento en el superé los espasmos, en los me deshice de los rezos, de las peticiones, y me convertí a la religión de felicidad, al don que grácilmente ponía Dios junto a mí para que supiera qué era de verdad lo importante en esta vida, a qué debía someterme, a que debía enfrentarme cuando tu dicha estuviera en peligro, a disolver las dudas que pudieran plantearse cuando alguien pusiera en tu camino el dolor.
Aquel sueño del primer día del verano, de hace veinticinco años, ha regresado con este nuevo amanecer, con esta nueva claridad que tiene reminiscencias de tus ojos abriéndose al universo que quedó prendado de tu belleza y dignificó su espacio con una estrella que lleva tu nombre, ese misma que me trae tu mirada envuelta en el celofán de la memoria para que siga glorificando al cielo tu presencia entre nosotros, alegrándonos la vida con tus risas, con tus actos, con tus muestras de cariño, con tus afectos, que me izaron al paraíso al sentir cómo la sangre me hablaba, cómo empezaban a converger nuestros espíritus en una mismo estadio de sensaciones.
No sé si el tiempo me hará esclavo del olvido, o tiene reservada para mí una estancia en los campos perdidos en donde yaceré obnubilado sin más memoria que los besos de los míos, sin más reconocimiento que mi propia fe, apartado de la razón y el conocimiento. Pero siempre veré y reconoceré la luz de aquellos ojos que me hicieron cautivo para la eternidad. Los buscaré en las oscuridades más profundas, en los abismos más insondables, porque sé que en ellos permanecen mi existencia, donde dormirá un día mi recuerdo, donde reposará el amor que hoy les tengo. Hoy hace veinticinco años que nació lo más preciado de mi existencia, tal vez mi vida misma, mi hija. Como aquel primer día del día primero de mi nueva vida, quiero decirte que te quiero y volver a susurrarte, como aquella mañana de la incipiente luz del verano cuando te tuve en mis brazos, sigue soñando, Margarita, que te voy a contar un cuento.

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