Esta es la ventana a la que me asomo cada día. Este es el alfeizar donde me apoyo para ver la ciudad, para disfrutarla, para sentirla, para amarla. Este es mi mirador desde el que pongo mi voz para destacar mis opiniones sobre los problemas de esta Sevilla nuestra

miércoles, 29 de febrero de 2012

Cinema Pardiso


Debe ser la edad, ésta sensación que comienza a reconcomer la temporalidad, a recortar las esencias que uno creía propias, inalterables, indestructibles y perennes y que ahora se muestran con una crudeza extraordinaria. He de reconocer que tengo una extrema facilidad para descubrir mis emociones, para destemplar las cajas donde se guardan mis más íntimas sensaciones, que la lágrima me tiene esclavizado y soy incapaz de contenerla en la vidriera destapada que ocupa un lugar en mis adentros, que siempre anduve por las fronteras donde se desarrollan litigios y mantienen sus pendencias la razón y el corazón. Casi siempre me pueden los afectos y me vencen los sentimientos.
            Dicen que uno con los años va adquiriendo un caparazón que le aísla y le endurece ante las vicisitudes que se le presentar en el diario quehacer, que nos vamos edificando murallas desde la que observamos, desde prevención de la lejanía, como se va descomponiendo el mundo sin que nos afecte. No es cierto, y que levante la mano quienes así se definan. Conforme vamos dejando atrás camino conseguimos obtener una visión menos dolorosa de la propia existencia para enfrascarnos en la misericordia y en la ternura.
            Sigo, por ello, enterneciéndome con hechos tan leves como la sonrisa de un niño, la pérdida de un amigo o ese cruce de miradas que mantengo, con un Joven Carpintero de la Macarena, que se vió procesado injustamente por quienes después pidió su redención, cada madrugada del Viernes Santo. Todavía no he resuelto este enigma que embarga mis emociones y sublima mi alma, un suceso tan extraño como vigorizante. Son misterios cuya soluciones no me preocupan  porque muy al contrario que los que me atormentan, éstos me reconfortan y gratifican. No importa que me sorprendan acuciando mis sentimientos con lágrimas en la audición de una copla o en la contemplación de una película, ni que me reprochen esta incontinencia en mis lecturas y torpezas literarias.
            Fue el pasado lunes. Ponían en la segunda cadena de televisión española esa pequeña obra maestra que es Cinema Paradiso, una película que me apasiona por las emociones que transmite y por los gratos recuerdos que me trae. La primera vez que la ví, creo recordar que el cine Cervantes, tuve que demorar mi salida de la sala veinte minutos. El final es apoteósico, una secuencia tan extraordinaria que conmovió mi corazón. Toda la vida pasando frente al protagonista –no voy a contar el desarrollo por si alguien no la ha visto aún, cosa que recomiendo ejerzan a la mayor brevedad- en aquellos recortes de cintas cinematográficas, toda la niñez recuperada, toda la valentía de la amistad mostrándose con crudeza extrema, todas las penalidades superadas por la gloria efímera del hombre revolviéndose en la memoria, asentándose en el espíritu y venciendo el raudo paso del tiempo, toda una deuda pagada con la reconciliación de aquellos besos que fueron robados a la visión de los espectadores por el timorato pudor y el falso recato de una sociedad cerrada, obcecada y reprimida. “Totó, vete y no vuelvas”, le aconsejaba Alfredo, el viejo protagonista, al incipiente creador que tenía frente así, al joven que aún mantenía fuerzas y esperanzas para la concreción de sus sueños y que en su pueblo se verían cercenados por la intolerancia y la incopmprensión.
            Es la banda sonora del gran Ennio Morricone, endulzando las escenas, desmembrando las partituras, según los actos, con bellísimas y cultísimas armonías que nos centra en ellas, que no nos distrae de la acción sino nos encumbra en sus cimas para descubrirnos cómo se escinde el corazón que se rinde a la primera  o cómo se eleva al sumun de lo magnifico del amor maternal cuando se esperan treinta años para depositar un beso en una fisonomía cambiada por el tiempo pero nunca es extraña, que siempre es reconocida.
            Todavía no me han podido los años, ni me he dejado arrebatar el derecho a la emoción, a no inhibirme ni a privarme de expresar mis sentimientos. Sigue llorando cuando las imágenes me conmueven y me siento libre. ¡Qué película más bella ésta de Cinema Paradiso!

martes, 28 de febrero de 2012

La bandera verde y blanca


            Hace treinta años que venimos padeciendo lo que llamo el desbarajuste de los ajustes. Hace treinta años cogieron una bandera –verde blanca y verde- y comenzaron a  pregonar las semblanzas de la identidad andaluza. La alegría con la que se pronunciaban logró atraer la atención de cientos de miles de incautos andaluces que creyeron, a piés juntillas, que efectivamente teníamos una identidad, con singulares características, algunos hablaban incluso de privativas condiciones idiomáticas –creo que es la única aseveración acorde a toda aquella verborrea sobre la identidad andaluza, pues hay estudios semiológicos y gramaticales que así lo demuestran-, con similitudes históricas a otra comunidades de la nación, que podíamos mantenernos con nuestros propios recursos en caso de la oportuna emancipación, que esto lo escuché yo en un mitin del Partido Comunista Andaluz, una tarde de finales de enero en el Colegio Nacional Padre Manjón, entonces no había consejerías de educación, ni comisarios políticos que impusieran los fracasos que han supuesto los diferentes planes de estudios alentados en estos tres decenios.
            Seis lustros llevamos aguantando este enarbolar las ilusiones de los andaluces, este maltrato de la hipotética identidad andaluza que vienen realizando los regentes de la dictadura. Cuarenta años decían que llevaba implantada la injusticia y la violación de los derechos de los ciudadanos. Treinta años llevan los actuales en los que se han encargado de pudrir la ideología que les hizo llegar a este poder. Tres decenios descomponiendo la convivencia, trastocando la historia y tergiversándola a su conveniencia este grupo de cumplidos y diligentes oportunistas que han politizado la vida cotidiana para utilizarla con fines lucrativos propios.
            Los cortijos, esos que decían que había que desamortizar, están ahora en opulentos edificios, en su mayoría palacios y casas principales que ha costado un fortuna restaurar, pagados con fondos públicos evidentemente, para uso y disfrute de unos pocos. Escasamente han socializado nada porque se han preocupado tan sólo cubrir huecos, conforme se deshacía la tierra a sus pies, con recursos propios, anatemizando a quienes se han enfrentado a ellos o defenestrando cualquier intento oposición en sus propias filas.
            Tras treinta años de bagaje continuamos el periplo por el desierto sin más perspectiva económica que la continua sucesión de subvenciones, este maná que se han inventado para poder sostenerse en el poder. Las industrias, que iban a florecer como setas, no han llegado; es más, el escaso tejido industrial, excepto tres o cuatro excepciones que vienen a confirmar la regla, ha desaparecido del panorama. Los hospitales siguen colapsados –económica y socialmente-, los parados siguen creciendo porque no se ha potenciado la especialización, aquí sólo quedan camareros o albañiles, bueno ya tampoco, porque esta dignísima profesión, a la que acudía uno como última posibilidad de llevarse un jornal a la boca, ha caído en desgracia tras la explosión de la burbuja inmobiliaria. Las autopistas -solo se han construido dos- que iban a cruzar de parte a parte el territorio andaluz, y que nos iban a poner en contacto con el resto de las comunidades autónomas como propulsoras del plan de desarrollo, que al final terminó en valiente plan- se han quedado pequeñas y en las que no es raro ver gigantescos atascos que invalidan su natural condición de comunicación.
            Aquellas banderas, aquellos cánticos, aquellas ilusiones, no han sido más que falsa moneda con las que nos han saqueado los sueños de la juventud, los ímpetus que manteníamos para construir una Andalucía por sí, para España y la Humanidad. La enseña verdiblanca no es ya más que un reducto en las quimeras de unos pocos, a las que también le han sustraído su propia y manifiesta identidad histórica. La única bandera verdiblanca con historia que conozco, con identidad propia, capaz de aunar sentimientos y procurar satisfacciones y gloria a gran parte de los andaluces, es la del Real Betis balompié, que sí nos da muestras de retener una taxativa y particular manera de entender la vida.
            Y a pesar de todo, a pesar de los sinvergüenzas, aprovechados y asesinos de ilusiones que nos gobiernan, yo sigo sintiéndome orgulloso de ser andaluz.

lunes, 27 de febrero de 2012

Tempus non transire


            ¡Qué sabemos del tiempo y de su paso, del discurrir premioso de los minutos, del lapsus de los siglos vencidos por el amor y la entrega! Hay un transcurso de horas que pugnan por mostrarse, que van desencadenando instantes hasta construir el basamento donde se sostienen las emociones, esos momentos que disputan la gloria a la efimeridad y que porfía con la fugacidad por grabarse en ese mármol blanco que se consolida en los sustratos del alma y que sólo se muestran cuando perece el sol de la conciencia.
            Es el tiempo que se inmortaliza en el temblar de una llama que se asoma a la muralla de cera, batiéndose desde la fragilidad de su pabilo para no verse cercenado por la brisa que penetra, elevando su majestuosidad para pregonar las excelencias de una sonrisa, el clamor de un llanto o la definición mayestática del dolor que se refleja en el péndulo que fija su punto gravedad en la mirada desquiciada por el martirio. Es el momento que se eterniza en la retina de la memoria y se plasma en el gran libro de intrahistoria personal, en las vivencias que jamás volverán a repetirse, aunque nos parezca similar el llanto de la candelería que se ha situado sobre el presbiterio y en cuya cúspide se alza la efigie sagrada, centro de gravedad del altar.
            Es la semipenumbra que va modelando los restos de la arcilla que conforma el recuerdo  y el sentir de los hombres y las mujeres que van visualizando las ausencias en la metódica disposición de las insignias, en el ordenamiento causal de los espacios, en la configuración de las luces que han de han de representar la recuperación de la  evocación. No hay pausa en este clamor, en esta sonoridad que arriba desde el silencio y que es capaz de demoler los graníticos muros que se han ido conformando en torno a la contemplación extasiada que Quienes nos convocan a la oración.
            Es esta intromisión en la intimidad, en la ruptura de la privacidad de la comunicación entre Dios y los hombres, que pasa a ser compartida por quienes intervienen en el momento del rezo, en esa proclamación conjunta que refresca el espíritu y mantiene la certidumbre de la consecución de la alegría porque cada instante es un recorte a la temporalidad, al acercamiento de la dicha que supone consagrarse bajo el hábito de la penitencia. Es la sustancialidad que toma cuerpo y se muestra para guiarnos por la senda que ha de conducirnos a la omnipresencia de la tradición, la imposición que nos signa en la conservación de nuestros recuerdos, de la transmisión filial que nos confirmó en la creencia y en la fe.
            Es la recuperación de los estadios que nos dignifican y nos elevan a la condición superior del espíritu, que nos reafirma en nuestra condición de hermandad y, por tanto, en la familiaridad que nos desprovee de cualquier envilecimiento, que nos desabastece de la estigmatización de lo superfluo para inmiscuirnos en la dificultad del amor, en la consagración de la ecuanimidad de los afectos, en esa sensación igualitaria que mana de la pureza de los sentimientos y que es capaz de revocar cualquier asentamiento de la maldad.
            No es tiempo de la derrota sino el de la consecución de los afectos. No es el tiempo que nos vence si no el que nos otorga la condición de lo fraterno. No es el tiempo que nos resta emotividad sino el que nos proporciona la serenidad suficiente para poder comprender que se nos presentarán de las maneras más extrañas. Es el tiempo que viene vencido ya por la cadencia de la luminosidad de un bosque cerúleo que ha sido cultivado para dejarnos ver toda la grandeza del hombre que creyeron Sentenciar y del que obtuvieron la libertad absoluta.
            ¿¡Qué sabemos del tránsito del tiempo si hoy como ayer siguen perpetuadas las emociones, si las lágrimas y las oraciones vienen encadenadas por las generaciones!? ¿¡Qué sabemos de sus discursos y sus pláticas si hoy como ayer, hemos visto pasar los siglos, aferrados al amor y a la devoción, en el estremecido flamear de una llama que dota de color y calor al Cristo crucificado que preside un altar de culto!? Sólo somos conscientes de la linealidad del tiempo y suele sobresaltarnos con la brisa de la emociones en el momento más inesperado.
            Es el tiempo vencido que retoma su razón de  ser cuando traspasas en el primer umbral del templo, rompes la primera oscuridad y por los ojos se introduce la visión del altar de culto devolviéndonos los siglos que creemos disueltos en el tiempo.

viernes, 24 de febrero de 2012

Sigue llamando a la puerta de tu corazón

            Es el Vecino que viene a su casa, a colmar su sed espiritual con el agua de su mirada, esa que mana en frenético caudal y desborda las murallas. Es el aluvión que va pregonando la humildad. Es el que observan desde las ventanas los que no pueden caminar, los que ciñen su existencia a una cama, los que ven sin mirar, los que sueñan con brisas de madrugadas que alivian todas las penas, que sanan las desdichas si te acercas. Es el rumor del aire acariciando su cara, la tenue luz de una lámpara que pugna vencer las trincheras de las sombras donde reposan las quimeras de jóvenes enamoradas, aunque el Doncel al que ahora observan tienen rendidas sus almas.
            Viene con sones de las auras, cánticos que se posan en los viejos alfeizares de las viejas casas donde se escribe con grafitos de sombras que reviven la nostalgia, que los acercan al tiempo que promueve los signos de la Esperanza. Viene rodeado de salmos  que recuerdan el monte Tabor, la pasión, el escenario que promueve el sufrimiento, la desolación que se torna en tres días en consuelo, en salvación de los hombres. Viene colmado de cantos que elogian su figura, que clama el perdón del pueblo, la rogativa piadosa de la condonación del dolor, de la culpa que exigieron al pretor sobre el Hombre que se proclama como único Salvador.
            Es el Cordero Divino exultado en los altares que transfigura sus esencias sobre el monte de claveles que figuran el calvario de las calles que pisó, las empedradas veredas que sintieron sus caídas, que escucharon la vileza de las palabras, que sintieron las pedradas matirizando al inocente, al que sin hablar clamaba el amor de los amores que sus llagas representaban.
            No hay clamores esta noche, ni estruendosa trompetería que profiera la alegría que conlleva ser portador de Esperanza, no habrá revuelos de lanas danzando en la madrugada, urdiendo la coreografía que en sueños configura otro vecino del barrio, aquel Juan Manuel que colmara y cubriera de oros y terciopelos, con primorosas puntadas, con bastidores del cielo, la desnuda dignidad del Reo y poder atenuar el injusto veredicto que ultrajaba a Quién es Rey de Reyes, aunque el pretor lo ignorara, aunque rompieran sus ropas los proclives a su muerte, aquellos sumos sacerdotes que no vieron ante sí al Dios de sus propios padres, el que los antiguos profetas anunciaban, al reconocido por el Bautista y que las aguas del Jordán santificara cuando sumergió su cuerpo para acercarnos a Dios. No habrá ondas de blancura que porfíen a la luna el argénteo privilegio de señalarle el camino, el tropel de un jubileo que se concreta en rodelas y armaduras, en cascos y golas. Es la noche y su azabache la que conforma y enmarca el retrato del dolor, el recuerdo de la pena, la ascendencia de la aflicción, remémora del sufrimiento para obtener la redención, el ofrecimiento del duelo de la emoción que se torna en oración, al arropar al hermano, el acercarnos al amor como síntoma indeleble de entender el mensaje que dejó.
            Esta noche el barrio se transfigura en escarpado monte donde se presenta el Señor para dirigirnos el salmo, para ofrecer el sermón a los bienaventurados hijos de la Macarena, a recordarnos que sólo desde el amor podremos postrar el rencor. Hoy surcará el cielo de la tierra, donde place el candor, donde habita la emoción y el sentimiento, donde reside el clamor de los ojos más bellos de la creación, para inundar de su gracia las veredas y las calles, para dejar constancia de su entrega, para ofrecer la indulgencia a todo aquel que pecó, para blindar corazones con su inagotable clemencia, para bendecir a cuántos se muestran ahítos de amor, para acompañar a los solos, para no hacer distinción. Hoy en la Macarena se levanta el tribunal que preside nuestro Señor, el  hijo de Dios hecho Hombre, que en María se encarnó, para dictar arbitrio sobre la clemencia. Hoy, primer viernes de cuaresma, en esta Jerusalén hortelana, sin clamores ni alabanzas, con retiro y oración, irá Jesús Sentenciado pregonando su inocencia.

jueves, 23 de febrero de 2012

Carlos Colón Perales


            Pocas personas conocen tan bien el mundo de las cofradías, de quienes forman parte de ellas, de sus comportamientos e idiosincrasia, como el escritor, periodista y profesor de Historia del Cine, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, Carlos Colón Perales. Este amante del cine, afición que comparte con el estudio sentimental y antropológico de la Semana Santa sevillana, fiel seguidor de las enseñanzas de populares de Núñez de Herrera y Chaves Nogales, mantiene las firmes tesis de que sin los capillitas las hermandades y cofradías de nuestra ciudad, existirían evidentemente, pero serían una cosa  muy distinta a las que vemos en la actualidad.
            Sin ellas, la comprensión de la liturgia y la solemnidad de la Iglesia no habrían enraizado de manera tan peculiar en esta tierra. Ellos hacen posible el culto, casi diario, de sus imágenes, posibilitan que templos permanezcan abiertos, y su manutención y conservación perfectamente cubiertos, detrayendo los gastos que conllevaría su mantenimiento de las cuentas del Arzobispado, que puede dedicar esas cantidades a otros menesteres sociales, tan imprescindibles y necesarios en la actualidad. Favorecen y procuran esplendor a sus cultos y actos, intentan dar lustre y mantener vigentes las tradiciones que les fueron legadas por sus antepasados, una transmisión que se salvaguarda y sostiene gracias al mejor patrimonio sentimental. Sin el trabajo oculto, a veces denostado y no reconocido, sin la dedicación exclusiva, en muchos casos, y desinteresada siempre, sin la entrega desprendida de cualquier interés que no venga impregnada por el sentimiento devocional a las Imágenes Sagradas, las cofradías sevillanas no hubieran evolucionado ni habrían alcanzado la notoriedad que podemos disfrutar en los inicios del siglo veintiuno.
            Carlos Colón posee una sensibilidad especial para transmitir emociones, para recogerlas en sus magníficos artículos periodísticos. Tiene el don de la certeza más absoluta en sus pronunciamientos y difícilmente se equivoca cuando se pronuncia. Su basta cultura, de la que nunca presume, no es capaz de solapar su ingente capacidad de comunicación, de acercamiento a cualquier clase social, a las que llega y acerca con una humildad insultante. No hay superficialidades en él y sólo la contundencia de la verdad puede procurar el enojo de quienes le oyen o leen.
            Ya nos asombró con su magnífico pregón de la Semana Santa, tal vez uno de los mejores que se han pronunciado, para mí lo es junto al de Joaquín Caro Romero, por su teologal profundidad, por su valentía devocional, por la hermosura de las palabras que dedicó a su Cristo del Calvario, a la Amargura, al Gran Poder o la Virgen de la Esperanza Macarena o el relato del desfile de los Armaos. Ya nos asombró con su peculiar forma de entender la Semana Santa cuando profirió, y dejó a los vientos de esta Sevilla tan obsoleta en sus raíces, tan estricta en sus comportamientos, uno de los mejores artículos que se han escrito sobre el entendimiento y la comprensión de  esta fiesta religiosa, columna que escribió en el periódico El País, y que tituló “Kofrades”.
            Prolífico autor sobre estos temas, también nos ha sorprendido con obras de audiovisuales excelentes. Guionista de la obra que dirigió Manuel Gutiérrez Aragón “Semana Santa”, ha sido también guionista y director de la película “Luz y Gracia de Sevilla” que se proyecta, diaria y constantemente, en el museo de la Hermandad de la Macarena, o coordinando las colecciones que Diario de Sevilla promociona junto a su edición de papel. Ahora llega una obra exquisita, una visión de la Semana Santa distinta, pues quienes nos la enseñan son devotos, capataces, costaleros, capillitas, artesanos, la gente de a pié que se detiene ante la puerta de una iglesia para observar el altar de cultos, el monumento alzado para mejor gloria del Señor o su Madre, o saborear los momentos que se recogen en las fotografías del gran anunciador visual que Jesús Martín Cartaya.
 Carlos Colón siempre apuesta por la excelencia de lo popular, por la naturalidad de lo bello, por encontrar en las entrañas de las emociones cuanto de verdad esconden, para difundirlo sin pudor pero con exquisita caballerosidad, propuestas que llegan a engrancdecer a quién la realiza y a quiénes la reciben. Y a fe que los consigue.

miércoles, 22 de febrero de 2012

El primer síntoma de la dicha


            Se ha desperezado la mañana y estira en el horizonte el albor de la primera luz, esa que anega los corazones con ilusiones nuevas, para desprenderse de estos fríos que se aposentan, en forma de minúsculo rocío, en los criptogramas y helechos que pueblan y acicalan los patios, donde la voz infantil quedó muda hace ya algunos años, donde las marmóreas solerías guardan el rumor de pisadas, el correteo vigoroso del joven que ahora es memoria en los suyos.
            Hay un tañer de campanas que anuncian el regreso del primer síntoma, la nostálgica sensación que parece detener el tiempo para luego precipitarlo por la hondonada  donde se residuan los sentimientos, este arrojo que nos hace recuperar la esencia de unos momentos que creíamos perdidos, abandonados en un espacio bucólico, encriptados si acaso en la vasija de barro de la memoria y que ha roto este sonido metálico y reiterativo para diluir e incrustar su contenido por cada poro de nuestra piel, un enjambre de emociones que va resquebrajando el tul por donde se nos cuela, de improviso y atropelladamente, el ansia por la recuperación de este tiempo.
            Hay un entrar y salir pausado, sin estridencias, un tránsito calmo que retiene miradas y refleja esplendores y procura no sobresaltar el reposo que va anegando el patio donde se aploma la tranquilidad y el sosiego que llega desde el interior. Hay una frontera de sonidos que viene marcada por la inmutabilidad de las sombras. Es difícil entender que la vida ha quedado relegada a un segundo término, que el estrato mundano donde buscan asilo las banalidades queda amputado ante su grandeza y que cuando te enfrentas a su mirada sólo puedes alabar el nombre de quién La creó.
            Vienen las señales a confirmar que el tiempo está cumplido, que esta espera que antecede al gran gozo, a la culminación de las ansias espirituales que se han ido recogiendo en la espesura del alma, es ya bálsamo de la consumación del ansia, de la extinción de la pesadumbre, del abatimiento del sofoco. Vienen los sonidos a refrendar la incomprensible alegría por poder ejecutar esta medida penitencial que nos van imponer, que nos subyuga sino que nos engrandece, que no nos esclaviza sino que nos libera. Viene esta imposición a confirmarnos nuestra condición mortal, a signarnos con la evidencia de lo efímero, como la alegría, como la pena. Es cuando nos percatamos de la eventualidad de este tránsito que nos conduce a la vida nueva que se nos promete, que se nos hace llegar con el Verbo. Es esta herencia emocional la que convulsiona los sentidos y los distrae de la banalidad, que los asienta en el valor inequívoco de nuestra emulación por conseguir las gracias y dones consustanciales al sacrificio.
            Cuando vuelvas la mirada, cuando retomes el camino de vuelta y desandes el sendero marcado por los que nos antecedieron en este peregrinar y la mano consagrada nos imponga el signo de la superficialidad existencial, siempre encontrarás su consuelo, siempre aliviando desengaños, encontraras su mirada, como esta ceniza que marca los signos del inicio de la alegría.
            Es miércoles de ceniza, día para la contrición, para el reencuentro con nuestra memoria, con el descubrimiento de la aflicción y la penitencia se ejercen cuando te alejas de su lado.
            Se abren las puertas del corazón. Entra la luz a raudales, aunque te rodeen las sombras, sentirás cómo el alma se ve desbordada por los clamores y las gracias que se irradian desde las alturas. Si miras, la encuentras. Sólo Ella es eterna, sólo en Ella se recogen las gracias que otorga el mismo Dios, sólo en Ella residen los parabienes que nos alimentan, que colman el espíritu.
            Cuando nos signen con la ceniza, polvo eres y en polvo te convertirás, mantendremos la certidumbre de que todo ha comenzado, que las tenebrosas secuencias sobre fugacidad del tiempo se irán diluyendo en una nueva etapa, que la nebulosa que se cernía sobre nosotros se deshará porque el fulgor de la buena nueva que lo anegará todo y la eternidad se concretará en el rostro del poder de Dios, que tomó y residencia en la Basílica de Santa María de la Esperanza Macarena.

martes, 21 de febrero de 2012

Del grupo de teatro quinteriano "Ángela Guerrero"


            La idea surgió una fría mañana de enero, un domingo de sol y ocio en el parque de María Luisa. Habíamos acudido al anuncio de la representación de unos sainetes de los hermanos Álvarez Quintero, en la glorieta que homenajea a los fructíferos autores utreranos, que iba  a presentar el grupo teatral, de tan gratos y emocionados recuerdos, Giradillo de Comedias, que dirigía magistralmente Juan Recio. Hacía escasamente un año que habíamos constituido, en el colegio público Sor Ángela de la Cruz –que tiene varias historias y pintorescas que contar-, la Asociación de Antiguos Alumnos. Fue una tarea difícil y ardua, complicada, porque hasta entonces no existía ningún centro escolar público que mantuviera una asociación de este tipo y también por la recuperación de amistades que ya comenzábamos a tener conciencia de que se irían diluyendo con el transcurso del tiempo. Estos propósitos se fueron cumpliendo a base de mucho trabajo, de dedicación y sustracción de nuestras horas libres, de empecinarnos José María Caamaño Escudero  (q.e.p.d.), D. Abelardo Martínez, a la sazón director por entonces del colegio, D. Felipe Albadalejo profesor de gratísimo recuerdo, que siempre se mostró dispuesto y que sin su espíritu de colaboración quizás no hubiéramos podido alcanza nuestros objetivos, D. Manuel Gil presidente del APA, entre otros, y un servidor, en llevar a buen puerto esta nave de convivencia y fraternidad para quienes compartimos estudios, juegos, divergencias y hasta primeros amores, en el mejor tiempo del hombre.
Pronto nos encontramos con un número muy importante de asociados, con una agenda de actividades frenética que iban desde visitas a centros culturales, conferencias, conciertos, exposiciones, campeonatos deportivos, literarios y gastronómicos, jornadas lúdicas, martes y viernes, en las que contábamos con un pequeño bar y con diversa unidades de juegos de mesa y ping-pong, cine fórum, excursiones programadas y un larguísimo etcétera de actividades que tuvieron su culmen con la creación del grupo de teatro “Ángela Guerrero”, denominación que tomamos en honor de esa mujer que nació a la Santidad tan cerca del centro donde desarrollábamos todas estas tareas.
Aún recuerdo las noches ensayando, quintando horas a los estudios y al trabajo, los nervios de nuestra primera aparición, en aquellas vísperas de la festividad de Todos los Santos, sobre el escenario que nosotros mismos habíamos confeccionado, utilizando los escasos medios de los que disponíamos, para recrear el ambiente de un salón rural, de una casa rústica y donde desarrollaríamos los sainetes quinterianos –Filosofía alcohólica, Sangre Gorda, Ganas de Reñir y Un día es un día- y que no hubiéramos logrado de no ser por la desinteresada entrega y la creatividad de Federico Santotoribio López, un artista de la tramoya y la creación plástica, que tan pronto se nos fue.
Fue todo un éxito que continuó durante algunos años en los que recorrimos las salas de teatro de numerosos pueblos de la  provincia, de asociaciones de vecinos y hasta unas jornadas en el Teatro Lope de Vega donde representamos la obra “Un nuevo servidor”.
Hace treinta años que un grupo de jóvenes intentamos recrear un mundo inocente y veraz, una representaciones que hicieron posible la relación y la fraternal amistad de sus integrantes, aunque a algunos solo podemos visionarlos en la cinta de nuestra memoria. Carmen Ordóñez, Lola Hurtado, Mari Carmen Barrera, José Cordero, Rafael Medina, Fran Rubio, formaban parte del elenco de actores de aquella humilde compañía que logró hace reír a muchos, difundiendo una parte muy importante de nuestra cultura y que algunos pretendían denostar importando autores y textos tan difíciles e incomprensibles. Nos sentimos orgullosos de ello, de haber formado parte del grupo de teatro Ángela Guerrero, que a pesar de su hoy extinta actividad, a pesar de los treinta años de su fundación, continúa  haciéndome feliz con su recuerdo.

lunes, 20 de febrero de 2012

Dionisio no es un dios griego


            Había una bodega en Almensilla donde se destilaban los mejores vinos de la tierra, donde las esencias alcohólicas tenían un cenit, donde se prensaba la uva temprana para obtención de ese primor líquido, que tiene trasfondos de oro y trasluces de atardeceres primaverales, que es el mosto. Era una pequeña nave donde los efluvios se mostraban intensamente al olfato, apenas se traspasaba el primer dintel de una puerta, y ya se teñía el ansia por degustar aquel manjar del que ya disfrutaban los tartesos, después los fenicios, luego los romanos, los árabes se lo perdieron, para ser recuperado por las huestes cristianas que fueron reconquistando estas soleadas tierras, que me huele a mí que tan bravos combates y empecinadas lides, estuvieron motivadas por el mero hecho de saborear las primicias etílicas de los mostos y vinos que ofrecían las vides andaluzas. Dionisio no era un dios griego, era un tabernero de mandil blanco ajustado a la cintura, que expendía el mismo vino que pisaban sus piés, primero en el Aljarafe y después en un pequeño local, de angosturas y estrecheces, de madera barnizada estucada sobre los barriletes y bocoyes que hacía las veces de mostrador, en las lindes de la calle Relator, adonde acudían el viejo barbero, Pepico el de los caballitos, Juanito la Malvaloca y otra grey destacada y prominente que se recluía en este monasterio del private –que no era la revista erótica precisamente- para degustar consuetudinariamente el brebaje que producía en los alambiques de la bodega de Almensilla.
            Muchas mañanas de domingo, cuando los rigores del frío iban dejando paso al agradable candor del sol tibio de invierno, ascendíamos mi padre y yo, bordeando las riberas del río Pudio sobre aquella vespa en la que nos trasladábamos, hasta las fronteras campestres que delimitan el Aljarafe de la campiña, buscábamos el sendero que nos acercaba a la vieja bodega. Rellena la garrafa de mosto, volvíamos a recuperar el camino y bajábamos por la vieja carretera de Palomares hasta desembocar en San Juan de Aznalfarache, tomar el viejo puente de hierro –desde donde se podía contemplar los inmensos naranjales de la dehesa de Tablada y la orilla del Guadalquivir acariciando los robustos troncos- y acceder a la ciudad por el nuevo cauce del convento de los Remedios. Entonces parecía que las distancias se prolongaban en el espacios y el tiempo en recorrerlos eterno. La vieja garrafa, protegido el vidrio por aquella rejilla de mimbre, era recibida con algarabía en estrecho tugurio. Dionisio, no el dios, si no el tabernero, había preparado unos sábalos en adobo y unas papas aliñás que tenían su fin predeterminado. Se escanciaba el mosto en el juego de cañas, repartidas y perfectamente dispuestas en el sostén metálico y doradode la cañera, el oro atemperado y líquido confundía el rubor de su color con los viejos barnices del mostrador.
            Era el tiempo que venía a descubrir las esencias, a licuar la convivencia en el calor del mediodía de un domingo de invierno. Como el de ayer, luminoso y cálido, de suelos dorados y apuntes de brotes en las ramas de los árboles que ya pregonan la templanza del ánimo, la serenidad que se amasando en el espíritu hasta conformar un glorioso esqueje, que verdeará en el amanecer de un viernes. Un domingo cualquiera era motivo para la reunión, para tomar aire y recordar que la vida es un soplo, un pasajero y liviano soplo. Desde Almensilla a Sevilla llegaba el aroma del brebaje místico que adormece los impulsos peores y promueve la concordia. Tengo que volver al pueblo y recuperar esas mañanas. Es una necesidad retornar para experimentar la alegría de lo antiguo, para descubrir la inmunidad soleana que se perpetúa en los campos de aquella vieja alquería. El arrullo de aquellos tiempos promueve la retención que hace vibrar el ánimo. Dionisio y sus huestes han huido al lagar azul construido en  los cielos, el lugar y los paisajes, habrán cambiado, pero la memoria los hace inalterable en la historia de las cosas pequeñas y cotidianas que son con las que se escriben las grandes obras de la humanidad.

sábado, 18 de febrero de 2012

Adiós a los Pequeños Suizos


            Hay muchas maneras de anegar el espíritu de tristezas. Tantas como facetas del dolor puedan encontrarse. Hay situaciones que provocan una gran congoja y otras que, de tan profundas heridas como abre, forman cicatrices que marcan recuerdos y advenimientos. El amor de una madre, ¿verdad Carlos?, que nos deja, la sentencia que nos van dictando los relatores por el itinerario de la vida cuando la enfermedad aparece para recordarnos que sólo somos hombres y que el destino es un gran misterio que nos asalta con sus caprichos para sorprendernos cuando lo esperamos. Es ley de vida y litigiar contra ellos una obligación natural.
            Pero hay  tristezas que se va cociendo, que van laceran las épocas felices y cuando nos damos ya solo podemos lamentarnos, los irrevocables argumentos con los que se nos muestran vienen a certificar el fin de los recuerdos. Y esta vez se ha presentado en forma de imagen, en instantánea que plasma en la retina de la memoria, para embargos de nostalgia y hacernos dueños de la sensación de que algo se ha marchado, algo de un tiempo de felicidad que se ha escapado y del que no podemos ya más que mostrar nuestro más absoluto abatimiento. Es como si nos hubieran arrebatado de improviso un trozo de nuestro pasado y lo hubieran arrojado al vertedero del tormento. No hay nada menos gratificante, menos alegre y alborozado, que perder un trozo de la infancia, porque es la época más hermosa y bella, porque es el tiempo donde caminamos desprovistos de las vestimentas del dolor y todo es joven y fresco, aunque a veces a sólo seamos capaces de recordarlo en blanco y negro, como las viejas películas de Charles Chaplin y Buster Keaton, y los rostros de nuestros padres todavía no habían sido surcados por cruel arado del dolor, los esfuerzos y las dolencias, porque brillaban las sonrisas y había inocencia en los actos.
            Cuando se formulaba la frase todo adquiría un color diferente, no sólo las estancias parecían recuperar la cromaticidad que había ido diluyendo con la monotonía subsidiaria de la cadencia del tiempo, sino los substratos que forman las residuales emociones porque aquella palabras significaban un venturoso presagio, la concreción de una gran aventura que estaba por llegar, porque los sonidos podían quebrar la rutina hermosa de la existencia cotidiana. Mañana vamos a Sevilla, te hacen falta unos zapatos, y como si de una nueva e improvisada noche de Reyes se tratara, como si un hecho tan intrascendental pudiera convertirse en sublimación de la ilusión, nos manteníamos casi en vigilia esperando que la claridad nos advirtiera del momento. Todo lo demás vendría vencido por el trámite del tiempo.
            Dábamos una vuelta por las callejuelas de Regina, volvíamos a Feria escrutábamos los escaparates, nos probaban un modelo y otro,  y de allí otra vez al sector de la Encarnación que concentraba el mayor número de establecimientos de calzado. Y siempre terminábamos en aquel reducto donde concluíamos la tournée que tanto nos ilusionaba. En los Pequeños Suizos. Y mi madre sentenciaba, “es que donde estén unos buenos zapatos…”, y las palabras eran el anuncio para la dicha. Porque con nuestra caja bajo los brazos, alegres nos dirigíamos a la calle Puente y Pellón, donde la vida era exultante en torno sus comercios, una marea incesante que subía desde la Plaza del Pan y desembocaba en la vistosidad de la Encarnación, donde todavía resplandecía el azul en el horizonte, para completar la compras en la Siete Puertas o la Innovación si teníamos la dicha de hacernos con unos pantalones vaqueros.
            Los tiempos zarandearon las costumbres e impusieron modas y muchos negocios sucumbieron a ellas. Hoy no son las modas ni la ávida necesidad de concentrar en mayestáticos y monstruosos edificios nuestros nuevos hábitos de consumo. Hoy la vorágine especulativa que ha convulsionado el mundo, que ha estremecido las estructuras de la economía gracias a la famosa globalización, la que se está llevando por delante el escaso comercio tradicional de la ciudad que quedaba, esas reliquias que serían dignas de culto en otras latitudes, de la misma protección que aquí se da a los linces o se tira por los barrancos del despilfarro, y que aquí se dejan pudrir en el más absoluto de los olvidos. Ayer vimos como un hermoso cartel anunciaba el cierre de los Pequeños Suizos, el establecimiento donde me compraban los zapatos en mi niñez. 

viernes, 17 de febrero de 2012

Tertulia Cofrade La Sentencia. Así que pasen veinte años


                Hace veinte años y parece que fue ayer. Dos décadas que son dos columnas que mantienen en pié la memoria. Cuatro lustros de lo que fue un sueño, un hermoso tránsito en senda de la ilusión de unos por entonces jóvenes macarenos, que alimentaban y difundían –con sus medios y escasos méritos- la devoción a nuestros Sagrados Titulares, especialmente al Señor de la Sentencia.
            Nos reuníamos los primeros viernes del mes, tras la misa que la Hermandad ya dedicaba al Señor, fijaos bien, en su altar. Era un trastoque de bancos para orientarlos  hacia el oropel y el labrado, un volverse el espíritu a la mirada serena que se enmarcaba entre las virutas que refulgen su dorado y las rojeces de las flores que sostienen el amor de quienes la depositan. Era el arraigamiento del sentido macareno, de descubrir toda la esencia que puede acaparar el abrazo de sus manos, el cariño que albergan los dedos señalándonos el camino de la justicia y la verdad. Nos concitaba la devoción que fuimos desarrollando, porque  nos lo demandaba y ordenaba su Madre, La que todo lo puede, La que está bienaventurada para la eternidad y es capaz de aliviar toda pena con tan sólo evocar su nombre, bajo las trabajaderas del paso del Señor, esas benditas y sagradas galeras que no solo logran conciliar esfuerzos, aunar voluntades bajo el signo del Sentenciado, sino que es vínculo que conforma amistades, que crea familiaridad, reúne sentimientos y enhebra las emociones, en el cordel de la vida, que se van desgranando en la estación de penitencia durante la madrugada más hermosa.
            Éramos un grupo que comenzábamos en la lucha de la vida, que iniciábamos periplos familiares que ya nos condicionaba en los comportamientos, que sosteníamos el mundo con la inmensa ilusión de una juventud todavía cercana, que nos impulsaba a acometer los proyectos más peregrinos. Éramos un grupo de amigos que manteníamos intacta las nociones de la confraternidad, que conservábamos algo de la inocencia que comenzaba a desprenderse de nuestros corazones, con las primeras muestras del rigor de la existencia, que comenzaba a mostrarnos un mundo sesgado y que a veces se nos representaba cruel. Pero teníamos todo por delante porque habíamos afianzado el afecto con la convivencia continuada durante años. Por eso decidimos formalizar aquellas reuniones que manteníamos tras la celebración de la misa del Señor. Y así nació la Tertulia Cofrade “La Sentancia”. Una pequeña institución que se mantuvo en pié hasta principios del nuevo milenio.
            ¡Qué grandes momentos compartimos, verdad amigos! Consolidamos la amistad, vivimos momentos tristes que se alzan en nuestras memorias, y desgraciadamente no supimos mantener otras… Cosas que suceden cuando los hombres entran en juego de emociones.
            Hoy retornan los instantes que supimos construir con ilusión, aquéllos que fueron realce y embellecimiento para los quisimos la amistad sagrada que se adviene con el esfuerzo compartido, con la oración sugerida, con los silencios que se encumbraban en los cielos que creíamos poseer y que se fueron difuminando en la nebulosa de la separación, de la ausencia y la distancia, de los compromisos y obligaciones que fueron determinando su final. Hoy retornan a mí las escenas que nos hicieron reír, aquéllas que nos provocaron el llanto y otras que no logramos olvidar porque nos vimos sorprendidos por el dolor o por la anécdota absurda e inocente que nos hacía soltar carcajadas y que aún todavía hoy no sabemos por qué, pero que nos limpió el alma de desasosiego aquella noche, en el rincón que nos ofrecía Miguel Loreto en su local.
            Hace dos décadas la Tertulia la Sentencia se constituía para hablar y versar sobre cosas de tanta magnitud como el racheo de unos pies en el compás de un convento, o de la importancia que conlleva saberse macareno, de haber pasado alguna noche con el Hijo del Carpintero, al bendito Sentenciado, y saberse poseedor del don especial de la transmisión de la Esperanza a quienes nos esperaban ilusionados.

jueves, 16 de febrero de 2012

Apología de la culpabilidad


Me ha llegado esta carta a través del gran dios de nuestros tiempos, es decir por internet. Los comentarios que se vierten en ella son de una sustancia extraordinaria y revelan una situación para demoler un edificio que todavía no se ha comenzado a edificar.
“FRANCISCO PASTOR GUZMÁN - Castellón - 17/01/2012 
Trabajo desde hace 14 años en I+D y desde hace 10 años lo compatibilizo con unas horas semanales de profesor en la universidad. Me esforcé de niño y adolescente en intentar aprender, sacar buenas notas y pasarlo bien. Me esforcé en la universidad para sacar la carrera y pasarlo bien. Me esforcé luego dando clases particulares y continúo ahora esforzándome en mis dos trabajos. Hace 10 años, junto a mi pareja, compramos un piso que entraba dentro de nuestras posibilidades. Ahora, tras 10 años de esfuerzo, hemos ahorrado el dinero suficiente para pagar lo que nos queda de hipoteca. Llevo años esforzándome y nunca he vivido por encima de mis posibilidades. Podía permitirme coches más caros pero no los he comprado, nunca he pedido un crédito para irme de vacaciones, reformé mi piso cuando tuve dinero para hacerlo. Me esfuerzo en educar a mis hijos lo mejor posible, los llevo a la escuela pública y me esfuerzo en la asociación de padres para ayudar a mejorarla. Cuando mis hijos enferman los llevo a la sanidad pública y si me queda jarabe en casa le digo al médico que no me haga una receta que no necesito.
Ahora estoy a punto de quedarme sin trabajo gracias a los que han vivido "por encima de nuestras posibilidades". Ahora me piden "un esfuerzo más". Yo siempre he pagado puntualmente la hipoteca y lo sigo haciendo así que no he hundido a la banca. Yo no he hecho bajar la Bolsa, no he hundido los mercados, no he inflado la economía, no he especulado con la vivienda, no he organizado carreras de coches en mi ciudad, no necesito un aeropuerto sin aviones, no tengo yate para ver la salida de la Copa América, no he ido nunca a ver la ópera en el Palau de les Arts. Yo no he deteriorado la escuela ni la sanidad pública, no he tenido becas ni subvenciones, no he cobrado nunca el paro ni he provocado déficit al Estado, la autonomía ni la Seguridad Social. Yo no conozco a Moody's, Fitch ni Standard & Poor's pero sí conozco a los que vivieron por encima de mis posibilidades. Yo no les voté, a mí no me representan.
Soraya, el esfuerzo se lo pides a ellos.”

            Magnífica carta, si señor. Si todos hubiéramos hecho ésto en los últimos ocho años tal vez la situación hubiera sido otra. Pero no, nos dejamos guiar por los políticos que nos gobernaban. Ocho años diciéndonos, a los que no entendemos de política ni economía, por eso pusimos en sus manos nuestras ilusiones, que este país era el de la maravillas, incitándonos al consumo desmesurado, a la indiscriminación en el gasto público, en empecinarse con enfrentamientos con el pasado, manteniendo tropas en Afganistán, cuando en 2004 decían que las iban a sacar, promulgando leyes que van contra cualquier razón, desvalijando las arcas de la seguridad social para mantener otras lides que ni nos iban ni venían, comprometiendo así el futuro de la mayoría de los españoles y precisamente en las edades que más necesaria es la retribución económica y haciendo que luchadores de toda la vida, gente que se había esforzado en la consecución de un status social mejor, en la defensa de los trabajadores y sus derechos y sufrido prisión, maltratos y violencia, se dejarán caer en el butacón de la indolencia y se llevaban las manos a la cara viendo cómo se habían cargado la ideología por la que tanto lucharon y padecieron.
Buena carta, si señor, que hace justicia al pensamiento social, pues son los gobernantes que mantuvieron a este país en la inopia y se vendieron a la banca y la vorágine especulativa, contradiciendo la ideología que decían defender, los que han propiciado esta situación. Ocho años de inoperancia gubernativa, de vender humos que trataban como ideas y proyectos y que sólo eran posibles en sus febriles mentes o porque surtían y llenaban sus propias arcas, que han permitido que gente de orden y con valores pasen por tribunales y sean condenados.
Buena carta, si señor, que nos hace pensar si efectivamente, pues esta situación no viene de hace cuatro meses, sino que tiene un claro origen y unos responsables perfectamente identificados, no somos nosotros los responsables subsidiarios de esta situación, alimentado a un monstruo que hemos dejado crecer y ahora debemos abatirlo. No es la creación de esta fiera, que amenaza con devorar a la gente que se levanta cada mañana con el claro propósito de poder seguir adelante y dar de comer a su familia, una razón para especular con lo que pasará -éso ya lo sabemos todos-, sino el producto del desgobierno que nos ha venido guiando en los últimos años, no es un conejo que hayan sacado de la chistera ahora mismo, tachín, tachín, como dicen en Cádiz.
Una buena carta, si señor, con la que podemos identificarnos muchos pues es una situación que se viene repitiendo desde hace años y que tiene como culmen esos cinco millones y medios de parados que nos han  dejado con su desafortunada política de empleo, cuando centraron todo la bolsa laboral en la peligrosa burbuja inmobiliaria que cuando explotó arrasó, con su onda expansiva, todos los ámbitos de la economía española, asolando campos en los que será difícil volver a implantar la cultura del esfuerzo y el desarrollo, porque hasta ése mismo momento, lo verdaderamente importante para el gobierno, era mantener al pueblo ocupado y distraído con actuaciones de enfrentamiento por lo que pasó hace setenta y cinco años o que el Barcelona o el Madrid ganaran la liga.
Buena carta, si señor. Pero no es hora de pedir responsabilidades a quienes han llegado hace dos días, porque de hacerlo estaríamos cayendo en la mayor de las intolerancias. Hay que coger el toro por los cuernos y saber que sólo nosotros tenemos que sacar adelante este país, desde la unidad, pero claro éso se consigue favoreciendo el espíritu de nacionalidad y no procurando enconar los diferentes estratos de la sociedad para distraernos de sus errores, como se ha venido promulgando hasta la fecha, pues desde el enfrentamiento sólo conseguiremos acrecentar la aridez y los resentimientos.
Éste no es un problema de izquierdas ni derechas, sino de los poderes fácticos-económicos que mueven los hilos de la política  y que sólo obedecen al desmedido afán de enriquecimiento personal ignorando que la felicidad no es un estatus asociado al poder monetario. Hay que había que haber tenido, por quienes regían hace ocho años, y tal vez los que nos van a regir, la valentía suficiente para haberse enfrentado a ellos y no haber sucumbido al ingente poder del dinero.
Buena carta, amigo, que bien pudiera haber escrito hace unos años y advertirnos a los demás que nos dejamos guiar por un pastor que no supo defendernos del lobo.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La honradez existe


            El futuro del régimen que instauró el partido socialista obrero español, esta denominación que dista tanto de la agrupación que fundara Pablo Iglesias a finales del siglo XIX, en Andalucía parece que tiene los días contados. La línea sucesoria parece que se ha quebrado con los constantes enfrentamientos entre los altos dirigentes y tras los malísimos resultados obtenidos en los comicios municipales del pasado mes de mayo y las elecciones generales que se celebraron el veinte de noviembre donde el rodillo popular les pasó por encima, devastando la escasa resistencia que guardaba en sus almacenes nacionales.
            Todo este desastre viene condicionado por la malísima gestión, el desorbitado gasto, cuando no en el caprichoso derroche y en el manejo irregular de los fondos públicos, de los que presuntamente se han venido sirviendo para seguir engrasando los motores de una maquinaria que suponían iba a seguir trasportándole, ya no se utilizan caballos, por el páramo en el que han convertido el territorio andaluz.
            Nunca es bueno, ni adecuado, la generalización y ni culpabilizar al general por las actuaciones de unos pocos sinvergüenzas que han montado sus propias tramas, una veces con fines particulares con los que financiar sus lujos -¡en los tiempos que corren!- y otras buscando apuntalar las finanzas del partido para seguir, manteniendo estructuras desorbitadas para la gestión de los mismos. Y digo que la generalización no imparte justicia porque sé de muchos hombres y mujeres honradas que se han venido partiendo el pecho en la consecución de unas condiciones de vida mejor para sus conciudadanos. Años de lucha que otros han tirado por la borda porque hacían omisión, o lo que es peor, se aprovecharon de la buena voluntad de sus correligionarios de base para envilecer sus idearios y colocarse en la mejor posición para obtener y ofrecer favores.
            Ni son todos los que están, ni están todos los que son. Se muchos afiliados y adeptos, de los de la antigua guardia del partido socialista, que caminan por las sendas de la derrota cabizbajos y avergonzados por el comportamiento inadecuado de sus jefes, que son los que precisamente están involucrados en los escándalos que se han venido produciendo en los últimos años. Ven como sus esfuerzos, sus luchas en los tiempos en los que se jugaban sus vidas por instaurar un régimen democrático, los enfrentamientos con el poder dictatorial establecido, se ha ido a garate, desprestigiando todo el esfuerzo y los sufrimientos que tuvieron que soportar. Me gustaría a mi ver a éstos enfrentados a un tribunal militar y nuestras vidas en el aire, me confesaba hace unos días un antiguo y destacado dirigente sindicalista, con un halo de tristeza recorriendo su rostro. Las bases, los que no se han desencantado, los que no han perdido la ilusión todavía, los que mantienen que la lucha de clases continúa activa, deben ser separados de esta generalización penal que se está realizando de manera indiscriminada. Han de ser cribados la criminalización y sólo los responsables ser condenados. Claro, le contesté, pero es que la lucha ya no es posible, querido amigo, porque estos socialistas de bmw y mercedes, de gastos y lujos particulares a costa del contribuyente, de deterioro en la moralidad y en la educación, se han encargado de destrozar las clases sociales, estableciendo unos nuevos parámetros en la sociedad. Ahora están ellos, y sus secuaces, y los otros, o sea la mayoría de los ciudadanos. Se han encargado, querido amigo, de ir arrojando en el camino a quienes se dejaron la vida y la sangre para establecer igualdades. Es más, cuando notaban que alguien no reía sus gracias, o guardaba silencio, rompían con cualquier vínculo de honestidad y ponían la cabeza de un caballo a los piés de su cama, destrozando sus vidas sin mirar atrás, sin valorar los servicios y lealtades prestados.
            Desde luego que son muchos los que atesoran todavía valores y siguen luchando por un ideario que consideran válido, aun en los días que sufrimos. No podemos resolver todas estas cuestiones condenando a inocentes, como antes no se debió someter a autos de fe y juicios populares a todos aquellos que participaron en las gestiones gubernamentales de la época franquista porque había mucha honestidad y calidad de servicio aprovechando los resquicios jurídicos y políticos que permitía la época. De unos y otros hay muestras dignísimas que ambos bandos se guardaron mucho de publicitar, no fuera a ser que cundiese el ejemplo y se consiguiera bienestar e igualdades para todos.

martes, 14 de febrero de 2012

El premio a Maruja Vilches



 Lo dijo Joaquín Durán, director general de Canal Sur, durante su intervención en la gala de El Llamador, durante la cual se hace entrega del galardón “Memorial Luis Baquero”, y no pudo hacerlo con mayor justicia ni ajustar tan bien sus palabras hacia la persona distinguida en esta ocasión, Maruja Vilches Trujillo. “Hacer feliz a quién hace felices a tanta y tanta gente”. Y ayer ella lo fue al recibir esta consideración.
            La distinción a esta mujer no es más que obrar en justicia, no es más que el reconocimiento público por quién se ha dejado la vida en intentar acercar la felicidad a los demás con su esfuerzo, dedicación y trabajo. Éstas son las armas contra las que se enfrenta a la adversidad, agregando ingentes dosis de generosidad.
            Esta mujer fue, la que siendo directora de los Altos Colegios, movió cielo con tierra para instaurar, en una de las fachadas principales del edificio, un majestuoso retablo cerámico de la Santísima Virgen de la Esperanza Macarena, para que protegiera y amparara a los niños que reciben su educación en la centenaria institución. Fue precursora del movimiento que permitió, a las mujeres su inclusión en la estación de penitencia, igualando en derechos y deberes su participación en las Hermandades. Sus inquietudes cofrades, que comparte con las literarias, le llevaron a ser miembro fundador de la Hermandad de Pino Montano, hecho que supuso un hito en su vida y del que se siente, como todos los proyectos que emprende, muy orgullosa. Ha sido también la primera mujer en ocupar el atril de uno de los principales y más importante pregones de la ciudad, el de las Glorias de Sevilla, aunque con anterioridad ya se había curtido en estos bagajes literarios y unos años antes, la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Macarena, presidida entonces por D. Juan Ruiz Cárdenas, no dudó en designarla pregonera de la Esperanza. Pero su inagotable vitalidad, su enjundia transmitir vigor y no caer nunca en el desaliento, la hizo comprometerse con el proyecto para formar parte de la candidatura que D. Adolfo Arenas Castillo presentó para el Consejo General de Hermandades y Cofradías de la ciudad, en donde se responsabilizó de uno de los retos más difíciles y comprometidos de la misma: el proyecto Fraternita, cuyo programa se desarrolla en la sevillana Barriada del Polígono Sur, una de las zonas más deprimidas de la ciudad y donde ya ha dejado marcada su positiva impronta, no sólo poniéndolo en marcha sino auspiciando su continuidad, solidificando las bases para que esta parte de la ciudadanía con tan escasos recursos puedan mirar al futuro con Esperanza.
            Maruja Vilches es una mujer encantadora, gentil, amable, extrañamente sencilla que ha sabido preservar su identidad en un mundo tan dado al servilismo y a la maledicencia, que ha sabido guarecerse en la generosidad de su entrega. No es fácil llevar a buen puerto este proyecto común de las Hermandades sevillanas, tan proclives al egocentrismo y a la presunción. Coordinar estos recursos requiere de un esfuerzo titánico, casi dedicación exclusiva. Pero Maruja, desde que la conozco, nunca ha puesto reparos al trabajo. Por eso alterna ahora la dedicación de esta importantísima empresa como la responsabilidad propia del cargo de Hermano Mayor de su queridísima hermandad de los Javieres, donde recurre un hecho insólito, ya que su esposo ha sido también máximo dirigente de la Hermandad del Cristo de las Almas.
            Ayer le fue reconocida justa y públicamente toda esta épica, toda la dedicación que ha demostrado en favor de los que menos tienen. No importa –verdad Maruja- que se intenten poner chinas en los zapatos cuando se reciben estas recompensas. Y no me estoy refiriendo –que también, evidentemente, porque no obraríamos en justicia- al majestuoso galardón que depositó en sus manos el alcalde de la ciudad, sino al que pusieron en su corazón y su alma los niños del Polígono Sur cuando, ocupando el escenario donde se prodigan tantas hermosas y variadas ficciones, sincera y espontáneamente su abrazaron a su prócer. Ése sí que se va a perpetuar en la memoria de Maruja mientras que su Cristo de las Almas la mantenga con vida.

lunes, 13 de febrero de 2012

Por san Blas, cigüeñas verás


            En las horas muertas de la tarde, cuando la cadencia luminotécnica de la tarde comienza a desperezarse para anunciar la llegada de otra luz que la relega para procurar intimidades, vuelan y recorren el gélido aire de estos días las primeras cigüeñas que se apostan en la vieja chimenea –ahora inactiva porque los hombre las desdeñaron de sus quehaceres, de sus funciones- de la fábrica de artillería. Vienen anunciando el tiempo añorado, el transcurso de una época que trae ilusiones solo realizables en esos campos donde habitan añoranza y la nostalgia y que tomarán cuerpo en la memoria, que se presentarán vencidas al encanto y la magia de unos sones fruncidos en los argénteos metales que transforman esfuerzos en cadencias melancólicas, en notas musicales que escanciarán las esencias que se producen en los lagares de los sueños.
            Vienen, con su pausado y rítmico aleteo, a señalarnos los tiempos, a marcarnos unas pausas que son parte de la remembranza, la recuperación de una parte de la vida que nos fortalece el espíritu y engrandece las vivencias, los hechos minúsculos que van conformando una esplendorosa galaxia de sensaciones. Como en las noches de verano estallan la pléyades en el azabache tapiz que alfombra el salón del universo, ahora se presentan con sus  minucias, con sus atípicos movimientos en el cenit de la vieja fábrica para recordarnos el cíclico y embrollado discurrir del tiempo.
            Forman parte de este paisaje urbano que el hombre se empeña a deshumanizar, en deformar con la construcción de edificios que le procuran egocentría y advienen de la podredumbre de sus egoísmos. Son la prueba irrefutable de la condonación que la naturaleza otorga sobre los desastres que le procuramos con los constantes desmanes, de los ataques que incesantemente lanzamos sobre los horizontes, sobre los cielos que dejamos de ver, que nos ocultan con la precariedad mística que esboza el género humano cuando prefiere mantener su omnipresente y poderosa condición del ser supremo de la creación frente a otros que también fueron creados para compartir los bienes no las inmundicias.
            Por San Blas, cigüeñas verás. Es la alegría de su contemplación que nos retrotrae a la infancia cuando se espejaban majestuosas, en las cuarteadas vidrieras de los módulos escolares, con el planeo de sus vuelos, el recorte de un horizonte que se nos mostraba limpio, claro, transparente, y se perdían los minutos en la contemplación de estas aves que rondan campanarios para compartir las emociones de los hombres porque presagian, que el bronce que se volea y repiquetea, es el anuncio de una dicha o la notificación de un negro augurio de dolor.
              Son estas cigüeñas, que toman el cielo de San Bernardo, que hacen suyos estos espacios, las alturas celestes desde las que dominan todo la inmensa grandeza de la ciudad, estrenando los aires que tienen visos de nuevos fríos que van resquebrajando los perfiles sobre los que se cuelgan los escasos hálitos de calor, que curiosean los comportamientos del sol y que retoman su idilio con el añejo miguelete que comparte vigilancia del orto celeste que les sirve de friso y mural donde proteger su amor, las que señalan la culminación del viejo tiempo, las que marcan la consolidación de la ventura y las que signan las frentes de la memoria de la ciudad.
            La estela de estas aves figuran siluetas pintureras, recortes de acacias que luego quedarán plasmadas en los terciopelos de los mantos, en las esquinas labradas de un paso de misterio, en los recovecos que se insinúan el repujado de un varal, en el tintineo melódico del roce de una bambalina. Son el primer pregón de lo que está por venir, el primer canto solista de ópera que recorrerá los espacios para anegar, de grandeza y hermosura, los pliegues de todos los rincones de la ciudad de la luz y la gracia

sábado, 11 de febrero de 2012

La ciudad del no passsa nada


            Nos encontramos en un periodo de la historia trascendental. Hay convulsiones sociales que empiezan a tambalear las estructuras y los modos de vidas hasta ahora vigentes. Los movimientos y especulaciones económicas están absorbiendo, en este agujero negro que empieza a ser la tan cacareada crisis, las clases sociales, destruyendo sus bases y separando las jerarquías hasta límites insospechados hace tan sólo unas décadas. Las conquistas sociales, y el equiparamiento, o mejor dicho, el acercamiento a los países más desarrollados de Europa, que nos beneficiaban en prestaciones médicas y salariales, se están viendo revocados ante los desastres y la mala planificación de modelos económicos planteados en los últimos años. Nos hicieron creer, nos engañaron ofreciéndonos caramelos a las puertas de los bancos –y mira que nuestras madres nos advertían que nos los cogiéramos, que nos sacarían la sangre para venderla-, que esto era Jauja. Y lo fue para los especuladores y grandes magnates de las finanzas. Las viviendas se han infravalorizado y su valor de mercado   se ha visto reducido hasta en un cincuenta por ciento. Los puestos de trabajo que se generaban tan graciosamente en el sector inmobiliario han provocado una hecatombe en las leves economías domesticas, y lo que es mucho más grave y preocupante, que muchos jóvenes, especialmente en las  zonas rurales y en las periferias de los cinturones urbanos abandonaron sus estudios atraídos por esta engañosa vorágine consumista. Raro era el joven que no tenía un coche de marca alemana o disfrutaba, dos veces al año de unas vacaciones en Cancún o Isla Margarita. El españolito en el país de las maravillas.
            En nuestra Sevilla, en la ciudad del inmovilismo y del recalcitrante y estacionario “aquí no passsa nada”, que hemos visto caer torres –menos la que tiene que caer- que creíamos y suponíamos como fortalezas, donde el paro se ha cebado cruelmente con la población juvenil y con los sectores menos favorecidos, donde los bares y especialmente los restaurantes, han visto mermados su beneficios en un sesenta por ciento, lo verdaderamente preocupante, lo que roe las entrañas de sus ciudadanos, es la “preocupante” situación de sus equipos de fútbol, no poder tomar una cerveza en el bar de la esquina –si no lo han cerrado- con los amiguetes o que banda de cornetas y tambores de turno lleve un uniforme tal o cual. O es mentira esto de la crisis, y se trata de un experimento a nivel europeo, sobre la conducta y reacciones del ser humano ante problemas de este tamaño e importancia, o nos conformamos con todos estos recortes y preferimos resistir, o quienes tienen que movilizarse están mamando de la cántara –que mucho me temo que así sea- y no quieren perder sus status, aunque a quienes debieran defender se les expropie, se les maltrate en sus condiciones laborales o les restrinjan o supriman las consecuciones sociales que tanto costaron obtener.
            Que se utilicen fondos públicos reservados para menesteres de urgencia para pagar cines de verano, facturas de taxis, pago por prestación de suministros energéticos e industriales o IBI atrasados de edificios públicos, que estaban  todos contemplados en otras partidas presupuestarias, quiere decir que la gestión  ha sido nula y el desvalijamiento de las arcas absoluto, dejándose de ejecutar otras de mayor necesidad. Que nuestros hijos acudan a un colegio donde la calefacción se haya estropeado, ésto es una situación imprevisible y de emergencia, y no se pueda reparar porque sus fondos están comprometidos, mejor dicho, se han liquidado en otros menesteres tan importantes como la adquisición de material deportivo para una asociación de vecinos o prestación de servicios de una campaña de publicidad de la policía local, no tiene ninguna importancia, ni trascendencia. ¡Qué más da! Total con los buenos y efectivos tratamientos médicos para las pulmonías, no pasa nada. Ven ustedes, siempre terminamos con el eslogan que mejor define a nuestra invicta y mariana ciudad. ¡¡¡No passa nada!!!

viernes, 10 de febrero de 2012

Aspirantes y Macarenos*


            Mantienes la creencia de que todo lo que tiene que suceder ya está escrito, que existe un oficio providencial en el que nos dan cuenta de lo tenemos que hacer, de lo que hemos de omitir, que en muchas ocasiones es más importante que lo que ejecutamos. A veces un silencio puede llegar a ser el mejor de los discursos y las disertaciones que no nacen en el corazón, que no provienen del alma, que evacúan y diluyen sus sentimientos en arengas y en pláticas que ocultan las verdaderas razones que posibilitan y ayudan a la consecución de una vida mejor, no sirven más que para disociar el verdadero y más íntimo sentido de la verdad, para tergiversar el conocimiento puro. Dices que hay renglones en el cielo donde se van escribiendo las constantes de nuestra existencia, mensajes que dictaminan nuestros quehaceres y que nos inducen en nuestras conductas aunque no apreciemos ni distingamos la mano que nos acoge y nos guía, que nos conduce por el camino de la ilusión.
            Transitas por esta cañada que nos lleva de los campos de los sentidos hacia los de la razón, que los reconduce hasta situarnos en los límites de la realidad y donde habitan y crecen los recuerdos de los que te antecedieron. No hay verada más hermosa, ni senda más iluminada, que la que comunica la razón con la ilusión. En esta trocha que se abre a la gran explanada en la que empiezas a sembrar la simiente de la impaciencia, donde te has sentado para ver crecer la espiga que un día alimente tu orgullo. Es allí donde permanece inalterable tu esperanza. Sabes que el esfuerzo que ahora se te niega, ése que ofreces con tanta generosidad, que no dudas en compartir con el amor que otros han inmolado en las llamas del amor, podrás derrocharlo a raudales, que todo es cuestión de tiempo, de tránsito, del ir y venir del tiempo.
            Tienes la mayor de las virtudes para la consecución de un fin. Te sabes poseedor de la gracia con la que un día te condecorarán. La voluntad no es patrimonio de los débiles sino de los que buscan soluciones a los desaires de los hombres, de los que ningunean y desprecian el valor de los sentimientos porque prefieren la frialdad del ordenamiento del raciocinio. En la mirada serena espejas tus oraciones, en la cruz de las manos posas el ósculo de la mansedumbre, la virtud que te hace grande. La dignidad del asentimiento sobre los designios espirituales, sobre las concesiones que llegan a los mansos de corazón, provocan un estallido de las emociones y es el desbordamiento de éstas el que promueve el hálito de tristeza que baja por tus mejillas. Pero este es el precio por la consecución del amor y acepta las inclemencias que anegan el espíritu con resignación y coraje, con la fuerza que centrifugas en el corazón y que sabes utilizar como mejor arma para derrotar al desaliento.
            Todo está escrito y el conocimiento te advierte de ello para cauterizar la herida del combate, para sedar el primer dolor que punza el alma cuando no entras en el grupo de los elegidos, de los que aúnan sus fuerzas y sufrimientos para que muchos vivan los momentos de su mejor locura de fervor, aun sabiendo que la cordura no han perdido. La gloria viene de la fortaleza y se adquiere con instantes de valor, éste mismo que demuestras ahora cuando sales a la calle pregonando tu resignación.
            Sabes que todo está escrito, que no se ha cumplido tu tiempo. Los reflejos de sus áureas van penetrando en el cuerpo y van desalojando los miedos. Son dos miradas distintas, son dos requiebros de celo que te advierten de una gloria, y un secreto que conforman y confirman tus presagios. Es el gesto de un valor, la condición que florece junto a un arco y la muralla, el hábitat donde se concreta e irradia el gran mensaje de Dios.
            Sabes que el tiempo se acorta. Sigues fuerte en tu dolor, curtiéndote en la esperanza, soñando con el favor que está escrito en las estrellas de poder llegar un día a su ferviente servidor, costalero macareno para dar gloria al Señor, en revocar la Sentencia que un relator esparce ignorando el gran error, la equivocada certeza de que condena a su propio Salvador.
*A Rafael Ríos y muchos que como él aspiran a lo mejor y más alto honor macareno