
Seis lustros llevamos aguantando este
enarbolar las ilusiones de los andaluces, este maltrato de la hipotética
identidad andaluza que vienen realizando los regentes de la dictadura. Cuarenta
años decían que llevaba implantada la injusticia y la violación de los derechos
de los ciudadanos. Treinta años llevan los actuales en los que se han encargado
de pudrir la ideología que les hizo llegar a este poder. Tres decenios
descomponiendo la convivencia, trastocando la historia y tergiversándola a su
conveniencia este grupo de cumplidos y diligentes oportunistas que han
politizado la vida cotidiana para utilizarla con fines lucrativos propios.
Los cortijos, esos que decían que
había que desamortizar, están ahora en opulentos edificios, en su mayoría
palacios y casas principales que ha costado un fortuna restaurar, pagados con
fondos públicos evidentemente, para uso y disfrute de unos pocos. Escasamente
han socializado nada porque se han preocupado tan sólo cubrir huecos, conforme
se deshacía la tierra a sus pies, con recursos propios, anatemizando a quienes
se han enfrentado a ellos o defenestrando cualquier intento oposición en sus
propias filas.
Tras treinta años de bagaje continuamos
el periplo por el desierto sin más perspectiva económica que la continua
sucesión de subvenciones, este maná que se han inventado para poder sostenerse
en el poder. Las industrias, que iban a florecer como setas, no han llegado; es
más, el escaso tejido industrial, excepto tres o cuatro excepciones que vienen
a confirmar la regla, ha desaparecido del panorama. Los hospitales siguen
colapsados –económica y socialmente-, los parados siguen creciendo porque no se
ha potenciado la especialización, aquí sólo quedan camareros o albañiles, bueno
ya tampoco, porque esta dignísima profesión, a la que acudía uno como última
posibilidad de llevarse un jornal a la boca, ha caído en desgracia tras la
explosión de la burbuja inmobiliaria. Las autopistas -solo se han construido
dos- que iban a cruzar de parte a parte el territorio andaluz, y que nos iban a
poner en contacto con el resto de las comunidades autónomas como propulsoras del
plan de desarrollo, que al final terminó en valiente plan- se han quedado
pequeñas y en las que no es raro ver gigantescos atascos que invalidan su
natural condición de comunicación.
Aquellas banderas, aquellos
cánticos, aquellas ilusiones, no han sido más que falsa moneda con las que nos
han saqueado los sueños de la juventud, los ímpetus que manteníamos para
construir una Andalucía por sí, para España y la Humanidad. La enseña
verdiblanca no es ya más que un reducto en las quimeras de unos pocos, a las
que también le han sustraído su propia y manifiesta identidad histórica. La única
bandera verdiblanca con historia que conozco, con identidad propia, capaz de aunar
sentimientos y procurar satisfacciones y gloria a gran parte de los andaluces, es
la del Real Betis balompié, que sí nos da muestras de retener una taxativa y particular
manera de entender la vida.
Y a pesar de todo, a pesar de los
sinvergüenzas, aprovechados y asesinos de ilusiones que nos gobiernan, yo sigo
sintiéndome orgulloso de ser andaluz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario