No es nueva la controversia y polémica que suscita
la fiesta de los toros entre detractores y aficionados. Desde que se
instituyera, en sus más remotos orígenes, que se remonta a la edad de bronce,
no ha estado exenta ataques sobre lo cruento de sus prácticas y ejercicios.
Muchos han sido los que han censurado la virtud de esta fiesta. Pero también
han sido muchos los que se pronuncian favorablemente y defiende a ultranza los
valores artísticos que guarda, amén de los antropológicos e históricos, es más
hay quienes sostienen, con toda la legitimidad de sus derechos al ejercicio del
libre pensamiento, que éste es un arte mayor, tan plástico y bello como lo
pueden ser la música o la pintura y que no hay más que retrotraer la memoria
hacia quienes han plasmado, con sus lances, gallardía y valentía, las mejores
esculturas o los más soberbios bocetos.
Destacados y significados escritores como García
Lorca, Manuel Machado, Chaves Nogales, Mario Vargas Llosa, Ortega y Gasset o
Miguel de Unamuno, pintores de la talla de Francisco de Goya, Pablo Ruiz
Picasso, Botero, y artistas de otros ámbitos culturales y tan representativos
como Albert Boadella, Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat se han manifestado
públicamente a favor de esta tradición española y dejado constancia de que estas críticas de los antitaurinos
obedecen a la ignorancia, ya que el toro de lidia vive en libertad en su
hábitat natural y, sin las corridas, no solo se extinguiría el toro bravo, sino
el propio ecosistema en que se desenvuelve -las dehesas-. Otros defensores del toreo, como el
catedrático Andrés Amorós, argumenta que nadie ama más al toro que un buen
aficionado a las corridas: «nadie admira más su belleza, nadie exige con más
vehemencia su integridad y se indigna con mayor furia ante cualquier maltrato,
desprecio o manipulación fraudulenta».
De un tiempo a esta parte, un
grupúsculo de ciudadanos, con todos los derechos que pudieren ampararle constitucionalmente,
se han manifestado en contra de las corridas de toros alegando la barbarie que
se comete contra las reses bravas. Incluso en la comunidad autonómica catalana
su parlamento aprobó la supresión de esta fiesta en todo su territorio, medida
que empezará tomar cuerpo en este mismo año. Medida equivocada sin duda alguna,
a mi modesto entender, porque el independentismo ultraconservador tergiversa el
origen de la fiesta, intentándose desligar de cualquier signo de españolidad,
politizando demagógicamente el tratado universal de la tauromaquia, mostrando
una actitud dictatorial hacia quienes no piensa, actúan o se divierten como
ellos, empañando su propia cultura con esta actuación, pues muchos son los
pueblos de la comunidad autónoma catalana que centra el fervor de sus fiestas
entorno la figura del animal bravo.
Esta intolerancia activa hacia todo
lo español, sea bueno o malo, ha llevado al representante de ERC en el
parlamento de la nación, y en respuesta a unas declaraciones del ministro de Cultura,
a manifestarse con la contundencia de un exaltado y exasperado absolutista: “En
Cataluña no habrá más toros, y lo digo con cierto orgullo, a no ser que vengan con la Legión, que con
los tiempos que corren uno quizás no debería descartarlo. ¿Y sabe por qué?
Porque el Parlamento catalán lo ha decidido democráticamente. No habrá más
toros en Cataluña”. Y se quedó tan tranquilo, porque los autócratas son así, se
caen en el lodo de su propia inconsciencia. ¿Qué le hace suponer a este señor,
que tal cómo se ha elevado una propuesta no venga otro gobierno mayoritario a
revocar el desmadre y con la misma contundencia democrática de la que alardea
ahora? ¿Cómo puede permitirse tanta ignorancia en quienes deben regir los
designios de un pueblo y desamortizar el estado democrático con la implantación
de la fuerza al grito de “A mí la Legión”? ¿Acaso nos toma por tontos, señor
Tardá? ¿Somos el resto de los españoles incultos que ignoramos dónde se
encuentran, y cómo se utilizan, los mecanismos para organización democrática de
los pueblos?
Y para rematar la faena, el portavoz
de grupo parlamentario Izquierda Plural que se despacha con la siguiente
barbaridad: “Pretender que la tauromaquia aspire a ser Patrimonio de la
Humanidad es como querer que Auschwitz lo sea”. La rebuznada no puede ser más
cuestionable. ¿Cómo puede usted comparar la indefensión del pueblo judío, el
Holocausto, con la fiesta, por favor? Esta vileza es rebatible desde muchísimos
puntos. Su opinión no es más que la manipulación que intentan realizar sobre
una fiesta enraizada, que no van a poder eliminar y que corresponde a la
actuación propia de un energúmeno. Y para prueba, un botón. Pregúntele a
Padilla, porque lo puede contar.
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