
Acababa de pagar la hipoteca con
intereses porque el banco había devuelto la cuota, en la fecha de vencimiento,
por falta de liquidez en la cuenta corriente, ya que se había cobrado los
intereses y réditos que devengaba su cuenta corriente, una incongruencia que no
entendía, cobrarle por mantener su dinero, con lo que el descubierto en
referida ascendía a dos con cincuenta y siete euros, y en vez de pasar la
cuota, el banco la devuelve en la fecha concreta, para volver a pasarla dos
días después – esta vez sí se carga en cuenta- con el consiguiente incremento en
la participación hipotecaria. Treinta y cinco euros más. Se presentó en la
oficina de su entidad bancaria dispuesto
a formular la queja pertinente. Le parecía un despropósito la actuación de la
entidad financiera. Le parecía una injusticia que se le advirtiera des esta
intervención. Hubiera bastado una simple llamada telefónica para avisar del “atentando
que se cometía contra las finanzas de la entidad” al haber dejado en
descubierto –eso sí, porque los intereses que le favorecían por el
mantenimiento de la susodicha cuentecita- con dos euros y cincuenta y siete
céntimos, como hacen en multitud de ocasiones, rompiéndote el sueño en la
siesta, para intentar vender participaciones preferentes, menos mal que no cayó
en la trampa, un seguro de vida que retribuirá a los familiares en caso de
fallecimiento, o informarte sobre el nuevo y fabuloso plan de pensiones que te
asegura una vejez plácida, si llegamos claro.
Cuando el señor director de la
sucursal tuvo a consideración dedicarle unos minutos, después de desayunar
plácidamente, de entrar y salir de su despacho, en varias ocasiones, con
papeles en la mano que depositaba en una mesa vacía, donde lucía un cartelito
con la leyenda interventor, y en donde nunca vio a nadie sentado, de
volver a recoger los mismos y
llevárselos de nuevo a la covachuela, de llevarse hablando por teléfono casi
media hora, entre risotadas y susurros, le espetó que esa era la nueva política
de la empresa, el nuevo modus operantis de la entidad, que el banco no podía
soportar más los gasto que genera mantener sus ahorros –ojo su dinero- y que
cobraría por todos los movimientos que se produjeran en su cuenta corriente,
vamos en la suya y en la de todos sus clientes, y que en breve recibiríamos en
los domicilios una comunicación con los reciente incrementos en los gastos y
comisiones que ha emitido el Banco de España. Poco menos que eso era lo que había.
Tras un respetuoso silencio, por
aquello de guardar las formas y que todavía mantenía un ápice de educación, se
levantó pausadamente, se dirigió a un lateral del despacho, separó las piernas,
posó las palmas de las manos sobre el fino estucado de la pared, que a poco deja
caer un cuadro de un autor mediocre, pero original, y se resignó al saqueo de esta
nueva forma de pirateo que son las entidades financieras. Ni el grito de “a mí
la legión”, que motivó que los escasos clientes que se encontraban en la
oficina centraran su atención en ella, ni las peticiones a la justa correspondencia
que debe mantenerse con los clientes, que son los que han levantado y
alimentado a estos monstruos que ahora se revuelven para saciar su voraz e
insaciable apetito, pudieron encontrar una explicación a la actuación del
banco, que siempre actúa en beneficio propio sin atender las demandas y deberes
que tienen sus clientes. Sólo, cuando hizo mención a la retirada de los
diferentes productos financieros que mantenía en la oficina, el director se
avino a comprobar, ojo a c-o-m-p-r-o-b-a-r, el motivo de su reclamación. Ya era
tarde. Ayer traspasó todos sus escasos activos a otra entidad. Al menos ésta todavía
no ha izado la bandera negra con la calavera y los fémures cruzados. Y dicen
que todos somos iguales, según la Constitución. Que se lo digan a su mujer, que
todavía sigue con el susto de su esposo metido en el cuerpo, cada vez que
recuerda la risotada en medio de la noche.
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